El Rey ha muerto. Que viva El Rey
Este es un homenaje a la fábrica de fósforos El Rey.
Cuando niños, a pesar de no sobrepasar el metro de estatura, llegó un momento en el que nuestras mamás nos pidieron que encendiéramos la estufa como un rito de iniciación a lo que se vendría después: aprender a hervir agua sin quemar la cocina y, si nos iba bien, cocinar nuestra propia comida.
A un lado de los cuatro círculos negros con rejilla, había una caja de fósforos que, como por un acto de magia, casi siempre estaba llena. Había que cogerla, sacar una cerilla, tener cuidado de alejar el dedo de la punta de color azul o rojo -dependiendo de la marca–, presionar en un punto con la precisión milimétrica de los movimientos naturales, y deslizar la cerilla sobre la parte corrugada hasta que la cabeza estuviera encendida.
Si no se hacía así, se corría el riesgo de que se cayera la cabeza del fósforo, se dañara la rascadera, se nos quedara la punta de la cerilla pegada al dedo mientras sonaba un grito inmarcesible sin júbilo inmortal, o nos quemáramos una uña. Si, por el contrario, triunfábamos en nuestra tarea, solo recibíamos un “cuidado se quema” o “quítese de ahí” como felicitación por nuestra proeza.
Aquellos que jugamos con los fósforos, hoy despedimos a una de las marcas más conocidas de nuestro país: Fósforos El Rey. Después de casi noventa años de estar en los hogares de las familias colombianas, la llama del monarca se extingue.
La empresa –que se llama igual a una conocida marca de jabón y otra de condimentos– surgió en 1930 y fue, por décadas, la más grande de Manizales y la segunda en producción a nivel nacional. En su mejor época generó empleo a 426 personas con una producción de 13.000 pacas al mes.
Después de la tragedia de Armero en 1985, el gobierno le otorgó una exención tributaria al departamento de Caldas con la que El Rey montó una fábrica de cerillas de madera de palo que se llamó La Reina, que compitió con las fosforeras de la misma ciudad Póker, Vulcano y El Viejo.
A principios de la década de los ochenta, la fábrica comenzó un proceso de automatización, lo que redujo sus empleados a la mitad y duplicó su producción. Luego, en 1994, el grupo español Fierro entró al mercado ofreciendo dos cajas de fósforos por el precio de una y El Rey bajó de 13.000 a 2.000 pacas sus ventas en Bogotá. Esta situación obligó a esta y otras compañías a negociar la venta de sus fábricas con los extranjeros.
A pesar de que la fosforera ya no es colombiana, la imagen de ese anciano canoso, mechudo, barbado, forrado con piel, con su cetro y corona, ha permanecido intacta al igual que la ausente tilde de la palabra fósforos en la caja. Su majestad fue testigo de almuerzos memorables y catástrofes culinarias de miles de cocinas y por eso queremos rendirle un homenaje.
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