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Illya Kuryaki

Carta de amor a Illya Kuryaki and the Valderramas

Collages

¿Cuántos recuerdan ese momento fundacional en el que conocieron a Culero Connor, cruza de potra y de perra, y no entendieron nada mientras quedaban cautivados? Illya Kuryaki and the Valderramas fue una experiencia de vanguardia que, en varios sentidos, se adelantó por mucho a su tiempo. Aquí, una fanática de este memorable dúo, repasa su amor mientras recorre su historia en lo que llegan al escenario del Festival Cordillera.

Queridos Dante y Emmanuel

Me veo en la obligación de escribir esta carta para dejar un documento que me permita liberar la gran cantidad de agradecimiento que he acumulado en los 30 años que llevo obsesionada con su proyecto Illya Kuryaki and the Valderramas.


Durante todo este tiempo he sido esa persona que habla sin parar de ustedes, de las canciones que no fueron famosas, del Klamahama, del Madafaka, de un ninja mental y un precipicio rojo que siempre aparece en mis sueños. Han pasado muchas cosas en la historia latinoamericana, pero todavía me siento con mucho por decir acerca de lo que ustedes trajeron y pusieron sobre la mesa en la que se ha venido construyendo nuestra cultura.
Para mí IKV es mucho más que una banda. Es un universo entero, una filosofía, un lugar en otra dimensión al que siempre puedo ir a contemplar una belleza pop espiritual que se salió de todos los cánones en el momento justo en el que los jóvenes de mi generación lo necesitaban.

Illya Kuryaki

Ese universo me estalló de frente cuando tenía 13 años y escuché el disco Chaco por primera vez. Ustedes eran apenas un poco mayores que yo, pero ya cargaban dos discos encima. Si pudiera volver en el tiempo y elegir un solo instante, sería ese: el momento en que sonó “Abarajame”. No entendí ni la mitad de lo que decían, pero entendí todo lo demás. Esta canción cuenta la historia de personajes construidos con una agresividad conceptual tan potente que le daba sentido a lo que no lo tenía. Y cuando llegó el videoclip, con su baile frenético y sus imágenes exageradas, mi cabeza explotó: yo nunca había visto nada así. Tanto que en clase de religión, cuando nos pidieron escribirle un rap a Cristo, yo me paré en uniforme frente a mis compañeros y rapeé: “Mi nombre es Jesús el Cristo, soy cruza de Dios y de la Virgen…”. Mi primera herejía musical.

Illya Kuryaki

No recuerdo cuántas veces escuché el Chaco pero me cambió la vida para siempre. Tenía tantas capas de poesía y rebeldía que siempre encontraba un significado nuevo en cada canción. Reconocía naturalmente cuál tema había compuesto Emmanuel y cuál Dante, amaba que cada uno tuviera su balada (el primero “Abismo” y el segundo “Húmeda”) y escoger, semana tras semana cuál era mi favorita. Sentía cómo se iluminaba mi pecho con la protesta política implícita, con la crudeza callejera de los escenarios, con el misticismo adyacente a todas las historias, con la sensualidad compleja y arrolladora de sus letras y su actitud al cantarlas. Y cuando gritaba “Ceferino te adoro, nunca usaste trajes de oro. Los niños comieron gracias a tu tesoro”, sentía que pertenecía a una hermandad invisible: la familia Kuryaki que se extendía por todo el continente.

En el Chaco había encontrado oro, pero eso no se iba quedar ahí. Ustedes dieron el salto cuántico al crear su siguiente disco, el Versus. Acá el oro pasó a ser un material iridiscente y multidimensional que no se puede manifestar fácilmente en este plano de la existencia. Este álbum no fue entendido por algunos y no tuvo la trascendencia global del Chaco. Pero tanto ustedes como nosotros, sus seguidores, sabemos que es su obra más relevante. 

El cuidado con el que está hecho este disco es incomparable. No hace falta hablar de las impresionantes cualidades técnicas de esta producción, porque el resultado es mucho más que eso. Este es un disco que lleva a la solemnidad un entramado de narrativas místicas y espirituales elevadas que son difíciles de seguir pero que cobran un sentido completo cuando nuestra mente accede a entrar en el juego. Y en medio de todo este despliegue onírico, el toque terrenal, el de las historias callejeras y el funk sensual, siguió ahí. Tuvieron una canción masiva llamada “Jugo”, que tuvo un videoclip con códigos visuales de sueños de otros tiempos. Pero “Expedición al Klama Hama” era la columna vertebral de las canciones que, como fractales, eran diferentes puntos de vista de la misma aventura.

Illya Kuryaki

Así como su arte, con este disco mi admiración por ustedes maduró, crecimos juntos y evidencié a través de ustedes que la capacidad creativa no tiene límites. Alguna vez con una banda efímera hice un cover de una de las canciones menos conocidas de Versus llamada “Das 2”. Aunque fue una punkera y humilde versión, ustedes la compartieron en sus redes y yo sentí que podía morir tranquila.

Luego apareció el Ninja Mental, ese unplugged de MTV donde mostraron que incluso en la calma y el minimalismo podían desplegar toda su fuerza. Después vino Leche, el disco donde toda esa tensión aflojó, un disco cargado de goce supremo, de una sensualidad mucho más explícita y expresiones retro y divertidas que complementaban los mundos de los otros discos. Debo confesar que tuve resistencia a su aparente ligereza, pero el tiempo como siempre me demostró que ustedes estaban adelantados a lo que las personas esperaban de su trabajo. Una lección que todavía estoy aprendiendo y que me quedó mucho más clara cuando entendí el origen de su libertad creativa.

Sus antecesores trabajaron en la verdadera creación de una nueva generación que no le teme al fluido imaginativo que emerge de su ser. Luis Alberto Spinetta, insigne músico y creador de mundos poéticos fue padre de Dante, y Eduardo Martí, fotógrafo y artista de este cónclave cultural padrastro de Emmanuel. Pero no fueron solo ellos: también sus madres y sus familias completas estaban ahí, sosteniendo con amor y complicidad el terreno fértil para que la creatividad floreciera. Era una trama colectiva, un clan donde el arte se vivía como crianza cotidiana. Vi entrevistas, consulté lo que habían hecho antes, sonreí viéndolos cantar el mono tremendo siendo niños y al fin, lo entendí: a ustedes les enseñaron a expresar lo que llevaran por dentro, con naturalidad, amor, entrega y sin ninguna inseguridad presente. Y debo decir que a pesar de lo mucho que los quiero sentí la envidia en carne propia. Ojalá tuviera la mitad de agallas que les impulsaron a tener, pero desde aquí, como simple mortal, les rindo homenaje, y esta carta es uno de ellos.

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Paradójicamente, ustedes se rebelaron contra ese legado hippie-rockero de sus padres, pero lo hicieron honrando la misma libertad creativa que les habían transmitido. Donde ellos exploraron el rock psicodélico, ustedes bucearon en el funk, lo oriental, las artes marciales, creando una mitología propia que abrazaba tanto el pasado retro como el futuro.

Fue gracias a todo esto que entendí cuando se separaron y cada uno tomó su camino. Mucha gente esperaba que siguieran haciendo lo mismo que ya había funcionado. Pero ustedes eligieron lo contrario: crear lo inesperado. Hicieron la música que necesitaban explorar, aunque no coincidiera con lo que pedía el público.

Sé que nunca voy a dejar de hablar de IKV. Con ustedes aprendí a dejar de seguir los géneros musicales y a entender el arte como otra cosa. Como una cosmovisión propia y sin límites, que solo requiere de la actitud correcta y de dejarse atravesar de las influencias sin dejar de tener una visión única. Si el arte fuera una religión, ustedes serían mis profetas y cada álbum, un evangelio que reordena no solo mi universo interior, sino la forma en que entiendo qué significa ser libre para crear sin restricciones. En un continente lleno de límites, ustedes nos enseñaron que la única frontera real está en nuestra imaginación. Treinta años después, sigo siendo esa niña de 13 años que escuchó “Abarajame” y entendió que el mundo era mucho más grande de lo que creía.

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