La primera carrera de Nairo Quintana
Así fue el primer podio de un campeón que se formó lejos de los grandes patrocinadores.
l domingo 8 de diciembre de 2013, Rusbel Achagua caminaba desprevenido por una calle comercial de Arcabuco, su pueblo. En un café, varias personas clavaban los ojos en la pantalla de un televisor. En ella aparecía Nairo Quintana, el entonces subcampeón del Tour de Francia, quien respondía las preguntas de María Elvira Arango en el programa Los informantes, de Caracol Televisión. Achagua entró al lugar para ver la última parte de la entrevista, justo cuando la periodista preguntaba:
—¿Si tuviera que mencionar a una persona que ha estado detrás de todos estos éxitos, de su carrera, que le apostó a la bicicleta de Nairo, quién sería?
Quintana parece no pensar mucho la respuesta:
—Sí, en realidad, a quien le debo todo lo que tengo es a mi papá, a mi mamá, a mis hermanos y a Paola, mi novia… Ellos siempre estuvieron incondicionalmente apoyándome desde que comencé… Hay gente que dice: “Yo le di un café, yo le ayudé”; mil personas dicen que me han regalado bicicletas y que me han ayudado. Pero es todo falso. Hay otro que dice que porque una vez me entrevistó en una emisora de aquí de Tunja él fue el que me descubrió… Y todas esas son mentiras. Verdaderamente quien me apoyó fue mi padre…
Rusbel Achagua asimiló las palabras y salió del lugar. Al día siguiente, Arcabuco era un solo rumor. Muchos señalaban a las personas a quienes, según ellos, iban dirigidas las palabras de Nairo Quintana.
Diez años atrás, Achagua había sido designado director de deportes por el alcalde de Arcabuco. En poco tiempo diseñó varios programas de deporte; una modalidad ineludible para los boyacenses era el ciclismo. Cuando hizo la convocatoria, varios niños aparecieron en la sede, entre ellos uno que escribió en la planilla: Nairo Alexander Quintana Rojas.
Desde Tunja, la carretera es una línea irregular que atraviesa el horizonte de parcelas con arados y se interna en la montaña. En el descenso a Arcabuco, las orillas boscosas del camino albergan caspetes de los que cuelgan bolsas de peras, manzanas y ciruelas. No hace mucho tiempo, un niño menudo de tez morena, con un ojo apagado y la nariz como el pico de un cóndor, atendía a los compradores.
Luis Quintana era conocido en toda la región. Se le veía con su camión en Tunja, Moniquirá, Cómbita, Arcabuco. No sospechaba que su hijo podría llegar a ser uno de los mejores ciclistas del mundo, ni siquiera cuando lo veía cuesta arriba en la bicicleta todoterreno que le había regalado para que fuera al colegio. El niño recorría todos los días treinta y seis kilómetros, casi la mitad de ellos en ascenso. Según recuerda el propio Nairo, fue él mismo quien supo que tenía condiciones para el ciclismo cuando se le pegó a un grupo de corredores aficionados y logró llegar con el primero a la cima en el regreso a su casa.
Luis Quintana tiene en la memoria el día en que apoyó la cerveza junto a la de Héctor J. Perilla, antiguo ciclista del equipo Lotería de Boyacá, en el estadero Agua Baruna de Arcabuco. A la distancia apareció Nairo con su cicla. El excorredor le dijo a Quintana que ese muchacho que se veía a la distancia tenía porte de profesional. “Ese es hijo mío”, le respondió. Perilla insistió en que debía apoyar el talento de Nairo y fue entonces cuando los Quintana decidieron comprar la primera bicicleta de ruta.
Un jueves de 2004, Luis Quintana viajó a Tunja en compañía de Belarmino Rojas, Juan Guzmán (más conocido como Juan Pistolas) y su hijo Nairo. El objetivo era comprar una bicicleta y los trescientos setenta mil pesos que valía les parecieron justos para un pesado marco de acero. Celebraron la compra en la Plaza Real, donde Juan Pistolas retó a Quintana para que apostaran una carrera entre sus hijos. El hombre sacó doscientos mil pesos y los puso sobre la mesa. Nairo y su papá no tenían nada, acababan de gastarlo todo en la bicicleta, así que Belarmino Rojas sacó el dinero y se declaró el padrino ciclístico de Nairo.
El sábado siguiente, Nairo Quintana se disponía a correr la primera carrera de su vida. Estaba en el estadero Agua Baruna junto a John Pistolas, el hijo de Juan. El recorrido consistía en ir hasta el Alto del Sote, en un puerto de montaña que, en su trazo desde Moniquirá, se considera de primera categoría. Pistolas iba vestido de ciclista, Nairo llevaba una pantaloneta ancha, una camiseta, medias más arriba del talón y unos tenis comunes. Su papá dejó el camión lleno de frutas y verduras y se fue a seguir la carrera en el carro de Guzmán. Tenían que verificar la competencia.
Nairo arrancó como si se tratara de una cronoescalada. En pocos minutos abrió una distancia imposible de recortar y John Pistolas despareció de su vista. Cuando Nairo regresó a Agua Baruna, su contrincante se había retirado. Ese día, el pichón de ciclistas le devolvió a su padrino los doscientos mil pesos que había apostado y cobró una suma igual para él y su papá.
Poco tiempo después, Luis Quintana y Rusbel Achagua habían formado una dupla inseparable al lado de Nairo. El muchacho se había convertido en un pequeño espectáculo local. Corría en varias carreras de la zona y había llenado los flacos bolsillos de los apostadores de Arcabuco en la clásica carrera a La Cumbre, una especie de criterium que Achagua había diseñado para los muchachos del pueblo.
Él mismo había organizado una rifa para comprar una bicicleta mejor para Nairo. Era un marco azul con una leyenda amarilla que decía “Giant”, aunque el entonces entrenador no sabe si se trataba de un marco original o si era una simple marca pintada por el vendedor. Los cambios todavía se activaban desde el marco, como en la bicicleta Vitus en la que Lucho Herrera ganó la Vuelta a España en 1987, y cada parte de la máquina había sido conseguida con el esfuerzo de los entusiastas. En una fotografía fechada el 13 de noviembre de 2005, puede verse la bicicleta de Nairo junto a las máquinas de los otros compañeros de grupo. Más atrás, en el extremo izquierdo, Rusbel Achagua tiene una camisa amarilla y un cronómetro colgado del cuello. A su lado está el pequeño Nairo Quintana. Tiene los ojos achinados por una sonrisa y las manos apoyadas en sus muslos como si formara para una actividad colegial. En el centro de su camiseta, como en las de sus compañeros, se lee: “Alcaldía de Arcabuco, 2004-2007. ‘Por el municipio que todos queremos’”.
Ese mismo año, Nairo Quintana ganó una carrera que emocionó a todos. El día que lo visité, Achagua caminó hasta un rincón de una de las piezas de su casa y sacó varios casetes de video. Adelantó y rebobinó las cintas hasta encontrar el corte que buscaba. La pequeña pantalla de una filmadora que ha dejado de ser una novedad mostraba pavimento, una pierna, el piso del carro, arbustos, una montaña, movimientos bruscos, el cielo, un ciclista. Por fin aparece Nairo Quintana, un muñeco sacudido por el pulso maraquero del camarógrafo aficionado.
En la vía al Alto de Cucaita, Luis Quintana ubicó el carro junto al corredor para que Achagua filmara. En la cinta se oyen instrucciones, comentarios dispersos entre los dos pasajeros del Renault 4 de los Quintana. Achagua dijo que le dio las coordenadas para el ataque, pero Nairo respondió que él tenía claro dónde debía hacerlo . “Don Rusbel, si ve que me estoy quedando, quítese la correa y me da con ella”, dijo antes de emprender la fuga.
En el video se ve el momento en que Nairo recorre las calles de Tunja mientras se acerca a la meta. Ninguno de los corredores amenaza con quitarle la victoria. Llegó solo, escapado, insensible, brutal en la victoria. Las fotos que tiene Achagua muestran el instante en que Nairo se acomoda la camiseta rosada que lo corona como campeón juvenil. También aparece vistiendo una de pepas rojas, como la del Tour, que lo ratificaba campeón de la montaña.
Rusbel Achagua no tenía muchos ánimos para celebrar su cumpleaños en julio de 2014. Entró a su casa en un barrio nuevo de Arcabuco y se botó sobre el sofá cuando sonó el teléfono. Era Cayetano Sarmiento, corredor del equipo italiano Liquigas-Cannondale, otro paisano que hacía su pretemporada en Boyacá. Sarmiento también hizo parte del grupo de niños que empezaron en el ciclismo por cuenta del entusiasmo de Achagua.
El ciclista quería invitar a su antiguo entrenador a la casa de sus papás. Achagua se duchó y salió con su mujer y su hijo. En casa de los Sarmiento, los anfitriones se mostraron felices de verlo. Todavía no se habían sentado cuando un hombre salió de algún rincón. Era Nairo Quintana. El campeón del Giro de Italia traía extendida la primera camiseta rosada que se puso en la competencia italiana. Una nota atravesaba la tela: “Para mi gran amigo Rusbel, por su inmensa ayuda en el comienzo de mi carrera deportiva. Con mucho agradecimiento”. A un costado, la firma del campeón.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario