En el espacio con Mouse on Mars
Jan St. Werner y Andi Toma se conocieron en un concierto hace veinte años y, desde entonces, se han dedicado a cavar en las profundidades del sonido desde lo analógico hasta lo digital sin temor a encasillarse en algún género. Ellos trabajan con sonido en muchos sentidos: construyen cosas, se relajan, leen y hacen sonidos y visuales para instalaciones electroacústicas, bandas sonoras de películas y aplicaciones para artistas. “Nuestro trabajo es un gran collage y cuando volvemos a mirar atrás es como mirar a una gran pared de dibujo. Es como coger un cubo rubik y darle vueltas, tomarle una foto, desarrollar la idea y volver al cubo para darse cuenta de que hay una nueva posibilidad”, afirma St. Werner.
¿Recuerdan cuándo fue la primera vez que trabajaron con sonido, así fuera con una grabadora?
J. S.: Cuando comencé a trabajar con sonido yo estaba muy obsesionado con la idea de su poder abstracto y eso fue muy temprano. Tuve mi primera grabadora de casete a los siete años y en ese tiempo comencé a grabar sonidos que adoraba, que veía en televisión o ruidos que hacía y los usaba como una banda sonora para cuando jugaba. Yo crecí en Colonia que es una villa muy pequeña y, aunque tenía amigos, cuando estaba en casa podía crear mundos y perderme en ellos. Lo divertido es que el sonido puede ser música, pero también la música puede volver a ser sonido, a ser pura.
¿Cómo han vivido la transición de lo analógico a lo digital?
J. S.: De hecho, no creo que el procesamiento de sonido haya cambiado tanto sino que antes tomaba más tiempo y ahora todo parece estar al alcance de la mano, se volvió más fácil y rápido. Hoy trabajamos más porque podemos hacer lo que queramos y hay mucho material, además el proceso de búsqueda es más complicado porque es más difícil encontrar algo especial y real.
Ustedes hablan de Mouse on Mars desde las posibilidades del sonido ¿creen que hacen música o es más bien una propuesta de arte sonoro?
J. S.: No estamos muy interesados en hacer música sino en el sonido: cómo componerlo, explorarlo y mirar lo que hay ahí en términos de materia y textura, las asociaciones que hay entre los sonidos, las estructuras sobre cómo el sonido puede contar una historia o revelarnos un poco sobre la manera en la que vemos las cosas. El sonido es en realidad un vehículo o un lenguaje para explorar el mundo y la música, el último paso en esta búsqueda. Cuando acabas con todo, la música es lo que queda pero esa es la parte más aburrida de trabajar con sonido.
A. T.: El proceso antes de crear una canción es mucho más divertido que crearla. Lo que oímos más en nuestro diario vivir es música pop hecha para clubes o radio y a veces tratamos de romperlas para hacer algo con estas estéticas porque hay productores que hacen cosas interesantes.
Aunque ustedes exploran y boicotean el sonido sin importar el género o las etiquetas, tienen algo de pop, ¿qué creen ustedes?
J. S.: Lo que hacemos es una idea diferente de música pop porque no rechazamos lo que es pero encontramos que es tremendamente aburrida la forma en la que la gente la usa y la escucha. El pop tiene este tipo de estrategia en la que parte de él es inocente y la otra es superinteligente; en el peor de los casos es una pieza horrorosa de explotación pero también puede ser muy caótico, anárquico, experimental y honesto porque tú sientes cuando te golpea. Si lo hace, marca un nuevo comienzo porque ya está en tu sistema y creo que así es como nosotros nos acercamos al sonido: no nos importan las etiquetas sino que el sonido nos golpee y lo podamos destruir y transformar con nuevas técnicas, texturas, ambientes y posibilidades. Lo que hacemos es nuestra propia versión de eso, la promesa de lo que significa la música pop, que no es elitista sino que está para todo el mundo, no algo para una audiencia específica: queremos darle a las personas música que en realidad puedan disfrutar y en la que puedan confiar.
¿Han escuchado algo interesante desde que llegaron a Bogotá?
A. T.: Ayer estábamos en un taxi andando por Bogotá y el conductor puso “raggatón” muy duro, él estaba cantando y puse atención al coro, de pronto había algunas palabras sucias pero nunca lo sabré. Eso te hace navegar porque en nuestra cultura no oímos esta música, si viviéramos aquí muy probablemente cogeríamos estas canciones y miraríamos lo que hay detrás.
Canciones de la adolescencia:
A. T.: De hecho, anoche estaba escuchando “Cool In The Pool” de Holger Czukay y es increíble que una canción que es de los ochenta sea tan vigente ahora, me pareció irresistible la calidad del sonido y cómo está mezclado de una manera tan única y tan moderna, me hizo sonrojar, es arte. De hecho, estaba escuchando radio y cuando comencé a escucharla pensé que se trataba de un joven productor y luego me di cuenta de que era esa canción. Creo que es maravilloso si puedes crear algo así.
J. S.: Básicamente la música que nos gusta es la que está hecha de samplers –instrumento electrónico que permite usar grabaciones– y eso como que nos conectó muchísimo con el pop porque sentimos que ellos realmente tienen el sonido adentro. Desde que tenemos nuestro sello, Sonig, abrimos nuestro mundo a un completo daño nuevo que fue la música electroacústica, el noise, la música clásica y la académica; es muy divertido experimentar como si fuéramos científicos. Para nosotros hay cosas muy buenas que está haciendo la gente en estos días y es una competencia muy rara entre la música y la búsqueda que haces y lo que hacen los demás. Casi puedes dedicarte toda una vida a tratar de entender lo que otras personas hicieron.
Sonido que odien:
J. S.: Yo odio cuando la gente se corta las uñas y luego se las lima, eso me da escalofríos.
A. T. No soporto los sonidos de alta frecuencia o esos pitos de pato. O cuando estás cortando comida y el filo raspa con el plato, eso duele físicamente.
Un concierto que recuerden porque la pasaron muy bien:
A. T.: Nos gusta conectar la audiencia a los sonidos en el espacio y a lo que cada uno está haciendo con su máquina. Además funcionamos como un organismo completo y hacemos clics entre nosotros y con el público y nadie puede fingir mucho, solo queda bailar. Hace mucho tiempo, precisamente aquí en Bogotá, fue muy especial porque al final la audiencia saltó encima del escenario y es lo que me parece interesante del Teatro Colón, que la gente no tenga que estar parada viendo sino que pueda sentarse a escuchar o quedarse dormida si lo prefiere.
¿Cómo es su proceso para la creación de una pieza?
A. T.: Tenemos nuestros computadores y trabajamos en un estudio tradicional y Jan es de los que se concentra mucho en su computador mientras que yo soy mucho más manual y me gusta jugar con las máquinas.
¿En qué se diferencia hacer sonidos para Mouse on Mars y para bandas sonoras?
J. S.: Personalmente no me gusta hacer piezas para películas pero colaboro con personas a las que conozco hace tiempo y que me dan libertad, pero lo que odio es que me pidan cambios: eso me aterra porque si trabajas en una idea y las cosas se juntan es terrible que quieran que rompas eso.
A. T.: Si creas sonidos para una cosa visual –como una película–, te dan libertad y no te dicen qué tienes que hacer. Puede tener unos resultados muy dulces porque hace que trabajes de una manera distinta con tus sonidos y tu idea de la estética del sonido y si sacas lo visual del sonido probablemente no lo hubieras hecho si no hubieras tenido esos referentes para inspirarte.
¿Qué pasa con sus vidas cuando están de gira?
J. S.: Me importa una mierda. Soy muy cariñoso cuando estoy en casa, pero cuando estoy trabajando solo quiero paz. Mi hija me llama y me dice “el conejo se escapó, no lo puedo encontrar en ningún lado”, y le respondo “así tenía que ser, dile adiós a tu conejo y déjalo ir”. Cuando vuelvo a casa, todo está perfecto. Lo del conejo, es una entrevista de otras tres horas…
A. T.: Mi familia no se da cuenta de que me fui [risas].
¿Qué es lo primero que hacen cuando llegan a una ciudad para un concierto?
J. S.: Buscamos un buen café, nos gusta caminar mucho así que andamos por todo lado para ver lo que más podamos. Ayer me di cuenta de que necesitaba que me hicieran un corte porque sentía que tenía mucho pelo, y nos decidimos a encontrar a un peluquero pero anduvimos mucho y no encontramos a ninguno; de repente, hallamos un sitio por la carrera séptima. Había como diez personas trabajando en el local y vimos a una señora sentada en un sofá, muy simpática, y le dije que si podía cortarme el pelo y me dijo que sí. Me senté y, como generalmente uso un montón de gel, le pedí que lo lavara; aunque dijimos la palabra champú al tiempo, ella solo mojó mi pelo y me quedó una grasa esparcida por toda la cabeza que no alcanzaba a comprender del todo bien, ella solo cortó y fue el mejor corte de pelo de mi vida y es una técnica que nunca me habían hecho y me sentí muy mal porque solo costaba siete mil pesos (dos euros).
También fuimos a una galería a ver una exposición –de hecho vieron la obra de Andrés Matías Pinilla llamada Welcome to Parime– y había una piscina llena de pelotas azules y tocaba cruzar la piscina para poder seguir viendo la muestra y todo el mundo saltó como si fueran niños; cuando salimos, Andi se dio cuenta de que no tenía el celular y volvió a buscarlo a la fosa de pelotas y unos rateros también se metieron, fue increíble y él no lo pudo encontrar en ningún lugar. Al parecer el ladrón encontró el celular de Andi y él estaba tan desesperado que le pidió al guardia de seguridad que llamara al celular y el guardia decía que por favor no, porque era una llamada internacional, así que son cosas divertidas porque es como si viviéramos en la ciudad.
¿Qué cosas nunca pueden dejar en casa?
J. S.: El computador porque es mi herramienta de trabajo pero la verdad trato de no cargar nada.
A. T.: No me importa demasiado.
¿Cómo se sienten respecto a la situación de los refugiados en Europa?
J. S.: Es un punto muy interesante porque, aunque suene duro, esta crisis realmente está revelando muchas cosas de la sociedad, sobre todo de la alemana que se sentía que ya se había liberado de las malas vibras de la Segunda Guerra Mundial y que, de alguna manera, se había “desnazificado”. Ahora puedes ver que al menos la tercera parte de la población sigue siendo superracista y fascista y es algo que ha estado durante décadas, no tiene nada que ver con los refugiados.
La gente que les roba no es la gente pobre, es la gente rica, es el sistema que hace concentrar muchos recursos en pocas personas y piensan que la amenaza son los pobres que vienen a tu tierra a pedir ayuda. Esta situación tan marxista nos está diciendo que hay algo profundamente malo en nuestra sociedad.
Creo que lo mejor que le ha pasado a Alemania en los últimos cincuenta años es que ha venido gente de todos lados a vivir al país, que tienen piel de otro color, alemanes que no hablan alemán. Eso me ha hecho más fácil ser alemán porque por mucho tiempo no me gustaba decir que era de allá, no me gustaba Alemania como concepto; ahora se ha convertido en un país de migrantes.
A. T.: A mí me parece que hay que ver todo el cuadro porque la gente simplemente es muy cínica: ve la migración como si fuera culpa de los que llegan y siento que gran parte de esa movilización es nuestra culpa y siempre ha sido así, no es una cosa reciente.
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