No ha sido fácil. Han sido dos meses desafiantes para el autor de este artículo. Sin embargo, a lo largo de este tiempo ha logrado conocerse mejor, ha buscado ayuda de expertos y ha sistematizado su experiencia para compartirla con lectores y fumadores. Este es el resultado.
Día 60
Balances
Hace dos meses apagué mi último cigarrillo y para cuando usted lea estas líneas es posible que esté cerca de cumplir tres meses sin fumar. Espero no engañarme al decirlo… Cuando cuento que he fallado en dos intentos anteriores, muchos salen a explicarme lo que debería estar haciendo: hipnosis, parches, goticas… Desde niño he escuchado a mi padre contar cómo pasó de treinta años carburando 60 cigarrillos diarios a cero en un día. Se sobrepuso a la abstinencia con solo fuerza de voluntad, me dice a sus 87 años. Siempre me ha parecido admirable. Sobre todo porque para mí no ha sido solo eso, una mera cuestión de voluntad.
En mis intentos previos he aprendido cosas. La abstinencia me resulta familiar. Reconozco el deseo de recaer en sus variadas presentaciones. No me siento ni sobrado ni cagado del susto. Sé lo fácil que es volver a hacerlo. Y la verdad sea dicha: no fumar ha sido incómodo, pero tampoco tanto. Más que resistir a la tentación, me ha parecido como aprender a convivir con una parte de mí a la que le tengo fastidio.
Día 1
Disgustos
Enciendo uno más frente a la ventana. En minutos saldré para un festival donde no podré fumar. Mañana me voy de vacaciones con mi pareja y mi familia al mar. No me gusta fumarles encima. Es probable que este sea mi último cigarrillo en un rato. Contemplo que pueda ser el último entre últimos. Intento disfrutar más cada calada, pero no lo logro. Subo al baño a rastrillarme la lengua con el cepillo de dientes hasta quitarme ese sabor malsano. Desde hace un año me pasa esto a mitad de algunos cigarros. Estoy varado en un limbo donde ya no lo disfruto como antes ni me atrevo a parar de nuevo. Me molesta notar que preferiría no tener que pensar en estas vainas.
Días 2 a 7
Placeres
Habrá quien prefiera ponerle fecha anticipada a su último cigarrillo, pero yo prefiero aprovechar un par de días sin humo para decidir seguir sin hacerlo. Así evito esa parte de mí que se pone nerviosa y fuma de más pensando en no fumar, porque recuerda molestias pasadas de intentos fallidos: estreñimiento, irritabilidad, insomnio… En esos momentos, más que abstinencia, he tenido mis mecanismos de afrontamiento desbordados por motivos muy lejanos al cigarrillo. Pero eso lo sé ahora: en mis recuerdos, ambos rollos quedaron asociados.
Sin embargo, esta vez no es así. Camino por la playa revolviendo el agua entre mis pasos cuando decido parar de nuevo. Toda mi primera semana es así: idílica. Quizás influya que estoy un poco mejor, física y mentalmente. Problemas no me faltan, pero me siento capaz de hacer algo para enfrentarlos. Voy al gimnasio un par de veces por semana. Estoy enamorado. Y sobre todo paré de fumar mientras estoy de vacaciones: ni me doy cuenta de que he dejado de hacerlo. El mar, la gente que quiero, la piña colada, los pelícanos y los atardeceres me mantienen presente, cautivo. Me cruzo con el orgullo y la sorpresa en los ojos del amor. Mis viejos tampoco lo pueden creer. Les digo que no quiero ilusionarlos. Mamá sonríe de todos modos.
Días 8 a 21
Urgencias
Algo tira de mí como un perro enloquecido y me hace dar vueltas por la casa. Quiere bajar a la sala: puede oler las cajetillas desde mi cuarto, sabe dónde las tiene mi roommate. Me sudan las manos. Hago café y me paro frente a la ventana. Respiro hondo, varias veces. El calor de la taza en mis manos, el olor tostado y el sabor amargo me calman poco a poco como caricias a ese pobre animal que tan pronto como vuelve a la calma es incapaz de explicarme qué era tan urgente y tan grave.
Las semanas siguientes paso la mayor parte del tiempo tranquilo, como si nada. Pero sin cigarrillo, buena parte de lo cotidiano vuelve a ser una primera vez. Al volver a casa, tomar café, sentir llenura, hacer una pausa, reposar el sexo, digerir la frustración o soportar la preocupación, una ausencia nueva nos acompaña, da vueltas por la sala y nos mira con sus ojos enormes. Solo algunas veces se chifla, aúlla, corre por todas partes, tumba cosas. Lidiando con ella, tendemos a exagerar: la frustración parece derrota, la tristeza desesperación y la intranquilidad una intemperie inhabitable.
“En la abstinencia se experimenta un malestar tan intenso que recaer aparece como la solución para aliviarlo; solución que por supuesto es cortísima”, me dice Andrea Caballero, psiquiatra y directora médico-científica de la Clínica psiquiátrica Campo Abierto, donde también tratan adicciones. “Muchas adicciones esconden una necesidad de llenar un vacío, de quitar un malestar psíquico, anestesiar algunas emociones o alcanzar una sensación de gratificación de manera inmediata. Pero esas son cosas que se pueden aliviar de formas más saludables a través del deporte, la lectura, las artes, entre tantas cosas más. El asunto es que aprender a llevarlas así implica un esfuerzo, perseverancia y tolerancia.”
Me hace sentido. Día tras día aprendo a hacer las paces con mi propia inquietud. Busco pequeños rituales para acompañarme en sus espantosas visitas: cosas tan simples como hablar con alguien, tomar café, tomar conciencia de lo rico y lo caliente que está. Es decir, vivir, porque todo sigue igual, aunque ahora haya novedades difíciles de ignorar. Como el olor de las cosas.
Días 41 a 59
(No) fumar
Cuánto huele el mundo. La panadería después de la lluvia, la sección de frutas en el supermercado, la propia orina en la mañana, la repulsiva tarea de sacar la basura. Todo, lo bueno y lo malo, está de fiesta en las narinas. Vuelve a sorprender lo bien que huele la picadura de tabaco y el hedor inmundo del cenicero o la ropa después de apagarlo. Es desconcertante descubrir lo mal que olimos y preguntarse cómo llegamos a ignorarlo detrás de esa cortina de humo. Cómo volvimos eso rico. Dos respuestas.
La primera es histórica. El tabaco es un vicio moderno y la modernidad, una hija de la colonización. Guillermo Cabrera Infante cuenta en su libro Puro Humo que fue la expedición de Colón la que registró el avistamiento del primer cigarrillo en manos de unos indígenas que “bebían humo” de un bastón vegetal de picadura de tabaco en hojas de maíz. Como con tantos otros commodities, a partir de una noticia como esa, comenzaría un proceso político y cultural que llevaría al tabaco a la categoría de producto en la cotidianidad íntima de los sujetos. El resultado sería un negocio muy lucrativo para la Corona y luego para el capital privado que encontró la cadena de tracción para el negocio en la novedad, lo exótico, lo sofisticado. Y de ahí se deriva la otra respuesta, esa que hemos aprendido a reconocer como la única y personal, como si la historia y el negocio no fueran con nosotros.
Allen Carr, un publicista británico, reconoció muchas veces que fumó un promedio de 100 cigarrillos diarios (por décadas) para sentir confianza, valentía y relajarse. Después de probarlo todo, superar su adicción y dedicarse a estudiar qué hacía tan difícil dejar de fumar, desarrolló un método que ya ha sacado de su adicción a millones. Según un testimonio exitoso del Allen Carr ‘s Easy Way to Stop Smoking, atravesamos el asco natural al cigarrillo por: “La idea errónea de que constituye algún tipo de ayuda o recompensa, y que la vida nunca podría ser igual sin él.” Y cuando queremos parar, dice Carr, esa es la concepción social y empresarialmente construida que hay que romper adentro nuestro. Y dice, a partir de ese momento, deja de ser difícil y no fumar se vuelve un placer. Resueno con esa idea.
Me veo con dieciséis entrar a una fiesta y pensar que en la terraza hay un lugar para mí donde puedo quedarme solo sin sentirme extraño. Me veo a distintas edades exhalando humo con los ojos cerrados, buscando un espacio para esa parte de mí que se abruma con los problemas. Me veo alargar el tiempo en la llenura, después de culear, en los minutos robados al trabajo. Me veo divertirme, hacer aros, disfrutar del silencio. Me veo acostumbrarme al olor, a la sensación áspera en la garganta, a la experiencia recuperada de tener un juguete en la mano. Me gustaría tener un motivo mejor, pero este es. Me enseñé a fumar buscando volver placentera mi propia incomodidad, para sentirme seguro lejos de ella, con ella, para darme permiso de estar solo y meditar en la tristeza o la preocupación. Metros de tabaco carburado para evitar el olor de mis propias mierdas.
Coda
Recaídas
En su libro, Carr dice que así como dejar de fumar puede ser una experiencia sencilla y feliz, volver es también muy fácil. Confirmo. En los intentos anteriores, cuando ya no sentía ganas de fumar ni pensaba en hacerlo, recaí. Una vez en un pico de angustia, otra en una rumba. Inmediatamente me encantó. Todas las asociaciones deleitables encontraron de nuevo su lugar. Todo mi esfuerzo se disipó como humo. Y aunque sé que esta vez podría terminar igual, quiero creer que no, que tengo las herramientas y la confianza para pilotearlo. Estos hallazgos son poco, son mucho, no importa. Son honestos. En dos meses ya dejé de fumar entre 600 y 720 cigarrillos. Si no he vuelto a caer para el momento en que usted lea esto, podría haber pasado los 1000. Me parece increíble escribir esa cifra. No me creería capaz de inhalar todo eso. Respiro profundo. Cruzo los dedos.
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