Los carteles de Cigarra Entinta
Un potente ilustrador colombiano ha dejado buena parte de su trabajo gritando en colores por las calles de Bogotá. En esta entrevista para Bacánika, nos habla de su relación con el cartel y la fuerza política de este medio gráfico.
Un momento inaugural en mi relación con el cartelismo fue en las elecciones presidenciales del 2018. Hice un cartel que aún amo: El odio no gana. Lo pensé para reflexionar sobre el voto, pensando en invitar a buscar otros motivos distintos al odio como argumento para elegir por quién votar o no-votar,” me explica Cigarra Entinta, artista e ilustrador de la Pontificia Universidad Javeriana, cofundador de Mandraque Estudio y uno de los dos ganadores del Torneo de Ilustración del Salón Visual Bacánika 2019. “Para mí la Universidad no fue el momento de desarrollo y encuentro con mi obra. Allá estudiaba, veía clases y aprendía técnicas, pero la cosa de verdad empezó cuando comencé a salir a la calle: a ver y a interactuar con graffitis, carteles, andenes, postes, estaciones... Muy pronto descubrí que era muy natural para mí querer estar en ese lugar. Pero claro, mi primer acercamiento en todo caso fue la ilustración y sigue estando muy basado en ella. Lo que pasa es que hubo un momento en que las letras comenzaron a convertirse en parte integral de la imagen.”
Le pregunto qué hizo que la creación de El odio no gana fuera un momento decisivo en su trabajo. “Aún sigue siendo uno de los carteles que más he pegado en la ciudad y en su desarrollo ya estaban muchos de los elementos que desde entonces han sido fundamentales para mí: lo hice lo más barato posible usando papeles de colores y tinta negra. En una duplicadora de mi maestro Alfonso Álvarez, una leyenda de la gráfica colombiana, lo sacamos en cantidades enormes y nos fuimos a pegar. La duplicadora es un tipo de fotocopiadora arcaica que da un grano hermoso en la impresión, el cartel fue hecho para sacarse así porque el diseño, su materialidad y su sencillez son las claves que lo hacen reproducible, las que hacen que repartirlo y financiarlo por cualquiera sea posible.”
“He aprendido a pensar que lo más importante es que todo tiene que ser imprimible en todo sentido: en offset con pocas planchas, en serigrafía o en todo desde una lógica de impresión análoga, manual. Para hacerlo funcionar y con poco dinero esto es muy importante, aunque claro, es un reto: te obliga a ser recursivo con los materiales. En ese sentido la imprimibilidad, por intentar llamarlo de algún modo, es clave. Muchas veces al final del trabajo de bocetación y composición tengo paletas de quince colores, pero ahí viene a aterrizar todo este aspecto: siempre intento reducir todo a dos tintas más el color del papel. Trabajar así, aunque restringe, te permite igual explorar planos, texturas, espacios para que se traslapen esos colores. Y es algo que hago independientemente de lo que tenga comisionado. Cuando trabajo con editoriales o revistas, que simplemente mandan todo a full color, insisto de todos modos en que la textura y el acabado final refleje la posibilidad muy real y concreta de reimprimir a solo dos tintas.”
De ahí, el proceso de desarrollo de una imagen ha sido para Cigarra un aprender a reconciliar las potencialidades de lo digital para experimentar, pulir o corregir con dimensiones del trabajo análogo que siguen siendo irremplazables. “Cuando empecé a entender lo digital, me parecía muy práctico, pero sentí que estaba perdiendo algo en mi relación corporal con el resultado. Untarse, cansarse, volverse una nada con la tinta o la pintura son cosas que amo de mi trabajo. Y además sigue siendo muy importante ver cómo desde la libreta, los bocetos, la mancha, puedo llenarme de recursos para componer en digital. Hay que amar el computador pero con cuidado y respeto porque muy fácilmente puede reemplazar lo otro y no son lo mismo. No obtienes lo mismo. Sentir la tinta y el trabajo, el cansancio es muy importante cuando veo la impresión. Para mí se trata de plasmar todo ese impulso, ese gusto, esa vitalidad en el papel. Por eso me encanta Toulouse Lautrec, aunque ya sea casi un cliché: cada una de sus impresiones es única si te pones a ver cómo se pasa la tinta, cómo se traslapa. Esos errores le dan una personalidad propia a cada imagen. Y es algo tan claro, valioso y atrayente que en Photoshop encuentras pinceles que intentan crear o imitar esa gestualidad.”
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Esa misma corporalidad es una de las características más llamativas de las imágenes de Cigarra, llenas (literalmente, de borde a borde en cada impresión) de cuerpos robustos, volúmenes y bloques sólidos de vida. Esto es particularmente notorio en sus manos. Guardan, me explica, un gusto íntimo por la fuerza corporal y expresiva que tiene el muralismo mexicano. “Para mí es más importante la expresión que la figuración, eso está claro. Es lo mismo que pasa con el trabajo a mano: me llama esta sensación física de cómo imprimimos, cómo hay que coger a tallar con las manos, coger las rasquetas y hacer fuerza. En el muralismo hay toda una gestualidad enorme, grande, poderosa sobre el trabajo y el valor del oficio. Cuando he pintado murales la sensación física es muy especial, hay una fuerza que dejas en ese lugar. Es un homenaje a eso, porque es algo que cansa y sin embargo es significativo hacerlo. Te cansas de cargar cosas, de pintar, de bolear brocha, de usar cada cosa.”
Los carteles de Cigarra Entinta tienen pequeños textos, que terminan por parecer consignas, versos o aforismos con repetición de sonidos, juegos de palabras o metáforas vívidas. “Que la llama no te queme el alma”, “A mí no me tocas así”, “Plata y pluma pa esta lucha” entre muchos, son esas pocas palabras que redondean la imagen a veces de forma evidente por el lettering con que Cigarra los introduce en el diseño, pero también en tanto plasman un sentido. “Eso es algo muy propio del cartel. Hay uno muy famoso que me gusta mucho: Loose lips, sink ships, un cartel norteamericano de la Segunda Guerra Mundial que buscaba llamar la atención sobre la importancia de no hablar de más en cualquier parte, porque todo estaba lleno de espías. Claro, la imagen habla de un caso límite: cometer la indiscreción de decir algo tan relevante como para que hundan un buque. Pero el cartel también es cartel porque tiene mucho qué decir y eso es, casi siempre, mi punto de partida.”
“Lo primero que hago es sintetizar en un párrafo, una frase y después en tres palabras eso que hay que decir. Pero no solo trabajo buscando palabras desde el significado puntual, sino también apelando muchísimo a la cultura popular y a lo que esté pasando en ese momento. Ahí aparecen frases que son las que dicen qué está pasando como el “¿De qué me hablas, viejo?” y cosas así. Otras veces busco hacer o encontrar frases muy fáciles de recordar, muy sonoras, cortas, concisas, como un poema o una canción. Pero lo que sí hay que entender es que el contexto es crucial. Porque además ese contexto afecta mucho qué nos termina diciendo un cartel o qué es capaz de decir: por ejemplo, hice No a la guerra de nadie, por ejemplo, a partir de una anécdota de un chico que fue insultado y sacado de una marcha uribista por ir allá con una camiseta que decía eso. Ese cartel después lo imprimí para regalárselo a una amiga que iba a ir a la frontera con Venezuela en uno de esos muchos momentos muy tensos que hemos tenido allá. Pues esos carteles terminaron en manos de varias personas y en varias paredes. Un par quedaron en manos de dos niños que se ganaban unos pesos llevando las maletas de la gente de un lado a otro. Esa foto aún me impresiona mucho, porque en manos de un niño venezolano y especialmente en ese lugar “No a la guerra de nadie” quiere decir algo completamente nuevo.”
Sin embargo, hablar por otro, participar de la marcha y de la lucha de otro en su búsqueda de mejores condiciones o dignidad es un terreno espinoso. “Es algo que hay que siempre observar con mucho respeto”, me aclara. “Un día hablaba con una compañera: me mostró “Canción sin miedo” una canción de una cantautora mexicana, Vivir Quintana, con respecto a los feminicidios que es una de las cosas más fuertes que se están tratando ahora. Y quise hacer algo, pero fue muy duro porque hay momentos como este en que me sentía un outsider del movimiento. Pero después pensé que podía escoger frases de otras canciones de cantautoras colombianas para plasmar cosas: interpretar e ilustrar desde el trabajo de ellas, algo mucho más honesto y respetuoso, algo que solo busca alimentar lo que ya es de ellas, su propio camino. Y fue muy especial porque uno de esos carteles, el que recoge “Solo deja aquí piso fértil para revivir” –tomado de una letra de Briela Ojeda– terminó apareciendo en la portada de El Espectador en las manos de unas compañeras.”
“Lo importante es entender que no haces un cartel para llamarlo tuyo. Claro que te da alegría verlo en las manos de otro, pero porque eso quiere decir que pudiste darles algo que los representa, que muestra qué sienten.” De hecho, Cigarra ha participado en varias oportunidades en talleres y eventos especiales con comunidades de diversa índole en el país y en los cuales surgió uno de los carteles que, a mi juicio, mejor representa esta bella faceta del arte. “Estuve trabajando el cartel Inquebrantable con comunidades que venían a Bogotá o en barrios populares con líderes sociales de esos lugares y también afros e indígenas. Yo les daba una impresión con la plantilla, pero cada uno debía dibujarse o dibujar a quién sintiera que lo representaba como líder. Fue hermoso porque aunque no se producen dibujos con un sentido estetizante, se producen unas marcas muy vívidas y personales. Yo hice mi versión con la plantilla de un retrato de Cristina Bautista, una líder Nasa que fue asesinada. Lo hice con un compañero que me contó todo lo que estaba pasando porque él trabaja con los Nasa. Yo le mandé ese cartel a mi compañero que trabaja en el Cauca y fue muy bello porque la gente lo imprimió y cuando fue a marchar al pueblo, lo llevó y eso es lo hermoso de lo digital: permite trascender la mera distancia física. Pero en el evento que trabajamos con Redepaz y el cartel Inquebrantable, cada cartel representaba algo muy significativo, visceral para cada una de las personas que estaban allí. En ese momento lo importante era darle a la gente para apersonarse de algo. Claro que ninguna de esas era ya mi imagen. Eran las imágenes de la gente. La gente dibujaba sus fincas, sus platanales, sus hijos.”
Cigarra sonríe mientras me muestra las fotos. Le pregunto si ha podido sentir una verdadera satisfacción haciendo esto. “Cuando trabajas con comunidades te das cuenta que visualmente no son esteticistas en términos generales, pero es mucho más potente, es orgánico, tripal, visceral. Y eso es hermoso. Ese proyecto fue con Redepaz para un congreso de líderes sociales que iba a suceder en Bogotá y salió muy bien. Pero uno oye cosas tenaces. Las personas con las que trabajas siempre celebran pintar muros, hacer carteles, pero igual te insisten en que necesitan oportunidades, seguridad, otras cosas más tangibles. Es difícil que eso no venga del Estado o de una ONG, pero uno como artista termina enterándose de lo que la gente de verdad necesita. Y bueno, de ahí que adquiera importancia hacer ese trabajo juntos para que esas cosas pasen y sean escuchadas.”
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