Guía Bacánika de Buenaventura
Se esconde una magia detrás del nombre de Buenaventura. Esto es lo que han descubierto quienes se han atrevido a conocer su tierra (y agua) y lo que muchos hemos vivido por haber nacido en ella. Bacánika estuvo en el puerto más importante de Colombia.
uena – Ventura, mi Buenaventura. Bella tierra de poetas, músicos, deportistas y visionarios que le gritan al mundo que aún hay fuerza para levantarse y resistencia para aguantar lo que viene.
Quizás suene un poco romántico al querer describir esta casa, mi casa, pero quiero que se enamoren de esta tierra, tal como yo lo estoy, así la imagen violenta que se propague de ella sea casi un apellido que nos persigue. Hay narcotráfico, falta de oportunidades, fuertes influencias del “norteñismo” (el poder viajar a Estados Unidos y luchar por el sueño americano) y falta de acompañamiento del Estado, no voy a decirles que todo lo que han escuchado es mentira, pero tampoco es verdad. Buenaventura es un acto de fe, porque detrás de cada tabla cortada y afinada de una marimba, de cada baile tradicional, de la sazón de su comida o de cada embestida atlética, hay un conocimiento ancestral que se resiste a desaparecer.
Este es el principal puerto marítimo del Pacífico colombiano, situado a dos horas y media de Cali transitando por la Vía al Mar. Buenaventura le ofrece pura aventura, así suene a canción tropical, pues le ofrece distintas opciones de entretenimiento ecoturístico como playas, ríos, cascadas, ciénagas y toda la vegetación psicodélica e impresionante del trópico húmedo. Al igual que la mayoría de asentamientos costeros de Colombia, somos una cultura afrodescendiente de agua, que convive con la historia de su pueblo y con la edad de la tierra, con las penas y alegrías de ambas.
Esta ciudad es uno de destinos turísticos más amables con el medio ambiente, como muestra está la reserva natural de San Cipriano, ubicada en el corregimiento de Córdoba. La comunidad fomenta el ecoturismo y la comunión con la naturaleza en medio de aguas cristalinas y espacios naturales donde constantemente se defiende protege el buen manejo de las basuras; además, la compañía de nativos de la zona permite conocer la selva, de cabo a rabo. (Suelte el cordón de tanto guía que lo lleva al restaurante de cadena de siempre y júntese con los que realmente saben cómo es el cuento).
Para poder visitar las islas que se encuentran alrededor de la ciudad hay que llegar al muelle flotante y tomar una lancha, (aproveche y saque la lengua como un ser libre). Las más cercanas son La Bocana y Piangüita, a tan solo media hora. Más allá están Magüipi, Juanchaco o Ladrilleros, a una hora de recorrido. Vea un atardecer o el agua ondear, pruebe agua de coco fresca, recién cortada, mientras el Océano Pacífico se extiende frente a sus ojos. Estos islotes son puntos clave para el avistamiento de ballenas jorobadas que vienen a aparearse entre julio y noviembre. Así que si le gusta la aventura, esta es una gran opción de tener un contacto diferente con la naturaleza.
La mezcla de etnias salvaguarda y fomenta tradiciones de Buenaventura como sus bebidas típicas. La idea principal es dar el sosiego y la felicidad que muchos buscan en el alcohol, pero con la gran diferencia de que aquí se encuentra una gran variedad de tragos con propiedades curativas. “Unas para sacarle el frío del cuerpo, otras para los cólicos menstruales, otras si quieren tener hijos y no pueden y lo mismo para el varón que sufre de impotencia”, asegura Evaristo Aguirre, un vendedor de bebidas artesanales que no solamente dice que el poder está en las plantas con que se fabrican, sino en la oración que se hace al prepararlas.
“Es un secreto”, susurra el artesano mientras me ofrece una copa de viche, secreto que ustedes podrán encontrar al llegar al sector del muelle turístico. Otros tragos que hay por acá son la tomaseca, el arrechón, tumbacatre, el rojito y otros derivados del viche. La combinación con plantas como zaragoza, canelón, bejuco del sol, pildé, ferreira, ruda, amargo andrés, acuacia o viril de tortugo y de cusumbí, compone lo que se aquí se llama “Botella Curáa”. Cuando las prueben y sientan el power, van a entender mejor.
En Buenaventura se encuentran sitios agradables donde le podrán preparar muy buena comida hecha con ese sabor ancestral que identifica a las mujeres del Pacífico, además de probar los frutos frescos del mar sin que hayan perdido su esencia. Un sancocho de pescado, un encocao de jaiba, arroz con tollo o una tripleta (plato de arroz con camarón, tollo y piangua) son algunas de las delicias más comunes.
Estos platos típicos se encuentran en sitios como la galería de Pueblo Nuevo –la plaza de mercado que anda en remodelación– o la antigua estación de ferrocarriles, donde hoy existe el restaurante de la Escuela Taller de Buenaventura, que dicta talleres de ebanistería y cocina para los bonaverenses –ese es el gentilicio, por si las moscas–. Esta es una pequeña muestra del emprendimiento que muchos en la ciudad están llevando a cabo, todo por la simple razón de poder crecer como una ciudad próspera y alegre que no se separa del saber ancestral y que quiere borrar ese estigma creado por circunstancias que van mucho más allá de las fronteras de Colombia, se trata de cambiar esa imagen violenta que nos representa.
Si quieren presenciar la belleza de un hermoso atardecer, ya lo saben: la tierra del chontaduro, la manga, el borojó y la chancaca los estará esperando. Somos la ciudad que tiene el segundo mural más grande de Latinoamérica, llamado 450 años al cosmos; este es el pueblo que preserva sus historias por medio de la música; aquí vive la descendencia de los más fuertes, de aquellos que llegaron a este continente sin si quiera haber comprado un boleto; esta es la región donde es claro que el racismo solo es una tendencia a destruir la comunión entre seres humanos y precisamente nosotros somos la prueba de que se puede vivir en armonía. Del lugar en el que al sol le gusta recordarnos que tenemos mucho que brindar y mucho que conseguir: somos de la tierra de la Buena Ventura.
// Fotografía: Augusto Gallo | Henry Ramírez | David Sinza Salcedo //
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