La escenografía ilustrada de Sandra Restrepo
En cada una de sus ilustraciones se percibe una atmósfera teatral, una puesta en escena que parece saltar del papel o la pantalla. Recortes de papel, carboncillo y capas en digital hacen parte de las técnicas que esta ilustradora antioqueña, participante del Salón Visual Bacánika, combina en su trabajo.
Los escenarios son lúgubres pero seductores, los personajes tienen un aire siniestro y a la vez juguetón; gracias a ello, las ilustraciones de Sandra Restrepo logran evocar la sensación de estar en un sueño lúcido que incómoda y atrae. Así son las imágenes que ha puesto en las portadas de más de 15 libros, entre ellos: El centinela de los Diomedea, El jaguar de Orfeo, La noche de los cangrejos, El barro del paraíso o Gilliatt.
Sus ilustraciones también han aparecido en publicaciones de Bacánika, El Malpensante, Semana, Himpar Editores, La Trenza, Vice y Pacifista. Además, ha sido ganadora del premio del público en el Salón Visual Bacánika 2019 y el segundo lugar en el Salón Visual Bacánika 2021. Además, ha expuesto su trabajo en espacios como la Feria del Libro de Bogotá, la Galería Casa Cuadrada, la Galería Sextante, CasaTinta, la Editorial Ex-libris (Venezuela) y la Fundación Giorgio Cini (Italia).
Algunas de las técnicas presentes en su proceso creativo la han acompañado desde sus primeros acercamientos a la imagen. “Lo que siempre hice fue collage, me acuerdo estar recortando, pegando y mezclando materiales desde muy chiquita, también me la pasaba ensamblando cosas desde que tengo memoria”, recuerda Sandra sobre sus inicios.
A partir de esa curiosidad cultivada desde la infancia, la elección de su carrera no fue una sorpresa: en 1998, terminó su pregrado en Diseño Gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano –de la que también ha sido docente-, al siguiente año, en 1999 inició el pregrado de Comunicación Visual en la misma universidad y en el 2000 estudió tipografía en la universidad de Parsons NY.
La comunicación a través de las imágenes estaba presente en cada una de sus búsquedas académicas. Sin embargo, el camino que la traería a la ilustración tomaría mucho tiempo en madurar: “Dedicarme a la ilustración como tal, es algo que decidí en otro momento de mi vida. Siempre me había dedicado a ser directora de arte, entonces no me había tomado la ilustración muy en serio”. Su trayectoria como directora de arte la llevó a alternar entre editoriales y agencias creativas como Lowe-SSPM, Santillana, Euro RSCG y Casa Editorial El Tiempo.
En 2010, decidió estudiar técnicas para ilustrar, tomó clases de pintura y cursos de ilustración, entre otros maestros, tomó un taller con el reconocido Édgar Tito Rodríguez, “Ródez”. Seis años después, con unas bases sólidas sobre dibujo y pintura, junto a sus conocimientos previos en diseño editorial, comenzó a explorar su estilo propio. Mezcló la pintura, el grafito, el collage, el scrapbook, el papel y los colores hasta definir una identidad sólida en cuanto a composición, expresión y color. Su paleta oscila entre los grises y una saturación del vinotinto, el amarillo más ocre, el azul rey y el verde militar. Estos contrastes permiten que su obra conserve una sobriedad elegante y delicada.
Su primera producción editorial como ilustradora y autora fue Gilliatt, un alfabeto ilustrado, inspirado en Les Travailleurs de la Mer de Víctor Hugo. Desde el momento de esa publicación -siguiendo el consejo de sus docentes- ha dibujado diariamente.
Aunque no siente que haya un referente directo para la definición de su estilo, la técnica de algunos y la mirada de otros le han permitido establecer diálogos y continuidades: por un lado, están las creaciones de Pablo Auladell, cuya obra la inspiró a utilizar el carboncillo -su técnica favorita-; por otro lado están la anatomía metódica y formal de las enciclopedias antiguas, así como el movimiento y los detalles de los grabados japoneses de Utagawa Hiroshige y Katsushika Hokusai. Luego, nutrió su mirada hacia la naturaleza a partir de largos recorridos por los paisajes de Villa de Leyva, caminatas en las que recogía insectos muertos para dibujarlos en casa.
Esta relación con el entorno natural no solo constituye un insumo estético para Sandra, es también un rasgo de su personalidad: “siempre me ha gustado mucho la naturaleza, de hecho, cuando iba a estudiar diseño muchas personas en el colegio pensaron que yo iba a estudiar biología. Era la mejor del curso en biología y siempre he estado en contacto con la naturaleza de una u otra manera. Entonces fue natural”, refiriéndose a cómo logró encontrar su estilo.
Los detalles hiperrealistas que guardan las composiciones de Sandra tienen un límite, pues aunque le parece llamativo en un principio, basar su obra en el mundo que ya conocemos le resulta aburrido y finito. Por ello juega con el espacio, con los colores, tamaño y proporciones de sus personajes y espacios. En este ejercicio de texturas y movimiento.
El proceso de creación de esta ilustradora, no es metódico ni lineal, cuando aparece una idea se abalanza sobre ella y la atrapa. Luego, como una puesta en escena –quizás lo de directora de arte también aplica para directora de teatro–, Sandra comienza a acomodar, mover, poner, quitar y reorganizar a sus personajes según la escenografía de la pieza.
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Si bien su trabajo previo a la ilustración la obligaba a estar casi frenéticamente actualizada, esta voracidad desapareció una vez comenzó a dibujar. Incluso, hay temporadas en las que desvía los ojos del saturado presente y regresa a estudiar a sus maestros como Hiroshige, Hokusai o Goya. Estos espacios de contemplación le permiten revisitar cada tanto sus técnicas, pero principalmente, autoanalizarse para comprender “qué tiene por decir”, como le aconsejaba su maestro Ródez.
La inquietante curiosidad de Sandra Restrepo la ha llevado a descubrirse a sí misma a través de imágenes inquietantes, sutiles, que parecen cobrar vida a pesar de ser improbables en esta realidad. Una búsqueda que la lleva por múltiples caminos técnicos y estéticos; procesos que nos recuerdan que nunca es tarde para cambiar –de mirada, de profesión o de vida–, pues el mundo ofrece tantas posibilidades que quedarnos dibujando el mismo árbol por años nos aleja de contemplar la inmensidad del paisaje.
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