La nostalgia colorida de Chuleta Prieto
Chuleta Prieto crea ilustraciones coloridas con guiños a la nostalgia y los dibujos animados. Parte de una nueva ola de talento visual en el país, esta joven artista ocupó el tercer lugar del Salón Visual Bacánika en 2019.
aniela Prieto cumplió años hace dos días. No pudo comprar la piñata de siempre por la pandemia, pero hubo una fiesta sorpresa por Zoom y una torta que llegó a las cinco de la mañana. El cumpleaños –y esto es tal vez más importante que los gajes de cumplir años durante el encierro– lo comparte con su melliza Juliana, que es diseñadora gráfica y se viste con los mismos colores que le pone a sus ilustraciones.
Las mellizas crecieron cuando estaba de moda ponerse una mano en la cabeza y una mano en la cintura para bailar “La Bomba”. Ambas siguen la letra de la canción en uno de los videos que Daniela desenterró, fiel a su indagación por la familia y la nostalgia, como regalo de cumpleaños para Juliana: “Mi papá siempre nos ha filmado desde pequeñas, pero la cámara se dañó y no habíamos podido volver a ver muchos de los videos. Yo los recuperé y los mandé a digitalizar para que los pudiéramos ver desde nuestros celulares. Fue una de las grandes cosas que pasaron ese día”.
Daniela tiene 23 años, vive en Bogotá y estudia artes plásticas en la Universidad Distrital, de donde debería graduarse el próximo año. Sus ilustraciones han estado en la portada de la edición impresa de El Espectador, en el Salón Visual Bacánika (ocupó el tercer lugar en la edición de 2019) y próximamente, en una colección de la marca de ropa Dobol Yomp. La historia detrás de su seudónimo, Chuleta, es “divertida pero irrelevante”: tiene que ver con su infancia y los chistes que se hacían entre hermanas, y no tiene nada que ver con el consumo de carne. La ilustración que abre su perfil de Instagram, una chuleta con capul, gafas y una chaqueta, la hizo su novio.
Al son de La Bomba, en el video familiar que Chuleta digitalizó para su hermana, la melliza que mejor bailaba lucía una camiseta de Piolín. El detalle encajaría perfecto en una de las ilustraciones que Chuleta hace ahora: retratos de chicas que llevan hebillas de Los Simpsons en el pelo, duermen con un cubrecama de Las Chicas Superpoderosas y se despiertan viendo un afiche de Bob Esponja. “La ilustración me permite conectarme con mis recuerdos otra vez, hacerlos reales y crear un mundo donde las cosas que ya no puedo tener siguen existiendo. Los colores y los elementos que uso en mis ilustraciones primero son preguntas personales”, dice. La anacronía de las imágenes que crea le hablan a quienes crecieron durante los primeros años de este siglo y se encontraron con el final de su infancia en ese momento.
Chuleta estudió en tres colegios católicos donde se usaban faldas, medias a la rodilla y piernas depiladas, y antes de eso, su relación con la ropa era la misma de muchos mellizos: ambos vestidos iguales, con la ropa que mamá compraba. Ahora basta ver sus ilustraciones (y a ella) para entender que hubo un quiebre: “Empecé a dibujar, a crear ilustraciones y a pensar mucho en la ropa. Y empecé a pensar que yo también quería esa ropa para mí. A mí me gustaría tener todo lo que yo dibujo, así que cuando empecé a ganar dinero, comencé a comprar la ropa que uso ahora. Prendas que me hacen sentir feliz y segura cuando las uso”.
El dibujo llegó a Chuleta de manera intuitiva, como algo que hacía en sus últimos años de colegio para sobrellevar un largo episodio depresivo. Vistos hoy, los diarios que llenó entonces no solo sirven como un archivo de las emociones que sentía, sino como una señal de que estaba encontrando su camino hacia la ilustración. Al oficio, finalmente, llegó como se llega a cualquier parte ahora: usando Google. Chuleta recuerda que en sus primeras búsquedas se topó con el trabajo de la española Paula Bonet, “la primera ilustradora que conocí cuando decidí empezar a dibujar para siempre”. A Paula la vio en el Congreso Fig. de CasaTinta el año pasado; su hermana les tomó una foto juntas y Chuleta lloró de la emoción.
Los trazos a lápiz son la base de buena parte del trabajo de Chuleta, así como el color digital y las paletas que se inclinan hacia los pasteles. Con ellos ha creado cientos de retratos de mujeres con cabello de colores y cortes arriesgados que suelen llevar lentes de colores, gorros, collares, aretes. Sin embargo, la pandemia le ha permitido trabajar otro estilo de líneas limpias y colores planos que hacen referencia a los dibujos animados que tanto quiere, pero que debe dejar de usar en sus ilustraciones antes de que alguien la demande. Con ese estilo Chuleta ha ilustrado la vida durante la pandemia: deseos de montarse a un avión para estar cerca de las nubes, y la felicidad de llevar a Efímero, su pug canoso de siete años, al parque.
“Escucho mis procesos. Me permito ver qué hay en mi interior, en mi mente, y cómo exteriorizo las cosas, y en ese sentido veo a otros artistas. Soy consciente de que todo tarda tiempo y de que no debo afanarme si no hago las cosas bien. Todo es un proceso”. Con una carrera corta pero que ya suma varios hitos, Chuleta habla con cierta sabiduría sobre sensaciones que tiene cada tanto y que a veces complican su vínculo con la ilustración: los temidos bloqueos creativos, por ejemplo, y la falta de confianza en las ideas, en la técnica, en que todo se vea perfecto. “Hay que respirar y entender que esas dificultades no van a hacer que dejes de dibujar”.
Las ilustraciones de Chuleta Prieto parten de un interés por recordar tiempos pasados y tienen un toque de nostalgia que, al menos por ahora, es la firma de esta joven artista. Su trabajo es universal para toda una generación, y como ella, tiene todavía mucho campo para crecer, evolucionar y seguir atando cabos con lo que la ha impulsado hasta aquí.
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