En defensa de jugar con la comida
Para que una foto de comida haga que la boca se vuelva agua, se requiere tremenda producción fotográfica y la participación de alguien como Marcela Lovegrove, una food stylist que ahora se dedica a enseñar este oficio. Conozca algunos de sus tips y póngalos en práctica la próxima vez que cocine.
// Foto de Marcela Lovegrove //
Marcela Lovegrove lleva tanto tiempo haciendo que la comida despierte sensaciones en la gente, que no puede beberse un café sin pensar qué hacer para que este se vea mejor y tomárselo sea una experiencia más linda.
Sabe cuál es la mejor manera de disponer los granos de arroz en un plato y cuándo un helado no está lo suficientemente derretido para encajar en el concepto natural que se maneja en el food styling de hoy.
Entiende que hay técnicas para las producciones fotográficas en las que trabaja, pero que hay otras mucho más sencillas para la vida diaria: cree que “hace bien” prestarle un poco más de atención a cómo y dónde comemos, y se exaspera al pensar que hay gente a la que le da lo mismo comer directo de la olla o sin un mantel en la mesa.
// Foto de Marcela Lovegrove //
Las primeras fotografías gastronómicas que hizo, las hizo sin saber en qué se estaba metiendo. Fue en los setenta, usó la vajilla de su casa y trabajó con el que supuestamente era el mejor estudio de fotografía de Argentina, aunque los fotógrafos estaban igual de perdidos que ella.
Era la época de Doña Petrona, la primera argentina en tener un programa de cocina en el país y autora de El gran libro de cocina de Doña Petrona, un tomo de casi mil páginas donde cada receta estaba acompañada de un detallado dibujo del plato terminado.
Pasar de las ilustraciones a las fotos fue un tránsito natural en el mundo de las publicaciones gastronómicas y fue por casualidad que Lovegrove terminó metida en esa nueva forma de ver la comida. Por intuición se dio cuenta de que la oportunidad no era solo laboral sino creativa: era posible retratar un plato, pero también jugar con él para que al verse de cierta manera, comunicara un mensaje determinado.
// Foto de Marcela Lovegrove //
A eso se dedica. Su misión es transmitir temperaturas, colores, texturas y sabores a través de una imagen y que esas sensaciones desaten una acción en quien las ve. Ella debe lograr que ese corte de carne con el patrón de la parrilla bien marcado por fuera le traiga más comensales al lugar de asados, y esos tomates rojos, que parecen recién cortados de la planta, más compradores al supermercado orgánico.
Marcela ha trabajado con McDonald’s, Burger King, Subway, Pizza Hut, Coca-Cola, Pepsico, Domino’s Pizza, Papas McCain, Papas Lays, Pringles, La Serenísima, Havanna, Knorr, Hellmann’s, Ades, Lipton, Bimbo, Betty Crocker, Maizena, Kraft, Avenas Quaker, Nestlé, Kellogg’s, Jumbo, Carrefour, Pedigree, Nintendo, y muchas marcas más.
// Foto de Marcela Lovegrove //
Habla con la certeza de quien ha tocado el tema mil veces cuando dice que lo que vemos en la foto no es lo mismo que comemos y que para ella eso no representa mayor compromiso ético. Su compromiso es con el cliente y con hacer que su comida entre por los ojos; no importa si debajo de esa torta que se ve altísima hay un icopor que le agrega la mitad de su altura.
Ya está retirada, pero sigue trabajando. Dicta talleres de food styling y conduce Sabores de familia, un programa de el canal El Gourmet, en el que cocina recetas que honran su amor por “comer rico”.
Dice que nunca le interesó ser cocinera y que todavía le cuesta acostumbrarse a que le digan “chef”, pero que pretender que está cocinando en casa con una copa de vino hace todo más fácil.
// Foto de Marcela Lovegrove //
¿Para qué sirve el food styling?
El propósito es lograr que una imagen de comida refleje apetitosidad, frescura, temperatura, sabor. Lo que te tiene que dar son ganas de comer, de decir “wow, qué rico que está esto”, “cómo me gustaría probarlo”, “tengo ganas de hacerlo”. Eso es lo que tiene que despertar.
Lo que pasa es que hay que diferenciar entre la foto de un instagrammer y una fotografía publicitaria, donde hay un propósito y un producto detrás. Son objetivos diferentes.
Además de saber bien, ¿la comida debe verse bien?
Absolutamente. No cuesta nada. Entre poner las cosas bien y las cosas mal, no hay mucha diferencia. ¿Cuánto tiempo puede llevar agarrar papel y limpiar el plato si se ensució un poco con la salsa? ¿Por qué servir un plato sucio y chorreado? Para mí la estética es algo importante en todos los aspectos. Y no estoy hablando de nada rebuscado.
// Foto de Marcela Lovegrove //
¿Sirve de algo esmerarse tanto?
Yo creo que sí. Es como vivir en una casa prolija, limpia, pintada: es algo que hace bien. Yo a la mañana como una fruta, una tostada de pan integral y un poco queso blanco. Ese es todo mi desayuno. Pero cuando agarro mi bandeja, que me encanta y que compré especialmente para el desayuno, me parece que es otra cosa y que hace que coma de otra forma.
Además de limpiar el plato ¿cómo lograr ese food styling para todos los días”?
Poniéndole un poco de amor. Por lo menos. A ver, es tan simple como que a mí no me dé lo mismo tomar mi café en un jarro cachado que en un jarro que esté sin cachar. Me parece que hay que ponerle onda y esmerarse un poco. No quiere decir que yo tenga que salir a comprar cosas nuevas, aunque hoy en día hasta en los supermercados se consiguen cosas lindas ¡y muy baratas! No hay excusa.
¿Instagram cuenta como un referente?
Si vos querés hacer food styling para uso personal, es decir, si vos sos de las personas a las que les gusta cocinar o comer, y te gusta hacer fotos de tus comidas, entonces te diría que con esos referentes te funciona. Pero si vos querés trabajar de esto y que sea tu oficio, te sugeriría que estudies, porque hoy no hay tiempo para el ensayo y el error.
// Foto de Marcela Lovegrove //
Entonces, ¿un food stylist debe ir más allá de Instagram?
Una referencia como las de Instagram te puede mostrar cuál es el estilo y cuáles son los colores, cuál es el tipo de luz, cuál es el ángulo que está de moda, pero no te enseña técnicas. Y cuando uno trabaja a nivel profesional, uno necesita saber muchas técnicas. La comida no se hace para comer, se hace para fotografiar, y eso lleva consigo una cantidad de métodos y una mirada diferente que va mucho más allá de lo que una imagen de Instagram o de Facebook puede mostrar.
¿Hay que mentir para tomar una foto de comida?
Más que mentira, diría que hay una distancia importante con la realidad. Uno tiene que hacer las cosas para la foto. Cuando cocino o preparo alimentos para un trabajo, lo hago en función de la vista, no en función del sabor. A mí no me interesa si lo que estoy cocinando va a ser rico cuando me lo ponga en la boca. A mí lo que me interesa es que se vea rico.
Un buen ejemplo es cocinar los alimentos menos tiempo: a medida que algo se cocina, el calor va sacándole los colores y haciendo que se pierdan las formas, dos detalles que tengo que mantener porque visualmente atraen. La preparación no está para nada a punto, pero yo lo veo cocido, colorido y con forma. Ese es un conjunto de detalles que tiene que tener una imagen gastronómica.
¿Le pesan esas mentiras?
Muchas veces me han preguntado eso. Que qué siento cuando a un sándwich que lleva dos rodajas de jamón le pongo tres o cuatro, y yo siempre digo que a mí no me significa nada porque mi ética no está comprometida. Yo no soy la dueña del producto. Yo simplemente soy la que prepara la comida. La marca es la que tiene problemas de ética, no yo.
// Foto de Marcela Lovegrove //
Entonces es algo de lo que se distancia.
Sí. Una de las preguntas que hago cuando empiezo a trabajar con un cliente es: “¿Cuánto querés que mienta?”. Porque yo estoy acá para hacer lo que a vos te satisfaga y para que el producto quede como vos querás. Yo hago lo que vos querés. ¿Vos querés mostrar tu producto como es? Yo voy a sacar lo mejor de tu producto para mostrarlo como es. ¿Vos querés que tu torta que sube seis centímetros parezca que sube ocho? Yo lo hago para que suba ocho. No tengo ningún problema.
¿Toda la comida es fotografiable?
Toda la comida es fotografiable. Lo que pasa es que hay comidas que de por sí son mucho más lindas. Si yo pongo una ensalada que tiene zanahoria, tomates, hojas verdes, huevo duro y pepino, va a ser mucho más linda y colorida que si fotografío una ensalada de papas con mayonesa. No solo es todo blanco, sino que aparte está todo pegado.
Todo es fotografiable, no todo es tan lindo. Y ahí está también la gracia. Cuando uno tiene comidas que no son muy lindas o que no son tan agradables, le busca la vuelta.
¿Cuáles ingredientes son fáciles de fotografiar?
Las verduras y las frutas son más sencillas de fotografiar porque todas tienen colores y formas distintos. Las pastas son lindas para fotografiar. Los pescados son sumamente bellos, igual que los mariscos.
¿Y cuáles son difíciles?
Las carnes son más difíciles de fotografiar. ¿Viste esas carnes que tienen hueso, que tienen nervios? Eso la verdad que es difícil. No será la mejor fotografía de la vida, pero bueno, hay que fotografiarla y uno hace lo mejor posible. Es como, qué se yo… como tener a una supermodelo frente a una cámara y después ponerme a mí. Y bueno, el fotógrafo va a tener que mirar porque eso es lo que hay. Ahí uno saca a la luz sus recursos como profesional.
¿Una herramienta básica?
Lo primero que necesito y que nunca falla es que haya luz. La luz es lo que más ayuda a la foto. Yo puedo tener un bol lleno de cerezas, y si nada más tengo la luz que sale de la bombita de mi lámpara, va a ser una foto horrible. Sin embargo, si tengo una luz linda, de un determinado momento del día que me entra por la ventana, tengo, con las mismas cerezas, una foto.
// Foto de Marcela Lovegrove //
¿Algo que esté mandado a recoger?
Las cosas muy prolijas están pasadas de moda. Hay un nuevo concepto de prolijidad. Las fotos prolijas son ochenteras: poner las dos o tres hojitas de perejil o de albahaca en el medio del plato. Eso ya está perdido.
El concepto de llenar las fotografías de cosas también está bastante pasado de moda. Si voy a fotografiar un plato de fideos no necesito fotografiarlo entero, ni ponerle el bol de quesito rallado al lado. No necesito poner el cubierto, la servilleta, el vaso. Las fotos hoy son mucho más conceptuales. No se necesita ubicar la comida en el contexto de la mesa.
¿Cómo se aprende a ser food stylist?
No hay manera de aprenderlo si no es al lado de alguien que lo sabe hacer. Es un oficio que se aprende viendo. O te ponés a averiguar por tu propia cuenta y te pasas horas y días imaginándote cómo hicieron eso en YouTube, para luego encontrarte con algo diferente cuando lo intentás hacer vos.
¿Cómo le va enseñando el oficio?
Ay, a mí me encanta. Me da un enorme placer enseñar. Primero porque creo que ya no hay tiempo para el ensayo y el error, y segundo, porque este es un oficio maravilloso y creativo donde uno tiene que tener muchos recursos, mucha agilidad y la cabeza muy despierta.
Por más que uno sepa, es un oficio donde cuentan detalles que solo te puede enseñar alguien que está en el rubro. Hay muchos países, como Colombia, donde las food stylists o estilistas de comida no comparten lo que hacen. A mí me da enorme placer poder compartir lo que yo sé y ahorrarles años de aprendizaje a los alumnos. Una vez que uno sabe, despliega sus alas más rápido.
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