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Talleres de cerámica

Moldear la esperanza: cerámica para acompañar procesos terapéuticos

En la búsqueda de acompañar y mejorar la experiencia hospitalaria de sus pacientes, la clínica de salud mental Campo Abierto creó espacios como las clases de cerámica. Entre la arcilla fresca y las manos que se resecan, los pensamientos y emociones se moldean en figuras tridimensionales. La autora nos cuenta.

Llegué entre la lluvia capitalina a las 3:00 pm. Cuando ingresé empapada, con la sombrilla dejando un rastro de gotas, el estrés de afuera se disipó entre el grupo de pacientes que asistían a la clase de cerámica: unas quince personas reunidas alrededor de varias mesas cubiertas por plásticos verdes. Me saludó entusiasmada Andrea Caballero, psiquiatra y directora científica de la clínica Campo Abierto.

A la altura de la 170 se encuentra Campo Abierto, una clínica dedicada a la salud mental que, contrario a lo que podríamos imaginar, es un jardín donde habitan las palabras de aliento y la calidez de la empatía. No quería interrumpir la meditación colectiva que los reunía entre esteques de plástico y arcilla naranja. Los dedos esculpían pequeños objetos como canastas y frutas; cada tanto pasaban suavemente el índice mojado para suavizar cada detalle. Me preguntaba en silencio qué estaban haciendo, el porqué de esas figuras.

—Bueno, ahora vamos a compartir lo que llevan ustedes en esas plazas de la vida. ¿Quién quiere compartirnos lo que hizo? —preguntó Abdo Kalil, ceramista y facilitador de la clase.

En menos de dos segundos, cuatro pacientes levantaron la mano. Uno a uno fueron explicando los elementos de sus piezas: algunos representaron en sus huertos o canastas los frutos que habían recolectado a lo largo de sus vidas y que hoy los definían, como el amor, la compasión o la fuerza.

—Hice un par de cerezas —comentó Catalina cuando llegó su turno—, porque al igual que yo, las cerezas son difíciles de cultivar y solo se consiguen una vez al año. Pero precisamente por eso también somos valiosas.

Otros presentaron piezas con personajes u objetos diferentes a la actividad propuesta, pero con la misma intención: expresarse. La arcilla tiene un componente reflexivo y filosófico para la vida, permitiendo espacios de introspección para verbalizar aquello que se siente y que, en ocasiones, ni el acompañamiento terapéutico logra vislumbrar. Como todo proyecto, en este espacio lo que importa es el camino, no la meta. No se buscan resultados estéticos, sino lo que se siente durante el proceso.

Según Andrea Caballero, psiquiatra y directora científica de la clínica Campo Abierto, en las clases de cerámica los pacientes “aprenden que se pueden equivocar; entienden que si el proceso no va por buen camino, está bien tomar una pausa, replantear el camino y volver a empezar; viven en cada clase la importancia de concentrarse en el aquí y en el ahora”.

Comprender que la belleza se puede encontrar incluso en lo “defectuoso” también hace parte del aprendizaje. Frente a la arcilla, cada obra es un reflejo único de sí mismo: diferente, inconcluso e imperfecto, así como la vida misma.

Los estados de la cerámica, desde que sale del río hasta que se quema para su conservación, nos recuerda que podemos fallar en cualquier etapa del proceso, pero también que siempre podemos volver a intentarlo, comenzar de cero si es necesario o, si el resultado no es el esperado, sin que esos cambios lleven a la frustración o la desilusión.

En búsqueda de caminos que permitan ofrecer una atención no coercitiva a la crisis en salud mental desde un enfoque integral, la Clínica Campo Abierto ha adecuado espacios de arte para apoyar los procesos psicológicos y psiquiátricos de los pacientes, pues esta solo es posible entre la diversidad de saberes del cuidado. En cuanto a las clases de cerámica, estas fueron implementadas hace dos años, pues logran canalizar tensiones, reducir la ansiedad y favorecer la conexión entre cuerpo y mente.

Abdo Kalil, odontólogo de profesión pero ceramista por vocación, diseñó estos encuentros junto a la doctora Andrea Caballero. “Abdo es la persona que todos quisiéramos tener cerca en esos momentos en los que el mundo se siente como un gran agujero negro, quien siempre extenderá su brazo para coger la mano de alguien que pida valientemente ayuda”, expresa.

Desde hace diez años, Abdo esculpe en cerámica. Este material terroso, ancestral y gentil no solo permite esculpir formas: también le da vida a objetos y, al mismo tiempo, a las manifestaciones más profundas de sus sentimientos. Compartir este refugio con quienes buscan sentido o se sienten perdidos se convierte en un propósito donde el bienestar puede extenderse desde cada uno hacia los demás.

“Si nos expresamos a través del amor por lo que hacemos —en mi caso, la odontología y la cerámica— y lo ponemos al servicio de los demás, nos deleitamos interiormente. Le encuentro un sentido maravilloso a la vida cuando está dispuesta a servir a otros”, afirma Abdo.

Durante las clases, los pacientes se muestran vulnerables: algunos estáticos, otros ansiosos y muy activos, otros a la expectativa, me comenta Abdo. Más que aprender, estas clases son un espacio seguro para la aceptación constante de cada persona y cada condición, respetando todo su ser, su género y su vulnerabilidad. También, durante y al final de los encuentros, se comparte el sufrimiento, la creatividad o la paz del momento.

Estudios como el “Clay and Anxiety Reduction: A One-Group, Pretest/Posttest Design With Patients on a Psychiatric Unit”, publicado en la revista de la Asociación Americana de Arteterapia, muestran que la apuesta de Campo Abierto no evidencia resultados aislados: allí encontraron que tan solo diez minutos de trabajo con arcilla bastaron para disminuir de manera significativa los niveles de ansiedad en los pacientes, con una reducción más marcada en los hombres que en las mujeres.

Normalmente, los pacientes de la clínica Campo Abierto reciben tratamientos de menos de un mes, por lo que cada tanto las caras y las emociones fluctúan. Pero siempre hay un propósito: brindar alguna esperanza o un momento de plenitud a cada persona que asiste a estas clases. “Solo espero que perdure en el tiempo y que las semillas sembradas en cada encuentro den fruto. Hay una palabra que siempre utilizo y es ‘moldearte’, que termina en arte: es el arte de transformar tu interior para encontrar el verdadero ser que habita en cada uno de nosotros”, concluye Abdo.

Para ser una ventana a estos sentires, las obras que se han creado en estos encuentros tendrán un espacio de exposición en la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo. “Nos encantaría que todo el mundo viera a través de estas piezas el mundo interno de nuestros pacientes, porque sabemos que ese sería un buen camino para acercarnos al sufrimiento del otro”, comenta Andrea Caballero, reafirmando que las enfermedades mentales no deberían ser nunca motivo de estigma. Podrían acercarnos al otro como humano, pues todos hemos experimentado el sufrimiento y el malestar como experiencia humana y universal.

Mariana Martínez Ochoa

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

Periodista. Escribe artículos y crónicas sobre arte, diseño, cultura y salud mental. Entusiasta de la cultura popular, la tecnología y la ciencia. Le gustan las “matas”, las fuentes claras y el chocolate espeso.

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