Gay Gigante, una entrevista a Gabriel Ebensperger
Gay Gigante y El libro de la tristeza parecen hechos por manos distintas. Sin embargo, en ambos habitan los miedos y búsquedas del mismo hombre.
¿Quién es Gabriel Ebensperger, el autor de estos libros?
l ilustrador Gabriel Ebensperger es chileno. Su país, dice, es chiquito, es bastante conservador, lee poco y los libros son caros. Por eso le sorprendió tanto que Gay Gigante, su primer libro ilustrado lanzado en el 2016, fuera tan comentado y que en tan solo un mes se agotara la primera edición. Le sorprendió, además, porque es un libro que cuenta con humor y en color rosa cómo es el mundo de quien crece siendo gay en los años noventa: sentirse un bicho raro por ser hombre y cantar Alanis Morissette y guardar los lápices en carteras de su madre; todo esto a través de un personaje robusto que se parece a Gabriel y resulta dulce, empático y bastante sarcástico.
La vida y la historia no lo permitieron, pero la abuela de Gabriel siempre quiso ser arquitecta. Su pasión llegó a tal punto que cuando Gabriel era niño solían pasar tardes enteras juntos llenando cuadernos con casas imaginadas. Fue ella quien le enseñó a hacer planos, quien le explicó dónde debía poner una ventana o una puerta, y quien comenzó a darle ejercicios de creatividad. Estos juegos lo definieron para siempre: estudió un tiempo arquitectura y se graduó de diseño gráfico, pero sobre todo no paró de inventar espacios, historias y juegos que le hicieran compañía. Ahora hace el mismo ejercicio, pero lo que imagina son libros.
Casi dos años después del lanzamiento de Gay gigante, fue publicado El libro de la tristeza, primero con la editorial chilena Hueders, luego en México y España con la editorial Sexto Piso y en la Feria del Libro de Bogotá será lanzado en Colombia por Rey Naranjo. Gabriel tiene el talento de poner lo inasible en papel y esto fue lo que hizo con su segundo libro: quiso ilustrar el sentimiento humano de la tristeza a través de dibujos abstractos y sin sentencias negativas y lo logró creando un alfabeto visual colorido, sugestivo y simple.
Por mucho tiempo, Ebensperger trabajó en Santiago de Chile como director de arte en agencias de publicidad y en revistas como Blanc y Paula, pero la rapidez y el estrés de ese tipo de trabajos hicieron que volviera a Viña del Mar, su ciudad natal, y donde ahora lleva una vida más pausada en la que puede pasear por el mar a diario, ir a cine solo, visitar papelerías para comprar papeles que nunca va a usar, y dibujar lo que realmente quiere. En la actualidad está haciendo todo eso mientras ilustra otro libro. También piensa a ratos en cómo animar El libro de la tristeza en un corto de uno o dos minutos, pero no sabe cuándo. Parece vivir sin mucho afán.
¿Cómo nació la idea de El libro de la tristeza?
Fue un proceso superextraño porque estuvo sucediendo como detrás de Gay gigante. Trabajar con tu propia memoria puede ser un poco triste, y en los descansos o recreos que me daba empecé a “jugar” con unas pinturas sakura con las que me obsesioné. Tienen unos colores que me atraían mucho y con ellos hacía manchitas de color y de esas manchas resultó un lenguaje, cosas reconocibles. Un día que estaba pensando sobre la tristeza vi un cuadro que había hecho con estas pinturas y de repente se me ocurrió el título del libro y luego la idea apareció casi entera, me levanté de cama y anoté en un papel la primera línea del libro, luego el título e inmediatamente hice un boceto de cómo partía. Anoté la idea casi entera. Al otro día me levanté y armé la maqueta. Por eso yo soy fiel creyente que les das atención a las ideas que aparecen de repente y las anotas, o se te van a ir.
¿Qué diferencias encuentra entre Gay Gigante y este último libro?
Ambos son temas bastante emocionales pero Gay gigante es más literal y El libro de la tristeza es muy minimalista y abstracto. Ambos tienen que ver con temas hermanos, como lo son el miedo y la tristeza, y de alguna manera se comunican. Son superdistintos entre ellos y también las personas que lo hicieron son distintas: el Gabriel que hizo Gay gigante no tiene nada que ver con el que hizo El libro de la tristeza. Me gusta pensar que a medida que uno va creciendo y viviendo y cambiando, cambian también todas las cosas que uno hace. En esa medida, lo último que me gustaría es hacer un Gay gigante 2, y que sea igual.
¿Cree que su trabajo personal está atravesado de manera muy literal por las emociones?
Sí, porque los libros han sido procesos de intento de sanación de cosas, son ejercicios catalizadores. Yo sé que el miedo no se va a ir de mi vida por hacer un libro, pero ya es un miedo que conozco y puedo convivir con él. Mejoras y reaccionas distinto cuando estás familiarizado con las cosas. Y así ha sido con El libro de la tristeza.
¿Cuál de los dos es más personal para usted?
Es que Gay gigante es más literal, en cambio El libro de la tristeza es muchísimo más personal, porque al hablar de la tristeza hablo de la debilidad. Sobre todo, creo que me toca más porque a veces pienso que si yo pudiera hacer ciertas cosas sería más feliz, y eso es lo que está en el trasfondo del libro. Entonces sí, es menos figurativo pero más personal.
¿Para usted qué es lo más difícil de hacer un libro?
Creo que lo más difícil es confiar en mí mismo y no escuchar los gritos de la inseguridad y la ansiedad. Y lo más divertido es cuando entro en ese espacio de confianza en el que me importan un pico los demás, que simplemente no existe pensar en la reacción de otra persona, que lo único que importa es que estoy disfrutando lo que estoy creando.
En Gay gigante parece que tuvo una infancia algo solitaria, ¿cómo fue?
Tuve dos etapas. Cuando estaba en el kínder y vivía en Miraflores era muy niñito alfa: yo mandaba, me inventaba los juegos. Pero cuando estaba pequeño hubo un terremoto y mis papás se asustaron y se construyeron una casa en otro lugar, en un barrio nuevo con muchas “pandillas”, y ahí caí en esa jerarquía típica de los niños donde mi masculinidad no encajaba y sentía que no era tan bienvenido. Me sentía más cómodo haciendo otras cosas sin competir desde la fuerza de los deportes, porque la coordinación corporal no era lo mío. Lo mío era más artístico.
¿Cómo fue crecer en Viña del Mar?
La verdad es que yo creo que cuando uno crece, tiende a no apreciar el lugar en el que está, entonces estuvo superbien crecer cerca al mar, pero yo no me di cuenta de eso hasta que me fui y tuve ganas de volver. Viéndolo ahora, cuando era niño todo era como la versión tercermundista de E.T., pero sin el extraterrestre: estéticamente eran como suburbios californianos, casas en construcción, bosques, muchos niños en bicicleta. Para un niño es muy agradable, y como vivía en la ignorancia feliz, lo pasé bastante bien.
¿Y siempre dibujó?
Cuando era pequeño tenía hartos lápices y usaba carteras viejas de mi mamá como estuche de materiales. Yo no era de jugar a la pelota, sino de dibujar, siempre estuvo conmigo.
¿Qué le da miedo?
El futuro, enfermarme. Las mismas cosas que a todo el mundo. La incertidumbre, el futuro, la enfermedad, la soledad.
¿Y creativamente?
Yo creo que todo en la vida se reduce al instinto de supervivencia del animal humano, y la creatividad también responde a eso. El miedo es el instinto más básico y antiguo que tenemos y es una herramienta que nos permite seguir existiendo. Como somos sociales, una parte de existir es expandirnos en muchos sentidos y esa expansión se traduce en crear cosas, que pueden ser desde tener hijos hasta ilustrar.
Gay gigante es un poco eso: una forma de canalizar el miedo a través de la creatividad. ¿Cómo empezó esta idea?
Estaba trabajando en una agencia de publicidad muy comercial y vivía un poco estresado, además no dibujaba nada, entonces abrí un blog para no perder la costumbre. Un día hablando con el caricaturista e ilustrador Alberto Montt, me dijo algo como que la autorreferencia era el único camino que me podía resultar para este ejercicio que quería hacer. Y no sé si me lo dijo de pesado, pero yo me lo tomé como algo literal y empecé a hacer ilustraciones que hablaran del miedo a ser el maricón de cualquier situación. No me resultó mi idea de dibujar todos los días porque aunque soy metódico, me cuesta concentrarme en una cosa y que eso perdure, pero fue un espacio de exploración del tema y eso me dio aliento. Por esa época la editorial Catalonia estaba armando una colección de humor gráfico en la que estaban Alberto Montt y Catalina Bu, y me dijeron que esos ejercicios que yo hacía podrían ser un libro, y bueno, ahí le di peso a la idea.
Cuando salió Gay Gigante hizo mucho ruido en medios, en redes y tuvo rápidamente un grupo de seguidores, ¿cómo recibió eso?
Lo recibí lo mejor que pude. Inicialmente no tenía ninguna expectativa, porque el libro era simplemente mi ocupación en un año sabático, pero agotó la primera edición en un mes, y eso no lo esperaba. Fue bien abrumador porque eran muchas experiencias nuevas, como ir a entrevistas. En el encuentro con la gente me di cuenta de que era un libro de cosas muy personales, y ahora debía hablarlas con un montón de gente y yo ni siquiera lo había pensado porque era un proyecto que me hacía sentido a mí, desde la intimidad de mi taller, y luego me vi expuesto a que mis historias eran de todos los que tomen el libro. Las redes sociales de Gay Gigante se convirtieron en un espacio de diálogo permanente de una comunidad que apreció que el libro existiera y se conectaron con ese sentido del humor.
¿Qué papel cumplieron las redes sociales en el lanzamiento de este libro?
Sin saber, yo empecé a preparar el terreno en redes sociales porque era muy activo en Twitter y allí compartía todo lo del blog. Mi cuenta empezó a tomar un tono editorial, había un modo de ver las cosas, era sarcástico pero no malo, y era muy activo. También cuando empecé el blog, comencé a subir mi trabajo gráfico a Instagram, que antes usaba solo para compartir fotografías.
Tiene casi 20.000 seguidores en Instagram y casi 18.000 en Twitter, ¿eso lo abruma en algunos momentos?
Lo siento como algo muy dual. Me gustaría vivir en una caverna y no tener redes sociales y vivir tranquilo y tener dos amigos, pero las decisiones que he ido tomando me tienen acá, entonces no puedo deshacer todo eso. De algo hay que vivir, y las redes ayudan a que tenga una exposición que me ha traído mucho trabajo.
¿Tiene una rutina?
Me gusta levantarme temprano, ordenar antes de empezar a trabajar, vestirme. Me gusta mucho hacer ejercicio, porque me ayuda mentalmente, soy muy consciente de lo que las endorfinas pueden hacer. Prefiero siempre tener días ordenados y en calma.
¿Cómo es su espacio de trabajo?
Tengo un estudio con dos mesones grandes para trabajar de pie, los hice a mi medida y tengo un par de sillas altas para cuando quiero estar sentado. En un mesón suelo mantener el computador y las cosas para cortar papel y el otro es más para pintar y ensuciar.
¿Qué tipo de referentes revisa para sentarse a trabajar?
Trato de no mirar. Hay algunos ilustradores que sigo en Instagram, pero trato de no obsesionarme con el trabajo de nadie porque uno aprende mucho de entender los procesos de otro, pero también se corre el riesgo de parecerse a esa persona. Es imposible ser único porque hay corrientes y estéticas que nos terminan influenciando, pero prefiero no mirar mucho.
¿Le gusta el silencio para trabajar o prefiere la música?
El silencio no, a no ser que suceda la magia, que no sucede casi nunca, que me concentre mucho y olvide un poco el mundo exterior, entonces se acaba la música y yo sigo trabajando sin darme cuenta de que estoy en silencio. La lista de Spotify de descubrimientos que se actualiza todos los lunes es una especie de tarot mágico, porque Spotify me conoce muy bien, como que tengo el algoritmo entrenado y me sugiere cosas que no conocía o que hace mucho no escuchaba y amaba. Confío mucho en esa lista. A veces dibujo con una serie o película dando vuelta, no la estoy mirando activamente, pero pongo Grey’s Anatomy o entrevistas de personajes que me interesan. Aunque a veces me distrae, a menudo sucede que me alimenta la energía para trabajar.
¿Qué piensa al terminar un libro?
Que no está terminado, que me equivoqué y que tengo que revisarlo muchas veces. Soy muy ansioso.
// Fotografía: Rosario Oddó //
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