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Historias de trabajos muy raros

Historias de trabajos muy raros

Ilustración

No son pocos los trabajos que todos nos hemos preguntado quién demonios hará e incluso los que ignoramos que alguien tiene (y que se puede vivir de ellos). Estas historias nos revelan muchas maneras de ganarse la vida.

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Algunos los han encontrado por vocación, otros por casualidad y otros por necesidad. Algunos los recuerdan con amor, otros con alivio de no estar ahí, otros entre risas. Son tantos los trabajos atípicos que, por lo pronto, les entregamos solo una primera selección a la espera de que los lectores amplíen esta lista con sus propias raras experiencias laborales. Además de reír con las historias que pueden contar quienes los han desempeñado o aún ejercen estos cargos, todos estos relatos personales son parte de esa gran historia de la adultez y la humanidad: hay mil formas de subsistir.separador01 Subtitulista Trabajos Raros

Presentadora de electrodomésticos
Trabajadora: Sara Zuluaga, 27. Periodista.

Hace cuanto lo desempeñó: hace 10 años
Cuánto duró allí: casi 4 años
Edad a la que lo desempeñó: de los 17 a los 21
Cuánto pagaban: 60.000 pesos colombianos por programa
Por qué llegó a él: la buscaron después de verla en otro programa que presentaba

Sara era estudiante de periodismo y ya presentaba un programa para la EDEQ, la Empresa de Energía del Quindío. La productora con que trabajaba también le hacía encargos a una empresa tradicional del Quindío que vendía electrodomésticos, así que ellos mismos se lo ofrecieron. El objetivo era sacar un programa semanal: “me daban un guión para presentar uno, máximo dos electrodomésticos, a veces tenía que dar alguna especie de noticia, como anuncios parroquiales de la empresa. El programa duraba cinco minutos y hacerlo nos tomaba media hora. Y a mí sesenta mil pesos me parecía muy cómodo por media hora. Claro, en ese entonces en que no tenía tantas responsabilidades...”.

Después de aprenderse el guión, regia, elegante, modo presentadora, Sara se paraba delante de la cámara en el estudio para transmitir –con todo el entusiasmo posible– las principales características de cada uno de los electrodomésticos que estaban por empezar a venderse en las tiendas de la empresa. La empresa era y sigue siendo enorme, así que su programa –que no se transmitía más allá de los confines de la compañía– llegaba a un montón de empleados con el propósito no solo de motivarlos, sino de ayudarlos a recordar mejor un montón de información. “Yo trabajaba con un amigo, así que nos reíamos mucho… Lo pasábamos muy bien la verdad.”

La experiencia fue muy positiva, cuenta Sara. Después, en una ocasión la llamaron a presentar el evento anual donde se hablaba de las ventas, se premiaba al mejor vendedor, se rifaban un montón de cosas y hasta le daban una casa a alguien. “A decir verdad, fue algo muy lindo, llegué a cogerle mucho cariño a la empresa. Aunque no tengo eso en mi CV ni me dedico a presentar, pues más tarde me alejé mucho de eso, aprender a memorizar un guión, a improvisar, a pararse frente a una cámara, es algo en lo que igual agradezco mucho haberme formado. No creo que hoy esté de más en la vida de nadie.”

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Subtitulista para cine

Trabajador: Jorge Francisco Mestre, 29. Historiador y escritor.
Hace cuanto lo desempeñó: casi 4 años
Cuánto duró allí: 6 meses
Edad a la que lo desempeñó: 24-25 años
Cuánto pagaban: 900 pesos colombianos el subtítulo
Por qué llegó a él: desempleo y azar

Estudiaba una maestría en escrituras creativas y estaba dedicado a corregir tesis de maestría y doctorado hasta que un día se acabaron. Pasé tres meses sin nada, pidiendo auxilio. Una conocida con la que no hablaba hacía tiempo me dijo que le había salido un buen trabajo por el cual no podía continuar como subtitulista freelance para una pequeña empresa de postproducción cinematográfica de Bogotá. Acepté sin dudar: igual no hubiera podido decir que no.

Era como ser Batman: de la nada, a cualquier hora, llamaban explicando que necesitaban subtítulos para uno o dos films y que tenía que salvarlos, porque nunca había tiempo. Así que, además de traducir casi simultáneamente y montar la tira de subtítulos, mi función era que esos plazos imposibles siempre fueran suficientes. Veía la película en un programa que me permitía ir repitiéndola escena por escena, mientras creaba las cajas de texto y las llenaba con palabras sobre una línea de audio. Bebí tinto por jarras y toleré la impaciencia cuando fallaba el programa o algo quedaba mal. Cada subtítulo no debía durar demasiado poco ni tener más de 39 caracteres para alcanzar a ser leídos cómodamente. Luego tenía que verme por enésima vez el film mientras revisaba que el .srt (el formato del archivo que entregaba) no tuviera errores. Por un largometraje, en promedio, cobraba 750’000 pesos.

Tal vez podría ser divertido para quien ya tuviera una gran destreza o algo más de tiempo, porque clavarse ocho horas viendo repetitivamente una película aún me sigue pareciendo uno de los trabajos menos divertidos que he desempeñado. Lo que sí era hermoso era ver cine desde la banda sonora: aprendes a notar mejor el uso del silencio en el terror, a sortear los diálogos vertiginosos de las comedias, a apreciar los ritmos diferentes de cada idioma y sus distintos acentos. Por otra parte, es costumbre firmar en el último de los subtítulos. Las pocas veces que me he quedado en la sala esperando a que salga todo el mundo mientras pasan los créditos, he recordado con risa mis noches pegado a la pantalla para darle palabras a obras ajenas, firmando ese trabajo raro, tan visible como invisible.

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Redactor de preguntas para programa televisivo

Trabajador: Camilo Jiménez, 53. Literato y editor.
Hace cuanto lo desempeñó: más de 10 años
Cuánto duró allí: un par de meses
Edad a la que lo desempeñó: 40
Cuánto pagaban: 2.500.000 pesos colombianos por mes aprox.
Por qué llegó a él: lo buscaron

Camilo salió de editor de una revista y se dedicó al trabajo freelance. Tenía varios encargos cada vez y aceptaba de todo porque, claro, “uno dice que no, y no te vuelven a llamar”. Entre esos distintos camellos, leía y evaluaba proyectos de ficción para Caracol Televisión y fue por ahí por donde lo buscaron. “Una productora había comprado una franquicia, Millones por montones, y me contactó para ver si yo quería hacer preguntas para el concurso. Éramos todo un grupo. Para esa primera temporada debíamos entregar cada uno un total de 1600 preguntas. Unas de cuatro, otras de tres y algunas de dos opciones; unas muy fáciles, otras muy difíciles, y también de dos tipos de intermedias.”

“Nosotros entregábamos unos Excel con las preguntas, 5000 semanales entre categorías como historia, actualidad, geografía, arte, deportes, etc. Mi esposa me ayudó mucho: compramos un montón de libros de estilo sabelotodo, mil cosas que debe saber antes de morir, sobre arte, geografía, veíamos cantidades de documentales en NatGeo, resúmenes documentales sobre décadas enteras... Se nos ocurrían al almuerzo, en cualquier charla, y tocaba tomar nota para ver después cómo hacerla. Aunque yo tenía otros trabajos, eso ocupaba solo un par de horas al día y el resto del tiempo un lugar enorme en mi mente y mi interés. La verdad era muy chévere, hasta que se volvió angustiante.”

La últimas semanas la cosa fue más difícil: de cada entrega podían devolver varias preguntas, por repetición o porque no pasaban el filtro, pero con todas las que ya estaban hechas, las nuevas tenían que ser muy específicas y era muy verraco encontrar qué preguntar. A costa de esfuerzo coronó. “El programa era muy gracioso, porque se le daba la plata a los participantes en efectivo y ellos debían ponerlo en unas cajas con las opciones. El premio era de mil millones de pesos. Si la gente estaba muy segura ponían todo en una sola caja y si no repartidito. Cuando la respuesta no era correcta, la caja se desfondaba. Sin embargo, no pegó y después de esa temporada se dejó de hacer.”

Le pregunto a Camilo si lo volvería a hacer: “Sí, yo creo, pero no sé si viviría de eso. ¿Te imaginas uno detrás de un programa como el español Saber y ganar que lleva como 30 años? Muy verraco. Pero por dos o tres meses, me parece del carajo. Uno se divierte, aprende muchas cosas y la tele paga bien.”

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Organizadora profesional de espacios

Trabajadora: Liliana Garavito, 41. Politóloga y organizadora profesional.
Hace cuanto lo desempeñó: lo desempeña actualmente
Cuánto lleva allí: 6 años y medio
Edad a la que empezó a desempeñarlo: 35
Cuánto pagan: depende de las necesidades de cada espacio
Por qué llegó a él: satisfacción personal y para poder dedicar más tiempo a su familia

Liliana es politóloga de profesión y ejerció su carrera durante 11 años como consultora en una empresa privada. Al terminar su contrato, empezó un proceso de reflexión sobre qué quería hacer con su vida profesional, “quería hacer algo que me llenara en cuerpo y alma, y que además me permitiera dedicarle tiempo a mi familia”. Mientras decidía su futuro laboral, una mañana vio en una red social que una persona preguntaba quién podía ayudarla a armar su árbol de navidad y que pagaría por este servicio, “inmediatamente contesté que yo podía hacerlo, aunque en ese momento ni siquiera sabía cuánto cobrar. Luego otra persona me buscó para que organizara el cuarto de juegos de sus hijos y ahí fue que me di cuenta que además de tener la habilidad para organizar, lo disfrutaba al máximo. Muchas personas no tienen esta habilidad, ni el tiempo o el gusto”.

Fue así como Liliana descubrió que podía vivir de algo que siempre disfrutó hacer y para lo cual tenía talento: organizar espacios. “Empecé a indagar sobre esta labor que existe formalmente desde la década de los ochenta en Estados Unidos pero que aquí en Colombia era algo innovador. Así vi una oportunidad de negocio y me certifiqué como organizadora profesional a través de un curso de formación virtual. Creé mi marca Organiza Todo® y empecé a promocionar mis servicios de organización de espacios y entrenamientos entre mis conocidos”.

Para ella, la organización de espacios es una labor que además de pasión, requiere de los certificados y estudios para brindar un servicio que va más allá de acomodar los objetos en recipientes bonitos, “además de organizar, le ayudó a la gente a tomar decisiones sobre qué cosas son útiles y cuáles no. La mayoría de las veces, los espacios desorganizados son producto del exceso de objetos. A partir de esa depuración, creamos un sistema de organización ajustado a cada cliente donde cada cosa tiene un lugar práctico y sostenible en el tiempo”.
Liliana no tiene duda de que encontró la labor de su vida, una que le da felicidad y satisfacción, “amo lo que hago, lo disfruto desde el inicio hasta el final. Me encanta ayudar a la gente que por diferentes razones quiere transformar sus espacios, la felicidad y gratitud de ellos al terminar cada proyecto es la satisfacción más grande para mí”. 

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Clown profesional

Trabajador: Juan Carlos Yela, 35. Maestro en artes escénicas.
Hace cuanto lo desempeñó: lo desempeña actualmente
Cuánto lleva allí: 12 años
Edad a la que empezó a desempeñarlo: 23
Cuánto pagan: desde 200.000 por actividad hasta lo que pagan en televisión
Por qué llegó a él: herencia familiar y vocación 

Juan Carlos siempre tuvo en su ADN el ser payaso. Creció en medio del ambiente circense de Pasto donde su papá y sus hermanos se desempeñaban como payasos tradicionales. Esta herencia familiar, fue el primer empujón que lo llevaría a convertirse en clown profesional. “Mi hermano mayor me dijo que iba a pagar mi carrera profesional y me preguntó qué quería estudiar a lo que yo le conteste que medicina o derecho. Sacó tres monedas del bolsillo y me dijo que no le alcanzaba para ninguna de las dos”, afirma entre risas. “Así que desde ahí mi objetivo fue profesionalizar el oficio que siempre fue empírico en mi casa y entré a estudiar artes escénicas”. 

Aun cuando durante su carrera pudo explorar todas las opciones que brindaban las artes escénicas, su mundo nunca dejó de estar rodeado de payasadas,“mi papá es un payaso de tradición así como todos en mi familia. Mis hermanos incluso dirigieron el circo del Ejército a pesar de lo paradójico del contexto. Así que en mis vacaciones de la universidad yo siempre volvía al circo, allí trabajaba, practicaba y entrenaba otras formas de hacer clown. Luego entré a la Fundación Doctora Clown donde se abrió el espectro de posibilidades y descubrí que no había una sola forma de ser payaso. El arte del clown da opciones para trabajar en lo empresarial, teatral, en el campo de la salud, en la calle, en la televisión entre otros escenarios”.

Por más de 12 años, Juan Carlos se ha dedicado a investigar, hacer y enseñar clown. Fue becado para profundizar sus estudios de clown en México, ha participado en una gran variedad producciones de teatro y televisión y es docente de este oficio. “Mi principal función en este trabajo es divertir. Ese es mi objetivo social, sacar al público de ese estado de aburrimiento, tristeza y hacerlos olvidarse por unos minutos de la desgracia en la que vivimos conjuntamente”. 

Juan Carlos no tiene duda de que ser clown es la profesión de su vida. “La mejor parte es sentir las risas del público, saber que llegas a las personas a través de las ideas que generas con trabajo y corazón. Así mismo, lo más difícil es confrontarte con el silencio de aquella idea que no tuvo el resultado que esperabas. No hay nada que atormente más a un payaso que la ausencia de la risa. Yo disfruto ser clown al 100%, crear e innovar siempre son procesos muy complicados pero este es de los más apasionantes. Espero ser payaso el resto de mi vida”.

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5. Despachadora de aeronaves

Trabajadora: Ana Fuentes*, 35. Despachadora de aeronaves.
*El nombre fue cambiado a petición de la entrevistada
Hace cuanto lo desempeñó: 2 años
Cuánto duró allí: 7 años
Edad a la que lo desempeñó: 26
Cuánto pagaban: 1.700.000 pesos colombianos por mes aprox.
Por qué llegó a él: siempre quiso trabajar con algo relacionado a la aeronáutica

Desde que era una niña, Ana siempre tuvo fascinación por los aviones: “el tema de la aviación siempre me interesó mucho. En principio quise ser azafata pero luego me di cuenta de que la lista de trabajos que podía tener en ese mundo era más amplia de lo que yo creía. Los procesos aeronáuticos requieren de muchas personas, no solo de pilotos y azafatas”. Fue así como llegó a la carrera de despechadora de aeronaves.

Un despachador tiene la función de garantizar la seguridad de un vuelo desde aspectos operacionales hasta cuestiones técnicas, “nuestra principal herramienta es el plan de vuelo donde podemos ir verificando que todas las condiciones de seguridad de cada trayecto se cumplan a cabalidad. Para esto tenemos que tener en cuenta condiciones como el clima, el lugar de despegue y aterrizaje, la navegación, los equipos, las instalaciones del aeropuerto, los pasajeros, entre otras”.

Ana entró a los 24 años a estudiar la carrera técnica necesaria para recibir la licencia emitida por la aeronáutica civil, “la mayoría de carreras para licenciarse como DPA (despachador de aeronaves), duran un año. Apenas terminé mi carrera conseguí trabajo en el Aeropuerto Internacional Alfonso Bonilla, en Palmira, donde me desempeñé como despachadora durante siete años hasta que vino la pandemia y tuve a mi hija. En ese momento me tomé una pausa”.

Actualmente, Ana tiene un emprendimiento de repostería desde su casa para poder dedicar tiempo a su hija, pero espera volver en algún momento al trabajo que le dió muchas alegrías. “Me encantaría volver a mi trabajo. Sin embargo, sé que es algo que requiere de tiempo y de muchísima responsabilidad. Como despachadores de aeronaves tenemos miles de vidas en nuestras manos y hasta el más mínimo detalle puede hacer la diferencia entre el éxito o la tragedia”.

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