Algunas historias del diseño gráfico en Colombia
La exposición Tipo, lito, calavera presenta una visión panorámica del diseño gráfico en el país. Las transformaciones tecnológicas, estéticas y formativas de la profesión son el eje de la muestra que está expuesta en la Biblioteca Luis Ángel Arango.
Las artes gráficas ocupan un lugar secular en la historia del arte y, sin embargo, ocupan un lugar ineludible en la cultura visual y popular. Desde antes de la invención de la imprenta, las imágenes reproducidas hacían parte de la producción de talleres y artistas, fungiendo como una herramienta comunicativa de distribución masiva. Procesos como el grabado, el intaglio o el grabado sobre madera permitían reproducir y compartir imágenes de orden artístico, político o religioso y, con la aparición de la imprenta, estos procesos se dinamizaron para alcanzar a cada vez más personas. Sin embargo, y a pesar de su importancia, la gráfica ha quedado supeditada a formas de las Bellas Artes como la pintura y la escultura, muchas veces refiriéndose a ellas con la esnobista categoría de artes menores.
En aras de insertarse en una reflexión sobre la importancia de estas formas de producción de imágenes, la Biblioteca Luis Ángel Arango presenta Tipo, Lito, Calavera. Historias del Diseño Gráfico, una exposición con la curaduría de Juan Pablo Fajardo. La exposición reúne más de 1000 piezas de diversas colecciones del Banco de la República como la numismática, la de arte, la bibliográfica, y de instituciones como el Museo La Tertulia, el Instituto Caro y Cuervo y la empresa Carvajal S.A. En este sentido, abre un diálogo abierto y reflexivo que permite incorporar la gráfica dentro de la historia oficial del arte colombiano, resaltando su impacto político, social y cultural. Es una de las primeras muestras, o quizás la primera, que apuesta por registrar, explicar y reflexionar en torno a la evolución del diseño y la litografía en nuestro país durante el siglo pasado, época de revoluciones sociales y tecnológicas.
Periódico Verbo Laico dirigido por M.M. Duncan. Diseño: Sin registro. Impresión tipográfica. Biblioteca Nacional.
La exposición es producto de un riguroso trabajo investigativo realizado por el curador durante cerca de cinco años. Durante este periodo, seleccionó piezas nunca vistas, y mucho menos expuestas, para crear nodos de sentido que buscan explicar desde nuevas perspectivas la evolución de esta práctica particular. Aunada a la investigación está la historia personal de Fajardo, quien ha investigado extensamente estas prácticas a partir de la fascinación de figuras centrales como Alberto Urdaneta o Sergio Trujillo. El artista devenido en diseñador ha estado investigando en torno a esta historia poco narrada durante cerca de una década y, de manera empírica, se ha convertido en una suerte de autoridad en el tema.
Fajardo ha venido desarrollando una mirada crítica en torno a las artes gráficas desde antes de que en 2013 publicara el Sergio Trujillo Magnenat, artista gráfico, a través de La Silueta, una recuperación vital de uno de los principales artistas gráficos del siglo pasado en Colombia. “Al adentrarme en sus archivos salió a la luz que el trabajo de Magnenat como diseñador, que había sido visto como una cosa menos relevante, en realidad era muchísimo más extenso, de un impacto social, político y estético mayor al que había tenido como artista”, explica. Fajardo hará parte también del evento de apertura el 28 de septiembre en el que ofrecerá una visión completa sobre sus motivaciones detrás de la curaduría de esta muestra.
La exposición está narrada de manera cronológica a partir de 17 capítulos conformados por obras, libros, periódicos, pasquines, impresos de distinta naturaleza como billetes, carátulas de libros, carteles, revistas, fanzines, prensa regional y etiquetas que conversan entre sí para tratar de contar la historia del diseño gráfico en Colombia. Al mismo tiempo busca, desde distintas disciplinas, construir una narrativa que permita establecer relaciones entre fenómenos políticos y estéticos. “Se trazó una ruta de trabajo porque dar cuenta de un siglo con una producción tan amplia, tan dispar, tan compleja en tantos frentes (porque el diseño de alguna manera abarca todo), es muy complejo”, explica Fajardo, quien reconoce que, de cualquier manera, toda curaduría tiene sesgos personales por lo que, a pesar de todos los esfuerzos detrás del equipo, quedan muchas cosas por fuera. “No quiere decir que sea el mejor diseño hecho en Colombia, pero sí son momentos que pueden ser en algunos casos tan específicos como una publicación o un billete en particular o casos de una mayor extensión en el tiempo como fenómenos más complejos, como el trabajo de los artistas en el campo del diseño gráfico, particularmente el diseño de cubiertas de libros, que abarca lo que tenemos acá en uno de los ejes”, complementa.
Al ser una muestra vinculada al Banco de la República, esta intenta reflexionar sobre la manera en la cual las identidades nacionales reflejan la estética de la época a partir de contenido editorial y otros materiales impresos. “Son casi cincuenta años de carátulas de libros colombianos diseñados por artistas. Lo que más me interesaba era que esos núcleos temáticos pudieran establecer relaciones complejas y reveladoras sobre la historia del país, sobre momentos estéticos; son piezas muy relevantes por su capacidad comunicativa, por su rareza o porque no habían sido estudiadas”, comenta el curador. “Quería perspectiva innovadora sobre cómo mirar esas piezas, sobre cómo interpretarlas, algunas de ellas nunca habían sido mostradas y se convierte en la primera vez que se inscriben dentro del circuito del diseño gráfico”, añade sobre las más de 1000 piezas recogidas para la exhibición.
“El diseño gráfico no ha sido considerado dentro del arte con A mayúscula y esa es una discusión que está en el medio de la concepción de la exposición. En algún momento hubo cierta dificultad en el sentido de que una exposición de diseño se presentara en un museo de arte, hubo una controversia y finalmente el año tomó una decisión y apostó a que era una exposición que valía la pena incluir en un museo de arte”, explica Fajardo sobre el valor de esta muestra particular para reescribir, por fuera de la mirada academicista, pero con el rigor de la investigación académica, parte de la historia visual de nuestro país. Es una discusión que es vieja y que podría revisarse a la luz de los nuevos marcos teóricos y narrativas conceptuales que se imponen hoy sobre las artes.
Etiqueta para Fósforos El diablo impresa por Carvajal Cia. Diseño: Sin registro. Impresión litográfica. Archivo Carvajal Cia.
“Está discusión está desde Alberto Urdaneta, quien fue un pionero y de los primeros visionarios que empezaron a pensar la gráfica, la importancia de los medios múltiples, el grabado y la impresión, de la edición. La formación de los artistas en algunos casos como artesanos o cercanos a lo que él denominó ‘las artes mecánicas’ que podrían considerarse como las artes aplicadas”, añade Fajardo sobre la dificultad que implicó ensamblar la justificación museográfica de la muestra. “A Sergio Trujillo, por ejemplo, también le pasó lo mismo. Para estas personas, incluso, ser diseñador era un ganapán, una cosa de segundo nivel frente a su labor como artistas. Entonces esa es una discusión que sigue existiendo. Claramente se trata de dos campos que tienen finalidades distintas. Comparten muchísimos elementos: estéticos, de investigación, de experimentación, de producir mensajes contundentes, consciencia tal vez. Pero el diseño tiene la función específica de la comunicación, mientras que el arte tiene cierta libertad. Puede haber comunicación, pero hay un espacio de interpretación distinto. Se supone que el diseño tiene que ser claro y no puede haber lugar a dudas en lo que se pretende comunicar. Son cosas que se cruzan todo el tiempo y a veces es difícil discernir una cosa de la otra. No son lo mismo, claramente”, complementa.
En ese sentido, “hay especificidades, espacios, lugares propicios para que suceda uno y otro fenómeno específicos. Pero, en la medida en que las disciplinas son cada vez más ricas, que hay más conexiones y más fugas entre unas y otras es cada vez más difícil discernir y se pueden encontrar proyectos cada vez más interesantes que navegan esos dos mares al tiempo”, añade el curador. La muestra, por eso, se preocupa más por el resultado estético final y crea diálogos, redes intelectuales, entre productos culturales disímiles que conversan, se complementan o se enfrentan desde sus orillas de pulpa vegetal y tinta. “Uno de los núcleos conceptuales y temáticos de la exposición tiene que ver con poner a conversar materiales muy disímiles entre sí o que aparentemente no tienen relaciones. De esta forma, se puso a conversar el diseño gráfico con colecciones de arte. También hay piezas de una naturaleza muy técnica como piedras litográficas, grabado, fotografía, dibujo, pintura, piezas de arte contemporáneo o de diseño contemporáneo”, explica Fajardo. Son estos cruces, que se escapan de una visión historicista de rupturas y continuidades, la principal característica que hace de la muestra una exhibición disruptiva y emocionante, que revisa el diseño gráfico como nunca en nuestro país.
“La exposición arranca con una premisa [histórica] de tres momentos que hacen referencia a tres momentos técnicos”, ilustra el curador sobre el recorrido de la muestra. “Primero está el papel del artesano, muy ligado a los tipos de metal y el armado de página. Eran personas que se formaban en algunas escuelas de artes y oficios o en imprentas y talleres al lado de otros tipógrafos. El segundo momento es un poco la entrada del color y la composición, lo que se sale de la caja tipográfica que es de más difícil composición y aprovecha conocimientos que vienen del mundo del arte como la litografía, un espacio en el que imagen y palabra se pueden mezclar en unidades de sentido, armónicamente compuestas y en el que las letras mismas empiezan a convertirse en imagen y ahí el papel de los artistas es muy revelador y relevante, en la medida en que pueden combinar ambas cosas. Ahí hay un conocimiento mixto del artesano y del artista. La tercera instancia es la profesionalización aquí en Colombia, como saber específico y disciplina, que comienza a mediados de los años sesenta. Ahí empieza a formarse un profesional que es la unión y sofisticación del artesano y del artista, que se convierte en un diseñador profesional. Es un poco de ambas cosas y a la vez no es una sola de las dos”, concluye.
Anverso billete de cinco pesos emitido por el ejército liberal de Ocaña. Diseño: Peregrino Rivera Arce.
Impresión tipográfica sobre hoja rayada. Colección numismática Banco de la República.
Una exhibición que resalta nuevas sensibilidades y reivindicaciones
“La muestra es el primer ejercicio que permite observar la historiografía del diseño en el país en un periodo determinado como es el siglo XX y que además reivindica el papel de algunas figuras, personajes y sectores excluidos. “Esta es una selección personal, una curaduría con sesgos propios y caprichos que responden a una sensibilidad particular”, confiesa Juan Pablo Fajardo.
El diseño y la impresión fueron campos de acción fundamentalmente masculinos durante el siglo XX, y el papel de la mujer es aún desconocido, sin embargo, la exposición resalta dos figuras de gran relevancia, la dibujante, fotógrafa y ceramista Carolina Cárdenas y una de las precursoras de la comunicación gráfica moderna, y la diseñadora Marta Granados.
Así mismo, destaca los aportes de la prensa comunista en el siglo pasado que, a pesar de ser altamente censurada y perseguida, logró llegar a las clases obreras y reflejar la situación de los trabajadores. Sobresale el periódico Tierra, uno de los más emblemáticos de los años 30 del que no se pudo obtener una pieza original.
La representación de la gráfica del educador y artista Francisco Tumiñá Pillimué, de la comunidad misak, y el pensador y político Manuel Quintín Lame Chantre, del pueblo nasa, que ilustra la resistencia de comunidades indígenas, robustece la selección de la muestra”, explica el Banco de la República en su comunidad oficial para medios. Es una invitación vehemente a repensar la historia visual de nuestro país, de cuestionar los relatos identitarios, de responder por qué aún nos referimos a la cerveza como “Pola” y por qué esto tiene sentido a la hora de pensarnos y repensarnos en un contexto geográfico específico y un momento cultural de cambio y transformación.
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