Las esquirlas de Yurika
Esquirlas es el testimonio potente del artista urbano Yurika tras dos años de encierro. Esta muestra responde la pregunta de qué hace un artista de la calle cuando las circunstancias le impiden habitarla.
La pandemia nos enfrentó con una realidad aterradora: el estar con nosotros mismos. En una sociedad escapista, de placeres inmediatos y tiempo de atención corto, el poder escuchar nuestros pensamientos podría resultar en un ejercicio escalofriante. Desde la ventana la calle se erigía tenebrosa, vacía, fría. Al final, lo más sobrecogedor de un pueblo fantasma es la huella humana que da cuenta de un presente en el que no se escuchan las voces, las campanas cotidianas del carrito de helados, los ladridos de perros y, también, las disputas entre borrachos por nimiedades que se olvidan cuando la rocola escupe una nueva canción que ambos disfrutan. Fueron dos años largos, de mierda, en los que el yoga, la meditación y el ejercicio apenas y sirvieron para apaciguar las voces propias. Ahora imagine que para usted la calle no solo es el espacio de tránsito entre dos lugares, sino el lugar mismo en el que gira toda su vida.
Ricardo Vásquez Navas (YURIKA) lleva más de dos décadas pintando los muros de las ciudades. Desde el anonimato de un alias, el de Yurika, el artista ha logrado habitar la ciudad desde la policromía, vistiendo de tonos chillones la noche oscura y fría. En 2020 el artista tenía proyectado viajar y mostrar su obra en varios espacios alrededor del globo como parte del trabajo que viene adelantando hace más de una década con Vértigo Graffitti. Luego llegó la pandemia y todo se fue al traste. Luego llegó la pandemia y el abrazo se tornó amenaza, la cercanía paranoia, la calle inasequible. Esquirlas, su más reciente muestra en la galería Casa Tinta, es el diario emocional de un artista al que le arrancan de las manos su principal lienzo. En ésta, podemos recorrer como intrusos la mente de Vásquez, sentir como él la angustia, buscar a través de la reflexión la calma.
“Ricardo comenzó a pintar hace unos 22 años cuando la práctica tenía muchos ritos que se han ido perdiendo por las conversaciones que hoy día el grafiti tiene con las instituciones y con el sector privado. Pero Ricardo finalmente sí hace parte de un grupo de personas que comprende la calle desde un lugar más espontáneo, más independiente, más soberano”, explica Camilo Fidel López, curador de la muestra. “Pero en 22 años las cosas cambian mucho. Por eso, hace 13 arrancamos un proyecto. Él ya hacía parte de un colectivo muy importante que se llamaba Mientras duermen crew. Se movían mucho en ese lugar. Y empezaron a inclinarse hacia la posibilidad de convertir esto en un oficio y ahí es cuando llega Vértigo Graffiti, un colectivo en el que nos ponemos en serio a conversar con lo privado. Allí hay un desprendimiento muy fuerte de esa idea original del grafiti y se llega a una suerte de mestizaje”.
Antes que las marcas deportivas agotaran el recurso BTL del grafiti en vivo, Yurika y Vértigo Graffiti estaba reflexionando sobre la profesionalización de su oficio, caminando en la tensión entre dos mundos aparentemente irreconciliables que hoy cada vez se entretejen: el del arte urbano y el del mercado del arte. “Ellos siguen pintando la calle. Pero también gran parte de su tiempo, el de Ricardo, se va en convertir todo lo que aprendió en estos 22 años en un oficio. Ha sido fructífero, pues hemos podido viajar por el mundo pintando. Eso ha sido fruto de la experiencia de ellos, son artistas muy flexible, muy llevadero en tiempos de producción”, reconoce el curador, antes de explicar el itinerario del artista que pronto llegará a Turquía y Corea. Para Yurika las cosas empiezan a reactivarse, pero las reflexiones sobre su arte y oficio ya hacen parte de su nueva producción plástica. Es un relato mucho más privado e íntimo de todo lo que había hecho hasta entonces.
“El rollo parte de una necesidad de comprender a dónde va a llegar la carrera de Ricardo y es un ejercicio que empieza hace seis o siete años. Empieza a pensar en una obra plástica más confinada, más tradicional. Son ejercicios un poco deshilvanados”, explica López sobre cómo empezó Yurika o Vásquez, que son ya lo mismo, a empezar a aventurarse en la pintura. “Con ocasión de la pandemia todo se frenó y no hay nada emocionalmente más fuerte para una persona que vive, sobrevive y se identifica por su condición en el espacio público como un grafitero. Ricardo se encierra y empieza a pensar un poco qué va a hacer. Esta exposición surge por esa ausencia de trabajar en el espacio público. Independiente de que tenga veinte años de carrera, esa situación sí marcó la reflexión de la muestra”. En el marco de la pandemia muchos artistas entendieron que ya no podían más mantenerse ocultos, que tenían que convertirse en figuras semi públicas a través de las redes sociales. Esta es una discusión importante, pues la dinámica del grafiti tiene otras reglas a las del mercado del arte. En el mundo de la galería está la cita o la apropiación, en extramuros existe el toy o el bitter, el que copia o el que roba. Yurika se presenta, en ese sentido, como un hombre desnudo detrás de la emocionalidad de sus trazos. No es ya la dialéctica del “aquí estoy”, sino la reafirmación de “este soy”.
Esquirlas es una reunión sobrecogedora de experiencias. “Es imposible escindir lo que hace en la calle de lo que hace acá. Pero hay una necesidad de mostrar su estado emocional durante esos dos años. Hay obras muy fuertes y otras muy meditativas. No es una exposición sugestiva por el color y el trazo, sino que también tiene una parte muy reflexiva”, dice López. La muestra funciona como una suerte de calendario emocional del artista. Es una colección de colores vibrantes y explosivos que conjugan el trazo y la habilidad de la lata de pintura en aerosol con la fuerza expresiva del trazo del pincel o la espátula. Hay un diálogo con los lenguajes del grafiti, como es la aparición de tags o firmas al principio de la muestra, pero deviene en ejercicio plástico, en la deformación de la letra para la creación de una mancha expresiva. Más aún, son firmas en pincel, no brochas para rellenar los fondos de los muros.
La reunión de pinturas es expresiva hasta el dolor y recuerda la presencia humana del expresionismo abstracto, pero también la veloz dinámica de la carrera nocturna del grafiti. Los lienzos tienen texturas: las burbujas del aerosol y los trazos espectrales que se pueden lograr a través de acercar la lata o alejarla del lienzo, que puede convertirse en frágil telaraña de color o robusta línea para crear formas. Los drips del acrílico sobre los lienzos llaman la atención sobre la práctica callejera, pero la intuición en el uso del color de manera emotiva es una constatación de que Yurica ha tenido tiempo para pensar y reflexionar sobre la composición y las formas. La fotografía aplana: esta muestra exige ser vista en persona.
Esquirlas es también una reflexión sobre el tiempo. Más allá de los dos años de encierro que relata, es un diálogo entre las velocidades en el ejercicio productivo. La calle tiene sus propios tiempos: es dinámica, veloz, peligrosa y ruidosa. En cambio, el estudio del artista supone la reflexión y la pausa, plantea negociaciones con el lienzo y es el espacio para decisiones irreversibles. Mientras que la calle es un diálogo constante con el espacio urbano y los otros actores del grafiti, el lienzo es el monólogo interno del artista enfrentado contra sí mismo. La muestra concilia esta tensión del funambulista, pues respeta la herencia y el recorrido de un artista de la efímero, mientras le permite también construir un legado, un objeto que dé cuenta de que aquí estuvo y este fue Yurika. Porque a pesar de todo, aquí seguimos y somos más fuertes y las cicatrices que dejaron las esquirlas sobre la piel y la memoria son el rastro imborrable de que sobrevivimos y que esta es nuestra historia. Esa es la verdadera función del arte.
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