Los nuevos hackers
La imagen del hacker como una especie de terrorista electrónico
está bastante alejada de la realidad.
Este es un grupo que trabaja por lo contrario.
Aunque su intención es romper un paradigma en el que grandes marcas venden miles de millones de dólares en licencias en el país y liberar un sistema vigilado, a diferencia de los hackers de las películas, este grupo de programadores no se esconde en sus cuartos ni en alguna habitación de un viejo motel de carretera. Nadie trabaja en las noches intentando craquear códigos para hacer transacciones indebidas ni debe huir de la policía. En Correlibre, una fundación que promueve el software libre, ubicada en un piso de un viejo edificio del centro de Bogotá, todos trabajan a plena luz del día y con horario de oficina.
En la sala de programación de la fundación, seis ingenieros teclean absortos frente a sus pantallas, como en una película cyberpunk. “Programar es como hablarle al computador”, afirma Andrés Calderón, uno de los coordinadores que lidera la mejora de Orfeo, un programa para soportar el flujo de trabajo de las empresas. “Programar es básicamente darle órdenes al computador”, concluye. Un programa como Orfeo tiene unas 600.000 órdenes para hacer todo lo que hace: recibe las quejas y reclamos, tiene fax server y soporta la correspondencia, el registro de documentos, las cuentas de cobro…
Cuando los programadores trabajan hablan poco entre ellos. Y aunque están todos en la misma sala, más que hablar se envían muchos comentarios por el Gtalk. Se escriben correcciones o links con otros ejemplos de programas y código fuente. Entonces es más fácil seguir escribiéndose por ahí en lugar de hablar en voz alta. Se hacen chistes y se ríen en el chat “JAJAJA”, aunque en la realidad sus rostros sigan serios y absortos frente al computador.Andrés tiene 37 años, y al igual que los demás ingenieros en la sala, es egresado de la Universidad Nacional. Vestido de jeans, chaqueta de cuero y tenis, también me dijo que en la universidad pública suele haber un mayor énfasis en los conocimientos, mientras que en las privadas es en las aspiraciones gerenciales. “En las universidades más caras se le enseña a los ingenieros a ser vendedores de las grandes empresas, mientras que programar se considera algo sucio que hay que hacer un par de años antes de poder ser gerente. Pero en realidad en la programación es donde está el verdadero trabajo intelectual. Y a mí es lo que más me gusta”.
Sebastián Ortiz, de 26 años y estudiante de la Universidad de Antioquia, me contó por su parte que el problema en Colombia es que en realidad en todas las escuelas colombianas de ingeniería se les enseña a los alumnos sobre todo a ser usuarios de programas y no creadores de tecnología.Andrés y Sebastián admiran a los grandes hackers, que no son propiamente delincuentes digitales al margen de la ley como se entienden hoy. En los setentas, los hackers eran jóvenes universitarios de San Francisco, brillantes e independientes, que interesados por la tecnología buscaban hacer las cosas a su manera, tras la revolución de los años sesenta. Fueron ellos quienes inventaron el computador personal y no las grandes marcas.
En 1969, una pequeña comunidad de hackers de California comenzó a reunirse en un club casero para compartir sus descubrimientos y jugar en grupo con circuitos y resistencias. La creencia en el intercambio y la construcción colectiva siempre ha sido una parte fundamental de la lógica hacker. En las fotografías de aquellas sesiones se ve a un grupo sonriente de hombres y mujeres jóvenes, de pelo largo, barbas y patillas, jeans bota campana y camisas leñadoras, con un look informal muy alejado de las camisas y corbatas uniformadas que debían de vestir entonces lo trabajadores de IBM.En esa época, los computadores eran máquinas complicadas e inmensas como armarios, que habían sido concebidas para la guerra, para descifrar códigos, detectar misiles, crear armas. Pensar en un computador personal era como creer que la gente pudiera tener su propia bomba atómica. Los computadores inspiraban respeto y distancia, pero este grupo de jóvenes no se dejaba intimidar.
Fue en este club casero que Steve Wozniak, uno de los grandes de la historia hacker, desarrolló el primer computador personal a sus 25 años. Y, como IBM rechazó el invento porque no le veía ninguna utilidad, Wozniak y su amigo Steve Jobs se unieron para fundar una compañía propia: Apple Inc., que no solo generaría miles de millones de dólares en ingresos en pocos años, sino que además se convertiría en su momento en sinónimo de hacer las cosas de manera diferente. Pero la cultura hacker nunca se llevaría bien con la comercialización de la industria tecnológica.El movimiento de software libre y Correlibre conservan el espíritu hacker de ese primer club casero de tecnología. Ambos defienden la idea de que el libre intercambio y acceso a la información es un pilar necesario para los avances en el desarrollo de la programación y que este debe estar al servicio de la ciencia y la invención y no de los intereses privados.Mientras que el movimiento de software libre milita en Estados Unidos desde los años ochenta, para mediados de la primera década del 2000 en Colombia aún no contaba con ningún antecedente legal. Orfeo, el programa por el cual nació la Fundación Correlibre, se convirtió en 2006, según el jefe de sistemas Denis López y representante legal de esta fundación, en el primer programa registrado ante la Dirección de Derechos de Autor colombiana bajo la licencia GLP –que defiende el libre uso del software, el libre acceso al código, la libre modificación y la libre circulación–.
En ese entonces, Denis tenía 37 años y era la cabeza del área de sistemas de la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios del Distrito. Allí se le había encomendado una solución para la política gubernamental de diminución del uso del papel en las entidades públicas. En su anterior trabajo, Denis ya había tenido problemas con el software privativo –que cobra por el uso de los programas y no permite que el usuario ingrese a su código fuente–: El Lotus Notes de IBM, un software de gestión documental, le había hecho perder una serie de imágenes que nunca más pudo recuperar al generar una falla en un servidor al que nunca se les dio acceso.Justamente es por un problema práctico de esta índole, que al programador y hacker estadounidense Richard Stallman –el principal fundador y promotor del software libre en el mundo– se le ocurrió la idea de la licencia GLP en los años ochenta. Cuando en uno de sus primeros trabajos se dañó una impresora Xerox y se les negó a él y a sus compañeros, programadores todos de alto nivel, el código fuente para arreglarla, Stallman comenzó a preguntarse sobre la eficacia de este modelo. Bajo la licencia privativa, el manejo de los recursos le parece arbitrario e ineficiente, no permite que la tecnología esté al servicio de los usuarios sino que su principal objetivo es la explotación económica. Era como si alguien patentara las leyes físicas del mundo. Como si Newton cobrara por cada vez que alguien usara en un invento la ley de la gravedad. Y eso para él no tenía mucho sentido.Sin conocer aún los principios de Stallman, pero con su experiencia anterior en mente, Denis supo que no quería depender en la Superintendencia de ningún software privativo, sino que quería desarrollar un software más independiente y más a la medida. Y eso fue lo que le pidió desarrollar a su equipo de programadores. El problema fue que al compartir el programa con otras entidades públicas, como era su deber de funcionario, sucedió que algunos ingenieros privatizaban el programa para comercializarlo por fuera de las entidades. Entonces, investigando sobre licencias, descubrió que la mejor manera de proteger el programa era liberándolo. Además de defender el libre uso y el libre acceso al código, esta licencia determinaba que cualquier modificación hecha sobre este software debía ser a su vez liberada y publicada para la gente.
Pero la liberación del programa provocaría la acusación de Denis ante la Procuraduría por parte de una empresa privada. Lo señalaron de estar induciendo a la evasión de impuestos ante la DIAN al estar promoviendo licencias sin costo. Denis no podía creer el desconocimiento que había sobre el tema. Para defenderse, preparó un informe en el que demostró que Orfeo le había ahorrado hasta ese momento unos siete millones de dólares al Distrito en licencias de uso y había permitido la contratación bien paga de ingenieros nacionales.Para su sorpresa, a la Procuradora no solo le pareció magnífico sino que le pidió el programa para instalarlo en la Procuraduría, porque también lo estaban necesitando.A la fecha, Orfeo funciona en más de 300 entidades del Distrito. Pero aún así, en solo licencias de funcionamiento de Microsoft y Oracle se invierten anualmente en Bogotá más de 9.000 millones de pesos (licencias que no incluyen asesorías ni asistencia técnica). En Múnich, por ejemplo, todas las entidades distritales migraron recientemente sus sistemas operativos al software libre, y ahora la ciudad se ahorra más de 10 millones de dólares anuales.
La mejora en la que trabaja actualmente el equipo de Correlibre es soportada por empresas públicas y privadas que esperan beneficiarse del software que ellos desarrollan. Correlibre recibe, además, dinero por asesorías para instalar el programa y por capacitaciones que a las empresas les salen más baratas que pagar licencias de uso y a ellos como ingenieros, mucho más rentables. “Este programa nos ha dado para vivir a todos”, concluye Denis, con mejores condiciones que las que obtenían como simples técnicos de las empresas.El programa resultó tan robusto que Ecuador lo volvió obligatorio en las entidades del gobierno a nivel nacional. Denis y el ingeniero Jairo Losada, integrante de su equipo y uno de los desarrolladores principales de Orfeo, asesoraron la instalación del software en el vecino país. El programa, sin embargo, se encuentra instalado bajo otro nombre porque justo en esos días cayó Reyes en territorio ecuatoriano, y por cuestiones políticas --para no quedar usando un software colombiano–, le pusieronQuipux.En Bogotá existe una política para la promoción y el uso del software libre en todas las entidades del Distrito desde el año 2008. Actualmente existen equipos de migración del software privativo al libre en las secretarías públicas de la ciudad, pero el avance es lento y las grandes empresas de software hacen lobby y se oponen. A nivel nacional, sin embargo, no existe ninguna directriz que priorice el uso de este software.
En el gobierno de Álvaro Uribe se iba a decretar obligatorio el uso del software libre en el Estado, pero Denis no estuvo muy de acuerdo: “Era un contrasentido obligar el uso de algo que debe ser libre. No se podía convocar a la gente a latigazos para defender nuestras libertades”, afirma. “Lo que nos mantiene unidos en Correlibre es la pasión por la libertad. En Ecuador, el programa funciona bien en el Estado pero no existe una comunidad como la que sí existe aquí”.—¿No habría traído más trabajo para ustedes una política nacional de software libre? — pregunto.—El software libre se vuelve una cuestión de principios. Los ingenieros que trabajan con nosotros en este tema creen en su trabajo. Y a la larga eso es lo único que tiene verdadero sentido.
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