Los 10 mandamientos para roommates recién mudados
Vivir en comunidad puede ser un parche o una pesadilla. Para muchos es la mejor opción al momento de abandonar el hotel mamá. ¿Cómo hacerlo del mejor modo posible? Aquí van algunos consejos.
Tener roommates puede ser fantástico o monstruoso según la suerte que tengamos, pero sobre todo, según nuestra capacidad para comprender y hacernos entender. Para que la cosa funcione podríamos decir que los cuatro pilares claves son la honestidad, la consideración, la firmeza y el respeto por los acuerdos que se hagan. Pero esto puede ser borroso para muchos y aún menos obvio al pasar de la rumba al mercado o de la plata al baño compartido. Así que para hacerle más claro este camino si recién lo está iniciando, le propongo que imaginemos diez mandamientos para resumir las reglas de juego más importantes.
1. Amar a Dios sobre todas las cosas (pero sin ponerlo a pagar nuestras cuentas)
Podríamos decir que si hay un motivo por el cual largas amistades o convivencias potencialmente exitosas terminan en verdaderos divorcios de telenovela es por plata. Así que, si quiere vivir feliz, pague sus cosas y que sea a tiempo.
Hay tres gastos fijos que sí o sí deben ser acordados: el arriendo, los servicios y el mercado. Hay muchas formas de organizarse al respecto, desde dividir todo en partes iguales, o en tajadas relativas a los ingresos e incluso según los gastos de cada uno. Lo que les parezca mejor, más justo por común acuerdo o mayoría simple. El arriendo, por ejemplo, puede repartirse en partes distintas para que pague más el que quede con un cuarto con privilegios (como un baño privado). En cuanto al mercado, depende de los gustos y los hábitos culinarios de cada cual: pueden comprar todo juntos o cada uno lo suyo, aunque suele ser norma dividir lo de aseo entre todos ya que son enseres de uso colectivo. Es recomendable sacar un rato cada quince días o cada mes para chequear todos juntos o con el que se haga responsable de llevar las cuentas.
2. No tomar el nombre de Dios en vano: cumpla con su palabra
Si dijo que va a sacar la basura, hágalo. Si le toca hacer el aseo, hágalo. Si tiene que pagar un recibo, hágalo. Si le pidieron que lave sus platos y dijo “ya voy”, hágalo. Si le pidieron que descuelgue su ropa, hágalo. Lo que dijo que iba a hacer, hágalo. Lo que le toque por común acuerdo o porque perdió en piedra, papel o tijera, también. Y no es después, es ahora. Si no puede, pasó algo que se lo va a impedir o finalmente no lo va a hacer, sea claro y diga que se va a atrasar o pida ayuda: los demás están contando con que usted cumpla su parte. Como si jurara por el altísimo cada vez que habla.
3. Santificar (y consensuar) las fiestas
Los rumores son ciertos: vivir con roommates puede incluir tremendas farras. Pero hay que tener en cuenta que a sus roommates pueden no gustarles las fiestas o no querer festejar con usted algunos fines de semana, y que esto también está bien. Además, puede que a los vecinos tampoco les encante su rumba todos los fines de semana. Aparte de visitas policiacas o cartas de la administración, la cosa puede terminar en multas y peores problemas. Así que hable claro con sus roommates cuando vaya a poner la casa para celebrar. Es más, puede ser saludable hacer acuerdos explícitos en cuanto a remates, horarios y volumen.
4. Honrar y ayudar a los roommies como a un padre y a una madre
Ser respetuoso, considerado y empático no es sólo una tarea relativa al folclor nocturno. Ayudar a montar un mueble nuevo, sacar tiempo para echar números, tener la casa en condiciones para que los demás descansen, cocinen, trabajen, estudien o tengan una cita son todas cosas en las que uno puede (y debería) pensar. Eso sin hablar de la sensación maravillosa que da sentir que en casa tenemos amigos que tienen la casa bien, nos paran bolas cuando estamos mal y con los que se puede parchar, ver una película o cocinar. Ahora bien, el deber es ser respetuoso y considerado, no parchar, que está lejos de ser una obligación.
5. No matar el ambiente al recibir reclamos o expresar molestias
El conflicto es propio de cualquier forma de convivencia. Hay que aprender a manejarlo. Guardarse los trapos sucios (y explotar más tarde) es una práctica tan negativa como salir a señalarle los malos hábitos al otro cuando vienen a expresarnos una molestia. Si le están diciendo que usted deja mucho desorden, que salpica la taza, no lava bien las cosas, gasta demasiada agua, está usando mal un electrodoméstico o está incumpliendo un acuerdo: escuche, muestre curiosidad, genuino interés en el punto del otro y limítese a hablar de eso, acatar o buscarle solución.
Cuando usted quiera expresar una molestia, hágalo y vaya al punto, respetuosamente y con tanta claridad como sea posible. Ser específico, directo y claro con nuestras molestias y expectativas puede ser incómodo al principio, pero es uno de los secretos de una convivencia feliz. No sólo va a terminar sintiéndose mejor después de expresar sus descontentos cada vez, sino que se va a evitar discusiones innecesarias sobre quién sí y quién no hace esto o aquello.
6. No cometer actos impuros
Cortarse las uñas, rasurarse, depilarse, depositar el papel higiénico usado, tirar residuos de comida, botar comida pasada, limpiarse la tierra (o la mierda) de la suela de los zapatos, e incluso escoger donde nos permitimos derramar nuestros fluidos corporales mientras tenemos sexo tiene espacios propios en la casa y a veces no son los mismos para todos. Así que prepárese porque dejar un sifón tapado de pelos, salarle la cama a un compañero de piso o dejar algo goteando en la basura que alguien más va a sacar, puede ser una causal de un reclamo hostil e incluso de una expresión de franca ira –completamente justificada–. Vivir con otros es conocer también los límites, vicios, malos olores y gestión escatológica de los demás para trazar puntos medios cuando haga falta.
7 y 8. No robar y no mentir
PUNTO (y si va a tomar algo del mercado ajeno, devuélvalo. Y si se le olvidó decirlo y le preguntan por los huevos que se comió, asúmalo sin miedo).
9. No consentir pensamientos ni deseos impuros
Aunque parece evidente es mejor (por no decir necesario) evitar cultivar deseos malucos como incurrir en problemas telenovelescos con la pareja del prójimo o querer desquitarse por líos no resueltos.
10. No codiciar los bienes ajenos
Nada peor conviviendo que tirarle la mala a cualquiera. Nada peor conviviendo que volverse un parásito de la abundancia ajena. Nada peor para la convivencia que, de forma frontal o sutil, vivir en función de lo que los otros tienen. Vivir con panas o con desconocidos que pueden terminar siendo como hermanos puede ser maravilloso desde el acto voluntario de ser generoso y compartir lo que vamos consiguiendo, o una absoluta mierda desde la envidia o la avaricia.
Bonus track: Aprenderás a respetar el espacio ajeno
Es fácil olvidar que aunque es nuestra casa, cada uno tiene su cuarto. Eso quiere decir que cada cual puede hacer lo que le dé la gana en él *siempre y cuando* lo que haga no los afecte a los otros. Tolerancia y consideración son idealmente dos caras de una misma moneda, porque si, a pesar de sus esfuerzos por ser tolerante, lo que otro hace lo afecta, toca hacer un reclamo para llegar a un acuerdo. Que ponga música porque no quiero oírlo mientras tiene sexo, que fume cerca de la ventana para que no se meta el olor a los otros cuartos, que vaya a fumar a otro lado, que al menos deje la olla en agua si no la va a lavar ya… No hay fórmula universal, pero en eso también se encuentra el gusto y la satisfacción de aprender a vivir (y a disfrutar) con los demás.
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