En un lugar de Francia
¿Qué tan apacible es el campo? Así lo vive un médico rural.
El cine francés se suele ver con prejuicios. Lento, aburrido, sin diálogos, frío. Como todo, tiene muchísimas excepciones y eso que llaman “cultura popular” guardará en el corazón cintas como Amélie o El odio y la historia siempre idolatrará a Truffaut y otros genios que realmente redefinieron el lenguaje audiovisual. La cosa es que de un tiempo para acá nos suelen llegar películas que, en el lado opuesto de las papas fritas gringas, parecen reducirse a la historia de una pareja que está desayunando. De nuevo: hay grandes excepciones, algunas que demuestran que la taquilla no va en contra de una buena película, de una verdadera obra de arte.
Por eso uno se alegra cuando ve cintas como En un lugar de Francia (que en su idioma original es algo como Médico del campo). No se trata de una comedia tonta ni de humor negro explícito, simplemente es una historia seria contada con la ironía de la vida. Desde la primera escena están sucediendo conflictos: al protagonista le descubren un cáncer cerebral que no se puede operar, frente al que sólo existe la quimioterapia y que, sin duda, implicará debilidad, dolor, pérdida de facultades. El tipo es un médico rural en sus cincuentas, que todos los días debe recorrer varios kilómetros para ver a sus pacientes y le toca enfrentarse a la lluvia, a los animales, a la terquedad de los ancianos, a la precariedad del sistema de salud, a un sueldo que jamás lo volverá millonario. Entonces, el doctor que le detectó el tumor le recomienda al protagonista conseguir un relevo y le envía a una doctora que, aunque ya está por encima de los cuarenta años, recién logró graduarse como médica. Lo demás hay que verlo.
Camuflada entre el drama personal de alguien que se enfrenta a una enfermedad mortal, el director Thomas Lilti hace una película muy política sobre el abandono estatal –incluso en un país que se jacta de ser muy progresista–. El campo francés no está tan lejos del latinoamericano: la pobreza es la misma, la ignorancia también ataca y es latente la necesidad de un sistema de salud digno, que no piense en las ganancias económicas por encima de los pacientes. Con mucho cuidado, el director desarrolla la historia de cada personaje por más secundario que parezca y deja ver a un pueblo que se vuelve tangible en la pantalla. Gitanos, inmigrantes africanos, lugareños con vidas anodinas y la obstinación humana por seguir viviendo sin esperar grandes recompensas.
La razón del realismo de En un lugar de Francia es muy simple: Thomas Lilti es médico de profesión y, aunque ya ha lanzado cuatro películas y recibido varias nominaciones por ellas, sigue trabajando como médico general, lejos de los egos del mundito cinematográfico. Su obra no va detrás de los aplausos en los festivales o las palmaditas en la espalda de la prensa culta sino que busca una audiencia que se identifique con historias sensibles. En un lugar de Francia habla de y para ellos.
// Fotografías: Jair Sfez, cortesía de Cineplex. //
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