Cianotipia: la alquimia antecesora del revelado
Hace un tiempo solo era posible reproducir los detalles de un dibujo sacando copias en azul de Prusia. La razón es química y poética. Aquí conocemos la historia de una técnica fascinante y la experiencia de un fotógrafo paisa que la sigue practicando hasta hoy.
Acaso no hay nada más peculiar que el proceso de obtención del azul de Prusia, y hay que reconocer que, sin la ayuda del azar, hubiera hecho falta una teoría profunda para inventarlo.
John Hellot (1762)
En inglés se le llama blueprint a un dibujo técnico de un proyecto arquitectónico o de ingeniería que muestra con detalles en qué va a consistir ese edificio o esa máquina que en algún momento tendrá una nueva dimensión. El blueprint tradicional, o cianotipo, era un papel pintado de azul y los datos y líneas se guardaban sobre blanco, como en negativo. En el 2017, el Guggenheim Museum en Nueva York hizo una exposición con los blueprints del proceso de planeación de este edificio diseñado por Frank Lloyd Wright entre 1943 y 1959; en 1931, el arquitecto naval John G. Alden hizo uno de estos planos donde representaba un buque y le agregaba la minucia de las medidas, y apenas en el 2019, la galería Matthew Rachman expuso los blueprints de algunas obras de Mies van der Rohe.
Es algo común, apenas una herramienta de visualización, base y archivo para algo que se busca materializar. El nombre que recibe este papel no es metáfora ni azar. El único color en el que por mucho tiempo era posible este sustrato reproducible fue el azul de Prusia; no había otra manera. Y la cianotipia, un método de reproducción del siglo XIX basado en ese azul, era la alquimia que hacía posible esa reproducción.
Antes de 1704 o 1706 –no puede saberse con precisión– el azul que se usaba en las artes o en el teñido solo se lograba a partir de moler lapislázuli extraído de las cuevas en el valle del río Kocha, Afganistán. Pero el alquimista y fabricante de pinturas Johann Jacob Diesbach encontró, sin querer, otra manera de pintar el cielo y las túnicas de las marías y el mar. En la enciclopedia Las vidas secretas del color de Kassia St Clair se escribe que en una habitación en Berlín, Diesbach estaba buscando hacer una laca color rojo cochinilla para el cual necesitaba sulfato de hierro y carbonato potásico, pero quien le vendió este último, que es una especie de sal, le había dado un lote adulterado con grasa animal y por eso el resultado había sido distinto: primero un rosa pálido, luego morado y más tarde un azul oscuro hasta ese momento imposible. Según St Clair la mezcla había sido algo así: “La reacción había dado como resultado ferrocianuro de potasio que había reaccionado con el sulfato de hierro para producir ferrocianuro de hierro”. Este último fue el que recibió el nombre del estado europeo del Báltico –Prusia– y que luego conocimos como un color.
El azul de Prusia rápidamente se popularizó debido a su efectividad; era un tono profundo pero también estable, lo que potenciaba su mezcla para lograr otros tonos. Por casi veinte años su forma de fabricación fue un misterio, un secreto de alquimista, pero en 1924 apareció en la Philosophical Transactions of the Royal Society la receta proporcionada por el químico inglés John Woodwood lo que se tradujo en la producción del pigmento por casi toda Europa. Algo que también ayudó a su fama, además de su bajo costo, es que a diferencia de muchos de los pigmentos de épocas pasadas, como el verde Scheele o el bermellón, no era tóxico. Es incluso usado como pastilla en momentos de emergencia por radiación, pues este químico elimina del cuerpo el cesio y el talio atrapándolos en el intestino.
Es el carácter no tóxico una de las razones por las que Carlos Felipe Ramírez, fotógrafo especialista en técnicas históricas, considera que la cianotipia es la manera ideal de empezar a trabajar en procesos análogos. Cuenta que la cianotipia no requiere un químico pesado ni un cuarto oscuro ni una ampliadora; es un método simple a través del cual se pueden –como con el más complejo de los sistema de reproducción– aprender los conceptos más básicos de velado, oxidación o exposición. Tal vez esa aparente sencillez se debe a que fue lo primero; la cianotipia es la antecesora de la fotocopia y de otras técnicas de reproducción, una de las formas iniciales en las cuales algo podía ser y ser de nuevo en otro sustrato.
John Herschel nació en 1792 en Reino Unido y dedicó los 79 años que vivió a la astronomía y las matemáticas; catalogó estrellas y nebulosas, construyó telescopios y sus contribuciones fueron tan significativas que un monte y un cráter en la Luna llevan su nombre. En 1842, unos años antes de publicar una de sus obras más famosas llamada Resultados de observaciones astronómicas hechas en el Cabo de Buena Esperanza se dedicó a inventar un procedimiento fotográfico o de reproducción monocromático que consigue copias negativas en un azul profundo; este procedimiento en algún momento tuvo el nombre de copia al ferroprusiato pero hoy se llama cianotipia. Aunque por muchos años así era como se trabajaban los planos técnicos, hoy es una forma casi exclusiva de las artesanías o de quienes quieren detenerse ante una copia impredecible y pausada.
No es necesario ir al cuarto oscuro de Carlos Felipe Ramírez para hacer la cianotipia, pues esta necesita la luz del Sol o una lámpara UV, pero es en este lugar donde él dispone los químicos y la libertad de hacer el reguero. Lo primero que hace es tomar los implementos: papel idealmente poroso, dos químicos –el ferricianuro de potasio y el citrato férrico de amonio–, agua o vinagre (o ambas) y el objeto que se busca replicar, que en este caso fueron plantas. Primero toma partes iguales de ambos químicos y los mezcla en un recipiente pequeño, apenas una tapa de agua alcanza para muchas cianotipias en formato carta. Luego, con un pincel, esparce la mezcla sobre el papel. Lo esperado es que fuera ya azul, pero no, lo que se unta en el papel es un líquido más parecido a una acuarela pensada para pintar eucaliptos. Lo deja secar, usa el aire y un secador de pelo en algunos. Había prisa. Luego lo importante: sobre las hojas de papel pone las plantas –que podrían ser cualquier objeto o un negativo de una fotografía o lo que funcione– y más tarde, ante la premura que no da espera al Sol, ubica una placa de acrílico entre el papel con las plantas y una lámpara de luz UV que ante solo 15 segundos de actividad –que con el Sol podrían ser de 15 a 20 minutos–, ya deja ver un cambio.
Aunque fue Herschel quien hizo que funcionara, en el siglo XIX, la botánica británica Anna Atkins publicó libros de catalogación de helechos y otras plantas que pudieron reproducirse a través de esta técnica sin tener que ser dibujadas una a una. El 1843, salió Fotografías de las algas británicas, un libro con tres copias, pero no tardó en elaborar otros volúmenes con flores y helechos. Las fibras, las formas en las que se abren estas especies del reino vegetal y las placas con el nombre están plasmadas ahí. Incluso, por este trabajo botánico, es considerada la primera mujer fotógrafa, una que miró en azul.
La pretensión de Carlos Felipe Ramírez, claro, no era la misma que la de Atkins. Tan solo buscaba reproducir la forma algo etérea pero siempre reconocible de algunas plantas secas, entonces tomó el papel ya impactado por la luz UV y lo llevó a una poceta de granito y la enjuagó, la pasó sin exceso de delicadeza por el agua que se iba acumulando en el fondo y ahí apareció, un poco más azul. Esta vez lo hizo con agua, pero suele ponerle vinagre para controlar mejor la acidez de ese líquido que fija la imagen sobre el papel. Del resto de la oxidación se debería encargar el Sol, pero para acelerar el resultado puede verterse un poco de agua oxigenada directamente sobre el papel y algo pasa; primero sale un poco de humo casi imperceptible e inmediatamente el azul de Prusia se revela con ímpetu. He ahí una cianotipia.
Como toda artesanía, este paso a paso no es infalible; sino, por el contrario, impredecible y a veces misterioso. Un solo mal paso aplicando los químicos, o un químico de mala calidad o un papel con un ingrediente que pueda reaccionar o un agua muy alcalina o poco alcalina pueden alterar el resultado. El único consejo posible es intentar mantener un método homogéneo y repetible, controlar hasta donde se pueda y resistir la frustración ante la imagen que se pierde, que aparece a medias, que se diluye.
Hoy la cianotipia está enfocada en la lentitud propia de las artesanías. Fotógrafos la usan para entender la reproducción y para crear imágenes monocromáticas que hablen de otro tiempo, algunos artistas ponen telas y papeles a la luz para que se oxiden piezas irrepetibles, la diseñadora Vivienne Westwood contrató al fotógrafo Edd Carr para crear una animación en la que cada cuadro era hecho en cianotipia; el producto principal fue un cortometraje de moda que se presentó en la London Fashion Week. No es la técnica del día a día, es una para quienes buscan sorprenderse por la ilusión de la química combinada con el Sol.
En Un verdor terrible, el escritor Benjamín Labatut cuenta que “Diesbach bautizó su nuevo color ‘azul de Prusia’ para establecer una conexión íntima y duradera entre su azaroso descubrimiento y el imperio que seguramente superaría en gloria a los antiguos”. Este alquimista no tenía manera de anticipar el hecho de que hoy se hable de Prusia en pasado pero que su color, el azul de Prusia, perduraría como pigmento, como historia del azar y como método para multiplicar.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario