Ghosting, gaslighting y otras relaciones tóxicas
¿Qué es ghosting, catfishing, stalking, gaslighting…? Dos miembros del equipo de Bacánika –románticos y nativos digitales– indagan sobre el lado oscuro de las relaciones modernas.
Para nadie es un misterio que las redes sociales y las aplicaciones de encuentros o mensajería han cambiado por completo lo que podría pasar a partir de, digamos, una agradable cita. Muchos hemos padecido conductas nefastas a las que nombramos con un léxico importado de las mismas tierras de donde vinieron las apps: ghosting, catfishing, stalking, gaslighting, entre otras. Y nosotros, Laura y Jorge, para irnos presentando, quisimos buscar qué desgracias le han pasado a los otros, qué historias podríamos contar entre las muchas que nos rodean –historias tantas veces no contadas por miedo, vergüenza o porque no hemos terminado de procesar las cosas que hacemos o nos han hecho–. En suma, quisimos escribir sobre ese lado oscuro de las relaciones y las redes.
Las cuatro historias que siguen son una muestra del caos emocional y personal que cualquiera puede inducir o sufrir por estos días. Pensamos que contarlas podría servirnos a todos de algo: para no ser (o volver a ser) los mismos irresponsables de toda la vida. Una última nota: por petición de los entrevistados, todos sus nombres han sido cambiados.
Ghosting
Desaparecer sin dejar rastro
–por Laura
El ghosting es, textualmente, “hacerse el fantasma” como método para acabar una relación. Terminar nunca es fácil y es por esto que el ghosting es, para muchas personas, la vía predilecta para acabar una relación saltándose lo que implica terminar. Aunque a corto plazo pueda parecer una vía más transitable, las implicaciones de tomar la irresponsable decisión afectiva de “desaparecer” afectan tanto al ghoster como al ghosteado y pueden resultar más profundas de lo que parecen.
Juana es publicista, mi amiga desde hace más de cinco años y alguna vez, ghoster profesional: no en una, ni en dos, sino en tres de sus relaciones. Siempre fue esa soltera inatrapable que no se sentía totalmente conforme con ninguna de sus parejas. Una parte de su aburrimiento se debía a su inconformidad con llevar una relación por medio de un chat. “A mí me gusta conversar con la gente de frente. Yo me expreso de muchas formas y me siento totalmente limitada por un chat. Cuando me doy cuenta de que el tema de vernos y de entablar esa relación directa se limita al celular por cosas normales como el trabajo, las ocupaciones o la falta de tiempo, ahí es cuando me aburro, porque empiezo a sentir que salgo con alguien que no es real”.
Juana cuenta que siempre ha habido otros factores determinantes en su repetitivo patrón de desapariciones: el ego, las ganas de control y lo que para ella era un método para ser deseada. “Todo podía ir relativamente ‘bien’, pero de repente llegaban a mí esas ganas incontrolables de que mi ego tuviera un lugar en la historia. Empezaba a dejar responder los mensajes que me enviaban solo para generar lo que yo creía que sería un mayor interés en mí. Primero dejaba pasar horas, luego días y eventualmente semanas, literalmente sentía que ellos no merecían mis palabras. Obviamente la gente al principio te va a buscar, pero tarde o temprano se dará por entendido el mensaje: realmente no eran tan importantes para mí”.
Pese a la larga lista de ghosteados con la que carga Juana, siempre hay un doliente especial al que recordamos con mis amigas: Sebastián. “A Sebastían lo conocí por una amiga de la universidad. Después de un par de conversaciones por chat empezamos a salir, nos veíamos seguido y las cosas empezaron a tomar un rumbo romántico“. Pero pronto volvió aquel patrón de ghosting: desaparecía algunos meses y eventualmente volvían a hablar para intentarlo de nuevo. En uno de esos intentos, Juana decidió que era momento de tratar las cosas en serio. “Las cosas iban bien, yo ya conocía a su familia e incluso decidí invitarlo a un paseo con mis amigas para que fuéramos juntos. Él aceptó de inmediato y me abonó parte del dinero que se necesitaba para cuadrar toda la logística del viaje. Un día encontré una cartita que me había dejado —Hola Juana, eres una mujer increíble y me encanta tenerte en mí vida, así sea solo un ratito—. Me pareció muy especial”.
La carta resultó casi premonitoria. Aún cuando Juana había decidido dejar su patrón de ghosting, un cuadro de depresión se presentó en su vida y la aisló de todo lo que quería. “Volví a mis viejos patrones, esta vez no por deseo, ego o ganas de control; estaba deprimida y en vez de buscar apoyo en Sebastián, me perdí una semana entera”. Cuando volvieron a hablar, Sebastían entendió lo que estaba pasando Juana. Le pidió un solo favor: ”no te pierdas así, hazme saber que estás bien o si necesitas algo”. Juana aceptó. Pero a la semana siguiente, Juana se aisló totalmente: no abría los mensajes ni revisaba ninguna red social. Sebastián la buscó insistentemente y aunque Juana leyó cada uno de sus mensajes, nunca más respondió. Después de tres semanas y cada vez más cerca de la fecha del viaje con sus amigos, Juana recibió un mensaje de Sebastían: “ ‘Hola, ¿cómo estás? Te quería pedir el dinero que te aboné para el viaje, estoy necesitándolo’.Yo quedé fría”. Juana no buscó aclarar nada. Envió el comprobante de la transferencia y nunca más volvió a saber de él.
Esta experiencia marcó un antes y un después. Juana entró en un inmenso proceso de reflexión y autoevaluación y ahora es una ghoster rehabilitada. Aún cuando siempre creyó que no tenía por qué dar explicaciones, entendió que es parte de la responsabilidad afectiva que se debe tener en cualquier relación. Actualmente Juana tiene novio y está perdidamente enamorada, disfruta chater con él y se comprometió a enterrar sus viejos hábitos.
Stalking
El riesgo de publicar
–por Jorge
Cualitativamente opuesto al ghosting, el stalking consiste en (per)seguir a una persona. Para esto hay una palabra en español: acoso. Sin embargo, el acoso se ha convertido cada vez más en una categoría jurídica amplia que cubre una variedad de formas de abuso en diferentes espacios. De modo que la importación inglesa ha echado raíces en el mundo digital. Yo stalkeo, tú stalkeas, él stalkea, ella stalkea: entramos a un perfil y registramos. Todos cruzamos información visual y contextual para armarnos un perfil de la gente que seguimos. Pero hay quien cae en manos de otro que le devuelve a la palabra su sentido original de acoso. Y sin llegar a las historias macabras en que hubo que ponerle una caución a un degenerado, hay historias que prueban que a cualquiera lo puede sorprender una plaga de este estilo cualquier buen día.
Guillermo es estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Javeriana. Somos amigos hace unos años. Alto, fornido, de rostro escultórico bien afeitado y con el pelo ligeramente despelucado, Guillermo es un tipo atractivo con muy buen promedio y un gran sentido del humor. Puede ser la envidia de muchos: lo he visto atraer de todo. Y dentro de ese “de todo”, caben también cosas indeseables. Todo comenzó en una feria de arte, La Madame, mientras pasaba un buen rato con su hermana. Apareció Alex, un tipo carismático y de marcado acento costeño. Se pusieron a hablar y en cuestión de minutos les sacó sus usuarios de Instagram. “Ya en un momento estábamos como incómodos con mi hermana porque se nos quería pegar y como pudimos nos fuimos.”
Guillermo se ríe y me muestra el chat con su stalker. Desde hace meses, Alex le escribe sin tregua y a diario, sin obtener respuesta de ningún tipo. Le pregunto por qué no lo ha bloqueado: “porque el tipo sube cosas muy chistosas”. Muestra un video, francamente ridículo. Estallamos de la risa. Le pregunto si no le parece una ironía pesada no bloquearlo para poder stalkearlo y reírse. “Pues sí. Soportarlo era un mal menor, porque yo nunca publico nada en redes. Lo hice en una sola ocasión y fue suficiente: una historia invitando a la exposición de arte de un amigo. Eso fue todo.”
Yo estaba ahí esa noche. Estábamos felices celebrándole su exposición a un buen amigo, entre caras conocidas y copas de vino. “Me acuerdo que oí una voz con un inconfundible acento costeño: ‘Hey, hey, papi’, y sentí un puto escalofrío, bróder.” Alex lo perseguía, lo intentaba tomar del brazo, lograba enredarse en la conversación que fuera, saludaba con una confianza que era tan fascinante como aterradora. Nos preguntaba nombre, profesión y redes con una rapidez y una destreza que resultaba difícil de esquivar, si la cara de Guillermo no nos hubiera prevenido a los demás. “Le dije a una amiga que me iba, para que me ayudara a pedir el taxi porque estaba sin pila. Él me oyó y dijo que se iba conmigo. Yo lo pedí con otra dirección para que no se pudiera intentar subir conmigo. Cuando me despedí y salí, él se vino detrás mío y al final tuve que correr quince cuadras a las diez de la noche mientras me perseguía.” Logró escapar. Lo tiene bloqueado de sus stories: táctica suficiente para prevenir repeticiones.
Le pregunto si no cree que él habría podido acudir a esa última instancia con que nos educan a los tipos para poner a la gente en su sitio. Se ríe. “Hay un montón de historias de él, tipos que se lo ganan en las situaciones más disímiles. Y una me dejó claro que cancelarlo sutilmente es mejor que irse a los traques: un tipo intentó pararlo en VideoClub, sin siquiera ser amenazante, y Alex le montó un show terrible, gritándole homofóbico. Una cosa espantosa. Imagínate lo que te arma con un ojo morado. Y si eso me pudo pasar a mí, que no publico nada, ¿te imaginas cómo será con alguien que tenga su vida entera ahí? ¿Cómo putas se lo quita de encima?”
Catfishing
Jugar a ser otro
–por Laura
Una de las ventajas y desventajas de las redes sociales, es la infinita posibilidad de editar nuestra vida tanto como lo deseemos. El catfishing es literalmente jugar a ser otro; el cómo y el por qué son tan diversos y oscuros como usted lo pueda imaginar. “En redes sociales es muy fácil esconderse detrás de una foto ajena y pretender ser alguien más”, afirma Abel, comunicador social de la Javeriana con un amplío historial conociendo personas a través de plataformas. Muchas de sus relaciones a través de estas aplicaciones fueron pasajeras, pero también ha conocido allí amistades duraderas. Para él es un tema de suerte. Y así como le ha ido bien en muchas ocasiones, también ha tenido un par de experiencias donde la frase “no todo es lo que parece” aplica perfectamente.
Una tarde tras una larga jornada de estudio, Abel salió de la universidad directo a su casa a descansar. Como de costumbre, decidió revisar Grindr para ver si había alguien de su interés y efectivamente encontró un candidato: un hombre con una única foto llamado Luis. Le pareció atractivo y decidió hablar con él. Tuvieron mucho en común, vivían cerca, ambos estudiaban en la Javeriana y la conversación fluyó con rapidez. Quedaron en verse ese mismo día a las 7:00 pm en el McDonald’s del centro comercial Bulevar Niza. Abel, como siempre, llegó puntual. Sin embargo, Luis nunca apareció.
Abel se fue a su casa y, al llegar, empezó a recibir insistentes mensajes de Luis en los que le preguntaba dónde estaba y le avisaba que él ya estaba en el punto de encuentro. “Yo le contesté que lo había esperado una hora y que, como nunca se acercó, tomé la decisión de irme”. La justificación de Luis, lejos de ser una demora por el tráfico o un imprevisto personal, fue mucho más desconcertante: él sí había estado allí a la hora acordada pero nunca se acercó a saludar o a tratar de contactar a Abel. “Claramente quería saber por qué me había dejado allí de esa manera y me confesó que en realidad él no era la persona de la foto de perfil”. Abel quedó sorprendido al escuchar la confesión y le pidió que le enviara una foto de quien era en realidad como acto de sinceridad. Luis aceptó en un principio, pero nunca más contestó.
Después de esta primera experiencia de catfishing, un día Abel estaba navegando en Tinder en busca de nuevas personas. No encontraba nada interesante hasta el momento en que hizo match con el perfil de Emilio. “Emilio era totalmente mi tipo de hombre: acuerpado, alto y apuesto. Me dijo que estudiaba administración de empresas en Los Andes”. Empezaron a entablar una conversación y a los pocos días ya hablaban todo el tiempo, “Me mandaba algunas fotos pero nunca de su cara, siempre eran de lugares u objetos. Pronto me entraron ganas de conocernos personalmente. Al principio aceptaba, pero luego terminaba sacando alguna excusa. No lo tomé como algo sospechoso, solo creí que estaba muy ocupado”.
Un día, Emilio le escribió con una pregunta que, en principio, parecía muy al azar: “¿alguna vez has ido a Coachella?” Abel contestó que no. Emilio dijo: “pues iremos juntos”. “Yo quedé sorprendido. No entendía por qué este man me estaba diciendo esto. Me dijo que quería llevarme a Coachella con todos los gastos pagos. Lo más chistoso es que lo primero que me pregunté no fue por qué un man que no me conocía me quería llevar a Coachella, ¿acaso quería traficar conmigo? No, la primera pregunta que me hice fue: ¿y ahora yo que voy a hacer? ¡Yo no tengo visa!” Días después de esa generosa oferta, Abel estaba scrolleando en Instagram cuando se encontró con el perfil de Emilio. Sin embargo, la persona dueña de la cuenta y de las fotos, no se llamaba Emilio, no vivía en Bogotá y no estudiaba administración en Los Andes. “Ahí me di cuenta que él no existía. Como la primera vez, decidí enfrentarlo: le envié las fotos del perfil real esperando una respuesta, pero solo me bloqueó. Nunca supe quién era o cuáles eran sus intenciones”.
Abel me cuenta que en ninguna de estas dos situaciones se sintió herido, cree que se debe a que nunca se desarrolló un vínculo emocional real con Luis o Emilio. Sin embargo, siempre le causó mucha curiosidad saber quiénes eran en realidad y que había detrás de sus intenciones. “En redes siempre te estás arriesgando cuando se trata de conocer a alguien, todos mostramos lo perfectos que somos. Lamentablemente, el problema de caer en las manos de alguien que decide engañarte, como me pasó a mí, es que no siempre puede terminar bien. Es un mundo más oscuro de lo que nos podemos imaginar y va mucho más allá de los corazones rotos”.
Gaslighting
Mentiras que te hacen sentir que estás perdiendo la razón
–por Jorge
A diferencia del catfishing, el gaslighting consiste en negarlo todo después de actuar. Usualmente la negación sobre los hechos ocurridos viene acompañada de toda una red de esfuerzos por hacer tambalear las fuentes de seguridad, confianza y validación de la persona que es blanco de esta práctica. Suele ser naturalizada en nuestra cotidianidad con que hay gente mentirosa o descarada, pero hay que dejar claro que el gaslighting es una forma de abuso psicológico consistente en minar la seguridad ajena.
A mediados de 2018, Adriana comenzó una relación con Felipe, un gomelo estrepitosa y afectadamente elegante, con un perfil en Instagram repleto de seguidores de sus consejos. Una relación encantadora, divertida, hermosa. La recuerdo bien en ese momento: radiante e ilusionada. Cómo no íbamos a estar todos confiados a medida que hablábamos menos: estaba encarretada y feliz. “Pero todo cambió a los cinco meses, cuando comenzó a ponerme los cachos en enero de 2019.” La conducta de Felipe era bastante particular. “Parecía querer que yo me diera cuenta de todo.” En una de las primeras ocasiones, ella llegó al apartamento de él y encontró dos copas de vino y una botella en la cama. “Le pregunté por esas copas. Él las llevó a la cocina con la botella y, cuando volvió, me preguntó con una sonrisa en la cara: ¿cuáles copas, mi amor?”
El día de su cumpleaños, Felipe dejó todos los regalos que le habían enviado otras mujeres a la vista y sólo cuando Adriana los pudo ver, los metió en la cocina y comenzó a impedirle entrar a ese espacio. En otra ocasión, una de ellas le dejó un mensaje en un tablero que Felipe tenía en su habitación: “Te quiero” y al pie su firma: Jess. Felipe lo borró delante de Adriana. “¿Qué mensaje, mi amor?”. Felipe pasó de acaparar los tiempos libres de Adriana, a animarla a verse con sus amigas. “Necesitaba el tiempo para poder meterse con otras viejas”, agrega.
“Yo nunca le creí”, me dice Adriana. “El problema era que estaba enamorada, era algo que solo llevaba ocurriendo algunas pocas veces cada quince, veinte días. Tenía cinco meses de historia feliz para quererlo y desear confiar en él. Y yo estaba atravesando un momento difícil, me sentía vulnerable y a la vez amada.” El problema del gaslighting, comentamos, es que además deja a su víctima en un no-lugar, donde todas las opciones implican un riesgo, medrando la confianza y la seguridad de la persona. “Si salía con mis amigas, era dar papaya. Si me quedaba, él no dejaba de hacer sus planes y aparentar que todo iba bien. Los celos se lo comen a uno, uno no deja de pensar cuándo estará pasando algo. Cuando estás bien con esa persona, te comienzas a convencer y a tranquilizar con que todo por fin está bien. Pero no. Se vuelve inmanejable.”
Meses más tarde, la situación llegó al límite. Adriana tenía un evento de trabajo en el Hotel Marriot. Felipe estaba invitado. “Me dijo que no fuera, que no debía ir porque lo haría sentir incómodo.” Adriana se rehusó a dejar de ir y cuando fue a salir del apartamento, Felipe la agarró por los brazos y la encerró en un cuarto. Adriana gritó por horas, sin que nadie acudiera. “Tuve la suerte de que el mejor amigo de él llegó (tenía llaves) y me abrió. Salí volada para el Marriot. Al rato apareció él y claro, ahí estaba con la otra y subiendo stories. Se fueron al rato.” Dejaron de hablar por unos días, pero las cosas de Adriana seguían en casa de Felipe. “Cuando volvimos a hablar, tomó la posición de víctima: que no había hecho nada, que yo estaba loca, que de qué stories le hablaba, que le habíamos hecho el peor ambiente del mundo.” Harta, sacó sus cosas y se fue. No se han vuelto a ver desde entonces.
Le pregunto si no imaginó que Felipe pudiera salirle con conductas así. “Sí. El primer signo de alarma fue que, cuando empezamos, se la pasaba hablando de sus exnovias, decía que estaban todas locas, que se armaban unas películas y lo buscaban… Lo otro es que después nos hicimos muy amigas con otra mujer que también fue su novia. Con ella fue peor: logró aislarla convenciéndola de que sus amigas la envidiaban y que su familia no creía en ella, mientras que él la apoyaba y la cuidaba. Logró aislarla y, cuando peleaban, amenazaba con hacerla quedar mal por sus redes. A mí también me dijo eso. Para rematar, por ese entonces, ella se operó el busto y, mientras te recuperas, no puedes levantar los brazos. Pues para evitar que saliera de la casa o se contactara con alguien, le puso el celular donde no lo alcanzara. Y lo más pesado de todo, porque también me lo decía a mí, es que siempre decía con una sonrisa en la casa que a lo mejor tú no lo entendías, pero que él te estaba cuidando.”
¿Qué nos queda?
La mayoría de nosotros ha vivido estas conductas, sea en carne propia o a través de un tercero. Pero así como hay casos tétricos como los de nuestros cuatro protagonistas, las relaciones modernas también nos han dejado muchas historias por las cuales vale la pena seguir creyendo en el deseo y el amor, y más cuando quienes escriben estas palabras son unos románticos irreparables. Siempre nos queda la posibilidad de desear y amar de formas sanas y respetuosas, basadas en acuerdos y especialmente, en la responsabilidad afectiva. Las redes nos han permitido romper barreras geográficas, culturales e incluso ayudarnos con la timidez. Sus ventajas son infinitas, pero eso sí, si son usadas de manera correcta. Conductas como las que recolectamos en estos cuatro testimonios, además de oscuras, son reprochables e inaceptables. Lejos de la manipulación, las desapariciones, las mentiras y el acoso, y aún cuando las formas de relacionarnos han cambiado y lo seguirán haciendo, una cosa es segura: el deseo y el amor real nos debe ofrecer un lugar seguro en cualquier espacio, sin importar si es físico o virtual.
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