La vida después del sonido
Con los oídos aguzados, seguimos homenajeando a ese elemento invisible que, querámoslo o no, tiene el poder de alegrarnos o arruinarnos los días.
Todo, gracias a la tercera Semana del Sonido.
Los recuerdos también son sonido. Y viceversa. Una ranchera bien mexicana, con trompetas y chillidos, puede acelerarnos la tusa porque esa, justamente, sonaba cuando le dimos el primer beso a nuestra expareja (cursi); un ruido, la pistola con sus impactos o un trueno, pueden traer de nuevo, a la memoria, un accidente, un atraco o ese juego de infancia que compartíamos con nuestros amigos; hasta el silencio tiene clavadas algunas imágenes pasadas, en su “mudez” está el entierro del abuelo, el pueblo donde descansamos las vacaciones de hace un año o esa maldita espera de una mala noticia en el hospital. A eso, los expertos lo llaman memoria sonora.
Con el objetivo de recuperar los recuerdos auditivos de algunos amnésicos, desde hace unos años, el Cancionero Discográfico de Cuecas Chilenas ha recopilado más de mil obras y casi un centenar de discos sobre una de las músicas y danzas más importantes, a nivel histórico, de Chile. Conversamos con su director, Felipe Ricardo Solís, sociólogo especializado en archivos sonoros, música popular y tecnología, sobre la zamacueca, la memoria sonora, las Ciencias Sociales y la vida después del sonido.
Bacánika: Para quienes no saben, ¿qué es la memoria sonora?
Felipe Ricardo Solís: La veo como una de las formas de registrar la vida social de las personas y la forma en que ésta se transmite y preserva en un lenguaje sonoro. Al enfrentarme al registro fonográfico, como forma de preservar las diversas memorias, veo lo que cada comunidad o cada época consideró apropiado para comunicar; lo que es una interesante forma, a través del sonido y la música, de hacer Ciencias Sociales.
B.: ¿Qué valor, en el plano histórico, tiene el sonido?
F. R. S.: Hace no más de 150 años que podemos escuchar un sonido alejado física y temporalmente de su fuente de emisión. Por lo mismo, el estudio de la música fue hecho a partir de fuentes escritas; entonces transmitir conceptos como timbre, volumen, color del sonido o hasta la pasión con la que se comunicaba sonoramente un mensaje, implicaba acceder a éstos a través del relato mediado de otras personas; es decir, una fuente indirecta a la experiencia personal.
Nosotros no sabemos cómo habrá sonado una zamacueca, un bambuco o una zamba cuando se estaban formando las repúblicas en Latinoamérica. Sin embargo, en doscientos años, las futuras generaciones, probablemente, sí podrán acceder al sonido de nuestra época y quizá, con ello, entender mejor la evolución permanente que, por ejemplo, va teniendo la música popular.
B.: ¿Qué diferencias, además del medio, tiene la memoria sonora con la memoria audiovisual o escrita?
F. R. S.: Creo que tiene la importante capacidad de generar emociones, lo que hace que se establezcan conexiones muy cercanas e íntimas con ciertos hechos y, por lo mismo, influir potentemente en la forma como los interpretamos.
B.: ¿La memoria sonora, como la memoria humana, selecciona arbitrariamente lo que quiere guardar?
F. R. S.: Definitivamente pienso que sí, pero no hablo de la memoria emotiva o sensible a nivel personal, sino desde un punto de vista más bien sociológico; el proceso de creación de memoria, primero que nada, es un asunto político-cultural.
Las sociedades seleccionan, reinterpretan, canonizan, invisibilizan o, incluso, proscriben lo que consideran pertinente según complejos procesos sociales que están en permanente cambio y, por lo mismo, son muy difíciles para nosotros de entender o investigar. Pero, sin duda, estamos permanentemente eligiendo, tanto lúdica como agresivamente, lo que creemos es lo que mejor nos representa.
B.: ¿Existen factores o elementos que determinan si un sonido es más importante que otros o si vale más la pena guardarlo?
F. R. S.: Definitivamente. Hay juicios de valor sobre los sonidos y las músicas que definen la forma en que éstas se hacen merecedoras o no de ser registradas. Hay que recordar que hechos tecnológicos como la invención del microsurco y el formato LP, a finales de la década de 1940, significaron, en un primer tiempo, el registro de la música docta y no de la música popular. Así mismo, es mucho más probable encontrar en las fonotecas públicas los discursos presidenciales que las arengas hechas durante las marchas o protestas populares.
B.: La web, dentro de ese marco de propagación, organización, recopilación e innovación de la memoria sonora, ¿qué papel juega?
F. R. S.: Tiene un papel muy importante porque con ella podemos ser muchos más los que colaboremos para enriquecer la memoria sonora de nuestro tiempo. Es cierto que con ella se siguen reproduciendo las desigualdades de clase, de género, de etnias y muchas otras, pero creo que, por primera vez en la historia, la cantidad de voces que participan en la propagación, organización o recopilación de opiniones hacen que cuantitativamente el panorama sea muy diferente a como lo fue antes.
B.: ¿La memoria sonora reconstruye la Historia?
F. R. S.: La construye, la reconstruye y la destruye una y otra vez. El tema de quienes nos interesamos por el estudio de la música popular, como práctica social, tiene que ver con asumir que es un proceso de permanentes transformaciones y que nosotros vamos a la zaga tras de ella.
B.: ¿El ruido y el silencio hacen parte de la memoria sonora? ¿Las cuecas hacen parte de la memoria sonora?
F. R. S.: Pues claro que sí. Piensa en todas las músicas que uno escuchaba en la adolescencia y que nuestros padres nos decían que eran solo ruido. O en cómo las músicas populares eran y son peyorativamente consideradas también como ruido y no como música.
Por otro lado, piensa en la importancia del silencio –simbólico– en el que se encuentran muchos registros de épocas pasadas y que por las más diversas razones están “enmudecidos”. Justamente contra ese mutismo es que me interesé en realizar mis proyectos y volver a hacer sonar los discos que fueron hechos para eso: para sonar.
En ese sentido, la cueca, como la música y danza nacional de más larga data y arraigo en Chile, forma parte de la memoria sonora de nuestro país.
B.: ¿Qué papel cumplen los sistemas sonoros (públicos o privados) para conservar la memoria histórica?
F. R. S.: Considero que en el escenario actual, son ambos los que pueden aportar a la construcción de una memoria histórica, con sus virtudes y defectos.
Por un lado, la institucionalidad pública tiene muchas más facultades legales que una privada para desarrollar programas de acopio y conservación de registros sonoros, pero pensando en el caso chileno, ha carecido históricamente del interés de hacer una política de Estado efectiva.
Sólo en los últimos años ha comenzado a revertirse la situación, pero tal como destaqué en mi reciente conferencia en la tercera Semana del Sonido, Chile es un país que aun no tiene una fonoteca nacional y eso es una deuda de magnitud con su propia historia y sus ciudadanos.
B.: ¿En el Cancionero Discográfico de Cuecas Chilenas y en el Archivo de Música Tropical Chilena se encuentra la historia de Chile? ¿Por qué?
Posiblemente sí, pero no solo porque estos proyectos buscan sistematizar y documentar la historia de la música grabada en el país, sino porque fueron las propias personas –en su rol de músicos, de autores, de compositores, de productores, de padres o madres– quienes en épocas anteriores plasmaron su trabajo e hicieron que, quienes nos interesamos por la investigación social de la música, le dedicáramos nuestros mejores esfuerzos por valorarla y hacerla accesible para quien quiera conocerla.
*Felipe Solís fue uno de los invitados especiales a la tercera Semana del Sonido en Bogotá, organizada por www.senalmemoria.gov.co
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