Felipe Lozano, el deseo encarnado
El deseo es el principal insumo de este artista bogotano, finalista del Premio Arte Joven 2020. Video, pintura y el uso de la inteligencia artificial fragmentan el cuerpo para convertirlo en un objeto de deseo y deseante.
A Felipe Lozano le interesa la esencia del ser humano. Al ser el resultado de una inseminación artificial, su pregunta por la naturaleza de nuestra especie ha sido una reflexión constante en su obra que reconoce es siempre de carácter autobiográfico. “A pesar de que yo sea totalmente humano, como venimos al mundo configura una parte importante de nuestra identidad. Sentía, de alguna manera, que el haber nacido por medio de esta tecnología me hacía especial, explica el artista bogotano. “Cuando era pequeño mis papás alardeaban un poco sobre mí, como quien estrena carro nuevo. Era un poco chistoso: era un producto nuevo del cual alardear. Y después, cuando fui creciendo, me di cuenta de que era algo extraño, extraordinario. Pasé un poco a sentirme monstruoso, como una criatura de Frankenstein hecha en un laboratorio”.
Antes de matricularse en la ASAB, institución en la que adelantó estudios de arte, estas reflexiones ya ocupaban un lugar importante de su tiempo. “En mi adolescencia todos estos cuestionamientos sobre la condición humana y sobre mi origen, me hicieron pensar sobre qué es lo que nos hace humanos”, explica Lozano. “Al final, para mí, se trataba de la capacidad de desear. El deseo es un tema importante en mi trabajo. Porque es lo que ha configurado lo que hoy conocemos como humanidad. Toda la cultura es producto de que alguien lo deseó”, añade. Esta pregunta, transversal a las disciplinas artísticas tanto como para la literatura de terror y ciencia ficción, guío parte de su proceso como artista. El deseo enmarca la construcción de obras en las que colindan el lenguaje pictórico, el arte digital y el video. En el marco de esta pulsión inherentemente humana, todo un universo de reflexiones se despliega en su trabajo, que puede pasar de lo fascinante a lo monstruoso, de lo frágil a lo visceral.
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A.R.T.
La tesis de grado de Lozano es uno de los primeros momentos de su trayectoria profesional en el que sus obsesiones plásticas se encuentran con sus preocupaciones como individuo. A.R.T., que quiere decir “Artificial Reproductive Technology”, es una instalación en la que Lozano despliega un pequeño laboratorio en el que el video y el lenguaje escultórico recogen piezas de frágil belleza y de carácter efímero. “Lo que hice fue meter pequeños deseos personales, pensando que soy el fruto del deseo de mis padres, y los introduje en estas placas de Petri para hacer una alegoría a mi origen y a la condición humana”, ilustra el bogotano.
En el centro de la muestra se erigen como peanas una serie de frías estructuras de metal negro que contienen recipientes de vidrio como muestras de laboratorio. En cada una de las placas de Petri se reproducen videos de los deseos del artistas, enmarcados en la posibilidad sensorial de su cuerpo: el beso, la caricia, el mordisco carnal se reproducen sobre la superficie de vidrio conforme del techo gotea un conjunto de bolsas de suero que le aportan a las imágenes un carácter fantasmagórico que recuerda, también, el motivo de Narciso embebido en su propio reflejo. Complementando la muestra se proyectan en simultáneo videos que explican las pulsiones de vida y muerte: unas flores marchitándose, una semilla germinando, los glóbulos y los espermatozoides del artista.
“Durante este proceso murió mi papá. Fue algo inevitable. Y decidí incluirlo”, complementa Lozano. “Fue una cosa un poco narcisista, muy fuerte, era como estar hablando todo el tiempo sobre mí, sobre mi origen, y empecé a hablar de la muerte y de la muerte de mi papá. Entonces vinculé a este proyecto dos grandes proyecciones: por un lado, se mostraban las células de mi sangre y, por el otro, unas flores marchitándose. Estas células se grabaron en el mismo laboratorio en el que me fabricaron”. Así, a través del ejercicio artístico, Lozano cristaliza el recuerdo de su padre, su deseo concretizado en el cuerpo de un artista que, así mismo se convierte en carne objetivada que desea y es, al mismo tiempo, deseable. “Los seres humanos estamos condicionados para nacer, desear toda la vida y morir”, concluye sobre la instalación.
Los jóvenes mártires y “Caída”
El proceso de duelo por su padre, momento traumático en todo individuo, desarrolló una serie de reflexiones sobre el dolor, el duelo, el anhelo y la ausencia que se materializó en una serie que Lozano ha continuado explorando en paralelo a sus demás proyectos plásticos. Los jóvenes mártires es una serie de retratos de amigos cercanos al artista cristalizados a través de una paleta cromática depurada en el momento de más exacta soledad y tristeza. Para que estas personas cercanas a su círculo inmediato pudieran abrirse y sentirse cómodas al expresar su tristeza, Lozano también tuvo que exponerse ante ellas a través del dolor de la ausencia de su ser amado.
En ese orden de ideas, “Caída” representa los últimos dos recuerdos que Lozano tiene sobre su padre. “Estas son pinturas que representan estos dos últimos recuerdos que tengo de mi papá: postrado en la camilla en la que murió en el hospital y ya cuando murió metido en esta bolsa cuando lo sacaron del cuerpo de la habitación”. Estas dos pinturas ejecutadas con experticia al óleo dan cuenta de la extrañeza de constatar la finitud del cuerpo, que se convierte en un objeto que es solo peso y materia. Es el enterramiento del deseo, la muerte de su condición humana, el aliento que se eleva con nuestras aspiraciones hacia un éter plagado de incógnitas. “Estas bolsas negras en las que envuelven los cuerpos parecen basura. Sí somos desechos, pero para mí era algo muy complejo de entender este tratamiento que se le da al cuerpo, que para mí es una cosa sagrada”, añade Lozano, quien señala también esa pregunta sobre el sentido de la vida a través del extrañamiento que produce el encuentro con la carne yerta, la mano que cuelga sin voluntad y que ya no puede cerrar los dedos para apretar los nuestros.
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“La muerte de mi papá fue un duelo complejo, pero también fue una excusa para que mis amigos se abrieran a nivel personal. Ahí nace el proyecto de Los jóvenes mártires, unos retratos al óleo de mis amigos en momentos de vulnerabilidad. Cada uno está llorando por una situación en particular y este fue un proceso que duró tres años. El reto era representar el dolor del rostro, pero aplicando una paleta que representara esa emoción. Hay una cosa medio cadavérica en el llanto, en los ojos y la nariz. Es una paleta de color que no tiene un cuerpo”, explica sobre estos retratos que tienen algo de la expresividad de Egon Schiele, con un tratamiento más realista, y que recuerdan también los ideales victorianos y románticos de la belleza tísica, también llamada el mal de los poetas.
Hay una palidez delicada en los colores que dan fondo los retratos, que formalmente se hermana con las rosas de los videos de A.R.T, conforme enmarcados en sus propias tristezas estos jóvenes proyectan una mirada melancólica que sobrepasa o huye del espectador de la pintura. Con la muerte el cuerpo pierde su calidez y se torna azulado, mientras que la enfermedad puede volverlo verdoso. Estos jóvenes que cargan el peso trágico y simbólico del martirio se elevan, sin embargo, hacia lo sublime en este retrato casi fúnebre del anhelo, el deseo irresuelto que produce la tristeza.
La soledad en los tiempos de Netflix
Las facilidades tecnológicas nos acercan y dividen como sujetos contemporáneos. La soledad en los tiempos de Netflix, finalista del Premio Arte Joven en 2020, entre varias otras participaciones, es una reflexión permeada por el humor negro que consiste en tres videos que recuerdan el formato de videos de youtuber e influencers. Estos videos en primer plano evocan una pulsión narcisista en la sociedad del siglo XXI en el que el individuo es el centro del relato y sus experiencias vitales, anodinas y triviales, pueden convertirse en tendencia y ser consumidas por millones de personas. Reflexionando sobre estas prácticas culturales, Lozano desglosa tres preocupaciones y deseos de la especie humana: la compañía, la muerte, la maternidad.
“En su momento estos tres videos parecían descabellados, pero después de la pandemia creo que se fortaleció su significado, porque estas cosas ya no son tan locas. La gente llegaba a preguntarse si era real o no, era divertido jugar con la idea de realidad de las personas, que no sabían distinguir entre la ficción y la realidad”, explica Lozano sobre esta obra que nace de las soledad que vivió durante una residencia artística en Canadá. La presencia del otro se convierte en artificio, en máquina, en función, para los tres protagonistas de la muestra: una mujer que quiere ser madre sin la ayuda del hombre (que remite al origen del artista, pero anulando el deseo masculino), un joven que se siente solo y que busca compañía a través del tacto y un ícono cultural cuya existencia ha devenido en la constatación de su exacta soledad tras monitores y que busca acabar con su vida, pero acompañado.
Delirio carnal
La última muestra de Lozano, que presentó en la Galería El Dorado en 2022, el artista vuelca su interés sobre el deseo del cuerpo en un momento en el que la tecnología facilita el acceso a millones de imágenes estimulantes. Este proyecto monumental está conformado por tres partes que utilizan la pintura, el video y la inteligencia artificial, permitiéndole al artista explorar una serie de lenguajes que reflexionan sobre la condición contemporánea del individuo que desea. En un momento en el que la proliferación de imágenes pornográficas es casi infinita, el individuo se convierte en el esclavo de su onanismo, un acto solitario e infructuoso en el que, también puede estar con sus propios deseos sin ser juzgado. Paradójicamente, este fenómeno también construye una serie de comunidades de mirones, individuos impacientes que se masturban para luego seguir trabajando o porque no pueden dormir.
“Deseo suspendido” consta de una serie de retratos explícitos que el artista no resuelve jugando con la forma en la que se cargan las imágenes en Internet. En el lienzo se intuyen falos enhiestos, bocas salivantes, eyaculaciones y penetraciones que desmitifican el lenguaje del erotismo para mostrar el cuerpo pornográfico, expuesto, consumible. Sin embargo, la obra no resuelve la imagen, sino que utiliza el ícono que proyectan las pantallas cuando un video carga. “Todo ahora es súper rápido, súper eficiente. Este logo es un suspenso, de espera, en contraposición a esa promesa de la alta conectividad de las imágenes y su alta definición”, explica Lozano.
Acompañando estas pinturas, hay unos cuadros de menor formato que realizó con el apoyo de una inteligencia artificial llamada GAN, que traduce red generativa antagónica por sus siglas en inglés y que lleva por nombre “Carne de bits”. “Entrené a un algoritmo (GAN, red generativa antagónica) para reconocer ciertos patrones en imágenes pornográficas y a partir de esos conocimientos crear sus propios productos visuales. Hice un banco gigante de imágenes pornográficas. Empecé a ver porno y a tomar pantallazos, luego las categorizaba en carpetas dependiendo de lo que se viera en la imágenes: mamadas, coitos, orgías, sexo gay”. Cada carpeta de este proyecto, que termina por insensibilizar al artista, contenía en promedio entre 500 y 2000 imágenes que le fueron entregadas a la inteligencia para que reconociera ciertas características casi universales: los pliegues de una vulva, los colores de la carne estimuladas, las bocas y las manos. “También le ayudaba haciendo que la composición en cada una de ellas fueran casi iguales”, explica Lozano sobre un ejercicio casi iconográfico en el que antes que mostrar pinturas del Renacimiento exhibe cuerpos abiertos, incompletos, aumentados, editados.
“En algunos casos, las imágenes que resultaban eran acertadas, pero con un acabado con una serie de errores. De todas esas imágenes que creó la inteligencia artificial en colaboración conmigo, escogí las que me parecían más interesantes, que tienen algo de Francis Bacon, que desde lejos se ven de lejos parecen obscenas, pero al acercarse causan más bien impresión y repulsión. Estas imágenes eran pequeñas y generaban una sensación de extrañeza”, complementa Lozano.
Cerrando el montaje aparecía “GAN-bang”, juego de palabras entre la inteligencia artificial GAN y una de las prácticas más sórdidas de la industria pornográfica contemporánea. “Se generó una orgía de bits, una masa de imágenes palpitantes que se mezclan una con otra. Las imágenes que había recopilado de orgías las mezclé con pinturas del renacimiento”, explica Lozano sobre este dispositivo que muestra un video en el que la carne se mezcla con la carne, desdibujando el cuerpo y sus límites subjetivos para reducirlo a su calidad matérica de masa viscosa, jadeando, cálida y sudorosa. Los cuerpos se fragmentan en partes que generan extrañeza y que nos obligan a cuestionarnos sobre la manera que tenemos en la actualidad de relacionarnos con el deseo. Atrás, un jadeo constante recuerda el ejercicio masturbatorio, la vergüenza de la mancha solitaria que sobrevive a la concreción de nuestros deseos y que resalta nuestro carácter humano a través del fluido tabú.
Para poder ver este video, el espectador tiene que agacharse para mirar a través de un dispositivo que recuerda, al mismo tiempo, la mirada a través del microscopio clínico y la voyerista de los peep shows, una práctica de consumo pornográfico en el que el espectador ve un espectáculo a través de una mirilla. “Para mí era muy importante despertar el voyerismo en el espectador. Esta imagen solo puede ser vista a través de este filtro, solo puede ser vista por una persona a la vez, si miras la pantalla desde otro lado se ve completamente blanco. Considero que la democratización del internet y la masificación de la pornografía influyeron en la construcción en la manera en la que consumimos ese tipo de productos. Está tan presente que en la práctica sexual y en nuestra forma de entender el placer hemos repetido esos patrones: tenemos unos guiones, unos gestos, unas poses”, explica Lozano, tras diseccionar la composición de la imagen pornográfica tras meses de enfrentarse con estos videos.
“Cuando uno ve pornografía ve la imagen explícita, ve el primer plano, ve los poros, el vello. Al final esta es un disección como del corte de carne más fino que se dispone en una pantalla para ser consumido por el espectador. Es muy curioso porque no solo estamos consumiendo a través de las pantallas, sino que nosotros mismos replicamos unos estándares que nos vende la pornografía: uno mismo se pone en esas vitrinas virtuales para ser consumidos por otros. Es algo que ha influido en nuestra manera de percibir el cuerpo hoy en día”, complementa. El ejercicio con la inteligencia artificial en últimas toma estos cuerpos hiperbólicos y los convierte en una imagen monstruosa y fascinante. Frente al cuerpo “saludable”, fuerte, depilado, pulcro y en su mayoría blanco, Lozano y la GAN construyen una imagen que perturba. “Para mí estos cuerpos que quizás se acercan más al cuerpo mutante, al cuerpo con discapacidad, que crea la inteligencia artificial, van en contravía a estas otras pinturas que yo hago que son, en su mayoría, cuerpos hegemónicos, que entran en la categoría de lo bello”.
La obra de Lozano es un ejercicio fascinante de entomología del deseo. El artista bogotano ha reflexionado sobre la manera como los cuerpos se proyectan en el espacio y se relacionan unos con otros a través de esta necesidad y tensión. En el fondo subyace una pregunta sobre el origen y sobre la sexualidad humana. Las imágenes de Lozano generan una fascinación a través de la atracción o la repulsión y cuestionan el lugar del cuerpo que desea en la cultura. Durante la muestra de Delirio carnal se realizaron algunas activaciones a modo de performance en la que bailarines con tatuajes temporales de hematomas se buscaban semidesnudos en el espacio, con la instrucción de no tocarse. Esa marca que los signaba podía ser producto de un golpe cruel o de un apasionado chupetón de un amante, tensando los límites simbólicos de las pulsiones de la vida y de la muerte. Al final, esta paradoja revelaba una verdad que Lozano quiere exponer en el corpus de su trabajo multimedial: todos somos las víctimas y los perpetradores del deseo.
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