420 Porros
Resumimos en tres etapas la celebración del Día Internacional de la Marihuana (4/20) en Nueva York.
20 de abril. 11:00 a. m. 4/20 y dos marihuaneros
El 4/20 se hace cada 20 de abril (de ahí el número). Los consumidores y activistas promarihuana de algunos países del mundo salen a las calles y, con pancartas, camisetas verdes, gorros con los colores de la bandera de Jamaica y porros en la mano, celebran que la marihuana existe. También protestan para que se legalice. Y, sin tanta parafernalia proselitista, aprovechan la ocasión para fumar en público.Lo anterior no sucedió el 20 de abril de 2015 en la ciudad de Nueva York. Llovió todo el día, las temperaturas eran bajas, los vientos rompían cuanta sombrilla quisieran y los porros, en medio de ese panorama, ni se podían prender. Los organizadores del evento cancelaron la celebración para el día siguiente (21 de abril), fecha en la que juraban que saldría el sol.
Pese a la postergación del evento y a la lluvia, dos marihuaneros decidieron ir uno de los parques donde se iba a celebrar el 4/20: Washington Square. Uno de los yerbateros se llama Michael (calvo, pequeño, con gafas, camisa de cuadros y chaqueta de cuero), el otro Mohamed (alto, moreno, sonriente, gordo y con pinta de jugador de basquetbol). Por casualidad los dos se encontraron en el parque, no se conocían. ¿Aquí se celebra el 4/20?, le preguntó Mohamed. Sí, respondió Michael.
Los minutos pasaban y ni un humo de auxilio. Al final, Mohamed, hurgando entre sus bolsillos, dijo que tenía algo. Sacó un porro y lo compartió con Michael. Hablaron de política, de Obama, de las guerras en Irak y Afganistán, de la legalización de la marihuana, de que no es una droga, que viene de la tierra, que no ha matado a nadie por sobredosis y que deberían legalizarla en Nueva York.
Eran las 12:30 del mediodía y seguía lloviendo. El porro se estaba acabando. “Kill it”, dijo Mohamed. “Tengo que irme”, dijo Michael, luego de aspirar lo último que quedaba. Acá no va a pasar nada. Mohamed, sonriendo y despidiéndose con la mano, le deseó a su contertulio un feliz 4/20.
20 de abril. 7:00 p. m. 420 y el club de los viejos marihuaneros
Aprovechando la ocasión, la escritora Catherine Hiller decidió lanzar el 20 de abril su memorial de marihuana Just Say Yes: A marijuana Memoir en una librería de Manhattan. En el lugar, luego de una lluvia de más de siete horas, estaban reunidas personas de más de cincuenta años, ni un año menos.
Todos, en corbata, con sombreros, vestidos largos o en jeans, escuchaban atentos las palabras de Hiller. “La idea de este libro no es convencer a los lectores de que fumen. Yo lo he hecho por cincuenta años, dos veces al día todos los días. A mi cuerpo y a mi mente les gusta, eso no quiere decir que a otros también”, afirma la escritora, con los ojos rojos, una pañoleta rosada enredada en el cuello y con un vestido vino tinto. La gente mueve la cabeza aprobando sus palabras, de vez en cuando ríen y aplauden juntando sus manos arrugadas.
Todos los asistentes, sin excepción, han fumado marihuana. Algunos lo hicieron una vez, otros ya la dejaron, unos cuantos siguen fumando una o dos veces al día. Para ninguno de ellos es un tabú o un programa político. No son “chirris”, no viven en granjas, no se alimentan con productos orgánicos ni hablan con esa melodía estereotipada del marihuanero: “uuuuuuy, qué chimba”. Simplemente dijeron que sí, y ya está.
21 de abril. 12:00 m. 420 porros en el parque
La cita para celebrar el 4/20, después de un día de espera, era en Washington Square, un parque ubicado en el corazón del campus de la Universidad de Nueva York, en la parte baja de Manhattan. Al medio día, el lugar estaba lleno de turistas, estudiantes y marihuaneros.
“¡4/20!”, grita una persona asiática de unos treinta años. “Every day”, responden cerca de treinta personas que están sentadas en el interior de la fuente (sin agua) del parque. Durante todo el día, en ese lugar, se presentaron grupos de hip hop, hablaron activistas, se hicieron actividades de dibujo promarihuana y, ¡cómo no!, se fumó yerba.
“¡Es el 4/20!”, dice la gente abrazándose. “Pero hoy no es 20 de abril”, responde uno que otro. “¡Qué importa!”, y se ríen a carcajadas. Y la marihuana pasa entre manos. Los cueros se desenrollan. La bareta se filtra con los dedos. Las lenguas unen los pliegues. Se corta una punta con los dientes, se quema la otra con el encendedor. ¡Y voilà! Los ojos rojos le dan la bienvenida a la celebración.
Los hippies con más de cincuenta años, con sus guitarras, pelos largos y camisetas psicodélicas cantan al unísono temas de The Beatles, Blind Melon, Jimmy Hendrix y Janis Joplin. El negro de las cometas amarillas, el que las vuela todos los días, baila mientras escucha rap. El calvo, con gafas oscuras, mirada militar y barba en forma de candado, impecable, despliega una silla que trajo, se sienta y de vez en cuando saca su pipa para fumar mientras mira a los jóvenes en la fuente.
“¡Te pille con ese cigarrillo!”, le grita una de las tantas matronas negras que cuida el parque a uno de los hippies; él lo esconde, sonríe y la mujer se va puteando en sus interiores. El hippie vuelve a sacar la bareta, mira al cielo, cierra los ojos y aspira hondo. Su amigo está durmiendo al lado y de fondo se escucha un “Every day!
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