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¿Cómo criar desde el feminismo?

¿Cómo criar desde el feminismo?

Ilustración

María Fernanda Cardona ha registrado y reflexionado en torno a cada paso de la intensiva y feminista crianza de su hijo Nicolás. Un podcast producido junto a su pareja, cada entrega de esta columna y las que ha empezado a publicar en otros medios dan cuenta de ese proceso de crecimiento conjunto que ya lleva dos años.

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E
n dos meses mi hijo cumple dos años. El tiempo más difícil de maternidad parece ir en una curva de descenso. Cada día que pasa, recupero algún pedazo de mi cuerpo. Mis tetas se descolonizan de Nicolás. Mis brazos ya no son lo único que pide. Ahora su padre es tan importante como yo. Su tíxs, sus abuelxs y su cuidadora pueden reemplazarnos –suena fuerte pero también liberador–. Ha ganado autonomía. Ya nos avisa con gritos y una mano levantada –muy parecido a un dictador en miniatura– que quiere un banano, una manzana o un vaso de agua. Siento que después de dos años de habitar un espacio perdido en el tiempo, donde todo tipo de emociones flotan y se impregnan sin pedir permiso en la piel, veo la puerta de salida.

Me aferro a esa idea y siento paz. Sin embargo, me llega otra: a medida que Nicolás crece aparecen nuevas dificultades. Así ha sido desde que nació. Pensábamos que dominábamos algo y ¡pum!, como por arte de magia algo nuevo sobre la mesa: pasó cuando estaba tranquilo en un tapete con juguetes y aprendió a gatear. Cuando teníamos el apartamento acomodado para que gateara y empezó a caminar y a alcanzar libros, llaves, cuchillos y papeles importantes. Cuando sabíamos gestionar su llanto y un día empezó a pegarse contra las paredes lleno de ira y nos dejó, de nuevo, en el principio: sin saber qué hacer. Con ellxs, siempre hay algo, y seguro el hoy, donde por fin siento que tengo todo bajo control, va a desaparecer y volveré a sentirme ahogada en ese espacio sin tiempo muy parecido a un océano oscuro y tormentoso con algunos visos de luz que hacen que todo valga la pena. Quizá en ese momento vuelva a preguntarme “¿cómo salgo de aquí?”.

Pienso sobre todo en su crianza. Hasta ahora las preocupaciones han sido muy orgánicas: cómo dar la teta, cómo hacer que no se despierte tanto en la noche, cómo contenerlo en crisis de llanto, cómo lograr que coma lo que se le sirve, cómo destetar. Todo muy práctico. Pero con sus dos años aparecen otras preguntas, más profundas. ¿Cómo criar a un niño para que no replique toda la estructura patriarcal que le da privilegios por el simple hecho de tener testículos? ¿Cómo resistir a los roles de género cuando entramos a una tienda de ropa o a una juguetería y siempre vemos la división entre azul y rosado? ¿Cómo lograr que tenga la suficiente empatía para que entienda que las mujeres cercanas a su vida vivimos una serie de opresiones que él ni siquiera se imagina? ¿Cómo hacer que tenga esta conciencia sin arrebatarle la inocencia de la niñez? ¿Cómo educarlo en el feminismo sin adoctrinamientos y primando su libertad?

Desconfío de los manuales y los artículos que nos dan una serie de pasos a seguir para producir al niñx perfectx y, en este caso, el más feminista. Desconfío porque suelen ser totalizantes, eliminar el contexto de cada familia y causar mucha culpa. Recuerdo que cuando Nico estaba muy pequeño y yo empecé el proyecto de La mala mamá podcast, una amiga me pidió que le preguntara a alguna de las expertas en crianza que entrevistábamos cómo hacía para que su hija de cuatro años no jugara con barbies. Entiendo su preocupación. Mi amiga quería educar en el feminismo y sin que su hija estuviera expuesta a mandatos de belleza. Ella sentía culpa porque su hija quería jugar con una muñeca que representa lo que queremos deconstruir: un solo tipo de cuerpo válido.

Tal vez mi amiga falló para el manual de “cómo cría una buena feminista”. Sin embargo, para mí, es imposible que nuestrxs hijxs no estén expuestos a la cultura patriarcal porque esta rodea todo lo que somos. Aunque nos duela admitirlo, a nuestrxs hijxs les transmitimos, muchas veces sin querer, valores sexistas, pues por más progresistas que nos consideremos somos hijas de esta sociedad. Y, además, recordemos que no somos el único mundo de nuestrxs hijxs y por lo tanto no controlamos todo lo que les llega. No obstante, esto no es un impedimento para, por lo menos, pensar y esbozar ¿qué podría ser criar desde el feminismo?

Esta pregunta se ha respondido varias veces en forma de lista y, aunque siento que no se dirige la estructura, podemos traer algunos puntos a colación: sabemos que hay que intentar criar sin roles de género y que las niñas dejen de ser solo princesas y sueñen con ser cosas que estaban vetadas para ellas, como científicas o presidentas. Que tengan la confianza para decir que algo no les gusta porque saben que no se les va a responder con un “qué problemática”. Que su rabia sea validada y no se les diga “eso no es de señoritas”. Que los niños usen rosa, lloren y sean sensibles. Que entiendan que un “no es un no” y que todo tipo de relación debe ser consentida. Que sepan que “ser niña” no es un insulto y que ni las emociones ni los juegos tienen género. 

 

También sabemos que desde los feminismos hay que acompañar a lxs niñxs en su desarrollo y aceptar y apoyarles en su orientación de género e identidad sexual y, en sí, educar para que la diversidad de todo tipo –cuerpos, razas, gustos, sexualidades, creencias– sean respetadas. Una forma de lograr esto es con validación emocional, acompañamiento, comunicación honesta, disciplina positiva y otras técnicas que, sin duda, encontrarán fácilmente googleando, pero que de ninguna manera son absolutas y aplicables en todos los contextos familiares. Con los manuales de crianza, así sean feministas y muy progresistas, hay que estar atentxs, pues a veces tienden uniformar la experiencia de la maternidad y crianza creando otro tipo de mandato o dogma.

Cuando hablo con madres que quieren despatriarcalizar la crianza, siento que la discusión se queda en “técnicas” y en frases como: “soy muy feminista porque mi hijo juega a la cocina y mi hija a la pelota”, pero no hay una reflexión estructural de lo que implica, por ejemplo, para quienes cuidamos apostar por una crianza antipatriarcal, especialmente para las mujeres, ya que somos nosotras quienes históricamente nos hemos hecho cargo de nuestrxs hijxs y, además, a quienes la sociedad culpa cuando algo sale “mal”. En otras palabras: pensar la crianza feminista necesariamente implica reevaluar la maternidad y paternidad y los lugares que tienen en la sociedad.

Cuando me enfrenté a la maternidad, me encontré con que las personas a mi alrededor esperaban de mí que fuera, por un lado, el ángel del hogar, es decir, una mujer entregada al cuidado de su hijx y esposo, y, por el otro, la súper mamá, que está tan empoderada que logra conciliar maternidad y trabajo remunerado y responder a la triple jornada sin una gota de sudor. Mientras maternaba en esos primeros meses en los que todo era tan poco claro, me di cuenta que no podía ni quería ser ninguna de esas dos cosas.

Fue así que la culpa hizo su aparición triunfal pues ¿por qué otras madres sí estaban dispuestas a darlo todo por sus hijxs? ¿Por qué otras madres no tenían problema en ser esa súper mamá que nos venden los comerciales de detergente y lavalozas? Cuando me hacía esas preguntas, estaba segura que había algo mal en mí, que yo era un monstruo disfrazado de mamá. Pero a medida que me cuestionaba y llegaba al feminismo, como he dicho en otros textos, pude transitar esa culpa. Repensar lo que es ser madre y comprender cómo esta categoría es usada de manera esencialista para que seamos nosotras las que nos encargamos de todo el proceso de crianza de lxs hijxs fue liberador. Pero también implicó emprender una de las grandes renuncias que he hecho en mi maternidad: no ser todo para mi hijo.

Y no les quiero mentir: no es fácil. A veces me muero de los celos cuando mi hijo llora y me le acerco para abrazarlo y contenerlo y él no me quiere a mí sino a su padre, o cuando salgo una tarde a trabajar fuera de casa y pareciera que no me extraña, o cuando lo escucho carcajearse como no lo hace conmigo. Me entra la duda de si no lo estoy haciendo bien. Pero también sé que lo que ha hecho el patriarcado por los siglos de los siglos con las madres es ponernos en los hombros la responsabilidad exclusiva de la crianza, aludiendo a conceptos como instinto materno, que no es más que una construcción social creada para romantizar la maternidad y decirnos que como podemos gestar, parir y lactar somos las cuidadoras “naturales” de nuestrxs hijxs sacando al padre y demás cuidadores de la ecuación.

Uno de los bestsellers sobre este tema es Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo, de Chimamanda Ngozi Adichie. Este pequeño libro contiene la respuesta de Chimamanda a Ijeawele, quien acababa de convertirse en madre y le preguntaba a su amiga cómo criar a su hija. Chimamanda, que cuando le escribió todavía no era madre, dice algo muy interesante: “No tengo una norma grabada sobre piedra; lo más parecido a una fórmula que tengo son mis dos ‘herramientas feministas’”, las cuales son muy útiles para pensar la educación de lxs niñxs: la primera premisa es: “Yo importo. Importo igual. No ‘en caso de’. No ‘siempre y cuando’. Importo equitativamente. Punto”. Y la segunda es: “¿Puedes invertir X y obtener los mismos resultados?”. Es decir: no todas las respuestas feministas son las mismas e incluso algunas que podrían verse antifeministas en realidad no lo son si su base no es la diferencia de género. Adichie pone el ejemplo de que una mujer puede perdonar una infidelidad y esto no sería antifeminista si ocurriera lo mismo en caso de que fuera ella la infiel y su pareja la perdonara. No se trata de estar de acuerdo o no con la decisión sino que se tomen sobre un piso equitativo.

Esas dos máximas, más que los muchos tips que Adichie nos regala, me parecen iluminadoras, porque se preguntan por el lugar de la mujer y la madre en relaciones tradicionalmente desiguales y dan pie a la diversidad de acciones. La primera premisa es importantísima en una sociedad donde las madres debemos ser sacrificadas y sumisas y nuestra identidad queda reducida al rol materno. Reivindicar que importamos “siempre” y no “siempre y cuando” es un buen inicio para que nuestra maternidad y crianza no estén plagadas de renuncias que no queremos hacer y que terminan siendo motivadas por la culpa, esa que sentimos cuando no cumplimos lo que socialmente se nos exige y que nos hace creer que hay algo mal en nosotras.

En este sentido, educar desde el feminismo, para mí, tiene como punto de partida una mirada a lxs cuidadores, especialmente a la madre o a quien cumple la función materna, más que sobre lxs niñxs, que es como se ha abordado con los consejos y tips (que no dejan de ser importantes pero no son suficientes). Ese primer punto es que la culpa no sea el hilo conductor de la crianza que brindamos. Tal vez esta no desaparezca nunca porque fuimos socializadas para sentirla en todo momento, pero aún así, podemos intentar que no oriente nuestras acciones, pues actuar desde el miedo a no “hacerlo bien” llevará, muchas veces, a una maternidad sacrificada, sumisa e incluso arrepentida. Una forma de gestionar esa culpa es entendiendo que es una herencia de la tradición judeocristiana que es especialmente dura con las mujeres, ya que somos nosotras las culpables de todo –como de Eva lo fue ser expulsadxs del paraíso–, y que es como un policía interno que todo el tiempo nos está juzgando y controlando para asegurarse de que seamos buenas mujeres, buenas esposas y buenas madres. No se trata de no ser responsables de nuestros actos pero sí de entender que la culpa es patriarcal y por eso mismo no nos pertenece. 

 

El segundo punto que para mí es muy importante y se vincula a la segunda herramienta feminista de Adichie: “¿Puedes invertir X y obtener los mismos resultados?”. Con esta ponemos el dedo en la llaga del feministómetro, lo que nos da pie a responder de forma distinta a diferentes momentos de la crianza sin decir que somos más o menos feministas por hacer x o y. Esta tensión es evidente en el campo del trabajo remunerado pues es bien sabido que una de las razones por las que es tan difícil maternar es por la incapacidad de la conciliación laboral.

Esto tiene como consecuencia que muchas mujeres renunciemos al trabajo remunerado para cuidar a nuestrxs hijxs, aun cuando implique dependencia económica, porque no estamos dispuestas a ser las malabaristas que intentan conciliar en un mercado laboral masculinizado, o, que muchas otras, decidan continuar con su trabajo remunerado porque no están dispuestas a abandonar sus sueños y lo que consideran realización personal. Lo que ha hecho el feminismo hegemónico y antimaternal es condenar la primera acción y alabar la segunda, ¿pero en realidad alguna de esas opciones nos hará criar de una manera más o menos feminista? La realidad es que no. Ambas decisiones, aunque opuestas, se pueden tomar desde argumentos feministas. Lo que es verdaderamente antifeminista es criticar la elección de otra madre aludiendo a frases como “¿para qué tiene hijxs si se lxs va a criar la niñera?” o “ella abandonó sus sueños por criar”, frases que se dicen con demasiada frecuencia en la absurda y tóxica competencia entre madres. 

Esto mismo aplica para la lactancia, pues hay un movimiento que la reivindica como una conexión con nuestro cuerpo y soberanía alimentaria –recordemos lo que hay detrás de la industria de la formula infantil– y otra que la ve como esclavitud por entregar nuestros senos al consumo de otrx. O del homeschooling, vista de un lado como una manera de salirse del sistema educativo patriarcal y, de otro, como una forma de impedir que las madres salgan al espacio público. Tanto la lactancia como el homeschooling (y muchas otras prácticas) pueden verse como acciones feministas y, al mismo tiempo, son objeto de críticas por lo que implica para las mujeres, ya que nosotras tenemos las tetas para dar de mamar y, por cómo está construido el sistema, somos quienes tendemos a quedarnos en casa para educar.

Sin embargo, si aplicamos la herramienta feminista la oposición dejaría de tener importancia y con eso la pregunta no es qué práctica es más o menos feminista sino cómo la decisión de hacer x o y no es tomada sobre una base de inequidad de género pues no necesariamente implica opresión, esclavitud y sumisión. Y, tal vez, en estas respuestas nos encontremos en la diferencia, entendiendo que así como el feminismo es en plural, las crianzas también, pues cada familia (las cuales también son diversas y no solo heterosexuales, biparentales y nucleares) hace lo que puede de acuerdo a su contexto, posibilidades económicas e incluso capacidades emocionales de sus miembros. Es precisamente en esto en lo que más se podría diferenciar criar desde el feminismo o hacerlo de la crianza patriarcal, pues esta última solo concibe una forma correcta de hacer las cosas.

Hasta ahora, hemos hablado de una crianza en la que la culpa no sea el hilo conductor y que abrace la diversidad de crianzas. A esto, le agregaría un tercer punto que para mí es fundamental en la crianza que llevo con mi hijo y que me ha permitido no sentirme esclava de la maternidad: la crianza compartida. Soy una mujer que, junto a su compañero, ha decido criar desde lo que se llama “crianza con apego”, una cuidadora que ha resignificado este tipo de crianza –porque tiene una vertiente conservadora que le entrega toda la carga a la mamá por ser la cuidadora “natural” de su hijo–, una madre que ha dado la teta por 22 meses, que hace cohabitación con su bebé, que decidió tener un trabajo remunerado flexible para no renunciar al cuidado de su hijo, que responde casi siempre a su llamado, que le importa respetar algunos de sus procesos naturales y que en la actualidad hace homeschooling porque no está preparada para enviar a su hijo a un jardín.

Además, esta mamá que soy no cree en la independencia como el valor último de la crianza porque piensa que eso es un mito peligroso propio de un sistema de valores capitalistas, pues criar personas que dicen no necesitar a nadie niega nuestra humanidad: la interdependencia y vulnerabilidad, y ahonda en el egoísmo e individualismo. Como dice mi mamá, la crianza que elegimos para Nicolás es “demasiado intensa y demandante”.


Y tiene razón. Incluso para sectores feministas esta es una forma de criar que esclaviza a las mujeres, no nos deja progresar ni encontrar libertad ni igualdad –en el mercado laboral, cabe decir– y es afín al patriarcado. Elisabeth Badinter y Beatriz Gimeno son especialmente duras con esta “crianza intensiva”. Y puede que sea verdad cuando es la madre, por el simple hecho de ser la que tiene útero y tetas, quien hace todo eso sola. Pero es aquí donde se puede invertir la fórmula y tener el mismo resultado: si todo lo que relaté anteriormente sobre mi crianza lo hiciera yo sola, sería un suicidio a mi individualidad, creatividad y sueños. Pero como vivo una crianza compartida las cosas son distintas. A mi hijo no solo lo crío yo, también lo cuida mi compañero, madre, padrastro, hermanxs y una cuidadora externa por algunas horas al día.

Desde mi feminismo reconozco que me gusta compartir mi experiencia materna, que mi compañero es tan importante como yo en la vida de Nicolás, que tengo límites y no soy (ni quiero ser) una súper mamá. Para mí, la crianza compartida es una de las maneras de criar desde el feminismo y, pese a que sé que no siempre es posible (por ejemplo, para las madres cabezas de hogar la realidad es otra), sí pienso que es un derecho que debemos empezar a exigir para que la maternidad y la crianza dejen de sentirse como una camisa de fuerza. El Estado, la sociedad y las familias son el apoyo que necesitamos para que la crianza –un proceso personal y al mismo tiempo con implicaciones públicas y políticas– sea también un nivel de lucha para llegar a la igualdad y equidad entre hombres y mujeres. Los tips son importantes pero individualizan la crianza y la reducen a un asunto de voluntad; por eso pensarla en términos más estructurales, como el lugar de lxs cuidadores, nos ayuda a entender y tramitar que no siempre podemos hacer x o y y que lo que necesitamos es una transformación social profunda y, ojalá, feminista.

Es por esto que los esfuerzos por educar desde el feminismo no son solo individuales sino también colectivos e implican que todxs en la sociedad nos involucremos en el cuidado –desde distintos lugares, por supuesto– y que acojamos el famoso adagio africano que está cargado de sabiduría: “para criar un niñx hace falta una tribu entera”, algo que, en la sociedad individualista y capitalista moderna, no tenemos.

Ignoro cuál es el grano de arena que mi crianza brinda en en la lucha feminista. No sé cómo va a ser mi hijo cuando crezca. No quiero tratarlo como un producto que se mide en la efectividad de la crianza. Me niego a ser la mamá de manual que cría a su hijx para un fin más elevado como “salvar el mundo” o “ser antipatriarcal”. No seré yo quien le ponga esa etiqueta ni quien decida eso, aunque por supuesto deseo que mi hijo tenga una ética feminista. Intento hacer lo que puedo con lo que tengo. Me trato con compasión cuando fallo –que es más de lo que quisiera– y le transmito mi humanidad a Nicolás. Quiero creer que lo hago bien, pero ¿qué es “bien”? No se puede medir. No sigo reglas universales pero actúo desde lo que creo justo. Y eso me basta. Espero educar a mi hijo desde el feminismo, pero, mejor aún, quiero que sea una buena persona y que, sobre todo, sepa que para su mamá y papá lo más importante es que se sienta libre de elegir su camino. Eso, para mí, es lo más feminista que le podemos brindar. separador cierre
María Fernanda Cardona Vásquez

Socióloga, periodista, escritora y mamá. A través de su cuenta de Instagram comparte reflexiones sobre la maternidad, recomendaciones literarias y su experiencia en el oficio de la escritura. Es la creadora del podcast "Escribir para narrarnos", un espacio donde conversa con autores reconocidos sobre las complejidades del proceso creativo. Es autora de "Maternidades imperfectas" (2024), un libro que invita a desmitificar la maternidad y la crianza, explorando sus múltiples facetas sin idealizaciones.

Socióloga, periodista, escritora y mamá. A través de su cuenta de Instagram comparte reflexiones sobre la maternidad, recomendaciones literarias y su experiencia en el oficio de la escritura. Es la creadora del podcast "Escribir para narrarnos", un espacio donde conversa con autores reconocidos sobre las complejidades del proceso creativo. Es autora de "Maternidades imperfectas" (2024), un libro que invita a desmitificar la maternidad y la crianza, explorando sus múltiples facetas sin idealizaciones.

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