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Tim Jacobus

Tim Jacobus y los treinta años de Escalofríos

Hace treinta años Tim Jacobus fue comisionado para diseñar la primera portada de Escalofríos. Ese trabajo lo convertiría en leyenda.  

Durante años la serie de Escalofríos del escritor R.L. Stine fue un fenómeno editorial que preparó al mundo para la llegada de Harry Potter y otras sagas fantásticas con importantes adaptaciones en el mundo del cine y la televisión. 

Cuando al ilustrador Tim Jacobus le comisionaron la primera portada de la serie editorial, aún era incierto qué pasaría con estas historias. Más de sesenta ilustraciones después, las portadas de Jacobus se han convertido en una parte central de la cultura pop: sus diseños coloridos y llenos de elementos caricaturescos resultaron atractivos para jóvenes lectores en todas partes del mundo. El juego con la perspectiva, la reinvención de objetos y criaturas cotidianas para convertirlos en aberraciones y, sobre todo, una regla autoimpuesta de no utilizar sangre roja en ninguno de sus trabajos, le permitió a Jacobus crear un universo visual del que han bebido como fuente de inspiración todos quienes lo sucedieron. 

Desde un sótano modesto en su hogar de Nueva Jersey, que funge como un estudio en el que ahora ilustra con medios digitales sobre bocetos en lápiz, el ilustrador conversó con Bacánika sobre la trascendencia de su arte y la serie de Escalofríos treinta años después. Quienes leímos los libros podremos haber olvidado las historias. Pero estas imágenes nos acompañarán toda la vida.

Comencemos hablando de tu educación y cómo terminaste trabajando la ilustración.

Crecí en una casa en la que mi padre sabía cómo dibujar y era algo que hacíamos como por diversión. Nunca pensé que podría ser una carrera. Mi padre nació en 1926, estuvo en la Segunda Guerra Mundial, así es que tenía esta idea de que hacías cuanto fuera necesario para sobrevivir. Trabajabas para una compañía y crecías allí. La idea de ser un ilustrador que hace libros era impensable. Se dio lentamente con los años, se manifestó. Fue cuando estaba en el bachillerato que conocí a un par de profesores que me guiaron en esta dirección. Luego llegué a la Escuela de Arte y me empezaron a enseñar a ver el arte como un posible negocio. Allí se disparó todo. 

¿Cómo terminaste trabajando en las portadas de libros? ¿Era algo que te interesaba personalmente o se dio por azar?

Estaba apuntando directamente a eso. Usualmente trabajas de manera escalonada: comienzas en un periódico, luego vas a una revista y vas llegando a la cima. Sin saber cómo hacerlo mejor, lo que de hecho funcionó a favor mío, decidí ir a las casas editoriales directamente. Cuando estaba en la Escuela de Arte tuve un profesor que era ilustrador de libros, así que le preguntaba cosas muy concretas. Mi casa queda como a 70 kilómetros de Nueva York y en Nueva York hay muchas editoriales. Así que me fue más fácil establecer contacto con ellas, solo por mi locación. Tienes que recordar que esto era hacia la mitad de los ochenta: no hay Internet, no hay correo electrónico. Ibas a la ciudad, entrabas en los edificios y dejabas tu portafolio. Matabas un poco el tiempo y luego recogías tus dibujos, esperando que con suerte alguien los hubiera visto. Y luego te ibas al siguiente lugar. Era un trabajo muy intenso y pasabas mucho tiempo dando vueltas en la ciudad. Ahora, cuando pienso en eso, ya no parece terrible. Tuve suerte en algunos lugares y me demoré como tres años en ilustrar mi primera portada para una edición de bolsillo. Cuando ya tienes una portada es mucho más fácil que lleguen otras. La más difícil es la primera portada. Nadie te quiere dar un trabajo si no tienes nada que mostrar. Y no puedes mostrar nada si nadie te da trabajo. 

Culturalmente, la gente tiende a ver la ilustración como un arte menor. ¿Cómo piensas en la ilustración hoy día?

Estudié en el Spectrum Institute for Advertising Arts y cada maestro tenía que tener su trabajo como artista. No podías ir a la escuela y después volver allí para dar clases. Querían personas que estuvieran activos en el negocio y nos dijeron desde el principio: “la ilustración comercial ha sido menospreciada durante años, pero ese es un título engañoso: el arte que ustedes hacen es igual de bueno o mejor que cualquier otro, solo ha sido etiquetado mal”. Estudiamos a algunos de los ilustradores clásicos y fuimos a un lugar llamado el Brandywine River Museum of Art en Pensilvania para entender. Rápidamente superamos eso y entendimos que lo que estábamos haciendo era arte. Lo veo de la misma manera ahora. Creo que la gente ha abierto la mente, hay menos esnobismo y pueden ver cuando algo es bueno. Solo porque tiene una clasificación, no deja de ser bueno.

Bueno, y ¿cómo terminaste trabajando en la serie de Escalofríos? 

Empecé a lograr una serie de libros y terminé en Scholastic Kids, la casa editorial de la serie. Había trabajado allí un par de años para hacer portadas únicas, nada en una serie. Me sentía cómodo trabajando con el grupo de directores de arte. Y no es que estuviera haciendo cientos de ilustraciones: se trataba de un par de portadas de vez en cuando. Les había demostrado que era responsable. Cuando haces ilustraciones de libros, además de la calidad, ser diligente, puntual y consistente es igual de importante que ser bueno en tu arte. Les había demostrado que se podía trabajar conmigo. Creo que eso tuvo que ver cuando apareció la oportunidad de trabajar en Escalofríos. No tenía nada marchando, acababa de terminar un par de portadas y cuando esto apareció tuve un poco de suerte y me llamaron. 

Cuéntame un poco de la técnica de ilustración que utilizaste, ya que me dijiste que ahora todo se hace de manera digital. 

Antes eso no se veía tanto. Quizás si trabajabas en una gran editorial o en una compañía de cine tenías acceso a algún tipo de tecnología. Pero la idea de que pudieras tener una computadora en tu casa y hacer arte desde allí era una locura. La escuela a la que fui era muy tradicional y nos enseñaron todo tipo de técnicas: acuarelas, pasteles, óleos, dibujo a mano alzada. Mi estilo empezó a evolucionar. Me gustaba el óleo y toda su riqueza de colores, pero no me gustaba que se demoraba mucho en secar. A veces ni siquiera secaba y podías dañar la pintura si no tenías cuidado. Cuando empecé a trabajar con acrílicos era todo lo contrario, se asentaban muy rápido. Sabía que ese era el camino. Porque la belleza del acrílico es que podías equivocarte y corregir. Podías seguir trabajando si cometías un error. También usaba un aerógrafo. Era una técnica popular en los setenta y ochenta. Empecé pintando coches y tanques de gasolina de motocicletas. Y cuando le cogí el tiro y me di cuenta de que no era solo para esos diseños, empecé a combinarlo con los acrílicos. Utilizaba el aerógrafo como herramienta de mezcla. Era un veinte por ciento de aerógrafo. 

La portada de Welcome to Dead House fue la primera portada que hiciste para la serie. ¿Fue la más difícil?

Lo interesante es que cuando Escalofríos empezó nadie sabía qué iba a pasar con eso. No es que hubiera mucha emoción, por el contrario, tenían miedo de que no le fuera a ir bien. A un colega y a mí nos pidieron que hiciéramos las dos primeras portadas. Cuando hice esa portada no sabía si sería la única. Me hicieron entender que serían solo un par de libros. Como si no fuera a ser lo que terminó siendo. En ese sentido, no hubo una presión extra. No hubo drama. En ese momento estaba usando colores más ricos y, cuando me llegó el libro, había estado trabajando en otra serie que tenía mucha arquitectura. Era una serie de misterio y procuré que fuera dramático. Utilicé un poco estos trucos para la primera portada de Escalofríos: la vista del ojo de gusano, los escalones rotos con la puerta abierta, una luz encendida. Lo había hecho antes y sabía que funcionaría.  

Personalmente, el muñeco de ventrílocuo fue la criatura que más me asustaba de niño. ¿Tienes un monstruo favorito?

Para empezar, un muñeco de ventrílocuo ya es aterrador. No tienes que hacer mucho, ellos ya saben cómo dejarte helado. Eso fue lo divertido de hacer Escalofríos: siempre que me avisaban de una nueva portada, sabía que habría un nuevo monstruo, una nueva locación. Siempre era emocionante trabajar con las creaciones de R.L. Siempre me gustaron las criaturas que normalmente no eran criaturas y que, con un giro mío, se convertían en algo aterrador. Monster Blood II tiene a un hámster fuera de control, Bad Hair Day podría tener a un lindo conejito, pero no. Esas transiciones eran lo que más me gustaba, el tomar algo que todos conocían y amaban y darle una vuelta completa. 

Y, con relación al estilo de R.L. Stine, ¿cómo encuentras el balance entre lo miedoso y lo caricaturesco?

Mi arte ya tenía un toque caricaturesco desde antes. Es mi tendencia natural. Antes de la serie hice muchos libros y tenía que luchar contra lo caricaturesco, para que fuera más realista. Cuando Escalofríos salió, me dio la oportunidad de relajarme un poco. También creo que te permite ser más creativo cuando te permites ser divertido, puedes hacer cosas más locas. Si fuera totalmente realista, quedarías atrapado. 

En mi colegio, los libros de Escalofríos estaban prohibidos. ¿Cómo fue la recepción de los padres en Estados Unidos?

Al principio nadie se dio cuenta de que existíamos. Escalofríos empezó muy lentamente y se habló de cancelar la serie si las ventas no subían. Creo que fue alrededor del libro nueve que empezó a coger vuelo. Muy poco tiempo después, a principios de los noventa, hubo una mala prensa cuando se pensó que los libros eran satánicos o demoníacos. Alguien dijo esa estupidez y la gente enloqueció. Por suerte, alguien en el Departamento de Educación o alguien prominente leyó un par de libros y concluyó que toda esa polémica era una tontería. Fue algo que llamó la atención. Al principio fue malo, pero pronto se agotó el momentum estúpido. Nos ayudó, de hecho, a ser más populares. Cuando te dicen que no puedes tener algo, más lo quieres. Fue al mismo tiempo de los stickers de Parental Advisory. Una vez que empezaron con los álbumes buscaron ponerle etiquetas a todo.

Pero, ¿hubo alguna historia en particular que no te pareciera apropiada para niños?

No. R.L. sabía muy bien dónde dibujar la línea. Solía escribir para jóvenes un poco mayores y conocía los parámetros, al igual que yo. Nunca hubo un decreto de “esto es lo que puedes hacer para una portada de Escalofríos”, pero sabía qué podía y qué no podía mostrar en una portada. No creo que hayamos nunca cruzado la línea. Lo hubieras sabido si hubieran llegado padres protestando porque sus hijos no podían dormir. 

¿Qué me dices de ese viejo adagio de “Nunca juzgues a un libro por su portada”?

Espero que lo hagan con los míos [risas]. Espero que piensen que hay una gran historia ahí cuando los vean. Cuando hago una portada mi meta es que sea tan atractiva que tienes que tomar el libro solo para verla más de cerca. Si puedo lograr que lo agarres, te atrapé. Es el equivalente de la pesca. Así sé que hice la tarea. El niño se lleva el libro a casa y lo lee. Ya depende de R.L. engancharlo para que lea el próximo. 

¿Y cómo trabajabas con Stine?

Pensarías que los artistas y los escritores discuten mucho lo que van a hacer, que habría mucha comunicación. Realmente así no funciona el negocio. Los autores trabajan con los editores y los artistas con los directores de arte. Hicimos Escalofríos durante un par de años antes de que siquiera le pudiera dar la mano. Al principio, con Welcome to Dead House fue lo más cercano que tuve de un manuscrito completo. Conforme avanzábamos me dieron menos insumos. Hasta el punto en que a veces solo me decían un par de cosas sobre la trama. Pero ambos estábamos cómodos con el otro y yo prefería menos información para no limitarme. Me ayudaba mucho que ambos trabajáramos tan rápido como podíamos para mantener el ritmo de un libro al mes. 

Y para la adaptación para la televisión, ¿te consultaron algo?

No realmente. Creo que la mayor parte de la producción se llevó a cabo en Canadá, por lo que estaban haciendo sus propias cosas. Tenían un presupuesto muy ajustado y, al igual que nosotros, trabajaban duro y rápido. Muchas veces, lo que era divertido para mí era ver cómo traducían lo que yo había hecho. Yo sabía que lo que había dibujado era imposible de adaptar a menos de que tuvieras un presupuesto multimillonario, por lo que amaba ver qué se inventaban para producirlo. Era su propia visión de la historia. Y eso era genial. 

Después de Harry Potter, Escalofríos es la saga mejor vendida en la historia de los libros. ¿Todavía te emociona? ¿Cómo ha envejecido ese trabajo?

Pienso que en ese momento estaba haciendo lo mejor que podía. Estoy muy orgulloso. Siempre lo estuve. Lo divertido ahora es que han pasado treinta años y seguimos hablando de eso. Eso es algo que no pensé que pasaría. Hice muchas portadas y a nadie le importan. Están en un ático recogiendo polvo y nadie sabe nada de ellas. Están igual muy bien como productos artísticos. Al principio, cuando las hice, hablaba con los niños, chicos de diez años a los que les gustaba mi arte. Ahora hablo con adultos. Tengo fanáticos de 45 años. Eso es fascinante. Nunca dejé de divertirme con la serie. Quiero decir, amo mi trabajo reciente, pero no espero que la gente se emocione tanto con eso como yo. Para mí es suficiente con que satisfaga lo que yo quiero hacer en este momento. A pesar de seguir trabajando con comisiones, me sigue emocionando lo que consigo. 

Para cerrar, ya que la escuela a la que fuiste tenía un foco importante en el lado comercial del arte, ¿tienes un consejo para alguien que esté terminando la carrera, más allá de “sigue tus sueños”?

Creo que, desafortunadamente, no puedo ofrecer algo muy específico porque cuando empecé a trabajar el mundo era un lugar distinto. Todo sucedía en el espacio físico. Todo era cara a cara. Ahora todo es digital y funciona para ambos lados. Es genial que puedas presentar tu arte desde tu casa. Tengo portadas que hice para libros que sé que las vieron unas 100 o 1.000 personas. Ahora, cada vez que termino una ilustración y la subo a redes sociales, la ven 2.000 personas en un par de horas. Eso se demoraba una década. Esa es la verdadera ventaja de alguien que se acaba de graduar hoy: puedes tener muchos ojos encima. Si estás haciendo algo un poco distinto, la gente lo va a notar. El otro lado es que hay muchas personas mostrándose. Hay un volumen alto. Cuando estás creando es importante que otras personas lo vean. Estoy tratando de no decir “sigue tus sueños” [risas]. Pero sí, haz lo que te llame la atención. Trata de no seguir la corriente o lo que está de moda. Quédate con lo que te gusta porque, si pretendes que algo te gusta y eso pega, cuando en realidad no te gusta, estás obligado a seguir ahí. No caigas en la trampa de seguir la tendencia. También, cuando estés creando, no pienses en tu arte como algo que proviene de la inspiración. Piensa que es tu trabajo: tienes que sacarle tiempo todos los días. Lo tienes que hacer incluso cuando no quieras. Esa es la mejor práctica. Piensa que estás en el gimnasio. Solo así vas a mejorar. Los días en los que no estoy emocionado por trabajar son los mejores. Cuando los superas, a pesar de que no quieres estar ahí, te das cuenta de que puedes hacerlo. Generalmente, después de ellos, es que logro concretar mis ideas, es cuando algo hace clic y todo fluye.

Imágenes: Tim Jacobus

Ignacio Mayorga Alzate

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

Literato e historiador del arte, selector de vinilos y periodista cultural. Aprendió a leer en silencio para que no se lo llevara el Diablo. Fanático de lo periférico, lo terrorífico y lo sangriento. Escribe frases largas y párrafos extensos. No muestra su rostro en video.

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