Cuentos cortos
Hace unos meses lanzamos una convocatoria buscando relatos que no tuvieran muchas palabras. El resultado nos llenó el correo y nos obligó a hacer una selección cautelosa de ocho historias. Aquí presentamos las primeras cuatro.
Vol. 1
Sin retorno
Por: Fabián Mauricio Martínez G.
Desde el inicio de la lectura estaba perdido. Se encontraba atrapado en esas hojas color amarillo y, aunque las letras mudaban de piel y los escenarios de paisaje, su existencia ocurría en las líneas de esos párrafos infinitos.
Quiso escapar descolgándose de la última palabra del capítulo pero aterrizó en la cubierta de un galeón tripulado por cadáveres. Horrorizado, se arrojó al mar, pero al zambullirse, el hombre se vio cayendo en el vacío de una noche sin luna.
Con el peso de su cuerpo destruyó el tejado de una de las casas y espantó a los gatos que retozaban en las sombras.
En la calle, rengueando y con el rostro bañado en sangre, suplicó al cielo pero los ojos inquisitivos del lector lo obligaron a emprender el relato sin retorno.
***
La chica del tubo
Por: Laura Coll
Esta vez era ella asida al tubo, sus movimientos armoniosos no dejaban de tenerlo atónito. Él, que en la vida había probado mujer alguna, olido mujer alguna o sentido mujer alguna, la observaba de a pocos. Esas caderas… ¡Uffff!! ¡Qué caderas! Se movían lentamente a un compás lento, muy lento a su modo de ver. Su cara sexy era un sueño. Imaginaba sus labios carnudos color cereza rozando los suyos, sus ojos mirando con deseo a ese hombre que la quería para él (solo para él) y que ella por primera vez en su vida se sintiera de él (solo de él). Es así como en el altar de las manos de ella él caería, y ella en el altar de sus caderas se movería para él (solo para él). ¡Mierda! Erección.
El bus en el que iba se detenía de a pocos en un contoneo constante, ella soltó el tubo y caminó en dirección a la puerta de salida.
***
Viejos
Por: Willian Fernando Garzón Ruiz
El viento que viene del mar sopla fuerte y, sentado en la playa, un hombre mayor ve alejarse el sol en la distancia. Una mujer que le asemeja en edad se sienta a su costado mientras sumerge sus dedos en la arena. Él la observa y sonríe:
—Te lo dije, aquí te esperaría.
***
El gato sin ojos
Por: María Camila Segura Matiz
Un gato sin ojos se posó en mi ventana. Olfateó como un perro y me dijo que lo mirara. Quería verme en sus fanales, delineados ojos negros, redondos, espejados. Pero yo era solo un niño y mi reflejo vacilaba. El gato me besó la mano y posó su cola en mi hombro y siseó murmurando palabras que aún no descifro.
Un día, fui a la iglesia a visitar al padre Matías, el gato sin ojos me acompañó como lo hace desde que llegó a mi ventana. Me senté en la primera banca de la iglesia; la más rayada, la que está al lado del agua bendita. Me rocié algunas gotas en la frente, pero la cruz no parecía quedar marcada, no me mojaba.
En la última fila había tres mujeres llorando, una de ellas era mi vecina; lloraba acongojada, con un manto blanco en su cabeza y acariciando un rosario de madera exclamaba: “Dios, mantenlo en tu regazo”. Yo no entendía qué sucedía.
Había un arreglo floral a la izquierda del altar; allí estaba el padre Matías, afligido igual que Tránsito, mi vecina. Quise acercarme a saludar, a preguntar qué pasaba, pero el gato sin ojos me detuvo rasguñándome el tobillo. Vi que en la entrada de la iglesia la multitud observaba un cartel roto que decía:
Las exequias del niño José Luis Ferreira serán esta tarde.
“Ese es mi nombre”, pensé. Y el gato sin ojos, con un ruido ensordecedor, rió hasta que sus ojos volvieron a salir.
Vol. 2
Lecturas obligatorias
Por: Santiago Erazo
Dos libros en lugar de los pulmones
Paul Celan
El balonazo en el pecho lo botó al suelo. Rodeándolo en un círculo, sus compañeros de equipo con impotencia lo miraban revolcarse, como si el aire que le faltaba lo pudiese atrapar entre las briznas de pasto. Vinieron la ambulancia, el viaje al hospital, las primeras atenciones, las visitas familiares y un parte médico: perdió tanto aire que sus pulmones se achicaron como un par de fríjoles. Sin embargo, despertó y, con él, las preguntas, la curiosidad de los noticieros, y las incertidumbres pues no había un solo donante de pulmón. Restaba un día para que el plazo mortal se cumpliera y su cuerpo sin oxígeno terminase siendo un globo desinflado. Llamó entonces al médico y, sin voz sino en un papel escrito, dijo: “Quiero que me pongan dos libros en lugar de los pulmones”. El escándalo fue mayúsculo, tanto como la discusión que congregó a dos bandos: los que lo apoyaban y los que no. El tiempo pasaba y los doctores en el hospital se inclinaban por la autonomía del paciente. Entonces se planeó la cirugía con su respectivo trasplante: las dos partes de Don Quijote. Y tras la recuperación satisfactoria, todos en la ciudad finalmente entendieron que si se topaban con un hombre caminando con un libro cubriéndole la cara no lo distraerían: sabían que, si él dejaba de leer vez tras vez “En algún lugar de la Mancha cuyo nombre no quiero acordarme”, el desplome sería inevitable.
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Laura
Por: Camilo Andrés Ortega
—Buenas tardes, ¿tiene pelucas de cabello natural?
—Sí señor.
—¿Tiene una rubia, preferiblemente de una o varias veinteañeras?
—¿Es para una vitrina?
—No, es para masturbación. Le agradecería si tiene alguna que venga de una llamada Laura.
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El reloj
Por: Cristina Lesmes Rubio
Buscó minuciosamente pero no encontró nada.
Estaba convencido de que estaba ahí, ¿dónde más podía haberlo perdido?
No entendía cómo había sido tan estúpido para extraviar tan valioso reloj, pero de nada servía quejarse, encontrarlo sería más que suficiente.
Porque, por su pérdida del juicio, había podido extraviarlo en cualquier parte; no precisamente en su lugar de trabajo, donde cada sábado hacía dotación de fármacos.
Como fuese, había recorrido los cuatro pisos del edificio varias veces sin encontrar su preciada joya, y su pérdida le pesaba más en la conciencia que en la muñeca.
Tenía que recuperarlo.
Aunque ahora solo quería recordar lo ocurrido el sábado anterior, con Lucía y Juan, después de tanto celebrar en el bar.
Cansado de buscar en los pasillos decidió salir a tomar aire; observó varios desconocidos, se sentó en la hierba y recordó el mensaje de Lucía en su móvil: “No trabajes más, te estamos esperando donde siempre, ¡buenas noticias!”.
Solo escucharla le producía felicidad…
¡Eso era!
Debía visitar ese bar.
Se levantó corriendo, pero justo antes de llegar a la salida sintió un corrientazo en la espalda y cayó. Sorprendido, trató de levantarse, sin lograrlo.
Solo cuando volvió en sí, momentos después, fue consciente de su vestimenta y escuchó por enésima vez, entre sus rebeldes gritos, que aquel sábado, diez años atrás, él mismo había degollado a Juan y a su novia encinta, alegando que ese bebé era suyo. Eso después de que ambos le contaran la gran noticia, obsequiándole un reloj de cumpleaños.
***
Anda conmigo
Por: Juana Restrepo
Clara baja por los escalones en busca de un poco de sol. Ha perdido sus lentes, y con la visión borrosa camina a tientas, mientras toca las paredes. De repente, escucha un chillido. Proviene del suelo. Se atreve a tocar aquella cosa peluda que la olfatea. “Visión –le dice–, ándate a caminar conmigo”.
// Ilustraciones Vol. 1: Germán Gonzáles. Ilustraciones Vol. 2: John Joven//
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