Carta de amor a Twilight
Esta saga de amor adolescente, vampiros y hombres lobo se hizo un clásico de culto entre las millennials que crecieron juntos a sus cinco entregas. Esta carta confirma cuán profundo llegaron los colmillos de aquella historia en el corazón de las que hoy rondan los treinta.
Seré sincera: esta puede que sea mi carta de amor más controversial, porque así es Twilight. O se ama, o se odia. Si para empezar usted ni siquiera sabe que es Twilight, no le suena ese nombre, es una saga de cinco películas que se estrenaron desde 2008 hasta 2012, basada en cuatro novelas de la autora Stephanie Meyer. Esta serie cinematográfica simplemente lo tiene todo: vampiros, lobos, amor adolescente, acción, drama y toda clase de sucesos sobrenaturales.
En principio, para mí es claro por qué la crítica a la saga de películas es inclemente por norma general y a veces por motivos comprensibles: un vampiro brillando como escarcha mientras dice que esa es la piel de un asesino, una protagonista con momentos simplemente hilarantes, batallas que parecen sin sentido y muchos otros detalles que pueden llegar a producir una sensación de pena ajena o de estar viendo algo con poca seriedad. Porque sí, para algunos Twilight es simplemente una ridiculez.
Lejos de abalanzarme sobre la crítica o sobre aquellos que no soportan Twilight, esta es una carta de amor. Como fan declarada y abierta de esta serie de películas, con los años entendí que Twilight no es para todo el mundo, porque no estaba destinado que así fuera. Basta con decir que el 80% de la audiencia que vio las cinco películas en una sala de cine éramos mujeres adolescentes, porque Twilight fue creado por mujeres para mujeres jóvenes, no como un modelo de amor a seguir o como una serie de entregas de corte filosófico y reflexivo sobre la vida, sino para disfrutarlas por la misma razón que las películas de superhéroes son tan adoradas y glorificadas: por ser entretenimiento puro y duro.
¿En qué momento empezó todo el mundo a sentirse tan superior por sus gustos eruditos y nos olvidamos de la belleza que hay en sentarse en un sofá a ver cosas que parecen vanas y de poca profundidad, solo por el entretenimiento que nos ofrecen, sin esperar de nosotros nada a cambio? ¿No es eso el mismo ritual que hacemos todo el día en redes sociales pasando de una aplicación a otra? Mi amor por Twilight se debe a una nostalgia adolescente y a esa apreciación absoluta por prender el televisor para ver algo que no requiera de una sola de mis neuronas. No quiero ser malinterpretada: para mí Twilight no es una ridiculez, es una obra maestra que puedo repetir incansablemente con mis amigas y siempre será igual de magistral que la primera vez, pero que no me representa ningún esfuerzo. Solo satisfacción.
Una de las cosas que más amo de Twilight es cómo aborda un trío amoroso a veces bastante tóxico, donde Edward, el vampiro, y Jacob, el hombre lobo, se enamoran de la misma adolescente que tiene el poder de escoger con quien quiere estar. Y aunque la decisión siempre fue bastante clara, la tensión romántica es simplemente poderosa. Ya las mujeres no éramos más la novia que era escogida del montón. Bella, una adolescente para muchos aburrida e introvertida que reflejaba muchas de las inseguridades de esa etapa, podía escoger entre dos de los seres más bellos y sobrenaturales del universo. Así de sencillo.
Todos podrán criticar Twilight, su historia, la narrativa, el guión, pero no se puede negar que es visualmente atractiva. No solo por los pálidos pero hermosos vampiros o la tribu de lobos que no resiste tener una camiseta puesta aún cuando están a temperaturas extremas, sino porque realmente nos introduce en esa atmósfera lluviosa, fría, nevada, tenue, llena de tonos azules y de paisajes extraordinarios. Sería inaudito no agregar en esta carta que sueño con ir junto a mis mejores amigas a Forks, Washington, en los Estados Unidos, el lugar donde grabaron esta obra a recorrer todos aquellos bosques y a quedarnos en la casa de Bella que ahora es un Airbnb donde fanáticos de todo el mundo van a vivir su fantasía vampiresca y sobrenatural.
Tampoco puedo dejar atrás la banda sonora que acompaña toda la cinematografía, hunde en la nostalgia y acompaña en los momentos más tensos de la saga. Pero entre tantos detalles, escenas de acción, romanticismo, bodas, luchas, guerras, familias, clanes, hijos, padres, lobos y vampiros, hay una escena que marcó mi vida. En la segunda película de la saga, titulada Luna Nueva, Bella sufre en carne propia la ausencia de Edward. Él solo la deja, sin explicación, sin razón, tras un amor intenso. Como es de esperarse, ella se deprime, lo busca sin respuesta, su corazón está destrozado y surge esta secuencia en la que simplemente se ve a Bella sentada mientras pasan los meses, congelada en el tiempo, sin saber cómo seguir. Es mi favorita porque en el momento podía llegar a imaginarme lo que sentía, pero ahora sé perfectamente lo que se siente perder un amor.
Les pregunté a mis dos mejores amigas, fans devotas como yo, cuál era la razón de su amor. Tanto para ellas, como para mí, esta no solo es una historia increíble protagonizada por vampiros y lobos. Fue una oportunidad adolescente para soñar con el amor y entender que el poder de decidir por lo que nos hace felices siempre está en nuestras manos. Twilight reúne una especie de culto femenino que aún cuando escribiera párrafos enteros tratando de explicarlo, solo se entiende estando en él.
Definitivamente no hay mejores fans que las mujeres adolescentes, de eso estoy segura. Somos entregadas, vamos a todos los estrenos, compramos toda la merch, nos peleamos hasta la muerte entre las “Team Jacob” y “Team Edward”, nos sabemos los diálogos y las canciones, pero sobre todas las cosas, somos fanáticas eternamente. Aún cuando los años pasen y todos se olviden de Twilight, nosotras no lo haremos. Ni siquiera tuve que volver a ver las películas para escribir esto, porque cada tanto me reúno con mis dos mejores amigas para hacer pijamada y repetirnos la saga entera, esa que hemos visto mil veces como una especie de ritual que nos libra por un momento de las preocupaciones de la vida adulta. Porque ahí, delante del televisor, viendo como “el león se enamora de la oveja”, haciéndonos mascarillas y comiendo Maruchan, volvemos a ser aquellas adolescentes que soñaron y aún sueñan con un amor intenso, irracional y absoluto.
Con amor irrevocable, Laura.
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