¿Qué rayos es papaleta?
Dudo mucho que cuando a Rafael Pombo se le ocurrió meter a un renacuajo en un traje de camino a una reunión bogotana alguien dijera: “Pombo está en las drogas…”; dudo que los entonces viejos dijeran “¡no entiendo!” y los niños les tuvieran que explicar.
Hoy, la amada progenitora pregunta:
—¿Qué es eso de Bob Esponja?
—Mami, ya te dije: es una esponja marina que vive en una piña debajo del mar, que tiene por amigo a una estrella llamada Patricio, es el peor enemigo de un calamar que toca el clarinete, asa hamburguesas para un cangrejo tacaño en un restaurante llamado el Crustáceo Cascarudo, usa unos pantalones cuadrados que ponen en evidencia que es una esponjilla de lavar la loza más que una marina y, a pesar de que su novia es una ardilla que se debe sumergir en el mar con un batiscafo, nunca tiene sexo con ella al punto que algunos lo consideran homosexual, ¿ok?
Yo me precio de entender a Bob Esponja, de verdad. Es el ser más aburrido del universo, pero resulta que no lo es… eso es todo. La idea era mostrar la apasionante vida de una esponja marina, el animal más inmóvil, menos percipiente, cuya vida sexual consiste en liberar de vez en cuando esporas en el mar monótono, la criatura más cuadrada y apacible del mar. Su creador, un biólogo marino llamado Stephen Hillenburg, ya había usado a los mismos personajes para enseñarle a los niños la vida marina. Pero a diferencia de una lección escolar, ¡Sponge Bob resultó ser divertido! Por esos días en que apareció, Nikelodeon preguntaba en un comercial: ¿qué es más divertido: Nikelodeon o un pescado crudo? Estaba de moda “aburrirse”; eran los noventas y no pasó casi nada.
A decir verdad, Sponge Bob es pan comido en la escala de rareza. He acá uno que al menos se inhaló una buena dosis de óxido nitroso: un azulejo (sí, un pájaro) que se peina como si tuviera un hueso triangular en el cráneo y cuyo mejor amigo es un mapache que duerme en un trampolín para saltar y que cuando levanta la cabeza los ojos parecen salirle del cuello. Ellos son los encargados de barrer las hojas de un parque y andan en un carrito de golf al que alguna vez intentaron matar. Su jefe, Benson, es una máquina de dulces, de las que se les inserta una moneda; es, de hecho, una máquina iracunda que toca solos de batería demenciales y que en cada capítulo se pone rojo de la ira y amenaza con despedirlos. Ellos comparten el parque con un yeti llamado Skips, que anda a los saltitos por una promesa que le hizo a una novia y que es inmortal. Hay un fantasma con una mano que le sale del centro de la cabeza y un homosexual megacefálico que se llama Papaleta y que alguna vez tuvo un viaje al país de unas gotitas de leche cuando bebió un galón del líquido mamario para ganar un concurso. No me lo pierdo, por extraño; mi hija de seis años lo ama, y no se pone a preguntarse por qué. Pero a este, Un Show Más de Cartoon Network, ya no le sigo la pista.
Hay un motivo por el cual asociamos cosas extrañas: los hongos y los enanos van juntos, están atados en el inconsciente como símbolos muy primitivos; desde hace miles de años, el que ingería hongos solía ver un desfile de enanos. Por eso los pitufos, aunque no son menos raros, nos parecen más coherentes… todo menos su coqueto color azul Viagra que les da un toque erótico. ¿Pero una máquina de dulces y una paleta homosexual?
De Hamlet, Shakespeare afirmaba que estaba loco pero que en su locura había un método. En Hora de Aventura, también de Cartoon Network, la locura ya no tiene método alguno: Finn, el último humano que queda sobre la Tierra, un chico que puede cantar en autotune porque se tragó un computador, y su perro Jake, un can cachetudo y flatulento que pareciera usar gafas. La mascota puede cambiar de forma y tamaño gracias a que se bañó en un barro mágico y tiene hijos que son parcialmente un arcoíris. Ellos tienen formas femeninas y se llaman Fiona y Cake. Todos rondan por la tierra de Ooo y por otras dimensiones, como el llamado Espacio Grumoso, donde hay construcciones en las nubes, la gravedad no funciona y la gente que se casa tiende a fusionarse. Ajá.
Esto ocurre luego de la terrible Guerra de los Champiñones, que ha dejado a una cantidad de criaturas mutantes con la capacidad de hablar; entre ellos, un limón malvado y un rey helado color azul que tiene 1043 años y no piensa sino en casarse. En un capítulo en el que Finn se encuentra con un hombre mágico, hay un personaje que es una cadera, ¡una cadera! Otros, un par de amígdalas que se muerden.
Que los geeks me perdonen: debe haber toda una colección de sutiles pero insultantes imprecisiones en mi recuento, del tipo: “Por favor, anciano, no es la Guerra de los Champiñones sino de los Hongos… y Finn no es el último humano, alguna vez encontró otros que vivían en una instalación nuclear convertida en alcantarilla, y el Limón es una creación de la Princesa, no un mutante”. A pesar de la rareza, y a pesar de haber sido rechazado por Nickelodeon, Pendleton Ward –creador de este programa–, el megageek que dice haberse inspirado en El Gato Felix y en Dungeons and Dragons, le pegó al perro (literalmente)… hoy Adventure Time es uno de los programas más exitosos de todos los tiempos.
Siento decirle esto a otros ancianos: ustedes tendrán que explicarle a sus hijos qué es esa cosa de Los Picapiedra, o si son simplemente adultos mayores, Pinky y Cerebro, Ren & Stimpy, Space Goofs, Los Padrinos Mágicos y hasta los tiernos y conmovedores Happy Tree Friends… Los Simpsons no, porque no me cabe duda de que entonces irán en la temporada 226 y la gente los seguirá viendo.
Con respecto a todos esos aspectos en los que probablemente me he equivocado, no quedará más que esperar a que mi hija me los explique a mí.
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