
Aloha: breve biografía de la camisa hawaiana
Esta florida camisa –sinónimo de playa, brisa y mar– carga a cuestas con una historia de resistencia, migración y creatividad textil nada despreciable, en la que confluyen culturas de todo el Pacífico. La autora nos lleva a surfear a lo largo de su vida y obra, desde su fabricación y popularización entre las clases trabajadoras de un archipiélago colonizado, hasta volverse un ícono norteamericano, hollywoodense y presidencial.
La camisa Aloha se ha convertido, como el mismo Hawái, en símbolo de una suerte de paraíso intocado: un lugar fuera del tiempo y el espacio que solo existe para el disfrute occidental en nuestras cabezas. Pero, como muchos de nuestros “paraísos” en el aire, el de la Aloha ha sido uno creado a espaldas de inmigrantes y locales en territorios del Sur Global. Paraísos que luego se presentan como territorios blanqueados y exóticos para nuestro consumo.
Lo que para nosotros puede ser un parangón de la ropa de playa, e incluso a veces un símbolo ridículo de lo cachaco, es en realidad una pieza en la que se encuentra el corazón de su gente. La Aloha, colorida, sedosa, con motivos tropicales, es mucho más que una prenda de pensionado en vacaciones.

La Aloha es un relato de reinas rebeldes que bordaron su resistencia en la cárcel: de colonizadores y dueños de plantaciones de azúcar y café que trajeron personas asiáticas a trabajar la tierra; de telas de kimono con motivos japoneses; de patrones locales; y sobretodo, de una pugna por la identidad fractal del pueblo hawaiano.
El contrapunteo del textil y el azúcar
Nuestra querida camisa Aloha desarrolló su peculiar personalidad en una infancia y adolescencia en disputa, en una juventud éxtasis, en un contrapunteo entre la cultura colona y la resistencia local, entre “el gusto elevado” y lo popular. Sus hilos se empezaron a urdir tiempo atrás, cuando el capitán Cook llegó a Hawái en 1778. Este trajo con él los estilos de occidente, pero también abrió la puerta para enfermedades que diezmaron a la población nativa.
En esa época, quienes ostentaban este ingrediente occidental, que se volvería esencial en la receta Aloha, eran solo los de la realeza. Es interesante ver cómo, incluso hoy en Colombia, pervive esa noción colona de que lo de afuera es un símbolo de estatus frente a lo propio. Estos estilos europeos se infiltraron en el resto de la población con los misioneros que, con su moralismo, determinaron que los indígenas debían sentir vergüenza de sus cuerpos desnudos.
El advenimiento de los colonizadores también resultó en que Hawái fuese terreno de explotación de recursos, entre ellos el azúcar y el café. Las plantaciones de estas materias primas se volvieron la forma en la que los europeos pudieron sacar réditos de este “paraíso”. Pero en la guerra civil estadounidense, como la mano de obra estaba en el frente, “importaron” mano de obra de Asia y Portugal, especialmente japonesa, coreana, filipina y china para seguir obteniendo su oro dulce.
Estos trabajadores agrícolas empezaron entonces a usar camisas inglesas modificadas, estas fueron las precursoras de la tatarabuela de la Aloha: la Palaka.
La Palaka era una camisa que no tenía “cola”, incómoda para trabajar, lo que resultó en una camisa Aloha que nadie se mete entre el pantalón. Era fabricada, en su mayoría, por las mujeres con la técnica del fieltro. Y tenía motivos hawaianos hechos con tintes naturales, pintados sobre el material directamente o con esténciles.

Para el momento en el que reinaba Liliʻuokalani, los europeos dueños de las plantaciones, lograron imponer una constitución que disminuyó el poder de la monarquía local para sus intereses económicos y políticos. Como los europeos podían leer y escribir, a la hora de votar, muchos nativos y asiáticos no pudieron tener incidencia en las decisiones que cambiaron el curso de Hawái, para beneplácito de los colonizadores. Pero Liliʻuokalani de Hawái se dio la pela contra los europeos. Al oponerse a estas medidas, y pelear por los intereses de su pueblo y su territorio, fue acusada de traición y bajada del trono para establecer un gobierno militar provisional.
En la cárcel, a Liliʻuokalani no le era permitido escribir, por lo que tejió una colcha de retazos con telas de sus vestidos, bordando los nombres de sus amigos y sus partidarios. Este hecho es uno de los nodos de la tradición hawaiiana de usar el vestido y el textil como una forma de revelarse ante el poder colonial.
En 1924, el gobierno de Estados Unidos terminó la inmigración japonesa, pero para aquel momento, la población de Hawái ya era aproximadamente en un 40% de etnia japonesa. Esto es relevante para la historia de la Aloha, pues implicó la existencia de un mercado para productos japoneses, incluyendo textiles asiáticos, como la seda china, la yukata japonesa y las telas de Kimono. Como muchos de los mercaderes asiáticos no hablaban muy bien inglés, mandaban a traer exceso de material. Ese exceso se convirtió en el accidente feliz que hizo que tiendas como Musa Shaiya terminaran fabricando camisas Aloha. Más adelante, personas como el surfer Rube Hauseman empezaron a vender a sus cercanos estas camisas, incluyendo los asistentes de famosos bares de Honolulu como el Rathskeller.
El término camisa Aloha si bien se le adjudica a la marca Musa Shaiya o a Ellery J Chun, encontró su origen en la cotidianidad de la calle. Calle en la cual se empezaron a ver turistas de los años treinta y cuarenta que venían de la guerra: soldados que pasaban vacaciones en la isla y se llevaban la camiseta local como un souvenir de un paraíso idílico para escapar de los horrores que debían hacer y ver en el frente. También sus calles atestiguaron la llegada de viajeros adinerados de Estados Unidos que escapaban a su vez del ritmo capitalista de la vida en el mainland.
La Segunda Guerra Mundial tuvo un gran impacto en la adultez de nuestra camisa Aloha. Dadas las circunstancias de la guerra, era imposible importar textiles asiáticos. Esto hizo que los fabricantes se vieran obligados a producir y estampar localmente, lo cual potencializó la creatividad de la industria local, resultando en estampados inspirados en el paisaje, la vida y las creencias de Hawái: las palmeras, los platos con palillos, la flor del hibisco, entre otros.
Sin embargo, comenzando setentas, los locales solo ostentaban a la Aloha en ocasiones especiales. Los hombres de negocios se vestían de traje completo en semejante calor infernal, porque era lo que estaba bien visto. De nuevo, lo occidental, era lo que daba estatus y respetabilidad.

Un gusto colonizado que empezó a cambiar cuando los fabricantes Kahala hicieron lo que llamaron la ‘Operación Liberación’. Esta consistía en hacer lobby para que los representantes del senado se pusieran camisas Aloha para legislar. Y así lo hicieron.
Los hawaianos no solo cambiaron la noción colona de que la Aloha no es una prenda seria o poderosa, también se inventaron los Aloha Fridays, en los que los empresarios iban los viernes vistiendo la icónica camisa hawaiana. Este es el precursor del coloquialmente conocido Jean Day o Casual Friday y el origen de la vestimenta casual para el trabajo, hoy tan ostentada por magnates como Marc Zuckerbeg. Este día se originó porque Levi 's vio lo interesante de esta propuesta y convenció a los departamentos de recursos humanos de que sus trabajadores pudieran llevar camisas Aloha y jeans Levi ‘s los viernes.
Entre Hollywood y la ultraderecha
La Aloha se convirtió en un símbolo que, cooptado y vaciado, empezó a representar paraísos muy alejados de la resistencia y el carácter heterogéneo e inmigrante de su gente. En Hollywood, se fue volviendo un ícono vacacional, una metonimia de lo que terminaría representando Hawái: un espacio para el disfrute vacacional de las personas del Norte Global, buscando escapar por unos días a su vida capitalista y vertiginosa.
Algunas apariciones icónicas de la camisa han sido, entre otras, la roja con flores blancas sobre Elvis Presley en Blue Hawaii, un relato sobre un hombre que desafía las nociones sociales y se dedica a trabajar en la playa. La que ostentó Jason Segel en Forgetting Sarah Marshall cuando su personaje va a pasar la tusa y a “recobrar” a su esposa, para terminar enamorándose de otra mujer. O Adam Sandler en 50 first dates que se enamora del personaje de Drew Barrymore y la conquista cada día. También está Magnum, un detective que vive por lo alto en una mansión en Hawái, cuyo estatus nos recuerda al personaje de Connor en Succession que se viste en la Toscana con una camisa Aloha. O el cantante Bruno Mars, que la volvió su uniforme.

Pero es Al Pacino en Scarface quien cambia la utopía –aún vigente– del paraíso vacacional pensionado, al uniforme de grupos ilícitos y armados. Específicamente el de la mafia. Esto se repite en la versión de Romeo y Julieta de Baz Luhrmann, en la que los gangsters son quienes la usan.
Este inusitado hilo de ilegalidad y grupos al margen se salió de la ficcion y entró a nuestra más extraña realidad cuando, en el 2020, luego del asesinato de George Floyd, una facción de la ultra derecha gringa se vistió de camisa Aloha acompañada por todo su armamento militar.
Esta cooptación no es solo algo inusual, también es una manera de este grupo —que se llama a sí mismo Boogaloo— de apropiar un símbolo multicultural, inmigrante y resistente, para ir en contra precisamente de todo lo que significa. Es una manera de hacer el teatro de la vida para confundir. Porque ver a una persona con armas que tiene una camisa súper tropical es descolocante, nos obliga a mirar la camisa y no a las violentas personas que pretendían y pretenden hacer una segunda guerra civil, acompañados por muchos militares estadounidenses.
Varios presidentes, como el estadounidense Nixon en 1960, habían usado la Aloha para sus visitas oficiales a Asia-Pacífico. Pero Obama y Trump, no lo hicieron, probablemente por razones distintas. Obama, en el 2011, le propuso a los mandatarios que no siguieran la tradición de usar la camisa, a pesar de ser él mismo originario de Hawái. En cambio, optó por usar camisa de un solo tono y flores. Si bien las razones para romper el precedente no son claras, podemos hacer algunas conjeturas basadas en temas de cultura e interseccionalidad.
Obama, el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos de América, un país con una complicada historia de racismo, probablemente no deseaba ser visto con lo que se volvió estereotipo de la persona negra hawaiana. Es curioso cómo un presidente blanco jamás tendría que pensar que ponerse la Aloha lo haría ver menos serio frente al público.
Trump, por otro lado, llegó a su viaje oficial de Asia-Pacifico del 2017, con su usual traje ochentero que simboliza su ideología, utilizando solo flores. Similarmente, Melania llegó usando una suerte de chaleco-vestido con líneas de sastrería severa. Nada del brillo y la multiculturalidad e inmigracion de la Aloha.
Es así como nuestra querida Aloha llega a lo que es hoy: a ser un sinónimo del chillax, de la cultura pop a lo Bruno Mars, de un paraíso perdido, idealizado, para disfrute occidental en tierra del Sur global. Así como una pieza coptada por la ultraderecha y desdeñada por presidentes. Eso sí, en sus hilos, sus estampados y el corazón de su gente estará para siempre su origen y su forma de existir en este mundo como una utopía propia. Un símbolo local de la migración y la resistencia.



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