
Los demonios creativos
(y cómo he aprendido a lidiar con ellos)... bueno, más o menos... o eso creo
¿Cuántos proyectos no salieron adelante porque se volvieron un genuino tormento? Crear tiene mucho de aprender a lidiar con los matices más incómodos y difíciles de nuestra propia mente, esos expertos en demolición y aplazamientos, perfectamente capaces de sabotear hasta la mejor idea.
Quizás por eso sea tan útil nombrarlos y verlos a los ojos; Juanchaco los ilustró para nosotros.
¿Cuál nos faltó? Cuéntanos, te leemos en los comentarios.

Antes de los demonios, el camino
No empecé esto por una gran decisión ni por un talento que me marcara desde niño. Estudié Administración, una carrera que, aunque no me apasionaba, sentía que ofrecía cierta seguridad. Fue ahí, entre clases de contabilidad y finanzas, donde me topé por primera vez con el mercadeo, y luego, un poco más tarde, con el diseño.
No pude estudiar diseño por muchas razones así que encontré en la publicidad un punto medio. No era exactamente lo que buscaba, pero se parecía lo suficiente. Me metí por ahí más por intuición que por convicción y porque era lo que se podía.
Pasé por varias etapas. A veces me gustaba lo que hacía, otras veces sentía que no tenía ni idea de por qué. En algún momento, casi sin pensarlo, empecé a dibujar y diseñar. No fue por amor al arte. Lo hacía más que todo para no aburrirme en clases largas, para evadirme durante esas reuniones eternas de trabajo en las que se hablaba de cifras, objetivos, análisis. Dibujar se volvió una forma de salir del ruido.
Para ese entonces ya tenía unos 27 años o más. En un entorno donde la creatividad se romaniza como algo de jóvenes, espontáneos, de gente que “nació para esto”, yo me sentía fuera de lugar. Como si hubiera llegado tarde. Supongo que esa es una de las grandes mentiras que nos contamos: que hay una edad ideal para empezar.
Pasaron los años. Llené varias agendas con dibujos. La mayoría eran bocetos sueltos, sin pretensiones. Nada que quisiera mostrar, ni nada cercano a esas glamurosas libretas de sketch que se ven ahora en redes sociales. Nunca las tuve. Supongo que nunca las entendí. Quería hacer algo que tuviera algo de sentido, que hablara un poco más de mí. Y en algún momento, sin planearlo, lo que hacía empezó a notarse. Primero entre amigos. Luego entre colegas. Me encontré con el boom de los stickers —aunque, siendo honesto, siempre me gustaron— y decidí hacer los míos. Ver mis dibujos convertidos en algo tangible fue una mezcla de miedo, emoción y sorpresa.
Desde entonces han pasado muchas cosas: proyectos, búsquedas, cambios, tropiezos. Y en medio de ese camino aparecieron los demonios. Porque el proceso creativo —que a veces se idealiza como una fuente infinita de gozo— también tiene sombras.

Esas sombras no siempre vienen de afuera, de hecho, suelen venir en forma de voces internas. Dudas. Comparaciones. Exigencias imposibles. Fantasmas que se cuelan en el día a día, que nos hacen cuestionar todo, que nublan lo que hacemos y lo que somos. Esos son los demonios creativos. Y aunque aprendamos a reconocerlos, incluso a lidiar con ellos… rara vez desaparecen por completo.
Me tomó tiempo verlos, pero cuando logré nombrarlos, entendí que siempre habían estado ahí. Estos son algunos de esos demonios con los que he aprendido a convivir.

“Damas y caballeros, con ustedes: Los demonios”
No podría contar cuántas veces sentí —y siento— que no merezco hacer lo que hago o pertenecer a los lugares en los que he entrado. Que mis logros son pura suerte y que en cualquier momento alguien va a descubrir que no tengo nada valioso que ofrecer. Hubo un tiempo en que eso me paralizaba y me hacía dudar de cada paso. Para combatirlo, aprendí a recordarme los avances reales que había logrado por mí mismo, sin minimizarme. Comencé a hablar del tema con colegas y guardar sus comentarios positivos me ayudó a darme cuenta de que sí: el apoyo externo es clave y pero es más importante reconocer tu propio valor.
He pasado horas y días atrapado en detalles que no importaban tanto, sin terminar, porque no me parecía “perfecto”. Pero entendí que la perfección es una ilusión y que avanzar es lo que cuenta. Ahora me pongo plazos claros y celebro cada entrega, aunque no sea perfecta. Compartir trabajos a medio camino también me ha dado confianza y me ha ayudado a mejorar mejorar sin miedo. El “listo” no existe, el progreso es valioso.

Hubo momentos en los que confundí estar ocupado con estar inspirado. Decía que estaba “en racha creativa”, pero en realidad no sabía parar. Sentía culpa por descansar, por no estar creando algo útil o visible todo el tiempo. Ese ritmo, lejos de motivarme, terminó drenándome. Me costó entender que el descanso también hace parte del proceso. Hoy intento darme pausas reales, incluso cuando tengo ideas pendientes. La creatividad no se mide por cantidad, sino por honestidad.
He tenido días en los que abrir un archivo nuevo o una libreta es un tormento. Las ideas parecen no llegar, y el primer trazo me bloquea. Lo que me ha ayudado es cambiar de enfoque: no esperar una idea genial, sino empezar con cualquier trazo o palabra. Luego el proyecto se va armando solo. También hago pausas activas: caminar, escuchar música, desconectarme para volver fresco.

No soy el mejor probablemente nunca lo seré tampoco me interesa competir por eso. No creo que ningún oficio o profesión creativa sea una carrera. A veces ese deseo de ser el “mejor” o el “único” puede nublar el juicio, hacer que perdamos la claridad o que nos enfoquemos demasiado en la aprobación externa. Lo importante para mí es mantenerme abierto, ser honesto conmigo mismo, con mis limitaciones y con lo que quiero contar. Crear con intención, con una voz propia, aunque eso signifique equivocarme o no ser perfecto.·se es el verdadero reto: dejar que la creatividad fluya sin las cadenas del ego.

Seguir creando...
No escribo esto porque haya superado estos demonios, tampoco para posar de gurú o ejemplo.
Los demonios siguen rondando, apareciendo cuando menos lo espero. Pero he aprendido a reconocerlos, a llamarlos por su nombre, y eso para mí es una diferencia. Cada proyecto, cada entrega, cada idea nueva es una oportunidad para volver a lidiar con ellos con un poco más de claridad, con menos miedo y con más compasión conmigo mismo. Quizás el único consejo sea este: sigan su propio camino, reconózcanse a sí mismos y sean amables con los que hacemos este viaje. (Y duerman es muy importante :))
Al final, crear no se trata de vencer a los demonios, sino de aprender a caminar con ellos. Hacer espacio para las dudas que nos susurran sin dejar que lo definan todo. Seguir dibujando, escribiendo o diseñando esperando que todo esté claro, sino hacerlo precisamente porque no lo está.



Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario