Orgullo patrio: reportería gráfica colombiana
Este 27 de junio, Dust inaugura una exposición que reconoce el valor de la reportería gráfica en Colombia a lo largo de las cuatro últimas décadas (1977-2019). Piezas memorables de trece fotógrafos comprometidos con un oficio que atraviesa por momentos de cambio.
Pasados por agua
Francisco Carranza
Vuelta a Colombia
Julio 27 de 1982
A veces conmovedor, a veces urgentemente político; en ciertas imágenes festivo y en otras empático con el dolor, el oficio de la reportería gráfica escribe los más recientes capítulos de su historia en medio de tensiones que obligan a preguntarse por su esencia, vigencia y futuro. Estas preguntas resultan aun más urgentes cuando se trata de un país como el nuestro, cuyo archivo gráfico ofrece un registro tan turbulento como sobrecogedor.
Por un lado, la revolución digital ha puesto en manos de todos lo que antes era un privilegio de pocos. Los costosos y complejos recursos materiales que requería el oficio fotográfico restringían el acceso a las cámaras e insumos casi exclusivamente al medio de los profesionales; el hecho de que ahora todos llevemos una cámara en nuestros bolsillos ha generado una proliferación de imágenes nunca antes vista y la idea, no metafórica, de que la fotografía está en manos de todos. Por otro lado, un medio periodístico como el colombiano, que ha sumado más de 500 despidos el último año, entre reporteros, editores, diseñadores y fotógrafos, no puede dar la espalda a la inminente y muy repetida palabra “crisis”. Un contexto de inestabilidad e incertidumbre ante el cual poner en duda el valor del trabajo profesional frente al amateurismo resulta alarmante.
La situación de los reporteros es quizá más compleja que nunca, pero lo es también en la justa medida de la complejidad que implica aquello que están registrando: la realidad colombiana, ese terreno desigual en el que todos convergemos con distintas historias, continúa su curso de goles, secuestros, sonrisas y lágrimas, al margen de los lentes que se interesen por registrarla.
La herencia de grandes nombres como Leo Matiz, Carlos Castillo, Nereo López y Manuel H. ciertamente pertenece a otros tiempos, pero toma nuevas tonalidades y matices en manos de otras firmas con otros recursos e historias a su alcance. Trece de esos obstinados reporteros gráficos, armados de cámara al hombro, día tras día, son los protagonistas de la exposición Orgullo Patrio, organizada por Dust (Carrera 23 # 74A-32, San Felipe, Bogotá) y que estará abierta desde el 27 de junio. Tres de ellos, con distintos perfiles e intereses y pertenecientes a diferentes generaciones de la fotografía colombiana, hablaron con Bacánika sobre su trayectoria.
Francisco Carranza
Nacido en Boyacá, en 1952, es uno de los reporteros gráficos emblemáticos de su generación. Aunque su carrera empezó profesionalmente en El Espectador en 1967, cuando apenas tenía 15 años y hacía de todero recorriendo la redacción, su relación con la fotografía estuvo marcada desde mucho antes; desde el momento en que un tío le compró una cámara antes de que cumpliera el primer mes de nacido.
La fecha de su nacimiento tiene un aire de acontecimiento: 31 de diciembre, y el lugar una reiteración que parece poner más énfasis en la importancia de su origen: Boyacá, un pueblito de Boyacá. Ha recorrido esos pueblos con la misma disciplina con la que ha seguido la pista a los principales hechos de la historia reciente del país. Una de las fotos que serán expuestas en Dust fue tomada precisamente en uno de esos recorridos. Se trata de la imagen de una niña con la cara oculta por un sombrero: el encuadre permite solo ver su sonrisa, mientras que el contraste da fuerza a la textura del sombrero.
Sin título
Francisco Carranza
Soracá, Boyacá
1977
“Yo recorría esta zona buscando personajes. Me pasaba por los pueblitos. Allí me encontraba con muchos niños campesinos, algunos de ellos no entendían qué era una cámara. Para mí fue un ejercicio para aprender a compenetrarme con los personajes. Acercarme a esa timidez, desde la intimidad”, recuerda Carranza.
Al margen de este trabajo personal enfocado en el retrato, buena parte de su producción ha sido cubrimiento de prensa en caliente, en especial en el exigente medio de los deportes. Otra impactante foto incluida en esta muestra es la que abre este artículo. Tomada entre Caldas y Anserma, en la Vuelta a Colombia de 1982. La foto captura el instante en el que parte del público de la etapa arroja baldados de agua a los competidores.
La relación de Francisco con la reportería está más allá de lo profesional. El regalo que recibió de su tío se le ha convertido en una forma de vida. “Son mis primeros 52 años de lucha. Yo solo voy a dejar de ser reportero gráfico cuando me toque ir a visitar a San Pedro”, dice en su emotivo acento boyacense.
Respecto a lo que supone ser de la vieja guardia en un medio cada vez más poblado por jóvenes, Francisco reconoce la importancia de los avances tecnológicos para facilitar un trabajo que a él le tocó vivir de manera muchos más aparatosa y exigente físicamente. Sin embargo, a pesar de estas facilidades, siente que la sensibilidad se va perdiendo ante la inmediatez: “Yo tenía un rollo de 12 o máximo dos para tomar fotos de un partido completo. Ahora con una memoria alguien puede tomar hasta miles. Obviamente habrá al menos 10 o 20 perfectas, pero quizá se cuida menos cada imagen. Pero yo aprendo de todos. Para mí todo el que tenga una cámara en las manos es un potencial maestro”.
De doce en doce, a lo largo de 52 años, Francisco Carranza ha sumado una amplia producción fotográfica de la que se siente inseparable: “Yo soy el papá que más hijos tiene en el mundo. Tengo más de 3 millones de hijas que son mis fotografías y a todas las quiero”.
Liliana Toro
Sin título
Liliana Toro
Córdoba
1985
El trabajo de Liliana Toro abarca los más diversos ámbitos de la fotografía. A lo largo de 37 años con una cámara en la mano, ha pasado por la fotografía deportiva y el cubrimiento de orden público, hasta la a veces menospreciada fotografía de eventos sociales. En cada uno de esos campos, no solo ha logrado mantenerse vigente, sino que ha disfrutado del placer de reinventarse.
A pesar de tan versátil trayectoria, un episodio de 1993 vinculó su nombre casi inseparablemente con una sola de las tantas imágenes que ha tomado en su vida. Era un simple partido amistoso entre la Selección Colombia y la de Chile. Pocos recuerdan el marcador o pasajes del juego. Lo que sí ha quedado para siempre en la memoria colectiva es un instante de Faustina Asprilla congelado por la cámara de Liliana Toro mientras la carrera, la brevedad textil de la pantaloneta y los músculos de las piernas negras del Tino liberaban al viento su miembro desnudo.
La foto fue publicada en la revista Deporte Gráfico y Liliana ha tenido que volver a hablar sobre ella tantas veces que ya se sabe el cuento de memoria: no la vio al tomarla sino al revelarla, hubiera preferido venderla a una agencia que la valorara más, el Tino se hizo más famoso y ella también.
El Campín, Bogotá
1993
La imprescindible foto del Tino hará parte de la muestra de Dust. Junto a ella habrá otra pieza mucho menos conocida y una de las más atesoradas por Liliana. Se trata de una imagen en blanco y negro de dos guerrilleros del EPL.
Era 1985, una época en la cual el conflicto incluía otros actores y se vivía a una intensidad distinta. Liliana hizo parte de una delegación de reporteros que tuvieron la, para entonces, excepcional oportunidad de retratar a miembros del grupo guerrillero, durante una rueda de prens en presencia del comandante Óscar William Calvo. “Yo estaba ahí tomando mis fotos y un par de guerrilleros empezaron como a molestarme, coquetos, a decirme que me iban a enseñar cómo se lanza una granada. Fue una experiencia muy rara, pero yo los retraté mientras me indicaban el paso a paso para hacer eso tan fuerte. Esas fotos fueron publicadas en un pasquín que se llamaba El Bogotano”, recuerda Liliana.
Tras tres décadas en el oficio, su producción suma fotos diversas y muchos premios. Otra de las series que considera esenciales es la de la liberación tras el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado, el 20 de julio de 1988. A lo largo de los años ha estado muy de cerca y trabajado de la mano de la generación siguiente y ha vivido los cambios tecnológicos aprendiendo rápidamente, cuidando sus perfiles en Instagram y Facebook. “Publicar a diario en redes es algo que me ha dado otra forma de disciplina y lo disfruto”, afirma.
Sin embargo, a pesar de los evidentes cambios en el oficio, Liliana Toro es vehemente respecto a lo que ha aprendido gracias a la reportería gráfica acerca de lo constante y lo cambiante: “Yo me siento muy orgullosa de ser reportera gráfica. Le he dedicado mi vida entera, 37 años, a esta pasión. Le doy gracias a la vida. Y –aunque sé que suena a frase de reina y ridículo– si yo me muriera y volviera a nacer volvería a hacer lo mismo. Con este trabajo he visto a lo largo de tantos años que nuestro país sigue en lo mismo. El conflicto, la pobreza, la represión, la falta de oportunidades, la inequidad. Solo cambian nuestros lentes”.
Mauricio Alvarado
Sin título
Mauricio Alvarado
Desalojo del barrio Bilbao
Localidad de Suba, Bogotá
24 de abril de 2017
Mauricio Alvarado nació en 1990. Hace parte de una generación que ha heredado una larga tradición de reportería gráfica y está muy consciente y agradecido por ello. “Antes que nada, quiero decir que para mí es muy emocionante hacer parte de una exposición en la que también está el maestro Francisco Carranza, a quien considero un ejemplo y a quien siempre he admirado”, afirma Mauricio.
A lo largo de estos 10 años como reportero gráfico, ha pasado por El Nuevo Siglo, Colprensa y El Espectador. En estos medios ha cubierto con recurrencia episodios duros de la asfixiante realidad nacional.
Como fotógrafo milenial es consciente de que todos sus amigos, fotógrafos o no, toman fotos a diario y que ello impone una exigencia personal al momento de dedicarse profesionalmente al oficio. “Yo siento que uno tiene que diferenciarse. En mi caso lo intento al desligarme de la idea que tienen algunos colegas de que tomamos fotos para otros fotógrafos. Siempre tengo presente la intención de comunicar. Para ello, parte de la clave es tener una visión propia y estar atento al rol que tenemos como testigos de lo que otros solo pueden ver a través de nuestras imágenes”.
Una de las fotos que Mauricio expondrá en Dust tiene ese objeto de denuncia. Se trata de una imagen tomada durante un desalojo llevado a cabo por la Alcaldía en Suba. Una acción que terminó en disturbios y un incendio. Respecto a ese manejo de la responsabilidad con el registro del dolor ajeno, sin perder de vista el respeto por quienes lo padecen, Mauricio es muy claro: “Hay una frase de Manu Bravo que yo tengo muy presente. Él dice: ‘Si el mundo se está yendo a la mierda no es porque yo esté haciendo fotos’ y yo estoy muy de acuerdo. Asumo mi responsabilidad desde mi trabajo y cuando pienso en comentarios que me puedan cuestionar me pregunto ‘Bueno, ¿y qué estaban haciendo esos críticos mientras yo tomaba esa foto’”.
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