Haciendo arte sin Control+Z
Estamos en un momento en el que las tabletas y otras herramientas digitales facilitan la labor de un artista. Pero parece que hubiéramos olvidado que todo nació con el lápiz y que las manos siguen siendo las armas más poderosas de la creatividad. La siguiente obra (y su historia) son más que nostalgia.
Pintar, rayar, manchar, cortar, pegar, borrar, equivocarse, repisar, rasgar, ensuciar, romper, entintar y dibujar a mano tienen la capacidad de seguir sorprendiéndome con lo que puede resultar de un camino creativo natural rico en variantes, que sucede y se convierte en huella en un tiempo real y en un espacio físico concreto. Tal vez por eso me gusta que las ideas, las pulsiones, las sensaciones pasen por las manos y fluyan primero en un lápiz; un material mágico que hace parte de mi cotidianidad y desde el que puedo agarrarme al mundo cazando imágenes. Veo al lápiz como un sismógrafo afilado, como una lanza, un bisturí quirúrgico para diseccionar ideas y entrar en una sala de operaciones aleatoria, que inicia generalmente con una línea.
Disfruto preparar los formatos, verlos, decidirlos, encontrarlos, percibir y ser testigo de lo que va sucediendo en una superficie que inicialmente se presenta como anónima pero que conforme como va creciendo y se va ramificando con las suma de ideas, gestos y líneas se convierte en una prolongación del pensamiento y del cuerpo. Esta situación es diferente cuando inicio una idea abriendo un archivo en blanco en un computador, la experiencia creativa en este caso siempre tendrá como mediador un aparato. Sentir el formato me involucra con la imagen en un ritual diferente, que exige una corporeidad con los materiales y un estado de concentración en el que no reina el Control+Z; es ahí donde el error, el azar, el olor de los pigmentos, el afilado de los lápices, el cambiar el agua y limpiar los pinceles, va quedando y haciendo parte de alguna manera de la imagen que finalmente se presenta como una huella y como un vestigio de lo que ocurrió.
Cuando realizo y veo imágenes digitales no siento lo mismo, aunque me sorprende la calidad y disfruto de la velocidad de creación, las percibo en el fondo como la codificación de archivos o la suma de capas de información. La sensación de temporalidad experimentada al realizar una imagen análoga es similar al gusto que tengo hacia el medio impreso y el poder pasar páginas, o a la nostalgia frente a la fotografía realizada con cámaras mecánicas que capturaban la luz en rollos que luego se revelaban y materializaban en forma de retratos cuidadosamente archivados en los álbumes familiares; ese proceso extra de realización y coleccionismo fascinante que está siendo reemplazado por almacenar digitalmente cantidades incontrolables de información.
Supongo que un objeto realizado a mano tiene más afinidad con el ruido y el incidente, con el tiempo entre el día y la noche, donde suceden cosas que no tienen vuelta atrás, como sucedía con los saltos y texturas de las animaciones que se hacen dibujo a dibujo, o con el cine visto en pantalla grande en la oscuridad que no tenía la posibilidad de retroceder con un control las imágenes, pero sí de disfrutar un momento único.
Quizás esa sea la riqueza que se percibe y se respira al estar de cerca de una pieza única y, tal vez por eso, sigo sintiendo la necesidad de retornar a un estado creativo primigenio y místico, en el que trato de involucrar desde la plástica, el pensamiento y el diseño, la carga humanística que tienen oficios como la cestería, la agricultura, la talla, la cerámica, la caligrafía, la serigrafía, el trabajo del orfebre y hasta el dibujo técnico.
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