Perrenque
Los libros tienen un halo sagrado que los hace parecer intocables. Pero hay obras literarias a las que, sencillamente, les falta perrenque. Lo que sea que signifique esa palabra.
Era viernes, hacía calor y faltaban diez minutos para el recreo. Más de la mitad del curso había leído el cuento pero nadie quería comentarlo. Hasta que un estudiante de la última fila intervino. Sin levantar la mano ni pedir el turno, se atrevió a decir que no le había gustado: “¡qué cuento tan malo!, le falta perrenque, ¿no creen?”. Su respuesta me arrancó una sonrisa y rompió el silencio del salón. De repente, todos tenían algo que decir sobre su lectura.
Como profesora de español y literatura, era mi deber interrumpir la algarabía, darle un rumbo más académico a la discusión y animar a mi espontáneo estudiante para que en el futuro expresara su aburrimiento con palabras más sofisticadas y analizara las obras literarias con mayor profundidad, o si no, por lo menos con respeto. Como lectora, en cambio, me pareció interesante su veredicto: falta de perrenque. Y ese fin de semana usé el concepto para librarme de un libro que me hacía bostezar. Ya te he dado más oportunidades de las que mereces, no me haces sentir mariposas en el estómago y no quiero perder más tiempo contigo, le dije mientras lo ponía en la biblioteca de la sala y botaba la servilleta que había usado para señalar la página en la que iba.
El perrenque es un concepto costeño, una palabra que no está registrada en el diccionario y un término que nunca había oído que alguien usara para hablar de literatura. Y sin embargo, la precisión con que lo había usado mi alumno era envidiable. Sí, envidiable. Yo, que tantas veces había aborrecido libros aclamados por la crítica o recomendados por amigos cercanos y que siempre me había sentido avergonzada de ello, sentí envidia.
Pero, ¿qué es el perrenque? Suena a ganas, a potencia, a energía, a ímpetu, y a carácter. Entonces, ¿un libro con perrenque no es una contradicción de términos? Bueno, para quienes creen que leer es aburrido, sí. Y ellos, por desgracia, son legión. Se camuflan pero están en todas partes. Véanlos en los colegios (“hay que leer la Divina Comedia, Hamlet y El Quijote en Bachillerato, porque qué tal que a los muchachos les salgan preguntas sobre eso en el ICFES”), en las familias (“y tú, que lees tanto, ¿no sabías que no se dice catorceavo sino decimocuarto?), en las bibliotecas (“en este lugar está prohibido hablar, reírse y, en general, actuar como si se estuviera pasando un rato agradable”) y hasta en los aviones: demasiadas veces me ha pasado que mi compañero de puesto, apenas me ve leyendo, cree que estoy muy aburrida o que tengo una vida muy solitaria, se compadece de mí y me habla durante todo el vuelo.
Sin embargo, los libros con perrenque sí existen. No se dejan soltar, emocionan, hacen reír a carcajadas, son adictivos, traen pesadillas, producen taquicardia, dan rabia y algunas veces cambian la vida. Lamentablemente, no existen secciones de “libros con perrenque” en las librerías. Tampoco se hacen listados, selecciones ni antologías porque cada lector tiene su propia definición de perrenque.
Esa es la mala noticia. Que cada vez que usted agarra un libro, existe la posibilidad de que se aburra, de que no encuentre lo que estaba buscando, de que al cabo de diez o veinte páginas no quiera seguir leyendo. ¿Y qué debe hacer cuando le suceda eso? Yo le sugiero que busque otro libro. No se sienta culpable, sepa que a todos nos ha pasado, recuerde que los libros no tienen sentimientos y piense en las novelas, los cuentos, los ensayos, las obras de teatro, las caricaturas y las crónicas que lo están esperando en los anaqueles de una biblioteca y agradecerán que no pase más tiempo con ese título que a lo mejor no es para usted.
No le haga caso a la vocecita que le dice: “de los lectores se espera constancia, seriedad, profundidad”. Es una mentira, de los mismos creadores de la bibliotecaria fea y amargada, el intelectual con anteojos que se rasca la barbilla, el ñoño del curso y otros estereotipos por el estilo.
Y cuando alguien le pregunte por qué abandonó ese libro –“si es magnífico, salió en el noticiero del medio día, van a hacer una película sobre él, el autor se ganó el Premio Nobel y hasta Julio Sánchez Cristo se lo está leyendo”– y usted no sepa qué decir, porque usted mismo no entiende qué pasó, sencillamente no hubo química, no se alarme. Nunca olvide que un lector no le debe explicaciones a nadie.
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