El mejor libro de ilustración anatómica de la historia
El Humani corporis fabrica libri septem fue publicado en 1543 en Suiza. La escalofriante fidelidad de sus grabados y su conmovedora aproximación estética a la fisiología humana lo convierten en un clásico editorial que todo ilustrador debe conocer.
Apoyado sobre un brazo en una superficie lisa que parece una mesa alta o un pedestal, mira unas órbitas vacías como las suyas. Por la ausencia de labios parece reír. “Se vive por el ingenio, todo lo demás será muerte”, dice la inscripción latina. La imagen parece muchas cosas: la muerte en su iconografía calavérica a los pies vacíos de un pedestal sin objeto; el movimiento en su gesto también recuerda los esqueletos de las danzas de la muerte medievales; el retrato con cráneo sugiere un vanitas y puede que hasta reconozcamos a Hamlet en su monólogo más famoso, sesenta años posterior a esta imagen… Pero aunque este grabado podría ser todas esas cosas, no es ninguna de ellas realmente. Entonces, ¿qué estamos viendo?
1. [Vivitur ingenio… Jan Stephan Calcar(?) - Humani Corporis Fabrica, Andrea Vesalio]
Páginas de un libro
Este grabado es parte del tratado de anatomía mejor ilustrado que tuvo en su tiempo el mundo. El Humani corporis fabrica libri septem es un libro de 42 x 28 centímetros que tiene más de setecientas páginas y alrededor de trescientas ilustraciones. Van de cuerpo completo a pequeños huesos o partes de órganos, pasando por visiones de conjunto de diferentes sistemas. Fue impreso en 1543 en Basilea, una de las ciudades con mejores imprentas del Renacimiento, y por una de las más reconocidas de su tiempo: la de Juan Oporino. El texto en latín fue armado con tipos Garamond y acompañado por xilografías originales hechas por artistas y enviadas a la imprenta con precisiones sobre el lugar exacto que correspondía a cada una en el texto. Está dividido en siete libros: (1) huesos, (2) músculos, (3) venas y arterias, (4) nervios y médula espinal, (5) órganos abdominales y genitales, (6) órganos torácicos y (7) cerebro y sentidos.
Fue la gran obra de un médico que tenía tan solo veintiocho años cuando lo publicó: el flamenco Andrea Vesalio, natural de Bruselas, estudiado en Lovaina y París, y que llegó a catedrático de anatomía en la Universidad de Padua, en el Ducado de Venecia. Aunque se sabe que era un dibujante con gran destreza, el trabajo de ilustración de su tratado lo hizo el taller del mayor artista de la región en aquella época: Tiziano. De su taller, varios miembros fueron a realizar el encargo, entre las que se atribuyen una enorme tajada a Jan Stephan van Calcar, amigo y colaborador de Vesalio en un proyecto anterior. Cuánto hizo van Calcar, cuánto no, no se sabe. Como en muchos casos, el esqueleto apoyado en el pedestal, se le atribuye sin certeza. Al fin y al cabo, van Calcar fue un tipo con suerte en su época y muy mala suerte a la larga: logró entrar a las filas del taller de uno de los más grandes artistas de su época e ilustrar uno de los proyectos de investigación y divulgación más importantes de todos los tiempos. Pero su nombre y su vida se perdieron a la sombra de ambos.
2. [Myología desollado]
Cimas del arte gráfico
En el Humani corporis fabrica es sorprendente lo lejos que estamos del cuerpo rígido y esquemático que muchos recordamos de los libros de biología. Van Calcar y los demás artistas le dieron vida, movimiento y detalle a todos los muertos que tenían delante. También los pusieron en contexto con discretos paisajes bucólicos que aparecen en algunos planos posteriores como se puso de moda en aquella época con los retratos individuales (como la Gioconda de Da Vinci) o alegóricos (como los dos amores de Tiziano) en la Toscana, el Véneto y otras regiones cercanas. Los desarrollos técnicos en perspectiva con punto de fuga, proporcionalidad y sombreado, además de las habilidades para la talla de las placas de madera donde eran calcados los dibujos, produjeron unas imágenes reproductibles del cuerpo humano como nunca antes se habían visto. En los últimos cien años, las jóvenes universidades europeas habían visto surgir libros de anatomía con esquemas descriptivos y algunos grabados –incluso tan bellos como los de Berengario da Carpi– desde que Mondino de Luzzi hiciera la primera disección pública de un cuerpo en la historia de Occidente. Pero hasta Vesalio y van Calcar, nadie había ilustrado así la profundidad del cuerpo humano.
Por esas páginas los desollados desfilan, posan y voltean la mirada sobre el hombro modelando progresivamente todas las capas de los tejidos musculares. También aparecen las ingles y los genitales masculinos apoyados sobre una mesa con la misma naturalidad con que nos sentamos o recostamos hoy en una camilla. El abdomen y las capas de tripas que lo llenan desde la superficialidad del intestino delgado hasta los riñones aparecen con una disposición vertical y escultórica, como un modelo posando y no como un cuerpo sobre una mesa. El cerebro es mostrado dentro de la cavidad craneal y la cavidad craneal tiene rostro, mirada e incluso barba. Las letras latinas y griegas aparecen discretamente aquí y allá, remitiendo a los extensos índices donde se registraron los nombres y ubicaciones precisos de “la estructura del cuerpo humano en siete libros”, según traduce el título latino de la obra.
El resultado es tan macabro como sublime, tan real como inconcebible.
3. [La mesa de instrumentos del anatomista]
Instrucciones para ver dentro
Cuando fui a ver la copia facsimilar del Humani corporis fabrica que tiene la Universidad del Rosario en la Quinta Mutis, me encontré con Leonardo Palacios, profesor de neurología, neurólogo adscrito a Colsanitas e investigador de neurociencia e historia de la medicina. Le pregunté cómo aprenden anatomía los estudiantes de medicina hoy. “En libros y aulas, por supuesto, pero lo más impresionante que tenemos hoy son las mesas de disección digitales, tablets enormes que permiten ver lo sano y lo enfermo a todo nivel y escala”, me dice. Cuando le pregunté cómo había aprendido él la interioridad del cuerpo humano, se rió como quien recuerda algo tan espantoso y distante que por fin se ha vuelto cómico. Me habló del olor de la piscina de formol, de los cuerpos que se arrugaban de pasar tiempo en ese aldehído, de la necesidad de estirarles los tejidos, del manual de anatomía abierto junto a la mesa de disección donde los estudiantes revisaban de la mano del maestro dónde cortar, cómo hacerlo y qué ver.
4. [Portada del Humani corporis fabrica]
Conservar en formol no fue una práctica común hasta el siglo XX y es más: el químico sólo fue inventado a mediados del siglo XIX. Antes, embalsamar y disecar los cuerpos era aún más complicado y por siglos fue prácticamente imposible no aprender la anatomía si no era en fresco, justo después de la muerte. Cada ilustración del Humani corporis fabrica se concibió justamente como un medio para hacer más claras las instrucciones y explicaciones del texto al acercar y familiarizar al estudiante con lo que habría de ver en esa ventana limitada de tiempo entre la muerte y la putrefacción. De hecho, este era el motivo por el cual las disecciones públicas se hacían en los anfiteatros de las universidades medievales durante cuatro días consecutivos, usualmente en enero y febrero, coincidiendo muchas veces con el Carnaval, para que el frío alargara la vida útil del muerto y el vino que ofrecía el Estado mantuviera arriba la moral del público helado mientras tanto.
No debía ser fácil ver bien entre toda la gente que llenaba el lugar, muriendo del frío y con varios vasos de vino encima. Y por eso, el trabajo de los artistas de Tiziano tuvo que ser lejano al anfiteatro: toda una serie de dibujos y tallas en madera hecho a parte, en un taller lleno de cuerpos desollados, órganos y sistemas enteros recientemente cortados, disecados, un mundo de olores difíciles de imaginar, con cera, ollas, ácidos, aceites, agua limpia y aguas sucias, herramientas de corte, mesas y ganchos, donde los muertos eran apoyados y articulados para ser ilustrados.
5. Galería: [El cerebro superficial, el cerebro profundo, el abdomen, …]
Retratos anónimos
¿De quiénes eran esos cuerpos que pasaron a la historia retratados sin su nombre?
Según cuentan en distintos textos los historiadores de la medicina Carlos Fernández del Castillo y Pedro Laín Entralgo, Marcoantonio Costarini, juez del Tribunal Criminal de Padua, se interesó por el trabajo de Vesalio. Tanto que le concedió al anatomista trabajar con los cuerpos de los condenados a muerte por un año. Así, Vesalio pudo acceder a “material” suficiente para estudiar y describir con lujo de detalles el cuerpo humano, aunque no existiera el formol u otro tipo de conservante tan potente. En la justicia medieval la pena de muerte solía ser de ejecución pública y es posible imaginar a todos esos cuerpos suspendidos en la plaza donde los vivos podían observar la gravedad de la ley. Luego, claro, esos cuerpos debían bajar y ser entregados a sepultureros encargados de darles el descanso eterno. Pero a los que ejecutaron en Padua durante un año es probable que los entregaran a unos falsos sepultureros que antes de entregarlos a la tumba, harían que brillara sobre ellos la luz perpetua.
Una página del libro dedicado a la musculatura recuerda esta ironía: una soga rodea el cuello y sostiene la cabeza del modelo. No sabemos si lo que vemos es el mecanismo con el que lo están sosteniendo en el taller o del que lo bajaron para poder desollarlo. Es uno de los pocos grabados donde la vida parece haber abandonado el retrato. Y la mayor ironía es que por este camino los grabados del libro de Vesalio –que se volvería el referente anatómico por siglos y en todas las latitudes de Occidente– los miembros del taller de Tiziano nos enseñaron a todos a reconocernos desde una perspectiva moderna y realista en nuestro interior, en nuestras partes, en el cuerpo de los culpables.
6. [Myología, el colgado]
Nosotros mismos (una coda paradójica)
Muchos lo recordamos. El texto y el maestro recurren a la ilustración y nos enseñan quiénes somos, cómo somos, mientras aprendemos a reconocernos en cosas que la mayoría de nosotros jamás verá y que residen bajo la piel “de cada uno y en todos por igual”. Así habla la ciencia. Sin darnos cuenta, aprendemos a establecer una idea de normalidad, de salud y de belleza en esas ilustraciones. Aprendemos también que la verdad está abierta de par en par como los libros, como el mundo, como el conocimiento. Ignoramos o aprendemos a ignorar que detrás de esa operación hay un acto de fe: “así debe ser”, repetimos, hacemos preguntas y asentimos. Pero también que esa verdad ha sido construida, que puede estar equivocada, que podría ser plural, que no todo es sabido, que podríamos estar mal. Y esa relación estrecha entre ilustración, pedagogía, verdad y ciencia se afianzó definitivamente en el tratado de Vesalio.
Antes del Humani corporis fabrica, Vesalio fue invitado a la universidad vecina de Bolonia a exponer sus propias tesis y su método. El anatomista llevó un esqueleto de simio y uno humano. Mostró una a una las “atribuciones” que Galeno, el autor base de la medicina desde hacía más de mil años y que él conocía perfectamente, había hecho del cuerpo de nuestros primos al nuestro. Y más de mil años después, Vesalio se dio cuenta, como muchos antes que él. La diferencia es que él supo demostrar el error y explicar su origen. Por eso el Humani corporis fabrica tiene el nombre de Galeno en casi todas las páginas: es la prolongación de ese esfuerzo. Y aunque no corrigió todos sus errores, así fue que el libro de Vesalio y los grabados que encargó dieron inicio a un cambio de paradigma en la medicina donde primaría lo que vemos sobre las voces del pasado.
Sin embargo, nada de esa historia aparece en ese libro que entonces tampoco parece lo que es. No es un tratado de anatomía: es también un vanitas, una danza con la muerte y la reafirmación de un legado. Se vive por el ingenio: todo lo demás será muerte.
7. [Esqueleto final]
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