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¿Vale la pena hacer cine en Colombia?

¿Vale la pena hacer cine en Colombia?

Ilustración

Hablamos con productores, directores, críticos y distribuidores para descifrar en qué estado se encuentra el cine nacional.

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 ¿Los colombianos ven cine colombiano?

Más allá de que nos despeluquemos diciendo que el público no valora las cintas nacionales, hay que distinguir dos puntos: una cosa es ver cine colombiano porque compró la película pirata o lo vio en festivales o en cineclubes y otra muy distinta es pagar la boleta para una sala comercial.

Por un lado, no existe un registro riguroso de la cantidad de proyecciones en escenarios distintos a los de estas salas, así que argumentar que no se ve cine nacional es una exageración. “Nosotros hemos llevado nuestras películas a las regiones; por ejemplo, en Cartagena hay barrios en los que la gente no tiene cómo pagar una boleta y hemos tenido proyecciones de más de dos mil personas, entonces diría que la gente sí ve cine colombiano, pero no creo que pague por ver una obra de acá”, afirma Jhonny Hendrix Hinestroza, guionista, director y productor colombiano.

Según cifras de Proimágenes –entidad que fomenta el desarrollo de las políticas públicas de la industria cinematográfica de Colombia–Cifras-cine 1

Gilberto Gallego, vicepresidente comercial de Cine Colombia –la empresa con el mayor número de salas comerciales en el país–, piensa que hay que leer el comportamiento del público desde una perspectiva distinta: la del cine como industria cultural. “Hay películas que son supremamente taquilleras, hay otras que están en una línea media y otras que tienen otro comportamiento en términos de taquilla, que no son tan explosivas ni expresivas en ventas pero lo son en festivales. Este es un comportamiento que sucede en todo el mundo; en general, las producciones en América Latina están entre el cinco y el diez por ciento del promedio de asistencia anual”, afirma Gallego.

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Cabe aclarar que una de las películas más taquilleras de 2015 fue Colombia, magia salvaje con 2.371.112 de entradas vendidas, pero al no tener colombianos en su producción y realización –contó con un equipo estadounidense– no entró en el listado de cine nacional.

Según un informe de Proimágenes, en el primer semestre de 2016, 1.053.010 de personas han pagado una entrada para ver cine colombiano, cayendo frente al año anterior. En primer el lugar de la taquilla se encuentra Usted no sabe quién soy yo con 637.000 asistentes, luego Malcriados con 138.000, Polvo carnavalero con 109.000, El soborno del cielo con 44.400 y La semilla del silencio con 39.100.

¿Necesitamos ganar premios para que vayamos a cine a ver películas colombianas?

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Por el contrario, en primera posición de 2015 se encuentra Uno al año no hace daño 2 con 1.132.960 espectadores, le sigue Se nos armó la gorda con 452.519, Güelcom tu Colombia con 301.990, Se nos armó la gorda al doble con 177.150 y El abrazo de la serpiente con 111.481. La mayoría de las películas son de humor –aunque parezcan un largometraje de Sábados felices–, entonces hay que preguntarse ¿al colombiano solo le gusta reírse?

Para Johnny Hendrix, hay cintas que hablan de nuestra idiosincrasia y nuestra cultura y no nos interesa pagar una boleta por ellas, pero hay poblaciones en las que se sienten agradecidos porque se habla de ellos y de sus dolores. “Por ejemplo, El abrazo de la serpiente no es una película que hable de la violencia en nuestro país pero no la vemos.

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El vicepresidente comercial de Cine Colombia cree que el cine es como la comida: “si te gusta la pizza no quiere decir que no te gusten los fríjoles. En Colombia se estrenan cerca de 350 títulos al año y de estos que no pasaron el millón de espectadores hay títulos americanos, japoneses, franceses… de todo, las películas tienen unos comportamientos según unos nichos de consumo”. 

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“Eso pasa en cualquier país del mundo, las comedias tienen mucho público y se conectan con él. Hay películas que son más difíciles, como los perfumes finos que vienen en empaque pequeño y tienen menos público, un público más culto. Pero eso no deja de ser importante”, afirma Camila Loboguerrero, directora, guionista y montajista.

Para Gallego, “el cine colombiano no solo puede medirse en términos de taquilla. Hay unos contenidos que tienen más expresiones culturales que otros. Hay títulos de esta nueva generación que llevan a sus espaldas todos los reconocimientos de festivales y de muestras y eso enriquece nuestra cultura cinematográfica”.

¿Es costoso hacer cine en Colombia?

Para Correa, hacer una película ya no es tan difícil como antes gracias al abaratamiento de las nuevas tecnologías y a la Ley de Cine existen recursos destinados al desarrollo, difusión y promoción del cine colombiano. A nivel global, los presupuestos crecen por factores como el pago a ejecutivos y actores –en Hollywood los salarios son altísimos– y los costos asociados con mercadeo. Se necesita invertir mucho dinero en publicidad, relaciones públicas y cosas como reportajes sobre chismes; además del lanzamiento, hay que tener en cuenta todo el circuito de festivales y premios.

En el caso de El abrazo de la serpiente, se calcula que en total la película costó cerca de 1,4 millones de dólares gracias al apoyo de productores como Dago García, estímulos tributarios, dineros del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC) y el programa Ibermedia.

La tierra y la sombra se financió gracias a recursos del FDC, el Festival Internacional de Cine de Cartagena y el Hubert Bals Fund de Róterdam (Holanda). En total, la película tuvo un costo de 1.100 millones de pesos, unos 400.000 dólares. En comparación, cintas supertaquilleras como Escuadrón Suicida costaron más de 175 millones de dólares mientras que la galardonada Spotlight tuvo un presupuesto de 20 millones.

¿El éxito de una película depende de la promoción?

Para Camila Loboguerrero, uno de los más grandes problemas de nuestro cine es la incomprensión de la prensa. “Evidentemente el cine nacional no tiene presupuestos financieros para publicidad, dependemos mucho de la prensa y la crítica. Los colombianos matamos mucho al cine colombiano, le damos muy duro. La competencia con el cine norteamericano es muy grande, toda la publicidad que tiene una película de estas, el cine colombiano no cuenta ni con la centésima parte y así es como el público se acostumbra a ver títulos nacionales, es algo que sí han logrado países como Argentina o Brasil”.

Tanto las obras colombianas como las extranjeras están sujetas a la cifra que logren en taquilla en su primera semana: si no es buena la asistencia, es probable que salgan de salas sin pena ni gloria. En el caso colombiano, las nueve películas del género cómico que se estrenaron en 2015 convocaron a casi tres millones de espectadores, las 28 restantes tuvieron cifras por debajo de las cien mil personas y dieciocho de ellas no lograron reunir sino 58.466 espectadores entre todas.

El presupuesto de promoción destinado a 35 películas colombianas para 2015 fue de 9.817 millones de pesos, de los cuales 22% –$2.139 millones– se utilizó para el VPF (Virtual Print Fee) –impuesto sobre la copia digital que deben pagar los productores a los exhibidores–. 46% del total del presupuesto se gastó en pauta: $4.475 millones de pesos.

“El VPF es como un pago por exhibir en estas pantallas, cosa que literalmente vuelve la película más costosa sin querer porque es casi un impuesto que te pone el exhibidor para proyectarla. No solo tienes que hacer la cinta y la promoción que podás sino que adicional te cobran un dinero solamente por poner tu trabajo en salas. Eso ya lastima a cualquier producción local y, desde esa perspectiva, muchas obras colombianas no han logrado exhibirse porque estrenar significa endeudarnos. Una cosa es que los distribuidores aguanten una película colombiana diez semanas, doce, quince, y sea patrocinada por un gran emporio; otra cosa es una cinta que no es patrocinada por ningún distribuidor y logre 500.000 asistencias; las dos cosas son muy distintas porque es un productor solo tratando de posicionar una película”, remata Hendrix.

Para Julián David Correa, en Colombia sí hay apoyo del Estado y este incluye las convocatorias y los estímulos automáticos a los filmes, junto con la labor de tener stands en grandes festivales internacionales y el ejercicio de traer constantemente a periodistas, distribuidores y curadores del mundo; sin embargo, ese escenario es otro si además se trabajara con el apoyo de un gran medio masivo: en ese caso, habría muchos más recursos.

Justamente, quienes logran aliarse con medios como Caracol o RCN obtienen beneficios como conseguir espacios publicitarios, entrevistas en sus programas, ayuda en la realización del tráiler, producción y posproducción e incluso dinero y pauta internacional.

¿Entonces qué hacemos?

Aunque las cifras no son del todo negativas –sobre todo si se miran en comparación–, preocupa que el índice de compra de taquilla no tenga un crecimiento más progresivo, aun con los galardones que han recibido las cintas nacionales en el último año.

Para Correa, en términos de consumo cultural es muy contradictorio: somos grandes productores pero el acceso se restringe. Eso solo puede cambiar con una reestructuración del sistema educativo y, en general, de las prácticas culturales: educación más crítica que incentive la creatividad, que se enriquezcan las bibliotecas escolares, que los colegios vean más cine colombiano y que tengan un buen televisor y un equipo para ver las películas y que, además, conversen en el salón sobre esto.

“No tenemos una cuota de pantalla [obligar a tener un porcentaje de cintas colombianas en cartelera]; es decir, que el mismo Gobierno cuide a las obras nacionales desde una ley. Como no hay unos buenos acuerdos con los distribuidores, obviamente el cine colombiano es el que se ve más afectado directamente”, afirma Hendrix. “Una perspectiva chiquita te haría pensar que deberíamos tener cuota de pantallas en salas comerciales o tener mucha plata para el lanzamiento de una película y eso no soluciona nada, aunque es importante”, concluye el exdirector de la Cinemateca Distrital.

“¿Que si vale la pena hacer cine colombiano? Esa pregunta no se hace, es como si me preguntaras si vale la pena hacer literatura o música. ¿Anulamos nuestra identidad y nos volvemos un departamento de los Estados Unidos? Yo he dedicado mi vida al cine y claro que vale la pena”, afirma Camila Loboguerrero.

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