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Los últimos 200 años han hecho de la taza de café un arte y en el proceso más de un diseño ha llegado muy lejos en busca del tinto perfecto. Aquí su historia.

Una cafetera no es como las otras

Ilustración

¿Cómo se hace un tinto? En los últimos 200 años, diseñadores e ingenieros han hecho de la preparación del café un verdadero arte, multiplicando las respuestas a esta pregunta de formas tan ingeniosas como exquisitas. La autora nos cuenta la historia, en lo que se tarda en estar lista nuestra siguiente taza.

Tráigame también un café, ordenó en francés perfecto, 
a la italiana como para levantar un muerto.
Gabriel García Márquez.

Sin ninguna pretensión de ser muy precisos, ni de instaurar categorías absolutas, el mundo del diseño podría dividir todo lo producido en dos grandes grupos. Los objetos que se diseñaron una vez y no han necesitado de muchos cambios, como el clip o las señales de tránsito, y otros que por necesidad, deseo del diseñador o nuevos gestos han sufrido grandes transformaciones o se han diversificado con intensidad. La silla, por ejemplo, puede verse como un zig zag si le preguntamos a Gerrit Rietveld, como los residuos de una vela si miramos algunas Pratt de Gaetano Pesce o como una antena de televisión al estilo de la Pylon de Tom Dixon. El clip es un trozo de metal doblado, así el doblez o el color cambie; la silla, en cambio, puede ser tantas cosas.

La cafetera entra en este último grupo. Decir cafetera dentro de un conjunto de personas puede arrojar una variedad amplia de imágenes mentales. Unos dibujarán con sus cerebros vasos de metal con rejillas y émbolos, otros pensarán en un par de octágonos de hierro. Los más sofisticados traerán algo parecido a un reloj de arena y los menos en una olleta cualquiera y un colador. Una de las primeras veces en las que alguien pensó que poner café en agua hirviendo y filtrar el resultado de esto no era suficiente para un buen café, fue en 1802. François Antoine Henri Descroizilles, quien también había inventado la luz giratoria común en los faros, dio con la idea de usar dos recipientes metálicos separados por una bandeja con agujeros; pero su invento no fue suficiente: empezaría a partir de ahí un camino de evolución atomizada con el fin de diseñar una cafetera que diera una bebida más intensa, más precisa.

Alfonso Bialetti nació en Italia en 1888 y era ingeniero. Su oficio lo había llevado a trabajar con la industria del aluminio en Francia pero rápidamente, en 1919, montó su propio taller de este material en Piamonte. Cuenta Maxi Guerra en el podcast Gastropolítica que en esa época era difícil hacer un café intenso en la intimidad de la casa; había que ir a las cafeterías, donde contaban con máquinas de café, para tomarse un espresso. Bialetti, que buscaba un café aromático y fuerte pero íntimo, pensó que podría ser posible hacer un dispositivo en aluminio para lograr ese placer sencillo, y el sistema hidráulico por el cual el agua sube por un tubo central para lavar la ropa en las lavadoras le dio la idea. Así nació la moka, la macchinetta o la caffettiera que también sería conocida luego simplemente como la Bialetti y que hoy habita tantas casas y a la vez las salas de exposición del Museo de Arte Moderno de Nueva York y el Museo de Diseño de Londres. 

Era febrero del 2016 y en la iglesia de Casale Corte Cerro en Piamonte se estaba oficiando un funeral. El sacerdote, vestido con una capa morada en señal de luto, echaba incienso a una cafetera Bialetti de 24 tazas que estaba sobre una mesa rodeada de rosas blancas. En frente, hombres y mujeres conmovidos. La cafetera no tenía, claro, café molido ni agua; en cambio guardaba las cenizas de Renato Bialetti, hijo de Alfonso y líder de la empresa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue Renato quien popularizó la moka a través de grandes producciones y publicidad, y quien descansa hoy en el objeto que le dio a su padre –y a las más de 300 millones de personas que han comprado una Bialetti– un café robusto.

Para el momento en el que Alfonso patentó la Bialetti, en 1933, los franceses llevaban más de un siglo usando esta prensa francesa. Aunque no se volvió popular sino hasta después de la Primera Guerra Mundial, la patente hecha por un orfebre y un comerciante existía desde marzo de 1852; el invento era para el filtrado de café mediante un pistón y mostraba una varilla unida a un pedazo de metal perforado y puesto sobre dos capas de franela; esto se accionaría dentro de un recipiente para obtener, en palabras de los inventores, “café filtrado, perfectamente claro”.

“Desde el principio, los franceses dedicaron más atención que cualquier otro pueblo a la preparación del café”, escribió William Harrison Ukers en el libro All About Coffee, publicado en 1922, pero fue necesario que en la década de 1920 una empresa italiana patentara una versión mejorada de este objeto para que ganara terreno cafetero. Cuenta el editor de The Atlantic Daniel Engber que “La compañía perfeccionó el dispositivo en los años siguientes: una versión introducida en 1935 tenía un resorte que envolvía los discos del émbolo para mantenerlos al ras con el cilindro”.  

En el MoMA también está la cafetera chemex, que tanto en su funcionamiento como en su forma se asemeja a un reloj de arena. El invento es de Peter Schlumbohm, un químico alemán que en su vida llegó a hacer más de 300 patentes de objetos distintos entre cocteleras, hieleras y recipientes. La patente que presentó el 13 de abril de 1939 en Estados Unidos, donde se había nacionalizado, fue para un dispositivo de filtrado sin especificar que era para café. Aunque el primer diseño tenía un asa, la cafetera fue depurándose hasta llegar a ser este objeto sencillo pero llamativo. Ralph Caplan, escritor de diseño, describió la chemex como una síntesis de “lógica y locura” y “uno de los pocos diseños modernos por los que se puede sentir afecto además de admiración”.

La chemex tiene una boca en la parte superior sobre la que se coloca un filtro de papel para que albergue el grano molido y reciba el agua que luego cae en la parte inferior; estas dos partes se unen con una arandela de madera que es de donde se sujeta la cafetera cuando está caliente. Es un proceso simple y un objeto simple cuyo diseño la convierte en una digna representante de su época. Era el inicio de la Segunda Guerra Mundial y materiales como el aluminio o el cromo escaseaban y se priorizaron para la industria militar; por eso un objeto de vidrio y madera tenía sentido. Se alineaba, también, con el estilo Bauhaus alemán, depurado y de fácil acceso, que ya había entrado a Estados Unidos. 

Antes que todas estas formas de hacer café aparecieran, los turcos ya tenían un método instaurado aunque no sea propiamente basado en el uso de una cafetera. Cuando el Sultán Suleiman estaba al frente del entonces Imperio Otomano en el siglo XV, ordenó tener en su gabinete un jefe de café que le hiciera a demanda las tasas más intensas. Esto popularizó la bebida primero entre los ricos y luego entre el resto de los habitantes que pudieron acceder a esta bebida en cafés o cafeterías que hasta hoy son espacios tradicionales para la cultura turca. El cezve, briki, rakwa, zezwa, kanaka, dzhezva, turka o džezva es un recipiente de latón o cobre, pequeño y ancho con un mango alargado que suele llenarse con agua, café y otras especias y se pone al fuego sin dejar de sostener por el mango; se espera un momento, se retira del fuego y se repite este proceso algunas veces más. Lo que resulta es un café denso, con textura robusta y muy concentrado. Este tipo de olleta, más típico, es un objeto que custodia la tradición.

Al otro lado de la simpleza del cezve, está el complejo sistema conocido como cafetera de sifón que usa la gravedad y la presión para funcionar. Su nombre explica su forma de uso: al calentar el recipiente inferior se generan cambios de presión que empujan el agua hacia el recipiente superior donde está el café. Cuando el calor del recipiente inferior se reduce, el café desciende filtrado por la falta de presión. Este fue un invento que apareció por primera vez en 1830 en Berlín, Alemania, aunque hoy son más usadas en Japón y Taiwán. Puede encontrarse en materiales como vidrio, plástico o metal con malla de metal, papel o nylon y el resultado es un café completamente filtrado, claro. En 1925, el diseñador Gerhard Marcks, uno de los tres primeros miembros de la facultad de la Bauhaus que fue contratado para encargarse del taller de cerámica, creó la Sintrax, una versión de la cafetera de sifón producida por la empresa alemana de vidrio Jenaer Glaswerk & Schott. Es una estructura desmontable de cinco piezas para ser al mismo tiempo cafetera y jarra para servir el café, honrando la premisa de funcionalidad y depuración de la Bauhaus. 

La Bialetti, la prensa francesa, la chemex, el sifón y la cafetera turca no son los únicos tipos de cafetera que existen. Seducidos por las posibilidades, distintas culturas y luego distintos diseñadores o ingenieros han intentado dar con la cafetera más precisa para el tipo de café que creen ideal. Al igual que con las sillas, la pregunta persiste, ¿por qué hacer tantos diseños para un solo objeto? En el caso de la cafetera, el objeto se convierte en muchas cosas para que el café pueda ser también muchas cosas: un café intenso como el turco o el que se hace en la moka, o más suave como el que resulta de la prensa francesa o la chemex. También, se diversifica para poder pertenecer al mismo tiempo a laboratorios y cocinas, mesas y museos, cafeterías y tiendas de diseño.

Andrea Yepes Cuartas

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

Periodista. Ha trabajado escribiendo y creando contenidos sobre diseño, ciencia y diferentes formas del arte para El Tiempo, Bacánika, BOCAS, Lecturas y Habitar, entre otras publicaciones. Creó la revista Mamba sobre diseño, un podcast llamado Objituario sobre objetos perdidos pero no olvidados y una marca de libretas, NEA Papel. Le interesan el alemán y el inglés, los libros sobre los que hay que volver, y poner el diseño y la ciencia en entornos periodísticos y museográficos

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