Historia general del amarillo: dioses, traidores y girasoles
Detrás de cada color está la historia entera de significados y técnicas con que los humanos los hemos producido. Y el amarillo carga tras de sí una historia con mucho más que dioses, oro, renegados, flores y pelotas de tenis.
“El amarillo es un color alegre, suave y lleno de júbilo. Pero, con
mala iluminación se torna rápidamente desagradable
y la mezcla más leve lo hace sucio, feo y poco interesante”.
Goethe
Pensar el uso cultural de un color, sus connotaciones psicológicas y anímicas, además de su simbología y su integración al habla como parte de expresiones sociales, inevitablemente está aunado a la materialidad de su historia. La mímesis del mundo a través del arte está amarrada a las posibilidades representativas que se dan en un contexto en el que los recursos se extraen, se procesan y se resignifican para la experiencia humana. El color es ante todo un fenómeno social. Es la sociedad, más que la naturaleza, la que crea el color y le da significado.
Hablar del amarillo recuerda las pinturas rupestres en las cavernas de los primeros homínidos, los girasoles de Van Gogh y las construcciones de abstracción geométrica de los sofisticados cuadros de Piet Mondrian. Implica pensar en el color de la traición y de los otros, aquellos a los que un grupo social dominante ha marginado y tratado de distintos desde el epíteto que hiere y denigra. Hablar del amarillo en la cultura es pensar en logos modernos, en periodismo sensacionalista, en las mariposas de Mauricio Babilonia y en la entrañable reflexión de Jorge Luis Borges que lo recordaba con nostalgia en una conferencia sobre la ceguera: “Hay un color que no me ha sido infiel, el color amarillo. Recuerdo que de chico (...) me demoraba ante unas jaulas del jardín zoológico de Palermo y eran precisamente la jaula del tigre y la del leopardo. Me demoraba ante el oro y el negro del tigre; aún ahora, el amarillo sigue acompañándome. He escrito un poema que se titula «El oro de los tigres» en [el] que me refiero a esa amistad”.
Los primeros usos del amarillo: oro, emperadores y dioses
Y ahora sólo me quedan
La vaga luz, la inextricable sombra
Y el oro del principio.
Borges
La historia del amarillo está aunada culturalmente a la historia del color dorado, por lo que es difícil diferenciar los dos lados de la pálida línea que divide a ambas tonalidades, pues a menudo se utilizaba el amarillo para representar el preciado oro en vez de utilizar el mismo polvo dorado para las pinturas. De este modo, durante un primer momento de la cultura (en Occidente) su uso fue casi indiferente, pues construía imágenes que representaban muchas veces otros tonos que los hombres no habían logrado convertir en pigmentos y todavía no cargaba el simbolismo que ha venido recogiendo durante años.
Desde el año 45.000 a.C., los pigmentos amarillos extraídos de suelos arcillosos en los que descansaba el ocre, rico en óxido de hierro, se empleaban para la decoración de cuerpos humanos y las paredes de cuevas. Aquí, por ejemplo, empieza a emplearse la materialidad como forma de nombrar una de las tonalidades del amplio espectro del amarillo: los tonos ocre, muchas veces asociados con el marrón. También fue temprano el uso del oropimente brillante, a pesar de que estaba compuesto de arsénico y resultaba altamente tóxico. En la tumba del rey Tutankamón se descubrió una pequeña caja de pinturas que contenía este pigmento. Y tiene todo el sentido: en el antiguo Egipto se pintaban los cuerpos de los dioses con un tono amarillo intenso para emular el oro, considerado como "la carne del sol". También, en la pintura de los antiguos romanos, el amarillo era empleado para simbolizar el oro y también para los tonos de piel, común en los murales de Pompeya.
El amarillo ocre, que se compone de hasta un 80 por ciento de cuarzo, necesitaba ser separado de la arena, presente en mayor cantidad, y purificado tras su extracción. Después de pasar por procesos de filtración, evaporación y secado, se recogían estas partículas de ocre y se combinaban para formar una pasta densa y fina, soluble en agua. Para los pintores del Paleolítico este material era relativamente fácil de encontrar y utilizar: no era tóxico ni valioso, resistía a la luz y podía producir una amplia gama de tonos de amarillo.
La evidencia más temprana de amarillos producidos por los humanos son estos pigmentos. Por mucho tiempo eran la única evidencia. Los primeros rastros de teñido textil no aparecieron sino hasta mucho más tarde, entre el 3000 y el 4000 a.C. cuando la ropa cada vez más cumplía funciones que no sólo eran utilitarias sino también simbólicas y taxonómicas, similares a los usos anteriores de la pintura corporal: servía para clasificar individuos dentro de grupos y aquellos grupos dentro del conjunto de la sociedad.
Oro, engaño y avaricia: Judas, Hércules y la idea de los otros
En la Roma antigua, conforme se expandía el imperio engendrado por lobos a lo largo del continente, el amarillo tuvo una transformación importante. En un principio, el amarillo dorado del trigo maduro y cereales, frutas y miel gozó de un simbolismo positivo: luz, calidez, felicidad, fertilidad, prosperidad. Pero pronto el poder del oro cambiaría la perspectiva de los individuos de esta cultura.
El mundo antiguo está lleno de imágenes que prevenían sobre el peligroso magnetismo que ejercía el oro entre los hombres. Basta recordar el mito de Hércules y las manzanas doradas del jardín de las Hespérides: después de engañar a Atlas para sisar la fruta del hermoso huerto para entregarlas a Euristeo, la manzanas terminan de vuelta en el jardín de las ninfas, luego de haber sido ofrecidas a Atenea.
Aunque los relatos sobre la proeza del semidiós pueden diferir en muchos puntos, todos enfatizan los peligros de esta búsqueda y la inutilidad de su fin: las manzanas doradas regresan a su punto de partida. La lección es clara: intentar apoderarse de un bien precioso es peligroso; conservarlo para uno mismo sólo puede conducir a una catástrofe. Del mismo modo, el relato del vellocino de oro de Jasón, la moraleja implícita en la historia del Rey Midas (como recuerda Campbell en El héroe de las mil caras) o las desafortunadas consecuencias de la avaricia en la historia de los nibelungos, precisan de qué manera empezó a verse en el mundo antiguo la fascinación por el oro.
Durante la Edad Media, en la que predominó el arte religioso, el amarillo sirvió para vestir a uno de los enemigos más importantes de la historia del cristianismo: Judas, el perfecto traidor. Aunque en un principio no existió una iconografía exacta para representarlo, lo cierto es que siempre se intentó que la figura de Cristo y del apóstol de las treinta monedas de plata destacasen en medio de la composición. Con el tiempo se empezaron a utilizar una plétora de motivos pictóricos para reconocerlo: rasgos hoscos, tez morena, nariz aguileña o el saco con el pago por su traición. Sin embargo sobresalen dos características casi universales: su toga amarilla y su pelo rojo.
Quizás esta asociación nace de la división y jerarquía de estos siglos, pues ya en el XIII eran categorías casi universales: todos aquellos involucrados en actividades deshonestas o peligrosas, quienes violaron hasta cierto punto el orden establecido, eran retratados con este color: prostitutas, usureros, cambistas, falsificadores, músicos, malabaristas, e incluso verdugos y payasos. Más adelante, se le requirió a aquellos que no practicaban el cristianismo, judíos y musulmanes, que llevasen una prenda de color distintivo para saber que no caminaban la misma senda que determinaba el orden social. Generalmente estas prendas o insignias eran amarillas. Sin embargo, se desconoce si este antecedente histórico pudo marcar la elección de las autoridades nazis de bordar una estrella de este color en los uniformes de los prisioneros judíos. Ya desde la Inquisición, los condenados a muerte vestían el color que representaba la traición (túnicas llamadas sambenito) y, hasta el siglo XX, en imperios como el ruso o el astro-húngaro, las prostitutas eran señaladas con un carné amarillo o, en Francia, se ataviaban de este color para ser más visibles en la noche de cabarets y bulevares.
Medicina: bilis amarilla, el cuerpo enfermo y los cuatro temperamentos
Durante mucho tiempo la teoría de los cuatro temperamentos fue una de las principales herramientas de la medicina. Al igual que la medicina griega y árabe, la medicina medieval tenía una visión global del universo. Todo, incluido el cuerpo humano, dependía de la combinación de cuatro básicos elementos (agua, aire, tierra y fuego), así como en el equilibrio de cuatro cualidades esenciales: cálido, frío, seco y húmedo. A esas cuatro cualidades correspondían cuatro “humores” o temperamentos corporales: sangre (tibia y húmeda), flema (fría y húmeda), bilis amarilla (tibia y seca) y bilis negra (fría y seca).
Las ideas de Hipócrates y Galeno, probablemente traducidas de la cultura mesopotámica, sobre los cuatro temperamentos informaron muchas de las prácticas médicas de la Edad Media y sirvieron de algún modo como valoración de los temperamentos. En la personalidad ideal, las características complementarias estaban equilibradas entre cálido-fresco y seco-húmedo. En los tipos menos ideales, una de las cuatro cualidades dominaba sobre las demás. Estas cuatro categorías temperamentales fueron denominadas sanguínea, colérica, melancólica y flemática por Galeno, en relación a los humores corporales. A pesar de su poco valor científico, estos conceptos han llegado hasta nuestros días y aún hoy se utilizan como una suerte de clasificación entre individuos.
El amarillo estaba asociado al temperamento colérico, el peor de la clasificación por no tener nada positivo. En el cuerpo se asociaba con la bilis y con la orina, que entonces eran vistos como fluidos negativos. De hecho, la principal herramienta de diagnóstico a partir del siglo XIII era la rueda de orina, que observaba los colores del líquido desechado para dar cuenta de los males que habitaban el cuerpo. De este modo, el amarillo recuerda la enfermedad y el peligro, el cuerpo que se desmorona bajo la presión del tiempo, camino hasta el agotamiento de su propia materialidad. La presencia de bilis y orina se relacionaba estrechamente con la asociación entre el color amarillo, la suciedad y las enfermedades.
Gestualidad, estilo y contrastes: (breve) recuento del amarillo en la pintura
El sol me deslumbra y se me sube a la cabeza,
un sol, una luz que me sólo puedo llamar amarillo,
amarillo azufre, amarillo limón, dorado amarillento.
¡Qué bonito es el amarillo!
Vincent Van Gogh
En la pintura del Renacimiento, el amarillo fue utilizado de manera moderada y en tonos más parecidos al marrón o a un anaranjado “sucio” que a la canaria identidad con que lo asociamos, en paletas como la empleada por Caravaggio en La buenaventura, por ejemplo.
Vermeer lo utilizó ampliamente, aunque sus tonos pálidos podrían reflejar el uso social de ciertas prendas que tenía una población específica, antes que una preocupación por hacerlo tangible en sus representaciones de individuos. Sus paisajes son otra cosa. Simon Vuet lo utilizó de manera dinámica, principalmente en sus alegorías, mientras que Claude Gellée, apodado Le Lorrain, supo sacarle provecho a los atardeceres sobre los puertos mercantiles. Con la popularidad del protestantismo hacia finales del XVII, todo uso de color se limitó extremadamente, pues el color se condenaba como una distracción. De hecho,e podría conocer la fe de un artista por la manera en la que manejaba su paleta: Rubens, católico, se regodeaba en una paleta vibrante y colorida; Rembrandt, estrictamente calvinista, se cuidaba de tales excesos. Goya, el último artista clásico y el primer moderno, empleó hábilmente el amarillo para señalar a brujas (El conjuro, El aquelarre, Vuelo de brujas), la violencia (como el caso del personaje principal de Los fusilamientos del 3 de mayo) o para contrastar vívidamente las crueles representaciones de sus Pinturas negras, una vez retirado del mundo en la Quinta del Sordo.
Durante el siglo XIX existió un interés renovado por el uso del amarillo, representado en dos pintores fundamentales que anteceden las vanguardias artísticas: Gauguin y Van Gogh. Para el último, este tono fue particularmente importante y si sus pinturas se ven amarillentas o marrones antes que vestidas de amarillo brillante, solo podemos atribuir esta desafortunada vejez a los pigmentos que el artista podía permitirse: una mezcla inestable de amarillo cromo. Mismo problema sufrieron Pisarro y Sisley, pero es más evidente en Tarde de domingo en la isla de la Gran Jatte de Seurat, que logra un paisaje verduzco antes que luminosamente amarillo. A pesar de estas figuras centrales del XIX, interesadas en la luz y sus efectos ópticos, fue el fauvismo, encabezado por Matisse, Derain y Maurice de Vlaminck, la vanguardia responsable de un regreso imponente del amarillo en la pintura pues la vanguardia estaba profundamente interesada en “la poética arbitrariedad del color” y buscaba construir otro tipo de cánones estéticos para sus obras.
El amarillo en la actualidad: transporte, deportes y señalética
Quizás su carga simbólica sea un peso demasiado grande y cronológicamente muy extenso, pero a pesar de todo, como hemos visto, el amarillo es un color que necesariamente llama la atención por lo que la mayoría de las señales de advertencia están diseñadas con él (o con el naranja, su primo mestizo). De igual modo, los taxis en varios lugares de Europa, Estados Unidos y otros países del resto del globo destacan por su tono visible de día o de noche. Esto es cierto para todas las culturas: el amarillo resalta, para bien o para mal, pero no nos deja indiferente.
Además, el amarillo ha ofrecido una serie de categorías interesantes en el discurso contemporáneo, como la clasificación de prensa amarillista para referirse al reportaje escandaloso inaugurado por la figura de The Yellow Kid en algunas historietas del XIX. Así mismo, el periódico L’Auto durante el Tour de Francia de 1919 instauró como patrocinador del evento el uso de la imponente prenda amarilla para los líderes de la carrera, pues era vistoso y, sobre todo, su periódico se imprimía en hojas de este color.
Hoy el amarillo se encuentra en todas partes, pero sigue siendo un color que se usa de manera moderada en espacios domésticos. En el mundo audiovisual el amarillo se repite en algunos de los personajes más notorios: Bob Esponja, Pikachu, Los Simpsons, la bolsa mágica de Félix el gato, Jake de Hora de aventura, en el traje de Uma Thurman en Kill Bill (en sí un homenaje a la sudadera de entrenamiento de Bruce Lee), en el vestido icónico de Emma Stone en La La Land y así podríamos seguir.
Si fuesemos a mirar el impacto en los cómics y novelas gráficas, de las que nacen varios de nuestros héroes y villanos, es muy diciente que la tríada principal de la edad dorada de DC Comics presente a sus tres personajes principales (Batman, Superman y la Mujer Maravilla) con una representación importante del amarillo; aunque esto podría deberse al medio de impresión como sugiere The Golden Age of DC Comics de Paul Levitz. Así mismo, está la poderosa portada de Watchmen de Alan Moore o el bastardo amarillo de una de las historias de Sin City, de Frank Miller.
Ya sea por visibilidad (como la aparición de la pelota de tennis amarilla para las transmisiones televisivas) o por su asociación con la jovialidad y lo menos solemne (como nuestros payasos medievales) el amarillo hace parte de nuestra vida. Así queramos darle la espalda como si esperásemos su traición simbólica. Si quiere conocer más de esta historia, el autor recomienda el trabajo de Michel Pastoureau Yellow: History of a Color (2019), principal fuente para este texto. Adicionalmente, sugiere revisar La psicología del color de Eva Heller (2008) y The Secret Language Of Color: Science, Nature, History, Culture, Beauty Of Red, Orange, Yellow, Green, Blue, And Violet de Joann y Arielle Eckstut. Para una mirada más sintética, pero amplia de la historia del arte, principalmente en Occidente, el lector puede consultar La historia del arte de E.H. Gombrich.
Suscríbase a nuestro boletín
Sin spam, notificaciones solo sobre nuevos productos, actualizaciones.
Dejar un comentario