¡No pienses, dispara!
La magia de los rollos y las fotos en papel regresó con la lomografía, un movimiento artístico que hace de la fotografía análoga un símbolo de espontaneidad y diversión.
Mientras la era digital se apodera cada vez más de casi todos los espacios de la vida cotidiana, existen, a la vez, cosas que nos recuerdan el pasado e insisten en permanecer. “El futuro es análogo” es el eslogan de la lomografía, un movimiento fotográfico que llegó hace algunos años a Colombia y cuyo objetivo es la fotografía casual y espontánea. Esta tendencia nació en Rusia en 1982 cuando el general Igor Petroviwitsch, mano derecha del Ministro de Defensa, puso sobre la mesa de su amigo Michael Panfilowitsch, director de la fábrica de ópticas y armas LOMO, una pequeña cámara japonesa de carcasa robusta y gran sensibilidad a la luz. Pronto ordenaron copiar el prototipo de la cámara de 35 milímetros Cosina CX-1 de Minox para convertirla en la primera cámara lomográfica llamada Lomo LC-A, que produce colores más intensos que las cámaras digitales.
Comenzando la última década del siglo XX y cuando la industria de las Lomo andaba en declive, un grupo de estudiantes vieneses descubrió la Lomo LC-A en una vieja tienda de fotografía en Praga. Inspirados por la diversión y la espontaneidad comenzaron a tomar fotos sin ver el visor a todo lo que se encontraban. Cuando llegaron a Viena y revelaron los rollos descubrieron imágenes llenas de color que de inmediato provocaron furor entre sus amigos y familiares.
Fue entonces cuando los estudiantes austriacos Matthias Fiegl y Wolfgang Stranzinger decidieron inaugurar la Sociedad Lomográfica de Viena en 1992, desde donde se desencadenó este movimiento.
Vivir el momento
Según la página web lomography.es, la lomografía “ es una comunidad mundial que comparte una pasión desmedida por la fotografía creativa y experimental con películas analógicas. Es cuestión de vivir el momento y capturarlo produciendo efectos como fugas de luz, viñeteados, colores intensos y saturados”.
Este movimiento tiene como única regla dejarse llevar por el momento en un acto de espontaneidad; disparar para capturar instantes únicos y excitantes. “La lomografía, más allá de una afición, es una disposición anímica, un hábito formado por el desprecio a las reglas y las ganas de divertirse”, afirma Saúl Rincón, filósofo y lomógrafo bogotano.
La estética de las fotos tomadas por las cámaras lomográficas encanta por la intensificación de los colores y el viñetado –que es el oscurecimiento de las esquinas de la imagen–; además estas cámaras logran profundidad y distorsión en los bordes, mientras mantienen el centro intacto para producir fotos con un toque explosivo y algo psicodélico.
Llevar la cámara a donde vaya, probar apuntando desde la cadera, no pensar, ni seguir las reglas y hacer de la lomografía parte de su vida son algunos de los mandamientos que promulga este movimiento en todo el mundo. “Ser lomógrafo es desafiar al destino dando click a lo que se te antoje sin pensar mucho, es algo más instintivo" –afirma Solangie Robayo, quien conoció la lomografía en Chile hace tres años cuando hacía una maestría en gestión cultural–. “Disfruto todo lo que pensé que se había perdido con la llegada de la era digital: la espontaneidad, el vértigo de no saber qué es lo que saldrá en la foto y hasta la tristeza de tener que ahorrarse un disparo en algo que no vale la pena”, dice Robayo.
Lomo en Colombia
Se dice que la lomografía llegó a Colombia gracias a los artistas visuales Matías Jaramillo y Juan Felipe Castaño, quienes en el año 2002 descubrieron en internet fotos de lomógrafos en el mundo y enseguida dedicieron aventurarse a seguir el juego. Con las cámaras Lomo –que conseguían en tiendas virtuales como Mercado Libre– organizaban “lomo-paseos” y luego colgaban sus fotos en la red, donde la gente podía contagiarse de la `análocura`.
En el país la lomografía crece a pasos de gigante; con comunidades en redes sociales como Lomo Colombia en Flickr y I sense Lomo en Facebook, los lomógrafos buscan exponerse y crear una gran sociedad dedicada a la adicción Lomo. Aunque no hay tanta demanda, varias tiendas como Chromatic-shop.com traen al país cámaras que oscilan entre los $150.000 y $324.000 –valor de la máquina Diana F+, famosa por la saturación y el viñetado que les da a las imágenes–. También se pueden encontrar rollos desde $12.800 y accesorios como la carcasa submarina de la Fisheye –cámara que pose un efecto de ojo de pez– en $160.000. El revelado es como el de cualquier cámara análoga, aunque la mayoría opta por imprimir y de paso digitalizar sus fotos para subirlas a la web.
En 1996 la lomografía marcó un gran precedente cuando expuso un mural con miles de fotografías en Photokina, la feria de la industria fotográfica más importante del mundo realizada en Alemania. Desde entonces ha sido la protagonista en museos y exposiciones en todo el mundo como reflejo de un movimiento artístico de fotografía cotidiana.
En junio de 2011, se realizó en Bogotá la primera exposición de fotografía análogaYo siento Lomo. “La idea surgió porque vi que en comunidades como Flickr había muchas personas que tomaban fotos con estas cámaras y a pesar de que espontáneamente nos encontrábamos en la Web creí que era necesario conocernos”, afirma Solangie Robayo, organizadora del evento. “Fue sorprendente. Hicimos una convocatoria y en diez días recibimos cerca de 400 fotografías de 50 participantes”.
La lomografía se ha convertido en un referente fotográfico que trae a la actualidad formatos análogos que se creían en el baúl de los recuerdos y que permiten ver el mundo desde otro lente.
Cámaras
Federico Ruíz
Juan Felipe Rubio
Lucaro
Lazybuddha
Saúl Rincón
Solangie Robayo
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