Rompecabezas: El beso de Klimt está incompleto
La diversión no siempre proviene de experiencias excitantes, a veces puede tratarse de un proceso paciente o del placer meticuloso de poner las cosas en su lugar. Para la familia de la autora, armar rompecabezas no solo es una forma de matar el tiempo, sino un esfuerzo por mantener la unidad. Primera entrega de nuestra serie dedicada a la historia, diseño y evolución de los juegos de mesa.
unca encontramos la ficha de la esquina inferior derecha, y aunque hemos sufrido peores pérdidas, es imposible ignorar el hueco.
La frustración de no poder terminar el rompecabezas condenó a El beso a permanecer en el limbo: mi mamá pegó el rompecabezas mutilado, de modo que ya no se puede desarmar, pero no se ha decidido a enmarcarlo y a darle el lugar que otros rompecabezas ocupan en nuestra casa.
Mi mamá empezó a armar rompecabezas con sus hermanos, cuando eran niños. Luego los armó sola, y ahora, conmigo. Nuestro proceso es bastante sencillo y armónico: primero separamos las fichas que van en los bordes, luego separamos las demás por color/textura y empezamos a armar (bordes primero). El único aspecto en el que diferimos es en lo que ocurre después de terminar el rompecabezas: aunque yo preferiría desarmarlos para tener algo que hacer durante el resto de la cuarentena, su norma es pegar los rompecabezas, enmarcarlos y exhibirlos según su grado de belleza. Así, Los girasoles de Van Gogh cuelgan en la sala, con un lindo marco de madera, y una escena del cómic Astérix, con marco metálico, detrás de una puerta. El beso merecía estar en la sala también, pero ahora reposa, sin marco, sobre un archivador.
Como son una actividad maravillosa para pasar el rato, y todavía tenemos un rato larguísimo que pasar, la gente está comprando rompecabezas y los periodistas están escribiendo sobre ello. Eso estoy haciendo yo, y eso hicieron ya otros medios como el New York Times, que visitó la fábrica de Ravensburger para contar cómo hacen los rompecabezas “que ahora tanto te gustan”.
Siempre me han gustado, pero no se me había ocurrido que para que cada pieza encaje en su lugar, es necesario que todas tengan formas distintas. Las formas se dibujan a mano, para las 500, 1000, 1500, 4000, 40.320 fichas y luego se cortan con un molde que toma hasta 4 semanas en estar listo. Con ese conocimiento, no puedo evitar juzgar el único rompecabezas que tenemos ahora: al parecer el que dibujó la forma de estas fichas fue perezoso y me ha hecho creer que algunas están bien puestas cuando en realidad no lo están. No ayuda que sea la réplica de un cuadro lleno de detalles minúsculos y a la vez amplias zonas donde no pasa nada, y que yo solo permita que trabajemos en él cuando mi trabajo real termina y el sol ya está empezando a bajar.
Ese y todos los rompecabezas que he armado tienen fichas más o menos cuadradas con cabezas redondas (¿puntas? ¿pomos? ¿bolitas?) y huecos para encajar las cabezas redondas de otras fichas. La forma esencial, quizá por el balance que logra en la distribución simétrica de todos sus componentes, es cabeza-hueco-cabeza-hueco.
Luego están:
cabeza-cabeza-cabeza-cabeza
cabeza-cabeza-cabeza-hueco
cabeza-cabeza-hueco-hueco
cabeza-hueco-hueco-hueco
hueco-hueco-hueco-hueco
Y las de los bordes:
hueco-hueco-hueco-borde
hueco-hueco-cabeza-borde
hueco-cabeza-cabeza-borde
cabeza-cabeza-cabeza-borde
borde-borde-cabeza-cabeza
borde-borde-hueco-hueco
borde-borde-hueco-cabeza
Intuyo que el diseño de estas fichas responde a la eficiencia en la producción: juntas, todas forman una especie de cuadrícula con líneas más o menos rectas que disminuyen la cantidad de dobleces o curvas que requiere el molde que corta las fichas. Pero no todos son así. Entre los que mi mamá tiene arrinconados en el cuarto de los chécheres hay uno donde las fichas parecen haberse derretido: las formas son mucho más curvas, no hay pistas de una cuadrícula, e ignorando el hermoso patrón de gatos que exhibe ese particular rompecabezas, imagino que debió haber sido muy difícil y entretenido armarlo.
Los primeros rompecabezas que se fabricaron también tenían formas irregulares. Eran mapas impresos sobre madera y cortados a mano, fabricados con la intención de enseñar geografía a los niños aristócratas del siglo XVIII. Su tránsito de material educativo a didáctico llegó con las sierras a pedal, los troqueles e insumos más económicos como el cartón, y se disparó con la Gran Depresión en 1929. Sobre esto último, Anne D. Williams, economista y autora del libro The Jigsaw Puzzle: Piecing Together a History, escribió: “los rompecabezas parecían resonar, ofreciendo un escape de los tiempos difíciles, así como una oportunidad para tener éxito de una manera modesta. Completar un rompecabezas daba una sensación de logro que era difícil de alcanzar cuando la tasa de desempleo subía por encima del 25 por ciento”.
Ahora que muchos estamos en nuestras casas con posibilidades limitadas de salir –y que la tasa de desempleo sube y sube y sube–, los rompecabezas resuenan de nuevo y vuelven a servirnos para tolerar algo más que el encierro. En tiempos como estos, los rompecabezas sirven para sentir que todo está en su lugar. Como una cocina recién organizada, un flequillo bien cortado o un cajón de medias bien emparejadas. La sensación de que todo es como debería ser.
Como quienes vivieron la crisis del 29, mi mamá ve en los rompecabezas una oportunidad para el gusto y la satisfacción que produce empezar y terminar algo. Todavía los pega, como diciéndole al mundo, al virus y a mí, que luego vendrá otro. Que no importa cuándo ni cómo será ese “luego”, ni cómo ni cuándo conseguiremos el próximo rompecabezas.
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