
Estas son las diez ilustraciones finalistas del Salón Visual Bacánika 2025
¡Conozca las diez finalistas del Salón Visual Bacánika 2025! De una selección de 80 piezas de un talento técnico y narrativo extraordinario, estas fueron las piezas que el jurado destacó. En ellas vemos estéticas y narrativas diversas, conjugadas con apuestas técnicas y compositivas potentes. Le contamos más detalles sobre cada una de ellas.
Tras horas de deliberación, el jurado del Salón Visual Bacánika 2025 seleccionó las diez piezas finalistas entre las 80 obras participantes. Nats Garu, Ana Galvañ, Aldo Jarillo, Simón Londoño y Julián Velásquez valoraron cuantitativamente cada propuesta a partir de tres criterios: narrativa, estética y técnica. Luego, tras un intenso debate, discutieron a profundidad la fuerza de cada pieza para ser parte de este podio. Los ganadores de los tres primeros lugares se darán a conocer el jueves 25 de septiembre a las 6:00 pm en Bodega/Comfama.
A continuación, los diez finalistas de la undécima edición del Salón Visual Bacánika presentados sin orden específico:

El espejo de Andrés Beltrán Calderón
Esta pieza narra un relato absurdo y emocional. El protagonista, con un gesto ausente y una paleta de azules fríos, se ve interrumpido con el fondo naranja encendido, casi fluorescente, sosegando la tensión y el desasosiego de la composición principal. Los elementos se integran en un caos que no sabemos muy bien si comprendemos o no, logrando una sensación de saturación visual sin sacrificar coherencia técnica.
Según Ana Galvañ, “esta obra despliega un complejo juego de espejos donde se entrecruzan múltiples capas de significado, sugiriendo un ejercicio introspectivo y profundamente emocional por parte del autor (...) El espectador es invitado a desentrañar cada detalle y, en ese proceso de observación minuciosa, a reconstruir el retrato de una psique tan rica como contradictoria, marcada por su pluralidad y matices”.

Confrontaciones de Juan Felipe Rozo
Encarnando la dualidad y el enfrentamiento interior, esta obra es la representación de un ser atrapado en el laberinto de su propia cabeza. La escena, cargada de dramatismo, despliega una fuerza visual que nos obliga a observarla. El protagonismo del rojo en el rostro y la mano concentra la atención y desata una respuesta emocional inmediata, contrastando con la paleta restringida entre negro, verde y amarillo que domina el resto de la composición.
“El nivel gráfico es sobresaliente. La obra combina un puntillismo minucioso que construye volúmenes con planos de color más sobrios, logrando un juego visual vibrante. Se aprecia un dominio claro de la tinta negra, que estructura y articula la composición, así como de las capas cromáticas posteriores, aplicadas con rigor y sensibilidad”, añade Ana Galvañ.

Rebrote de Esteban Millán Pinzón
Más allá de su evidente técnica que limita con la perfección, esta pieza construye un relato poético entre lo humano y lo natural. El uso de la paleta cromática es sobresaliente: un azul profundo y dominante que genera una atmósfera nocturna, acompañado de destellos de luz amarillos y naranjas como libélulas que guían el ojo del espectador en diferentes puntos de la composición.
“Ese manejo de la jerarquía en composición aporta mucho a temas de comunicación, que es muy usado en ilustración comercial. Es una pieza que en ese sentido fácilmente puede salir a la industria a representar un mensaje de una marca, de una organización, de un servicio, de un producto. Se siente muy profesional, tiene un acabado técnico limpio, pero con unas texturas que evocan lo hecho a mano”, explica Simón Londoño.

Buchones de Agua, de la serie El Camino Amarillo el Río Negro de Andrés Tobar Restrepo
Los primeros recuerdos de la naturaleza son protagonistas de esta obra. Como una explosión, el movimiento parece un depredador entre aves, peces e insectos que flotan entre los jacintos o buchones de agua. Esta coexistencia orgánica es también el asalto visual de una paleta de colores saturada que va desde el azul eléctrico hasta el naranja estridente. Cada elemento, superpuesto o no, está dibujado a detalle entre acabados de acuarela y lápiz, brindándole una textura impecable a la técnica.
Para Simón Londoño, esta pieza “logra representar esa especie de psicodelia o sinestesia que un niño estaría teniendo la primera vez que visita, por ejemplo, un bosque o la primera vez que escucha un grupo de pájaros volando y cantando en diferentes tonalidades. Esas tonalidades también las expresa con el color, donde veremos colores muy fuertes, saturados, incluso cercanos al fovismo en el sentido de que algunos elementos tal vez no son de su color digamos óptico por la reflexión de la luz”.

La Breve Historia de Arquitectura de Colombia en Edificios más Representativos de Olga Gonina
Como una casa de muñecas, esta obra se centra en los detalles de cada elemento. Esta infografía, además de su impacto visual, nos narra la evolución de la arquitectura colombiana, movilizando cronológicamente al espectador por las viviendas indígenas y coloniales hasta las construcciones más contemporáneas. En cuanto a su técnica, cada edificio de la composición está ilustrado con una precisión casi quirúrgica.
Las líneas limpias y las formas geométricas facilitan la lectura y reconocimiento de cada elemento presente, brindándole protagonismo a la información. Cada fila de edificaciones narra un capítulo de nuestra historia, cambios estéticos que a su vez reflejan las dinámicas sociales y culturales a través de la arquitectura del país.

El sueño de mi madre de Felipe Carrión Penagos
Como una nube tibia, esta ilustración nos transporta al mundo personal y onírico del autor. Con una fuerte carga poética, la escena de la madre y el niño, abrazados bajo una manta, evoca una sensación de ternura y cercanía que podemos recordar como propia, casi sentirla. La paleta de colores, sutil pero evocadora, combina un rojo apagado con un azul sereno y un verde terroso, creando una atmósfera de calma y nostalgia. Los trazos suaves se adhieren a la perfección a la naturaleza del sueño que representa.
Para Aldo Jarillo, esta obra “es una pieza muy expresiva, eso lo podemos ver en el gesto de los rostros, el gesto de las manos, incluso en el mismo gesto del movimiento de la cobija. También lo vemos en la técnica, donde se le permite al gesto del trazo tener cierta libertad para que logre envolver a la pieza y hacer que todo termine conectando”.

Hasta el fin de Ingrid Yoryeth Bastidas
Esta pieza es un remolino entre los recuerdos y el vacío: dos personajes rodeados por una cascada de objetos precipitándose hacia ellos. Cada elemento flotante está ilustrado con la precisión del dibujo tradicional, desde una silla de oficina hasta un reloj. La paleta de colores juega un papel clave, pues todos los elementos se encuentran en una escala de grises exceptuando los personajes, como si fuesen la luminosidad de la vida misma entre la oscuridad del pasado. Este contraste es un recurso estético brillante, que convierte a los personajes en el centro emocional de la obra.
“Tiene una fuerte carga narrativa, donde todos los elementos que componen la pieza cuentan una historia, tanto en conjunto como en lo individual. En la pieza vemos cómo la técnica y la estética se complementan, cuida los detalles en la forma sin perder los detalles del contenido, muestra así una fuerte carga de madurez en la composición”, explica Aldo Jarillo.

Atesoro de Juliana Ocampo Saldarriaga
Con una narrativa superpuesta, esta obra es el puente directo entre la mirada y una emocionalidad difícil de descifrar. Su estética resalta por la fuerza de sus elementos: mariposas que abrazan a un ser que a su vez abraza la vida y la muerte. El contraste de grises impacta entre el minimalismo cuidadoso que logra comunicar un concepto, un mensaje. En cuanto a técnica, el dominio del trazo, la luz, la sombra, la textura y el volumen son más que sobresalientes.
El carboncillo no solo es pulido y realista, sino que también está al servicio de la narrativa, junto a la superposición de capas para crear ese efecto de transparencia. Nats Garu considera que esta obra era digna de estar entre los finalistas “por su calidad técnica, expresividad y manejo de texturas, pues representa muy bien el trabajo en grises, y es coherente en la poética entre texto y representación”.

Dioses del Fermento de Karen Sofía Gordillo
Caótica pero encantadora, esta obra es un carnaval de colores, formas y texturas. Como una fiesta, cada personaje cumple una función embriagante, alegre y casi siniestra. La paleta de colores es audaz, arriesgada y saturada: amarillos brillantes, rosados neón, azules eléctricos y verdes ácidos, psicodélicos, perfectamente conjugados con la soltura de la línea. La composición de esta pieza huyó completamente del orden, gobernando las texturas, figuras y detalles distorsionados, eclécticos.
Según Nats Garu, esta obra es “propositiva y arriesgada, genera una dinámica visual interesante al observarla. Tiene una buena selección de color y representa de forma auténtica la temática que aborda”.

Cuando dejé de morir de Pablo Andrés Rojas
Articulando con contundencia lo que parece un desdoblamiento, esta obra narra un relato introspectivo del autor: una figura etérea y luminosa se apodera de un cuerpo encorvado. Una dualidad entre el mundo material y metafísico se instala en la cotidianidad de un cuarto. Una escena contundente como metáfora de renacimiento, desprendimiento o revelación interior. La pieza genera así un espacio de contemplación que va más allá de lo anecdótico.
La virtuosidad del dibujo técnico sobresale en esta pieza de lápiz y grafito, sumándole al estilo sombrío y melancólico. Gracias a este dominio riguroso, el autor brinda diversos volúmenes, así como una perspectiva realista del espacio, que refleja el alto grado de control técnico y conceptual, acompañado por el manejo preciso del claroscuro que intensifica las tensiones de la escena. El autor demuestra no solo pericia técnica, sino también un entendimiento profundo de cómo la forma y el recurso plástico sostienen al relato visual.


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