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Vallenato

Sirenas, duelos y el diablo: una biografía mítica del Vallenato

Ilustración

En el vallenato se dan cita todos los días lo real y lo fantástico: desde sirenas encantadas y batallas con el diablo a noticias que viajan con el canto como las contiendas de versos. Y ya que viene el cierre del Festival de la Leyenda Vallenata, la autora de este texto nos lleva de viaje a esa geografía íntima y legendaria en la que el acordeón acompasa los días y las noches a la sombra de los cañaguates.

En Valledupar, cuando el sol alcanza su máximo esplendor y los cañaguates comienzan a florecer, parece que la ciudad estuviera bañada en oro. Hay quienes comentan que ese brillo no es una casualidad ni un cambio de estación; muchos creen en el relato ancestral que ha sobrevivido al tiempo.

Seránkua, dios de los Arhuacos, un pueblo indígena en la Sierra Nevada de Santa Marta, decidió que para frenar a los saqueadores que buscaban oro en las tumbas de los caciques, lo derretiría de las guacas, antiguos sepulcros donde por lo general se enterraban objetos de valor. Ese oro derretido se regó por las raíces de los árboles y sus tallos lo absorbieron. Ahora, en épocas veraniegas, el metal dorado se esparce por las ramas para colorear las flores. Por eso pareciera que Valledupar está cubierto de esmalte amarillo.

Por supuesto, esto tiene una explicación científica: las flores del cañaguate absorben todos los colores del espectro luminoso, menos el amarillo, el color que reflejan. Pero a mí siempre me ha gustado más la versión de los Arhuacos y estoy segura de que eso se lo debo a nacer en una tierra donde se crece rodeado de historias que se cantan. 

Las leyendas y los mitos en mi vida se cuelan desde mi infancia, sentada en un pupitre de madera y con un abanico de techo que contaba los días para que me cayera encima. Lo más chévere del colegio siempre fue echar cuento. Las profesoras con su intención de educarnos y preservar las tradiciones nos contaban todo con una seriedad un tanto particular, y la verdad, yo siempre tuve un poco de miedo. Y digo que tuve miedo porque es difícil entender cómo es que un acordeonero se pelea con el diablo. Eso sí, no fue difícil creérmelo, esa siempre fue la parte más sencilla. Al final, siendo una niña vallenata, una vive rodeada de puro realismo mágico.

Yo crecí pensando que cada vez que me bañaba en el río Guatapurí una sirena me iba a jalar las piernas debajo del agua. Sinceramente, el hecho de convertirme en una de ellas nunca fue un problema para mí.

Ahora, en cambio, escucho otras leyendas populares, como la de Diomedes que dice que aquellas mujeres que se sienten en las piernas de su estatua en el parque de La Provincia, en Valledupar, quedan embarazadas. Y en cada rincón donde se cuentan esas historias suena de fondo vallenato, porque aquí la música también hace parte del cuento.

El vallenato no es algo que yo haya descubierto, es algo con lo que nací. Me recuerda al calor pegajoso de Valledupar, que no hay brisa que lo amortigüe, y para mí tiene el rostro de mi tío, que no tiene una playlist en Spotify: tiene una libreta en donde escribe todas las canciones de vallenato que le gustan y pide que las reproduzcan, apuntando con el dedo en donde se ve, con tinta azul y en letra grande, qué es lo próximo que sonará en la parranda. Y también, inevitablemente, el vallenato para mí es Silvestre Dangond, y no necesariamente por voluntad propia, porque aunque me gusta su música, mi familia lo escucha como se toma el café: casi todos los días y siempre a volumen alto.

Pero más allá de lo que suena en mi casa, están las historias que le dan sentido a todo esto. Las que le ponen raíz al vallenato, las que siguen vivas en las parrandas, en la voz de una abuela o en los salones de clase.

Según cuenta la leyenda, Rosario Arciniegas, una niña rebelde nacida en el barrio Cañaguate de Valledupar, decidió desafiar a sus padres luego de que ellos le prohibieran bañarse en el río Guatapurí. Se cree que quien lo hiciese en Semana Santa se convertiría en pez, al ser esto un pecado.

Rosario se escapó en secreto y cuando alcanzó el Pozo de Hurtado se sumergió en el agua. Con el paso de las horas cayó la noche y al intentar salir, no pudo hacerlo. Un peso inmenso en sus piernas le impedía avanzar. Con esfuerzo llegó hasta la orilla y aterrada descubrió que sus piernas habían desaparecido y habían sido reemplazadas por una gigantesca cola de pez. Había dejado de ser humana para ser parte del río, convertida en sirena. 

Su madre la llamó, pero no pudo encontrarla, todo el pueblo hizo parte de su búsqueda y muy temprano el viernes santo, al salir el sol, Rosario apareció desde la roca que se había lanzado, delante de todos, se despidió con su cola y se zambulló. 

Un angelito del cielo me mima, me ama
Una sirena encantada me brinda sus besos
Todo lo vuelve ternura con una palabra
Como por arte de magia me lleva hasta el cielo

Dice la canción “Sirena encantada” de Miguel Morales

Como muchas otras, esta leyenda ha sido transmitida de generación en generación y hoy hace parte de la tradición oral vallenata. Con el tiempo, la historia se convirtió en canción y todavía sigue viva en muchos versos y entre las piedras del agua fría del Guatapurí. Pero la leyenda de la sirena encantada no es el único relato fantástico que tiene lugar propio en el vallenato pues hay otras historias en el mismo universo sonoro, como aquella en la que un instrumento sirvió de escudo contra lo inhumano.

Francisco Moscote, un hombre nacido en Machobayo, La Guajira, era muy reconocido por ser un juglar y acordeonero muy dedicado. Una noche, con el cielo lleno de estrellas, regresando de una parranda de varios días, sentado sobre su burro, comenzó a interpretar diferentes melodías en su acordeón. Para su sorpresa, a lo lejos se escuchaba la misma melodía, pero interpretada de mejor manera, de una forma más refinada. La situación se repitió durante varios minutos, hasta que Francisco comprendió que se encontraba en una auténtica piqueria, en una contienda con el mismísimo diablo. Francisco tuvo que recurrir a fuerzas celestiales e interpretó el credo al revés; con eso, pudo vencer a su oponente. 

En Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez retoma la leyenda de Francisco El Hombre, pero destacando su faceta más humana como juglar, aquellos artistas que componen, tocan el acordeón y, además, cantan, y a la canción como medio para contar la realidad: “Francisco El Hombre era un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco El Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario”. 

Francisco Moscote catapultó con su historia a una de las prácticas más influyentes en el vallenato tradicional, la piqueria. La piqueria vallenata es un duelo de versos al compás del acordeón, un desafío verbal. Podríamos decir que la piqueria es al vallenato, lo que las sesiones de Bizarrap son al trap, que, aunque muy diferentes, tienen el mismo sentido: la tiradera.

La piqueria más legendaria y larga de todos los tiempos la protagonizaron Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales. Por más de una década, con el acordeón cruzado en el pecho, estos dos juglares fueron “tendencia” en los años 40. Su enemistad empezó una noche en La Guajira. Lorenzo estaba tocando el acordeón en un local de música cuando apareció Emiliano, le pidió el instrumento y asombró a los asistentes con su ejecución.

De ahí en adelante, de parranda en parranda y de pueblo en pueblo, los insultos iban y venían; la gente se encargaba de que ambos supieran las provocaciones del otro disfrazadas de verso. Tiempo después, Emiliano y Lorenzo se reencontrarían en un duelo musical en Urumita, pero Morales tenía otros planes y se marchó. Así que Zuleta compuso “La gota fría” y, aparentemente, el duelo tuvo un vencedor. Una canción que ilustra el vallenato y sin la cual el género jamás sería el mismo.

Acordate Moralito de aquel día
Que estuviste en Urumita
Y no quisiste hacer parranda

Te fuiste de mañanita
¿Sería de la misma rabia?
Te fuiste de mañanita
¿Sería de la misma rabia?

En esta historia, el acordeón siempre sostuvo el duelo; fue el arma que usaban para enfrentarse. De este elemento musical se dice que llegó en manos de marineros alemanes e italianos al puerto de Riohacha en La Guajira. Otra teoría afirma que en el río Magdalena terminó un barco que venía de Alemania a Argentina. 

Según Julio Oñate, autor del libro El ABC del vallenato, el primer acordeón en llegar a Colombia era conocido como “acordeón de nota abierta”, con ocho botones en el teclado. Después se popularizó el modelo “Tornillo e’ máquina” con el que se dice que Francisco el Hombre venció al diablo. La evolución del instrumento ha cambiado la forma en la que se creaba el vallenato, y han nacido nuevas melodías y otras oportunidades de piqueria para demostrar su dominio técnico. 

El acordeón siempre ha sido el compañero inseparable de los juglares y la piedra angular del género. Pero fue en 1970 que finalmente llegó el acordeón colombiano “definitivo”, conocido como “Cinco en tres”. Los artesanos caribeños se encargaron de apropiar y moldear el acordeón vallenato, y convertirlo en el vehículo encargado de inmortalizar amores, desencuentros, dolores y alegrías.

El Festival de la Leyenda Vallenata es el escenario donde convergen todas estas historias: las leyendas, la piqueria y el acordeón. Es una cita de la tradición entre el mito y la música. El imaginario colectivo cobra vida en la tarima.

Su origen está vinculado a las fiestas del Milagro de la Virgen del Rosario, en las que se conmemoraban las leyendas relacionadas con las batallas de dos tribus indígenas en el comienzo de la ciudad. La leyenda cuenta que un español llamado García Gutiérrez de Mendoza se adentró en tierras del cacique Uniaymo en busca de un ganado, que era un pago impuesto por los españoles a los indígenas de la región. El cacique Uniaymo se enteró de los maltratos que recibían los indígenas por parte de los españoles y decidió vengarse.

Durante el ataque, la comunidad lanzó flechas encendidas hacia un convento, pero una doncella y sus ayudantes las apagaron. Temerosos por lo sucedido, los atacantes se retiraron. En un intento de los conquistadores por atraparlos, siguieron a los indígenas hasta una laguna llena de leche envenenada. Mientras la tribu se camuflaba, los españoles, sedientos, bebieron de la laguna, lo que los derrotó. Cuando los indígenas intentaron darles el golpe final, vieron que la doncella y sus ayudantes los rescataban. Aturdidos por lo sucedido, los españoles restantes lograron atraparlos. Mientras los indígenas prisioneros pasaban por la ciudad, fueron a agradecer a la Virgen y a sus santos por su protección, pero rápidamente se dieron cuenta de que las imágenes sagradas en la iglesia pertenecían a la doncella y sus ayudantes. Fue así como nació la historia de un milagro y una leyenda.

Finalmente, El Festival de la Leyenda Vallenata como lo conocemos actualmente nació hace 50 años, por iniciativa de tres gestores culturales: Consuelo Araújo Noguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona Martínez. Su inquietud los llevó a crear un escenario para que el legado artístico y musical no desapareciera. Ese donde hoy el vallenato sigue siendo el guardián de todos estos relatos, dándole forma a nuestra identidad y construyendo un puente entre generaciones. Con cada acorde las historias siguen retumbando en la ciudad y las tradiciones no mueren. Se afinan.

Mariana Isabel Cuadrado Saurith

Comunicadora social y periodista, apasionada por el cine y la literatura del duelo. Amante de los gatos y de las tardes de brisa y mecedora en la terraza de la casa. Ha escrito historias en El Punto Noticias sobre diversos escenarios culturales en el Caribe y ha participado en diferentes cortometrajes producidos por Abstracta Productions.

Comunicadora social y periodista, apasionada por el cine y la literatura del duelo. Amante de los gatos y de las tardes de brisa y mecedora en la terraza de la casa. Ha escrito historias en El Punto Noticias sobre diversos escenarios culturales en el Caribe y ha participado en diferentes cortometrajes producidos por Abstracta Productions.

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