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La cuerda floja de Víctor Gaviria

La cuerda floja de Víctor Gaviria

 

Entrevistamos a uno de los directores colombianos más importantes de la historia y hablamos sobre cine, poesía y realismo.

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n la sala de su apartamento en Medellín, Víctor Gaviria habla de su compromiso por la difusión del cine más cercano a nuestras raíces, que ahora promueve desde la dirección de la Corporación Antioquia Audiovisual. Sobre la mesa de centro, coronando una pila de libros, hay una bella edición conmemorativa de los 125 años de la publicación de Simón el mago, de Tomás Carrasquilla, ilustrada por Carlos Díez. El mismo cuento sobre el que Víctor realizó una película hace más de veinte años, que ahonda en su interés por descifrar el ser antioqueño a partir de reinterpretar su costumbrismo.

Es un soleado domingo a media mañana y la urbanización parece que apenas se despertara. Víctor luce su bigote canoso bien cortado y la cara recién afeitada. Afable y risueño, le muestra al fotógrafo Juan Fernando Ospina un cuadro con el primer afiche de su película Sumas y restas, que cuelga encima de un marco que conduce a las habitaciones. Juan Fernando, que está en el apartamento para retratar a Víctor, fue el autor del afiche: una cruz hecha con dos balas de fusil y dos rayas de perico. La imagen nunca salió a la luz pública. 

La pared del lado está llena de cuadros con afiches de las películas de Víctor, de Rodrigo DLa vendedora de rosas, y de premios y reconocimientos. Un lugar para proteger su ego, “porque a veces lo ven a uno pensativo, mirando para el techo, tomándose un tinto, y creen que uno no está haciendo nada”, dice Víctor. “Pero, ¿vos sí crees que alguna vez has fracasado con tus películas?”, le pregunta Juan Fernando, y yo enciendo la grabadora. “Ahora que salga La mujer del animal nos vamos a enfrentar a qué número de espectadores van ir”, dice Víctor. Y aquí comienza esta entrevista. 

Pero si mirás hacia atrás, ¿creés que has fracasado?

¡Ja ja ja ja! A veces en las expectativas económicas y en las deudas. La gente me pregunta por qué me demoré tanto en sacar una nueva película, pero es que con Sumas y restas nos quebramos. La Ducha Fría, nuestra productora, quedó debiendo mucha plata. Al final todos firmaron una carta aceptando que les pagáramos con la taquilla, y la taquilla fueron 250.000 espectadores, que comparado con los números de ahora fue un éxito total. Por ejemplo Pariente, que es una muy buena película, acaba de tener 7.000 espectadores. Nosotros hicimos 250.000 pero no alcanzó. Necesitábamos unos 500.000. Pagamos los proveedores, pero a la gente que trabajó en la película no le pudimos pagar. Tuvieron que renunciar. Y la película se la tuve que entregar al productor.

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Además de las deudas, ¿qué otras consecuencias ha tenido tu forma de hacer cine?

El fracaso económico de Sumas y restas me impidió seguir siendo productor y tener el control de la película, algo fundamental porque mis películas no son convencionales, el trabajo con actores naturales tiene unos procesos de preproducción larguísimos. Luego cuando entran a actuar manejamos una incertidumbre muy grande, porque no sabés cómo van a quedar en la película, no se han formado. Sabés que tenés que hacerlos representar cosas que querés que estén, pero son unas verdades que están muy adentro de la subjetividad del actor y, por lo tanto, uno no sabe cuándo va a poder trasladarlas a la película. 

El 18 de noviembre, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Colombia, en la ceremonia de entrega de los Premios Macondo 2016, te va a otorgar el Premio a Toda una Vida. ¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje en casi cuarenta años de hacer películas?

He tenido la fortuna inmensa de trabajar con actores naturales, que me han abierto muchas puertas de conocimiento. Obviamente las películas se hacen con una carga alta de incertidumbre, que las hacen más cercanas al arte circense que al arte cinematográfico, porque está uno sobre una cuerda floja todo el tiempo. Pero creo que he logrado llevarlas hasta el otro lado, porque han salido películas de ese camino. El hecho de conocer a tanta gente extraordinaria es una gran fortuna.

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En esta última película, La mujer del animal, que ya ha pasado por varios festivales, ¿qué sensación tenés de la recepción del público?

Tenía mucho miedo de que la película produjera rechazo, porque hay una cascada de secuencias de maltrato y lo que le pasa a la protagonista es cada vez peor. Los primeros cortes que hicimos eran insoportables para algunas personas que los vieron. En la edición quitamos escenas muy violentas que a mí me atraían porque le daban a la película una especie de carácter maldito. Era, sin querer compararme y sin llegar a esas dimensiones, algo como Las 120 jornadas de Sodoma, de Pasolini, aunque esa película es absolutamente maldita. Después de la edición, la gente empezó a encontrarla soportable. En la premier en el Festival de Toronto vi una película con muy buena mezcla, una fotografía cuidada, que lograba algo. Los colombianos que había allá, que al principio me dijeron que yo por qué hacía películas tan fuertes, al final no criticaron. Les asombraron los actores, el lugar, una historia verdadera. Pero además, me di cuenta de que hablar de la violencia de género no es criticable como tema. Porque existe y tenés que denunciarla. No podés esconderla por guardar las apariencias de un lugar, porque eso es lo que hemos hecho y eso ha ayudado a que se propague y a que haya un pacto secreto entre los hombres de no hablar de ella, pese a que sabemos que la ejercemos todo el tiempo, psicológica y físicamente. Puede que el espectador pase por momentos en los que sienta malestar, pero el balance final es que la película es seria, no está fascinada con el animal, el punto de vista es desde la mujer, en defensa de ella, está decididamente hecha para denunciar a ese animal que le ha robado la libertad y la vida a muchas mujeres.

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Mercedes Gaviria, tu hija, participó en la película como primera asistente de dirección. Como mujer joven, ¿qué sintió cuando la vio?

A ella le parecía increíble que la hubiéramos terminado. La experiencia fue muy dura. Fue muy tremendo convivir con tantas éticas, por decirlo de alguna manera. La ética de la droga, de la prostitución, ver personas inmersas en unos ciclos de exclusión, en la ilegalidad, la pobreza misma, todo eso la conmocionó y luego del rodaje terminó en crisis. A ella le voy a dar el legado de lo que yo pienso que es el cine, no para que ella haga ese tipo de cine ni mucho menos, sino para que lo conozca y sepa de qué se trata. Ella vio de dónde salieron las historias, el proceso de escritura, mi defensa del relato real, la no intromisión de mis ideas y subjetividad en esa realidad, el respeto absoluto por las voces de la realidad, mi locura por hacer que esas voces lleguen lo más intactas posible al público a través de los actores naturales, ese casting colosal, enorme, con tantos personajes de la vida real, de otros mundos, de otras éticas y otras realidades, de mi participación allí a través de la amistad y del respeto por esas personas. Ella me decía: “Cada día de rodaje sentíamos que no ibas a poder tejer ese manto de voces”. La realidad atentaba contra esa costura, la incertidumbre nos hacía pensar a todos que estábamos fracasando todos los días.

Mónica es una víctima en La vendedora de rosas; Rodrigo es una víctima en Rodrigo D. No futuro, Santiago es una víctima en Sumas y restas. ¿Podríamos decir que tu obra ha estado de parte de las víctimas?

En un principio no eran tanto sobre víctimas, porque hice películas tratando de descifrar el ser antioqueño, como Que pase el aserradorLos músicosSimón el mago, con ese interés por entender esa cultura nuestra que está hecha de unas cotidianidades que uno ama y que uno quiere reconstruir con el arte. Pero desde Rodrigo D., claro, cuando veo a esa juventud excluida de esa manera tan brutal, que está conviviendo en unos caminos que no los llevan sino a matarse, a matar, a robar… ¿Sabés? No están muy lejos esas primeras películas de las otras, de las que vinieron después de Rodrigo D., porque la cultura paisa es muy cercana a la ilegalidad: el aserrador es un tipo que entra a la finca mintiendo, todos esos muchachos son aserradores, salen de la casa con la emoción de actuar y de mentir, saben íntimamente que no tienen nada, que no tienen a nadie que los ayude, y el narcotráfico llega a darles el espaldarazo, esos patrones se convierten en sus padres y les proponen y les prometen unas salidas también a través de la mentira… Esa búsqueda de la antioqueñidad, a través de los cuentos, y el tomar partido por unas víctimas y darnos cuenta de que la violencia era un intento de expresarse en contra de esa exclusión bárbara están pegadas. Mis películas han sido una búsqueda de ese diálogo con la exclusión y, sobre todo, de mostrar toda esa humanidad que hay detrás, que simplemente es estigmatizada. Cuando hice La mujer del animal, en los barrios veía a esos muchachos y adultos apesadumbrados, porque han tenido que vivir tantos años con el señalamiento y la estigmatización.

Al costumbrismo, que es uno de los pilares de tu inspiración, se le une la poesía. ¿Cómo encontrás la poesía en tus películas?

Me resulta difícil decir algo cuando pienso en la relación de la poesía y el cine, yo sé que está ahí, muchas veces las escenas están guiadas por rasgos poéticos, que cumplen un papel dentro del relato, pero que al mismo tiempo siento que son poesía; por ejemplo en Rodrigo D, sobre todo se siente en el guion, en esa primera secuencia cuando Rodrigo llega a una obra a buscar un maletín que dejó porque no había vuelto, es el final de la tarde en una construcción que está sola, en la que quedan las huellas del ajetreo del día, con las herramientas por ahí puestas, los vidrios con la X de cal, está a punto de ser habitada pero todavía no, está todo a punto de empezar a existir. Eso para mí es poesía. Y luego Rodrigo se encuentra con un obrero que se está peinando enfrente de una caneca de agua y le pregunta por qué no había vuelto. “No, es que tengo unos dolores de cabeza de aquí a aquí”, le dice Rodrigo. “Póngale ánimo”, le dice el compañero. “Eso no es de ánimo”, le responde Rodrigo. Todo eso es poesía para mí. En la secuencia siguiente Rodrigo va por un callejón oscuro y se le aparece un man y le ofrece unos casetes de vieja guardia y de punk y Rodrigo le dice que la vieja guardia no le gusta porque ya pasó y que los de punk él los tiene grabados. Y llegan a una tienda y el man pide dos cigarrillos y ve una moto. “Mirá esa moto ahí botada, sopas”, le dice a Rodrigo. “Botado estás vos, estoy yo, estamos todos”, responde Rodrigo. Esas palabras, botaosopas, para mí son poesía. 

En La mujer del animal está presente todo el tiempo. El animal confina a la protagonista en un ranchito perdido en la montaña y le dice que no puede salir porque si lo hace la mata y mata a su hermana. Ella está ahí y lo primero que hace es limpiar el ranchito y tiene unas cobijas viejas en un costal que ha llevado y las pone en un lugarcito y se acuesta. Eso es poesía, pequeños rasgos que van acentuándose y que van guiando al espectador sobre lo que está pasando, porque el animal la quiere llevar a perder todos los rasgos de humanidad, pero ella no se deja y va a buscar unas tacitas para servirse aguapanela y encuentra un cuaderno y lo abre y recuerda que puede escribir y se pone a escribir: “yo qué estoy pagando, Señor, perdóname, escúchame”. Son momentos de poesía tremendos.

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¿Son esos actores naturales, su polifonía, los que te dan la verdad que estás buscando?

Me imagino que todos los cineastas, los que trabajan más formalmente con actores profesionales, también están buscando una verdad, pero a mí los actores naturales me han arrojado a una verdad social y me han hecho sumergirme en la cultura nuestra.

Pensando en un país en posconflicto, ¿qué historias creés que se van a contar en el futuro próximo?

Me imagino que todos los artistas se van a sentir comprometidos con escuchar a las víctimas, sobre todo porque hay muchas regiones victimizadas en el campo, en los barrios, donde ocurrieron cosas muy fuertes, que pasaron desapercibidas, pero que destruyeron la vida de mucha gente; cuando se disputaron el territorio y se mataron, donde la comunidad padeció, mataron niños, mujeres robadas, violadas, confinadas, estoy seguro de que los cineastas se van a ver en la obligación de escuchar a esas víctimas y hacer esos relatos para que exista eso que se llama la verdad. Porque en un proceso político como el que estamos viviendo, la verdad es muy importante. En el último pacto que se hizo, el Frente Nacional, para resolver una violencia con 300.000 muertos, se hizo un pacto de silencio, y las heridas quedaron ahí, y las deformidades del ser quedaron ahí y volvieron a brotar e hicieron sus réplicas veinte o treinta años después. Lo que pasó con esos miles de niños sicarios era una réplica de esa violencia que había ocurrido en el campo con los bandoleros. Ya había ocurrido de la misma manera cuarenta años antes. La verdad es fundamental.

¿Y qué historias va a contar Víctor Gaviria? Ahora que salieron los ganadores de la convocatoria del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, en la que ganás el estímulo para escritura de guión, el título de tu próximo proyecto es Sosiego

Es lo mismo, pero con otro enfoque. Es la historia de una familia del barrio Santo Domingo Savio, donde una mamá de 45 años se da cuenta de que ha fracasado en todo, y escucha voces imaginarias que le dicen que es la mamá de “Mundo Malo” y de Martica, que ella sabe que es prostituta, y ella pensaba que sus hijos iban a estudiar y que iban a ser profesionales. Hay secuencias de una enorme pobreza, momentos en que no sabe cómo van a desayunar, ella busca solucionar muchos problemas, incluso estudia para terminar el bachillerato porque quiere ser enfermera, unos proyectos aparentemente disparatados para su condición. Trabaja de empleada de oficios varios en una oficina de abogados en la que habla con unos doctores que fueron universitarios con conciencia social, y ella todos los días les llega con problemas, pero ellos saben que no pueden hacer nada por ella, hasta que se da cuenta de que esas voces que oye existen de verdad, que ella es la primera que se critica y también se da cuenta de que tiene que bautizar a sus nietas y que necesita unos padrinos y quiere que los padrinos sean los doctores de la oficina y las madrinas unas patronas que ella tiene, pero no es fácil que todos coincidan en el bautizo. Finalmente los hace coincidir y llega un día de sosiego que es el momento del bautizo, a las niñas les echan el agua y tienen una fiesta por la noche que los doctores les regalan. Ella consigue ese sosiego transitorio. Es una película totalmente neorrealista, yo no invento nada, son cosas que me han contado y he vivido.

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¿El sosiego es también la posibilidad que tiene la protagonista, a través del bautizo, de contar su historia y encontrar empatía?

Es el deseo profundo que tienen quienes habitan los lugares de exclusión de formalizarse, de construir redes de protección, de saber un oficio, de ganarse respeto, que están simbolizados en el bautizo. Es tener un nombre no sólo ante Dios, sino ser persona pública, formal, ante la sociedad y, sobre todo, tener acceso a un padrinazgo verdadero. Que no te dejen solo, que la sociedad no te abandone. Convertirse en compadre y comadre y compartir la carga de la incertidumbre del futuro.

¿Te gusta esa incertidumbre, esa cuerda floja?

Sí, porque la incertidumbre es un elemento esencial de lo que es la vida propiamente. En la medida en que yo esté de la mano de la incertidumbre puedo tener la garantía, o la ambición, de que la vida estará en la película. A veces está en una foto muy casual. Como cuando la cámara se cae o se dispara y uno cree que no está funcionando, pero está prendida y toma a una persona que entra por casualidad. O ves pasar un arbolito, o un zapato que entra, o el rostro de una persona que sabe que no la están grabando, y te das cuenta de que esas equivocaciones tienen que ver con la vida, que la vida tiene un elemento de incertidumbre muy esencial. Quiero que esa incertidumbre entre en la película. Hay unos bordes a través de los que pasa la película, como ver la vida a través de una ventana, y son esos bordes los que uno está rompiendo a través de un relato que alude a cosas que están más allá de los bordes, de la película como tal, que es la vida misma, la vida social, que alude a un contexto y a un universo.

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El genio detrás de Rodrigo D., La vendedora de rosas y Sumas y restas.

Psicólogo renegado de Universidad de Antioquia, un día Víctor Manuel Gaviria González (Medellín, 19 de enero de 1955) se encontró con Elkin Restrepo, profesor de literatura y director de la revista de poesía Acurimántima, y le mostró unos poemas. “Víctor, vamos a publicar unos de estos poemas y quiero que entrés a la redacción de la revista”, le dijo Elkin y allí publicó poesías, crónicas, ensayos. En torno a la revista se hizo cercano a personajes interesados en las letras y en el cine, como Manuel Mejía Vallejo, José Manuel Arango, Helí Ramírez, Luis Alberto Álvarez, Alberto Aguirre y Orlando Mora. 

A finales de los años setenta del siglo pasado, ganó varios premios, entre ellos el Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, y publicó su primer libro de poemas: Con los que viajo sueño. En 1979, la Cinemateca El Subterráneo lanzó el ya mítico concurso de cine en Súper 8, en el que participó con Buscando tréboles. Entonces se hizo cineasta.

En 2003 recibió el grado Honoris Causa en Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Antioquia. Entre sus libros de poesía publicados se destacan La luna y la ducha fría (1979), Los días del olvidadizo (1998) y La mañana del tiempo (2003). Publicó, además, el libro de crónicas El campo al fin de cuentas no es tan verde (1983) y una breve novela testimonial, El pelaíto que no duró nada (1990). 

Como cineasta realizó algunos mediometrajes: Habitantes de la noche (1984), La vieja guardia (1985) y Los músicos (1985), con los que se preparó para dirigir los largometrajes Rodrigo D. No futuro (1990), Simón el mago (1994), La vendedora de rosas (1998) y Sumas y restas (2005). 

Ha sido director de varios festivales de cine, entre ellos el de Cine de Santa Fe de Antioquia, el de Cine Colombiano de Medellín, el de Cine de Jardín y la Fiesta del Cine Latinoamericano. Actualmente, es el director de la Corporación Antioquia Audiovisual.

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// Retratos: Juan Fernando Ospina. // Fotografías: Raúl Soto. //separador

 

Alfonso Buitrago Londoño
(Medellín, 1977) Cronista, editor y profesor universitario. Después de fracasar en su intento de ser futbolista, taxista y médico, se dio cuenta de que lo mejor era contar el cuento. En su libro El hombre que no quería ser padre habla de esos fracasos. En El 9. Un fotógrafo en guerra cuenta la historia de un reportero gráfico del conflicto armado colombiano, punkero militante, criado en la Medellín dominada por el narcotráfico. Publica sus historias en un periódico local llamado Universo Centro, que tiene su sede en la buhardilla de un bar de rock. Los domingos sale a montar en bicicleta con su hijo Lorenzo.
(Medellín, 1977) Cronista, editor y profesor universitario. Después de fracasar en su intento de ser futbolista, taxista y médico, se dio cuenta de que lo mejor era contar el cuento. En su libro El hombre que no quería ser padre habla de esos fracasos. En El 9. Un fotógrafo en guerra cuenta la historia de un reportero gráfico del conflicto armado colombiano, punkero militante, criado en la Medellín dominada por el narcotráfico. Publica sus historias en un periódico local llamado Universo Centro, que tiene su sede en la buhardilla de un bar de rock. Los domingos sale a montar en bicicleta con su hijo Lorenzo.

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