Hay más de un motivo por el cual el contenido erótico explícito y su consumo pueden ser polémicos, problemáticos o nocivos. La autora nos da su perspectiva sobre este tema que puede atravesar cómo nos sentimos, entendemos y relacionamos, a veces desde (muy) temprana edad.
Mi primer acercamiento al porno fue francamente repugnante y aunque no creo que haya sido el principal artífice del desprecio que siento por esta industria, si fue uno de esos “eventos canónicos” que alteró mi percepción de lo que era el sexo, especialmente porque lo vi siendo una niña. A una corta edad, mi primer acercamiento a contenido explícito fue el polémico video Two girls one cup, del que no voy a entrar en detalles. Quien lo conozca sabrá lo fuerte del mismo.
Soy una persona con una gran sensibilidad y eso incluye mi percepción visual, por supuesto. Me alejo de los videos amarillistas, en especial donde hay sangre, seres vivos lastimados o cualquier tipo de violencia. Así que mi primer acercamiento al porno fuera este video, me dejó por años sin querer saber nada sobre esta industria. Pero, bien fuera por una educación sexual mojigata y descuidada o porque en cierta edad las hormonas empiezan a hacer estragos en los preadolescentes, hubo un momento en mi etapa escolar en la que todos los niños a mi alrededor solo podían hablar de una cosa: porno. Y de ahí viene una de mis principales aversiones: que tanto de ese contenido que debe ser únicamente para adultos llegue con tal facilidad a las manos de un menor.
Sin embargo, ya entrando a la adultez, decidí darle otra oportunidad. Entendía que la pornografía tiene infinidad de categorías para todos los gustos, y que además de la variedad, para muchas personas es una oportunidad laboral y un medio de expresión. Pero después de muchos intentos tratando de entender por qué millones de personas al día consumen este contenido, analizando todo tipo de posturas y haciendo una reflexión interna, entendí que el porno para mí jamás se sentiría bien. Y ya me imagino lo que tanta gente puede pensar cuando lea esto: qué morronguería.
Por el contrario, considero que la oportunidad para poner sobre la mesa distintas opiniones y posturas sobre la pornografía abre un camino para hablar sobre sexo seguro y libre, donde el consentimiento y la apropiación de nuestros cuerpos son los pilares esenciales del bienestar físico y mental de todos. Mi posición al respecto es clara: si bien mi mente está totalmente abierta en cuanto a la liberación sexual, para mí el porno desde la producción, el consumo y la presentación es problemático por varios motivos. Abordar estos problemas requiere un enfoque multidisciplinario que incluya regulaciones, educación sexual y una reflexión colectiva sobre el impacto de la pornografía desde la individualidad y la colectividad. Estos son cinco aspectos problemáticos que considero cruciales en torno a la pornografía.
1. Representación irreal del sexo
La pornografía a menudo proyecta un retrato distorsionado y poco realista de las relaciones íntimas. Rasgos comunes a una franjas amplias de la pornografía mainstream como las escenas hipersexualizadas, los cuerpos perfectos y los actos extremos pueden generar expectativas poco saludables en quienes la consumen y llegar a influir en la autoestima, la percepción del cuerpo y las expectativas sobre el rendimiento sexual, generando frustración y complejos, entre otros posibles efectos. Además, a mi modo de ver, este tipo de representaciones deshumanizan totalmente a las personas que participan en un acto sexual.
2. Explotación y tráfico sexual
A pesar de los esfuerzos por diferenciar entre pornografía legal e ilegal, muchos de los vídeos que circulan en la red lo hacen sin el consentimiento de los participantes o son producidos bajo prácticas que violentan derechos fundamentales de los individuos. La industria pornográfica está plagada de casos de explotación, abuso y trata de personas, no solo de adultos, sino también de menores de edad. En muchos casos esta explotación violenta no se limita a la falta de consentimiento, sino que puede estar atravesada también por la manipulación emocional y la violencia física, entre otras conductas.
3. Impacto en la percepción de la sexualidad
La exposición temprana y constante a la pornografía puede moldear erróneamente la percepción de la sexualidad, especialmente en los jóvenes. La falta de educación sexual adecuada y la ausencia de contextos realistas para comprender la intimidad pueden llevar a concepciones distorsionadas sobre el consentimiento, los roles de género y la diversidad sexual. Esto puede contribuir a la objetivación y deshumanización de las personas en contextos íntimos.
4. Adicción y efectos negativos en la salud mental
Aún cuando no hay un consenso definitivo sobre la adicción a la pornografía y no está contemplada en el Manual de Diagnóstico de Desórdenes Mentales, estudios llevados a cabo por entes como el Instituto Kinsey de la Universidad de Indiana, pionero en la investigación de temas de salud sexual, afirman que el porno puede llegar a ser potencialmente adictivo y perjudicial para el bienestar emocional. Además, la sobreexposición a estímulos hipersexuales puede desencadenar problemas de salud mental, como la ansiedad, la depresión y la disfunción eréctil. La necesidad de alcanzar niveles cada vez más altos de excitación puede llevar a comportamientos compulsivos y aislamiento social, afectando la vida personal, laboral y las relaciones interpersonales.
5. Violencia, estereotipos y relaciones de poder
La pornografía tiende a reproducir estereotipos en cuanto a género, orientación sexual, etnia y deseos. La falta de diversidad en las representaciones sanas, limita la aceptación y visibilidad de diferentes identidades y preferencias, reforzando estereotipos y relaciones de poder en las que, por ejemplo, la mujer es presentada simplemente como un instrumento para el placer del hombre o en las que a las personas de cierta etnia se les asigna un rol determinado en determinados actos sexuales. Todo esto contribuye a la estigmatización y perpetúa prejuicios, violencias y sesgos sociales.
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