Lugares que dan calma en Bogotá
En esta selección íntima, la calma emerge como genuina protagonista de algunos espacios de la capital y sus alrededores. Volviendo sobre la experiencia de conocerlos y permanecer en ellos, la autora visita estos espacios para revelar aquello que los hace singularmente apacibles en medio del caos de la ciudad.
Llegué del Quindío a Bogotá una noche de agosto para trabajar en esta revista. Recuerdo que vi a través de la ventana del bus miles y quizá millones de luces sembradas sobre el horizonte. De día, me pareció aún más intimidante y como foránea novata me plantee la típica pregunta: ¿cómo viviría en esta ciudad de callejones infinitos, de caos y prisa? La respuesta pareció llegar con los días, a medida que también fui descubriendo sus bondades. Tal vez era bulliciosa y trepidante, pero Bogotá poseía lugares permeados de magia. A través del repertorio constante de entrevistados, la curiosidad cultural y sobre todo el anhelo por descubrir, hallé estos espacios colmados de tranquilidad.
Desde entonces siento que los lugares son refugios, contenedores de memorias y depositarios de emociones. De alguna manera, se convierten en una extensión de nosotros mismos, reflejan nuestros sentimientos y ofrecen un regocijo necesario para sobrellevar la realidad. Se dice que además retienen algo de las personas, como si absorbieran un pedazo de su esencia y al final se les permitiera transformarse en algo más. ¿Acaso no sentimos todos esa extraña sensación de que los lugares tienen vida propia, que tienen energía e incluso personalidad? Me encanta pensar que su sola existencia también tiene en nosotros un impacto analgésico, suficiente como para llevarnos al interior de sus cimientos y obligarnos a deshabitar la ansiedad.
Aunque muchos creen que los lugares que nos brindan calma son aquellos donde reina el silencio, donde los pájaros entonan una melodía perfecta o donde la humanidad parece no tener cabida, la verdad va más allá. Quizá esta sea una mirada romántica, nostálgica, pero para mí la calma está en eso: una mezcla de emociones que abogan por la paz. Por ello considero que dicho sentimiento de confort no se encuentra únicamente en la quietud aparente o en la ausencia de ruido, sino en la composición única de cada sitio. Hablaré de lugares que, aunque no hayan sido creados con el propósito de relajar, han evolucionado hasta convertirse en refugios para el alma. O al menos así lo veo yo.
He encontrado una sensación de paz reconfortante en varios espacios, testigos de numerosas vidas. Me emociona pensar en lo que ya fue, en aquellos seres que ya no están y que alguna vez dejaron su huella en ellos. Quizá alguna vez en el pasado, estos lugares también fueron refugios, espacios que abrazaron a otros con gracia que encontraron en ellos sus propios remansos de tranquilidad. Me gustan los lugares históricos o en su defecto, los habitados por historias, porque cuando entro en ellos siento como si una canción de Frank Sinatra se colara en mi cabeza y provocara alguna lágrima de nostalgia. Despiertan mi calma.
Teatro Colón
Si por un momento se me permitiera habitar una escena del siglo XIX, seguro escogería vivirla en este espacio. La inmersión en él, se siente como un viaje en el tiempo: los balcones y palcos exhiben barandas ornadas y molduras antropomorfas que posan desprevenidas, invitándonos a disfrutar del espectáculo. Los acabados en el techo narran escenas mitológicas donde las musas griegas protagonizan una oda al arte, y hay en los rasgos de su pintura cierta delicadeza. Las luces incandescentes te transportan a una experiencia teatral en tonos ámbar.
Su quietud parece haber atrapado la esencia del ocio de otra época, como si cada rincón se hubiera quedado con la elegancia y el esplendor de una vida pasada. Mi mente solo puede pensar en ópera: La Bohème, Aida, La Traviata, Hamlet… Su sola presencia me basta para transmitirme una enorme fascinación.
Museo de Bogotá
Conocí este lugar una tarde mientras caminaba por las calles de la Candelaria entre risas dispersas de amigos. La idea de sumergirnos en la historia nos llevó hasta las puertas del museo. Cada una de las salas se desplegó ante nosotros como capítulos de un libro antiguo. Desde los orígenes mismos de la ciudad hasta los intrincados procesos que forjaron su identidad más reciente, cada rincón revelaba la esencia de la ciudad. Me conmovió sobremanera encontrar, en medio del recorrido, la versión de lo que en su tiempo fue un tranvía, no solo por lo que el artefacto significaba, sino por la experiencia auditiva de vivir en primera persona el ruido de la calle y su ajetreo a principios del siglo XX.
Poco después me encontré con Cinema Paraíso, una sala dedicada a los procesos que forjaron el cine en la capital. Por un momento, mis ojos se perdieron en los retratos del surgimiento del séptimo arte. El espacio nos recibió con una suave melodía, muy similar a las que ambientaron la cinematografía naciente de aquel entonces. Allí, las cámaras antiguas, testigos de su época, retrataban la evolución de una sociedad bogotana que, fascinada con los nuevos inventos tecnológicos, poco a poco forjaba su espíritu cultural. Los anuncios amarillentos de los periódicos que promocionaban las proyecciones, ofrecían un vistazo a la vida vibrante que bullía en aquellos días. Esa tarde no solo descubrí un museo, sino una conexión que despertó en mí una serenidad plena.
Pulguero de San Alejo
Suelo escapar de los espacios concurridos, pero los mercados de pulgas me atraen por su promesa de tener, entre tantas cosas, tesoros escondidos. El bullicio y los murmullos de la gente suelen mezclarse con la curiosidad que despiertan las antigüedades. Los puestos rebosan con una colección ecléctica de “cacharros” que incluye desde instrumentos musicales a utensilios de cocina, pasando por viejos artefactos tecnológicos apilados, entre mucho más. Si puedo describir este lugar en una sola palabra, sería “asombro”. Me gusta que la calma tenga un poco de caos, de desorden, de sorpresa, muy acorde a lo que puede sentirse en este lugar.
Casa Museo del Tequendama
Tal vez resulte sorprendente que un lugar con un historial de tragedias como este pueda ser una fuente de calma para alguien. Y no es que yo lo busque para honrar las innumerables tragedias que han acontecido ahí. Más bien siento una atracción peculiar hacia los lugares enigmáticos. Sensación que parece capturarme entre los muros de este museo.
Espacio de belleza decadente y aura misteriosa, ejerce una fascinación intrigante. La vista del majestuoso Salto del Tequendama, con sus aguas rugiendo en el abismo, añaden una dimensión sobrecogedora a la escena. La sensación de estar inmerso en un entorno que parece suspendido entre lo terrenal y lo sobrenatural, contribuye a esa extraña calma que es difícil de explicar. Los paisajes sombríos siempre han capturado mi atención, tal vez por mi inclinación hacia lo gótico o las grandes casas con muchos años encima. Sus paredes evocan historias sin contar, aquellas que se entrelazan entre la niebla del paisaje natural que lo rodea.
Librería Wolf
Intrigada por la promesa de encontrar allí a las grandes narradoras de todos los tiempos, alguna vez decidí darle una oportunidad a esta librería cuyo catálogo está integrado exclusivamente por autoras. Lo primero es que, al atravesar la puerta, te sientes en un lugar seguro. El aroma de los libros te despierta e invita a sumergirte en aquellos estantes repletos de relatos, novelas, ensayos, crónicas y poesía. Las curiosas que deambulamos entre sus pasillos y que de pronto nos encontramos con la mirada de alguno de los retratos de grandes escritoras que adornan la librería, tenemos un punto en común: queremos ver, leer más de lo que la historia nos ha contado. Sentimiento de complicidad mutua que termina por ser reconfortante.
Cinemateca de Bogotá
Nada se conecta más profundamente con los sentidos que una sala de cine. La lógica de su estructura anticipa cada detalle para sumergirte en una experiencia sensorial: la comodidad de su silletería, el ritmo auditivo de los parlantes de fondo y la conexión con la película que te permite aquella gran pantalla. Sin embargo, este espacio tiene una particularidad: nos conecta con las historias cercanas, creadas aquí, bajo las mismas reflexiones que inquietan nuestro contexto.
Puedo describir este lugar desde la oscuridad de sus espacios, el cuchicheo que acontece al final de cada proyección, la sorpresa en momentos de álgida emoción y alguna que otra conversación poderosa sobre la realización de un film. Cuando te gusta el séptimo arte, las salas de la pantalla grande, en especial unas como las de la Cinemateca, amplifican tus sentimientos y se convierten en estancias de inspiración.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario