DJ LU: retrato de un artista anónimo
Este incisivo artista urbano de Bogotá silencia su nombre y oculta su rostro para que los campesinos e indígenas que presiden sus muros sean los que griten, para que sus rostros sean los que se tomen la ciudad en medio de los trancones y el smog.
Entrar en el estudio de DJ LU, o Juegasiempre, como también se ha bautizado, es atravesar un universo particular de discursos que colisionan y se retroalimentan. Sobre paredes blancas dispone ordenadamente sus lienzos en soportes poco tradicionales (textiles de uso privativo de las fuerzas armadas, costales de alimentos templados o señales de tránsito abandonadas en vertederos y cementerios de chatarra), más al fondo está un computador en el que realiza los diseños de sus próximas piezas, su antiguo equipo de DJ (actividad que terminó integrándose a su firma como artista) y una biblioteca con lecturas especializadas que van desde la arquitectura, el arte urbano, la fotografía, la semiología y la semiótica.
En una estantería guarda ordenadas las plantillas en papel que utiliza para sus piezas en el espacio público. Además, tiene una pulcra mesa de corte y una colección cromáticamente dispuesta de las latas de aerosoles con las que tiñe los muros de su ciudad y de otras capitales culturales del planeta. “La arquitectura me dio muchísimas cosas: la limpieza, la idea del corte, la maqueta que yo hago a través de la técnica del stencil. Cuchillos, cartones, papeles: eso hace parte de la arquitectura. Está también la idea del diseño y de la maqueta”, explica sobre su rigurosidad en el espacio de trabajo. Lo que se respira en este estudio contrasta con la mancha y el accidente a los que este artista está acostumbrado en las calles, en los muros manchados de smog de la metrópoli que él ha convertido en un lienzo tamaño gigante para retratos de campesinos, indígenas o habitantes de la calle.
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¿Grafitero o artista de calle?
A DJ LU le importa la precisión de las definiciones. En principio no se siente identificado con la categoría de grafitero, comunidad de la que hacen parte varios de sus pares de muro, pero a la que no apela desde su actividad creativa. “Hay que hacer una división importante: una cosa es el grafiti neoyorquino o de Filadelfia, todo lo que tiene que ver con letras; y otra cosa es el arte de calle, que va más ligado con los retratos, a la crítica, la comunicación, el señalamiento”, explica, didáctico, acerca de los matices que diferencias a estas “expresiones en el espacio público”, como él las llama.
“Me parece que es una cuestión que tiene que ver con la comunidad, con un grupo grande de gente, la periferia, lo cifrado, las letras. El arte de calle es una cuestión más individualista, es más de los centros de las ciudades antes que de los barrios periféricos y, definitivamente, intenta comunicar”, explica. Para DJ LU, cuyo nombre real está vedado de la esfera pública como lo está su rostro, su obra necesita comunicar, espabilar al espectador para que piense de manera crítica.
El muro es el lugar idóneo para tal propósito, pues es plural, un espacio de circulación que permite amplificar una crítica o señalamiento a un número extenso de transeúntes. Este afán e intención viene de sus años en la Nacional, una caldera efervescente de actores, voces y miradas. “[Estudiar aquí] me hizo volverme muy empático y entender que el arte podía ser una forma de cambiar la sociedad de alguna manera, por lo menos de señalar, de hacer críticas, de activar algo en la cabeza de la gente. También pude vivir lo que es la Nacional: una representación del país en pequeño, ver la pobreza, la discriminación, la invisibilización de los pueblos ancestrales. Todo eso hizo que mi obra tuviera ese carácter comunicacional”, explica.
A pesar de lo mucho que el paso por las universidades ha aportado a su visión de la realidad, reconoce que su técnica aplicada a los muros no es algo que haya aprendido en la academia. “Esto se aprende mirando a los otros, esto se aprende embarrándola, esto se aprende yendo a pintar. Esa es la escuela de la calle”, afirma.
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La técnica
Al igual que Toxicómano o Erre, DJ LU se vale del uso de plantillas para la creación de sus piezas. Para él, quien resalta no ser el mejor dibujante, el stencil representa la técnica propicia para trabajar en las calles, pues le permite una celeridad en la ejecución que resulta imprescindible para evitar caer en manos de los guardianes del espacio público cuando realizan obras en la calle sin el consentimiento de los propietarios. Su valor estético es secundario: importa, sobre todo, su capacidad de enunciar y comunicar a partir de los muros. Esto, sin embargo, no quiere decir que no sepa jugar rápidamente con el aerosol o que no confíe en su pulso para la realización de sus extensos murales.
Esta técnica, que proviene del estarcido clásico –esto es la posibilidad de reproducir patrones pictóricos en muros–, es una herramienta que el arte de calle ha utilizado desde sus primeras manifestaciones en la convulsa década de los setenta. “Podríamos pensar que uno de los primeros exponentes es Blek Le Rat, que hacía ratas como Banksy, pero muchos años antes que él. En los sesenta y en los setenta pintaba ratas y siluetas en las técnicas del stencil”, explica DJ LU.
El artista se encontró con este método alrededor de 2005, cuando colectivos como Excusa2 florecían en el medio del arte urbano colombiano. Fue a partir de estas plantillas que empezó a “bombardear” la ciudad con imágenes, llenando los rincones de piezas en muros, cajas de concreto con cableado telefónico o de internet, además de puentes, caños o el mismo suelo.
“Claramente en lo que hago hay componentes estéticos relacionados con el stencil, el retrato y, en el caso de los pictogramas, con la señalética y la semiótica. Pero a través de la imagen busco llamar la atención del transeúnte, emocionarlo, generar esa experiencia estética, para después transmitir un mensaje que muchas veces no es tan suave: tiene que ver con política, situaciones que considero que están mal, denuncias, señalamientos, llamados de atención”, añade el bogotano, cuya obra siempre ha estado atravesada por una preocupación política que se ha venido ampliando conforme conoce las realidades más complejas del “país más feliz del mundo”.
Los pictogramas
A DJ LU le fascinan los símbolos. A través de ellos, piensa, la cultura ha encontrado maneras de comunicarse que se desdibujan de las lógicas del lenguaje, que son siempre una frontera. El símbolo es universal y funciona lo mismo en Barcelona como en una población ínfima en el medio del Atlántico. Nos direcciona al lugar en el que podemos cruzar una calle, nos indican dónde no podemos fumar, nos invitan a seguir un recorrido en la ciudad.
“Cuando empecé a pintar en la calle, con la colección de los pictogramas, una colisión de elementos que no están relacionados para generar un nuevo significado, me di cuenta de que como DJ hacía lo mismo: cogía dos elementos estructurados, como pueden ser dos canciones y, a través de la mezcla y el choque, podía generar una nueva interpretación”, añade, comentando también que buscaba evitar un nombre con carga política, pues no quería que tampoco fuera el protagonista del mensaje.
Estos diseños, de los que ha realizado más de 200, funcionan como la yuxtaposición de dos elementos disímiles para crear un sentido reflexivo. Así, por ejemplo, una copa de Martini con una metralleta de mezclador apela a cómo las guerras las hacen las élites; por otro lado, un reloj despertador con barrotes podría señalar la tensión del sujeto moderno en el orden neoliberal del capitalismo, o un símbolo de dólares con fusiles como líneas verticales nos obliga a pensar sobre el negocio y los intereses pecuniarios detrás de las acciones bélicas.
“En la calle camina cualquier persona, es una comunicación súper heterogénea y diversa de lo que es la sociedad que se ve allá en la calle, que está recibiendo el mensaje”, explica el artista que, casi a modo de guerrilla, se toma el espacio público como el medio sobre el que transmite su mensaje. “Quería hacer señalamientos sobre una cantidad de aspectos y la manera de hacerlo era apropiarme de esa señalética, apropiarme del lenguaje de las señales que se ven a diario en el espacio urbano. Básicamente lo que hace a nivel gráfico la señalética es tomar dos elementos, remezclarlos y colisionarlos para generar una nueva interpretación. Con la gráfica empecé a hacer eso, anulando todo tipo de detalle que pudiera interferir en el mensaje. Por eso los pictogramas tienen una gráfica totalmente sencilla, sintética, en la que está solo lo esencial. De hecho, evitan el color, evitan las letras, porque en el color también hay simbolismo, porque en las letras o en el lenguaje puede haber una barrera”, añade.
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“Héroes anónimos” u “Orgullo de calle”
En la Universidad Nacional, DJ LU pudo conocer otras realidades que por su contexto y su narrativa vital le habían sido ajenas. Sus pictogramas empezaron a tomarse lentamente el espacio urbano con mensajes antibélicos, sobre la violencia en el campo y la economía de la guerra, pero apelaban a verdades universales (eso sí: susurradas por lo bajo), antes que tratar específicamente problemas con nombres y apellidos.
Después de finalizar sus estudios de Arte en la Nacional, hizo un posgrado en Fotografía en esta misma institución. Este espacio sería clave en su acercamiento a la expresión de la figura humana a través de la imagen. La obra de DJ LU está llena de personajes anónimos, retratos de personas que se multiplican en todas las metrópolis con sus dinámicas de pobreza, migración o de habitantes en condición sin techo a lo largo del globo. “Estuve muy empapado de lo que era el retrato fotográfico, la idea de la muerte, la idea de la superación de la muerte a través del retrato, la idea de la taxonomía o control a partir del retrato fotográfico y eso me llevó a hacer el proyecto de los héroes de calle, o los “Héroes anónimos”, también llamado “Orgullo de calle”, complementa.
Cámara en mano, el artista encontró y encuentra a estos ciudadanos para retratarlos. “Ese momento es muy importante porque es el encuentro, es lo único que puedo saber de esa persona en los pocos minutos en que nos vemos”, explica. El proyecto, de base, “[Busca] hacer un homenaje a estas personas muchas veces consideradas invisibles por la sociedad, como los recicladores o trabajadores informales”, añade.
De esta manera, el artista le ha dado reconocimiento a un “otro” periférico que es también quien vive el espacio público y, sobre todo, la calle como hábitat o lugar de trabajo. Los muros se han venido ordenando con sus creaciones, gigantografías de indígenas embera, población afro, desahuciados, niños que a falta de otro estímulo o espacio juegan con latas y balones desinflados entre el asfalto y los mastodontes carmín inoperantes del servicio público.
Es un reconocimiento que sirve como señalamiento, o llamado de atención, que también visibiliza problemáticas e integra a la comunidad. Como en el caso de un mural que pintó en Los Ángeles, con una niña blanca y otra negra, en un local comercial que históricamente era asaltado por una parte de la población afro del barrio. Tras pintarlo, el dueño del establecimiento le comentó que no lo volvieron a asaltar. De esta manera, su mensaje, amplificado en proporciones épicas por la facilidad del plotter y el diseño gráfico, transforma realidades específicas e invita a un mundo más plural, incluyente y participativo.
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El hombre sin rostro y sus manos que pintan
DJ LU no muestra el rostro. De él, solo diremos que tiene la voz gruesa y los ojos verdes. Es una persona celosa de su intimidad, pero no por protección ante la ley, pues está lejos ya de esos temores tras cerca de dos décadas rayando muros, sino porque busca que lo que hable por él sea su obra.
Si revisamos la historia del grafiti, los nombres que empezaron a invadir los muros de las paredes norteamericanas siempre llevaron un alias: Taki 183, Eva 62, Lady Pink, Skeme, Dondi, MinOne o ZEPHYR. “Está la idea muy interesante de poderse duplicar, de tener un alter ego: uno que es el que responde frente a la sociedad y otro que es el que no respeta reglas o las tuerce y estira, el que goza. En últimas es una denuncia de que hoy priorizamos la superficie por encima del contenido. Nos interesa volver viral algo superficial: nos cegamos por el chisme”.
Además de la firma DJ LU, su otro alias –Juegasiempre– apela a otra faceta de su lenguaje. “En la Nacional hice muchos estudios en torno a la lúdica, al juego, leí textos que plantean que el ser humano es lúdico por excelencia y que en la capacidad de jugar está esa idea de mantenerse empático, mantenerse receptivo, dejarse sorprender”, explica. “Me he dado cuenta de que las dinámicas de mi trabajo como DJ o pintando en la calle se emparentan con la visión lúdica, con el juego. Porque uno maneja sus tiempos a discreción, porque son dinámicas que por lo general no tienen una recompensa económica, simplemente generan satisfacción. Porque uno es el que crea las propias reglas al decidir qué espacio transforma, hay una idea de transformación espacial en el juego y la hay en el arte de calle. De ahí viene el Juegasiempre”, añade.
El juego del arte urbano es el juego del desdoblamiento, de la otra persona que nos habita. Es una dinámica de hacerse visible, más de lo que un solo individuo con cédula podría hacerlo. Las obras hablan por el artista, quien se convierte en un medio transmisor del mensaje. “Está la idea muy interesante de poderse duplicar, de tener un alter ego. Uno que sea el que responde ante la sociedad (el del nombre de la cédula, el que paga cuentas, el que cumple horarios y paga impuestos), el otro, el alter ego, DJ Lu (o Juegasiempre), el que juega, el que no respeta las reglas, el que las tuerce y estira, el que goza, el que pierde un poco esa seriedad en aras de dejarse sorprender, el que trabaja no por plata, sino por satisfacción”, añade.
“Así es como veo la duplicación, que me resulta súper interesante, y es a lo que llevo la idea del anonimato mucho más que tenerme que cuidar de las multas o los aspectos legales. Lo que comienza siendo una cuestión de cuidarse de la ley, para mí se convierte en una posibilidad de duplicación y en una posibilidad de que lo esencial sea la obra”, complementa. “Creo mucho que la gente hoy en día está detrás del artista en general y espera que el artista sea una persona diferente, excéntrica, loca o extraña. Eso a mí me parece un lugar común, aburridísimo. No quisiera tomar ese papel. El duplicarme me permite que la gente no enfoque su atención en el artista y en lo que yo hago, sino en la obra en general. Entonces delego el mensaje claramente a la obra y la recepción de la persona, volviéndome casi que un observador pasivo, una persona que está tras bambalinas, oculto”, explica DJ LU.
Aquí lo que prima es el mensaje de la obra, no quién la haya hecho, porque son verdades ineludibles, porque se amplifica la voz de los que no pueden ser escuchados y se eleva su pregón amplificado en un muro en el que el rostro anónimo se convierte en un retrato inmenso que nos interpela y nos hace preguntas que no respondemos cuando pasamos corriendo y dejamos de lado ese espectro al que le hemos negado la mirada.
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