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Mudarse en pareja

Mudarse en pareja

Ilustración

Cuando las cosas se ponen realmente serias, irse a vivir juntos resulta un paso casi natural entre las parejas. ¿Qué señales sirven como green flags para saber cuándo es el momento correcto? Jorge acaba de mudarse junto a Sara y en este texto nos comparte sus aprendizajes sobre este proceso.

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Anoche terminamos de organizar la biblioteca y con ella, la sala del apartamento que comenzamos a llamar nuestro hogar desde hace una semana. Parece mentira lo hermosa que se ve, cómo todas las cosas encajan y resaltan con el lila de las paredes que pintamos con la ayuda de buenas amigas. Parece mentira que hace apenas un año nos conocimos con Sara y ahora estamos aquí una semana antes de nuestro aniversario. Muchos se han sorprendido, otros no tanto. Lo cierto es que desde el principio todo ha parecido vertiginoso para todo el mundo, menos para nosotros.

Vertiginosa en cambio ha sido la cantidad de pasos que hay que encadenar para volver realidad lo de vivir juntos: desempacar, limpiar todo, pintar, recibir las llaves, hacer el inventario, conseguir papeles, firmar contrato, buscar por horas, agendar citas, hacer presupuestos y listas de cosas que tenemos, que no tenemos, que ahora tenemos, que queremos y también la de algunas cosas que sabemos que seguiremos queriendo por un tiempo. Me ha sorprendido oírnos decir que no hemos dudado una sola vez en todo el proceso. Hemos hablado varias veces de eso, buscando discernir de dónde ha venido esa seguridad. En eso seguimos ahora que esta revista pidió este texto.

Mudarse en pareja es siempre una apuesta tanto para los que llevan dos décadas de novios como para los que llevan un mes saliendo. No creo que haya tiempos ni leyes que permitan dictaminar cómo y cuándo podría tomarse esa decisión para garantizar su éxito. Y si tal fórmula existe, nosotros no la tenemos. Creo en cambio que el timing de la cosa depende más o menos de ir descubriendo que esa casa existe en algo más que en las ganas de vivir juntos; es decir, que ese hogar se puede imaginar ya en sus distintos componentes relacionales y arquitectónicos desde antes y durante el proceso. O al menos eso es lo que hemos hecho nosotros, el lugar donde lo hemos puesto todo.

Una mesa con sillas distintas

Antes de pasarnos al apartamento, comenzamos a mirar opciones de comedor. Sara me dijo que quería uno con sillas diferentes. No me gustó mucho la idea, así que me mostró referentes y aunque acepté contemplarlo, seguí reacio a la idea. Ahora ella se ríe de mí cuando cuento esto. Porque entonces pedimos consejo y llegamos al barrio 12 de Octubre. Vimos distintas opciones en bodegas de mueble en blanco y por supuesto, casi nos tumban. Pero al final, dimos con todo: sillas diferentes, acabados buenos, precios manejables y las pinturas que quisiéramos. Viendo cada objeto, la idea comenzó a gustarme y finalmente me encantó. Así encontramos nuestro primer mueble.

En esa pequeña anécdota está todo. Mudarse en pareja se parece a hacerle lugar a algo nuevo donde las piezas en juego son distintas entre sí, pero crean algo, una superficie en torno a la cual podemos encontrarnos para decir, sí, esto es nuestro.

Cimientos y estructura 

Mientras desayunamos le pregunto a Sara cuáles green flags le harían pensar hoy que mudarnos sería una buena idea. Me dice que las herramientas que tenemos nos han servido para resolver los conflictos y que hablar de plata ha sido tranqui, constructivo. Comparto el pragmatismo de esta respuesta, en particular porque en varias ocasiones tuve miedo de que tantos gastos (o cosas que no pudiéramos conseguir) se fueran a convertir en una carga que nadie nos había obligado a asumir. Y cuyo desgaste íbamos a soportar nosotros solos. 

El azar, los tropiezos, los problemas, los imprevistos existen. Sin embargo, hemos tenido con qué traernos de vuelta a la calma para resolver y reparar cada uno de esos malos ratos. Hoy me da tranquilidad saber que ya hemos resistido a uno que otro temblor sobre esos cimientos. Y así como supimos que ya había cimientos, también pensamos en construir acuerdos que podrían evitar que la presión de los gastos que traería mudarnos juntos enrareciera la relación. Hicimos un excel, pusimos una cuenta aparte para las cosas de la casa, discutimos cuánto podíamos poner cada uno por mes y cuánto éramos capaces de pagar a crédito para montar nuestro hogar sin arruinarnos con los intereses. Intentamos así darnos columnas y vigas para sostener esos espacios que queríamos comenzar a ocupar como pareja. Y no sólo como pareja, de hecho. 

Paredes y ventanas

Cuántas cosas hay que meter en una casa. Y no sólo por la cantidad de muebles que tenemos, sino porque yo soy freelance y Sara trabaja mucho desde casa, pero también porque nuestras familias viven en otras ciudades y para ambos pagar un hogar era idealmente crear las condiciones para traerlos de visita sin esperar a nuestras vacaciones. Y cuántas rutinas posibles puede crear una casa, porque pensamos también en los barrios que querríamos caminar, en la distancia al trabajo y a los sitios que frecuentamos, en la posibilidad de mercar a pie, de tener un gimnasio y una ciclorruta cerca, de mirar a una vista exterior apacible. 

Cuando recién comenzamos a buscar con esa lista en la mano, creí que no lo íbamos a lograr, que lo que buscábamos estaba mucho más allá de nuestras posibilidades. Y para sorpresa mía, el lugar existía y por el dinero que podíamos pagar. Pudo ser suerte, tenacidad, cálculos atinados, ceder en cosas como la edad del inmueble, quién sabe. Lo importante de esto último, de todos modos, no está ahí. El acierto, creo, fue imaginar un lugar en el entendido de que ambos seguimos siendo dos individuos que ahora también tienen una vida en común. Es decir: que así como se discute el futuro en pareja para ver si nuestras expectativas como individuos coinciden con el otro, escogimos pensar, conversar y discutir también que esas tres vidas, dos individuales y una colectiva, deberían poder caber, compartimentarse y coincidir en esos espacios que tienen paredes para contener los cauces de dos existencias y ventanas para mirar un mismo horizonte. 

Vista desde afuera

Salimos por una cerveza y veo desde fuera las tres ventanas de nuestra casa. Son solo tres entre cientos que hay en las calles alrededor. En muchas de ellas hay muchos como nosotros. Algunos llevan meses, otros años en esto. Algunos ya tenían todo, otros lo han ido armando. Sin fórmula, un día ellos también decidieron vivir bajo un mismo techo. Les manda a decir Sara que es siempre una decisión, no un deber ni un paso necesario. Todos adivinamos que los resultados son siempre desiguales, diferentes.

Nosotros dos no sabemos si con esto alcanza. Eso sí, estamos felices, porque lo queríamos, aunque hemos hablado de que no queremos permitir que este cambio nos lleve a obviar nuestra presencia o a banalizar la compañía del otro. Así que aquí estamos, recién mudados y cogiendo un carro para ir de cita como lo hacíamos hace un año. Y si algo más nos falta, no importa. Iremos viendo. Como todos.

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Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

Escritor, periodista e historiador. Ha publicado dos libros de poesía, Música para aves artificiales (2022) y Música de los abismos moleculares (2024), y el ensayo Enema of the State (2024). Ha sido colaborador de El Malpensante, Bacánika, Bienestar Colsanitas y el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. Cuando las estrellas se alinean, escribe sobre astrología en esta revista como Mestre Astral. Fanático del café y las historias contadas con calma.

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