El karaoke de El Último Romántico: donde la estrella eres tú
En una casa de Medellín, engalanada con serpentinas, un particular maestro de ceremonias invita a voces aguardientosas y despechadas a celebrar el malamor a grito herido. ¿De dónde viene el karaoke y cómo renace en cada noche de El Último Romántico?
“Un Ídolo es un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma”
Escenas de pudor y liviandad, Carlos Monsiváis
La librería de la entrada está cerrando pero la noche aún empieza en Medellín. Mientras charlamos en una acera, un amigo pregunta: ¿Karaoke? Y de repente la noche se vuelve mucho más brillante.
Afuera se alcanzan a escuchar los sonidos estridentes de pop urbano y reguetón, pero se van diluyendo a medida que avanzamos entre las puertas de la casa, llevamos en las manos las rosas rojas que nos entregaron en la primera entrada, en este punto ya se siente otro ruido de fondo que se apodera del lugar, lo que viene del interior es el eco de una música de otro tiempo, son baladas: ese tipo de música que nos recuerda que así muchas cosas cambien, lo que nunca cambia es el amor.
Atravesamos una cortina de serpentinas y nos reciben las paredes iluminadas por luces rojas, desde ahí avanzamos hasta la última sala de una casa con más de cien años, donde el público espera entre tragos y charlas el inicio del show. En esa noche, noche de San Valentín, ya no hay mesas ni sillas disponibles, los pocos espacios libres están llenos de bombas con forma de corazón, rosas que cuelgan de la punta de un micrófono, serpentinas y pétalos que se esparcen como plumas de pájaros libres en el suelo, el cuarto grande está iluminado por luces que le dan un aire de arrabal al previo.
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Fotografía por: Puño
Para muchos es la primera vez, para otros es una sorpresa. A todos les emociona por igual estar ahí porque vienen a lo mismo: a subirse al escenario, tomar el micrófono y cantar en el show de El Último Romántico. Vienen a ser parte de su karaoke: un show que conduce un hombre alto de pelo largo ensortijado que le tapa la cara, un hombre tan alto como Marco Antonio Solís, y con la silueta de un cantante de glam rock. El Último Romántico brilla en la tarima con un traje de luces doradas mientras va dejando escurrir los sonidos de orquesta sinfónica y de pianos que abren la canción de Nicola di Bari a la cual, en sus noches de karaoke, le rinde homenaje.
Se ha normalizado tanto en nuestra lengua que el uso del término karaoke suena familiar, esta es una de esas palabras que se insertó en nuestra habla cotidiana, sin importarnos su origen, y mucho menos su significado. La palabra original en japonés: kara okesutura, se acortó para formar la palabra karaoke, que traducida literalmente significa “orquesta vacía”, o música sin ninguna pista vocal. Además, en su raíz comparte con otra palabra menos común en el presente, aunque muy habitual en los años noventa donde abundaban las películas de “pata y puño”. Esa otra palabra es karateka que significa literalmente: “persona de mano vacía”. Karaoke es también una sonora palabra que describe su efecto poético: el de un lugar vacío, donde aparecen simples pistas musicales despojadas de sus voces principales que pueden ser completadas por una voz sustituta, que en muchos casos es la de cualquier feliz o triste aficionado.
Alejado un poco del concepto de los karaokes empresariales o los familiares, el de El Último Romántico es una puesta en escena teatral; cada detalle está pensado para que su evento sea una noche en homenaje al amor. En gran parte del show están insertado sketches humorísticos, que conduce el director de orquesta que le da curso a la música y selecciona a los cantantes en compañía de Lorena Zuluaga (Amores de arrabal) y Daniela Giraldo las productoras del evento que actúan como dos “bellas asistentes”.
El Último Romántico es uno de los tantos papeles de un dibujante de historietas de Medellín que con facilidad es presentador estrella en una noche, al estilo de Jimmy Salcedo, selector de vinilos en la siguiente o maestro de noches de mucha cumbia en otras. Este personaje, con muchos atributos y un aire estelar y melancólico, filtra canciones a tono en las pausas del karaoke, comenta con desparpajo lo que hacen los participantes, jugando, en algunas rutinas, a ser una versión suave del enigmático Chacal de la trompeta, ese particular verdugo que descartaba aspirantes a cantantes en el televisivo Show de Don Francisco, pero en su caso, sin ser tan mordaz, desliza algún chiste, subraya las presentaciones e incluso llena de humo el escenario cuando se ve seducido por alguna voz que lo conmueve. En todas estas encarnaciones ha tenido muchos nombres: ha sido el Señor Juanito, El Señor o Pablo Marín Ángel; pero en estas noches el protagonista es, simplemente, El Último Romántico.
En sus años en España, encontró el camino del karaoke cuando empezó a poner este tipo de música en bares de Madrid y Barcelona en un intento por llenar el vacío que le generaba no escuchar, como estaba acostumbrado, estas canciones de amor en emisoras de su ciudad. Esa fue su manera de aferrarse a la nostalgia, a esa ventana de recuerdos que carga a todo lado y con la que ahora hace su show. Lejos de su ciudad “Echaba de menos” dice, a esos sonidos que tanto abundan en Colombia, donde siempre está sintonizada una emisora como Bésame, o se escuchan baladas en cualquier viaje en taxi. A su regreso y sin desprenderse de ese aire melancólico con el que sobrevivió en España, retomó el camino e incursionó en las fiesta con música romántica que presentaba entre Medellín y Bogotá, hasta que hace unos años montó su karaoke especial que tiene sus mejores días en San Valentín, en las celebraciones de Amor y Amistad, y en otras ciudades como Cali donde desarrolló, gracias a una invitación, afiches de karaoke en el Taller gráfico La Linterna, tomando como base letras e imágenes de Raffaella Carrá y Leonardo Favio.
Fue el dueño de un bar en el puerto de Kobe, (en el oeste de Japón), un baterista profesional japonés llamado Daisouke Inoue, nacido en Osaka, quien inventó la primera máquina karaoke hace más de cuarenta años. El camino progresivo de Inoue empezó cuando tocaba compases particulares de piano llamados “snacks” y la batería en su bar como música de fondo para solistas, y luego, cuando lo invitaron a formar parte de un grupo de músicos viajeros, Inoue rechazó la invitación y envió una cinta con su música grabada para suplir su ausencia, el final de su ruta creativa sería el diseño, en 1971, del 8 JUKE: una caja musical, similar en forma y color a un acordeón, con micrófono, parlante y amplificador, y que con unas pocas monedas reproduciría la música que la gente quería cantar.
Inoue duplicó el diseño del 8 JUKE, con una primera serie de once unidades, que dos años después se multiplicaría a más 25.000 distribuidas por todo Japón. Como lo relató el creador Japonés en 2005, en una entrevista con Robert Scott Field para la revista Topic: “Después de los primeros once, el resto eran todos de color blanco puro y parecían juegos de video arcade. Primero fue Osaka donde se dio el primer boom del karaoke, luego fue las calles de Tokio, y pronto fue en todo el país, el continente, y finalmente el mundo se vio atrapado en la karaokemanía.”
La máquina de karaoke tal y como se conoce hoy en día no fue registrada por Inoue, quien nunca obtuvo una patente sobre el dispositivo, sino a nombre del empresario filipino Roberto del Rosario, quien patentó en 1975 el Karaoke Sing-Along System, popularizando el karaoke en Filipinas donde casi todos los hogares tienen una máquina de karaoke o un micrófono Magic Sing, un micrófono digital que convierte el televisor en una máquina de karaoke.
Fotografía por: La Linterna
Inoue, quien a pesar de la innovación técnica tampoco se adjudicó el origen del término, el cual surgió de forma accidental derivado de la respuesta que hizo un grupo de entretenimiento japonés después de que una orquesta se declarara en huelga, pero como la música seguía sonando en el escenario la frase que gritó alguien fue “Orquesta vacía”.
Para El Último Romántico “el karaoke es una fiesta donde la estrella eres tú” con esa frase de invitación arranca el show de un artista que ama el drama y el espectáculo, y eso es lo comparte con los participantes sin distinción de edad. “El mío es un evento que no está dirigido a un público especial. Al show asisten párvulos veinteañeros y adultos dorados sin ningún complejo. Hasta mi madre ha ido a varios”. Remarca con emoción mientras señala la esencia de su show “Quiero que los participantes se sientan como las estrellas del momento”. Es por eso que más allá de hacer un evento para cantar, su intención es hacer un “montaje dramático” que le de altura al show, algo que se ve en cada detalle de la velada y hasta la selección de sus trajes de luces y de colores a lo Marco Antonio Solís, a lo Jorge Barón, a lo Juan Gabriel.
Más allá del concepto de karaoke, aunque con ciertos contornos similares, la televisión ha sabido explotar la fascinación por lo émulos y la personificación de cantantes, como pasa en el popular formato de televisión Yo me llamo, la variante colombiana de los concursos creados alrededor de audiciones para imitadores de voces de música popular, sobre todo imitadores de cantantes de baladas. Salir y ser otro en el escenario es uno de esos encantos del karaoke, vivir por minutos, en un tiempo lento, creer que se es uno de esos seres excepcionales que revistieron de belleza escenarios por décadas, ser Yuri, Roberto Carlos, Amanda Miguel, Leo Dan, Rafaella Carrá, Miguel Gallardo, Sandro, Juan Gabriel, Camilo Sesto, Palito Ortega, José José, y tantas otras estrellas del espectáculo.
Esa es parte de la seducción de un karaoke como el de El Último Romántico, imaginar esa solemnidad, ese ímpetu mientras se agarra el micrófono, dejarse llevar por la música que sube y baja mientras la voz crece, sentir el cuerpo erotizado, creerse una vedette en las tablas, un ídolo, así sea por ese instante, y creer también que se está cantando en el Festival de San Remo, en el OTI, en Eurovisión, en Viña del Mar, que se está en otras décadas, que son los sesenta, setenta y ochenta, a la vez que se conjura con la música un pasado, un pasado romántico que se trae al presente, el de un amor al que se le rendía culto con esa pasión bañada de un erotismo sin medidas ni contenciones, un amor que con los ecos de ese pasado ya se advertía fluido y los roles se hacían difusos en las voces desgarradas y los cuerpos de esos cantantes que están en nuestra memoria sentimental.
Al final de la noche hay premios para el peor y mejor karaoke, aunque esta no es ni de lejos una competencia profesional, la premiación es otro de los juegos que le da otro color al show. De hecho no se premia a la mejor y la peor voz como tal, sino a quienes logren captar la magia del evento y logren enamorar al Último y a sus “bellas asistentes”. En esa parte, con los tragos encima y la serotonina en el ambiente, se revela una comunión en el escenario que se traslada entre el público que también canta, un público de amigos y amores que celebran abrazados, de la mano, buscando una respuesta emocional, al paso de la improvisación, las risas, haciendo un coro gigante que ahoga la orquesta vacía y se toma el lugar.
Fotografía por: Colectivo RGB
Al final para los ganadores y perdedores se entrega un premio especial: un peluche barato con la figura del emoticón de la caca al peor de la noche, y una corona plateada y un peluche de osito blanco abrazando un corazón rojo para el mejor, que el Último Romántico les entrega con un abrazo a la vez que pide los aplausos del público que estallan de emoción.
Una escena de película que siempre me emociona es una secuencia de Lost in Traslation, de Sofia Coppola –la escena se replica en muchos detalles en el video de Candy de Rosalía–: luego de una noche de correrías por Tokio, los “perdidos” y desilusionados Bob (Bill Murray) y Charlotte (Scarlett Johansson) terminan en un estrecho bar cantando karaoke junto a un grupo de amigos extraños; llega el final de la noche y el ascenso al clímax cuando Bob canta (What’s So Funny ’Bout) Peace, Love And Understanding de Elvis Costello; después, Charlotte con su peluca rosa le sigue con Brass in Pocket de The Pretenders, y cierra Bob con unas líneas de More Than This de Roxy Music, sellando el ocaso de una escena efímera de amor a través de las voces. Y eso es lo que pasa al final de los karaokes de El Último Romántico: la presencia de un instante de eternidad y belleza, las serenatas entre amigos, las voces acompañadas y luego el silencio prolongado, el vacío que declara su final, esa es la poética del show, lo que pasa en un kara okesutura: una actividad divertida en la que se dan la mano el amor, la amistad, la tristeza y la nostalgia.
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