El punkero que va en góndola
Juan Sebastián Mesa es el director de Los Nadie.
Hablamos con él en su visita al Festival de Cine de Venecia.
En 1989 Pablo Escobar, a la cabeza del cartel de Medellín, declaró la guerra total al Estado colombiano. Una confrontación que indudablemente fue en Medellín donde más se sufrió. Los paisas se encerraron y aguantaron como lo canta el Joe Arroyo en “La guerra de los callados” El resultado: la ciudad se vio estigmatizada y su gente cambió. En ese mismo momento y lugar –un año antes del estreno de Rodrigo D: No Futuro– nació Juan Sebastián Mesa. Un punkero. Veintitantos años después, esa misma ciudad ha parido la historia de Los Nadie. Conversamos con su creador en el Lido, donde se llevó acabo el Festival Internacional de Cine de Venecia 2016.
Su filme lo trajo a esta isla, en frente de Venecia, a la versión 31 de la sección independiente Semana de la Crítica con los curadores diciendo que Los Nadie era “Un soplo al corazón” (?). Una película que se podría usar como metáfora de lo que se vive hoy, después de casi tres décadas de la guerra de Pablo Escobar. ¿Cómo se llegó del “No te desamines, mátate” de Rodrigo D hasta esta película? A pesar de conservar elementos de la cinta de Víctor Gaviria, como la pobreza y la desesperanza, estos se miran y se oyen desde lo lejos. Desde arriba de la montaña. Juan Sebastián cree que los jóvenes hoy “No se quedan en la queja del contexto que les tocó y están buscando cómo cambiar el hormiguero, como le dicen ellos”. Los Nadie resiste. Y agrega el director, ejemplificando: “[Rodrigo D: No Futuro] es una de mis películas favoritas. Un referente en el cine colombiano. Una gran influencia. Sin embargo, la marginalidad allí está criminalizada y yo no quería mostrar eso. A mí me interesaba mostrar cómo estos personajes se unen y buscan escapar mediante el arte”. De esta manera, Mesa se aleja de varios temas del cine latinoamericano: la pornomiseria, el narcotráfico, la violencia. Los Nadie rezuma vida.
Pero nada es fácil. Juan Sebastián Mesa cuenta la vuelta: “Habíamos accedido a unos recursos para hacer un cortometraje, pero haciéndolo me encontré con unos protagonistas que hacían que el corto se quedara literalmente corto”. Entonces, él decidió zambullirse en el agua. En apenas diez días, Mesa filmó en blanco y negro su primer largometraje. Agrega que este logro es producto de una “producción muy detallada para no perder tiempo. Si quería cambiar una toma debía negociar con los productores y sacrificar otra. Cambiar cosas sobre el camino y seguir negociando”. ¿A lo punk?, le pregunto. Él responde: “El punk ha estado narrando la ciudad desde hace décadas. Desde los ochenta se podría contar la historia de Medellín con canciones de punk y esta película muestra una manera apenas de las miles que tiene el punk de cómo vivir la vida dentro de la ciudad; pero no es una película sobre el punk”. Mesa sabe de lo que habla y conoce el contexto: él tocó en una banda. Solo ha cambiado la forma de relatar.
Sobre el proceso de rodaje, Mesa dice que fue muy particular: “Todo el mundo nos decía ‘así no se hace’ y con más ganas así lo hicimos. Cuando terminamos fue especial darse cuenta de cuál es el límite”. El director cree que para todo su equipo el oír los “Así no se hace, ustedes se van a embalar” fue un aliciente. Juan Sebastián siente que “en ese sentido es una película que va a contracorriente de las estructuras convencionales de hacer el cine”. ¿Entonces sí es punk?, le insisto. Entre risas me dice: “Nosotros decimos punk cuando las cosas salen a la berraca. Entonces sí, es una película muy punk desde la forma en que se hizo. Me afané más por la emoción que quería mostrar que en dedicarme a que funcionara dentro de una estructura narrativa (…) Y, pensaba, si no les gusta me importa un culo. Es una película libre”. Y me da a pensar sobre esa aclamada libertad creativa; una libertad que como todas viene con los límites, que en este caso fueron impuestos por el tiempo y el dinero.
La idea para el largometraje, el director antioqueño confiesa que la tomó de una experiencia personal: “En 2010, las dinámicas internas de la ciudad estaban cambiando un montón por la extradición de estos jefes paramilitares y las herencias que otros se empezaron a disputar en los barrios. La violencia en la ciudad ese año se incrementó muchísimo. Ser joven y andar en moto era sospechoso. Éramos requisados hasta siete veces para ir a la universidad. Una cosa demasiado frustrante. Imaginate: ser sospechoso por ser joven”. Cansado del tema, un día Juan Sebastián le dijo a un amigo: “Parce, quiero irme a viajar. Quiero ir a conocer Suramérica. Todos esos lugares que hemos visto por fotos pero que no nos hemos atrevido a conocer”. A ese punto de inicio, Mesa le fue sumando historias que iba oyendo de otros que conoció en su aventura, así como de amigos malabaristas en Medellín. El trasegar del tiempo hizo que los cuentos ahora sean otros. Medellín, la innovadora, la que atrae el turismo. La ciudad de la eterna primavera que a pesar del estribillo publicitario y politiquero sigue con un conservadurismo y un ombliguismo que expulsa a los suyos. El resultado es esta ficción atravesada biográficamente, donde se siente cómo Juan Sebastián Mesa divide sus propias vivencias y las adorna con las de La Rata, El Mechas, La Mona, El Pipa y Manu, sus cinco protagonistas.
La película, más que cualquier otra cosa, habla de una despedida. La que se dan estos amigos antes de emprender su partida. Con estos cinco chicos, la nueva página de la ciudad se escribe con música, tatuajes y grafitis y va más allá de las montañas, cuando se siente ya superado el estigma de ser colombiano. Es querer ver el mundo mientras nos sentimos parte de él. Como acota Mesa: “Verse reflejado en los otros jóvenes que, aunque siendo de otros lugares, tienen los mismos sueños de viajar”.
En este filme no encontré los elementos por los cuales normalmente se dice que una película es bonita; no se ven bellos paisajes, tampoco mucho atractivo físico de los actores. Sin embargo, la encontré bonita. La esperanza y fortaleza de los integrantes de este combo, que miran con cierta desconfianza al mundo adulto, refuerzan la amistad que los une y dejan que el amor se les insinúe. Sobre este mismo punto, Juan Sebastián me confiesa que “Es una película que se hizo en consecuencia con el sentir de los personajes”. Y se nota. Se ve a un grupo de adolescentes pasando el tiempo entre porros, música e ilusiones. Que hacen nada, con lo importante que es hacerlo en esa etapa de la vida. Ese fue rollo que convenció a los del Sindicato de Críticos de Cine de Italia de proyectar su filme en Venecia. Así, mientras Los Nadie se veía por primera vez en el festival, la noche del 4 de septiembre Juan Sebastián Mesa y parte de su equipo arribaban a la ciudad de las góndolas.
El 6 de septiembre, mientras esperábamos un puesto en el Club 73 –el bar que queda en una terraza entre el casino y la playa– la temperatura y la humedad recordaban la tierra. Por la sed que yo tenía, y para romper el hielo, le invité a una cerveza a Juan Sebastián. La rechazó con una cortés distancia: “Es que después de la premier salimos a celebrar. Solo unos tragos, no muchos; porque hoy teníamos entrevistas y esas cosas y llegar con un tufo bien berraco, ¡qué pena, parce! No puedo estar llevado desde el primer día”. Y siguió a contarme infidencias allí, parado en la puerta de este salón todo blanco tipo Ikea. Me dijo que aunque no era su primera vez en un festival –había estado hace tres años con Kalashnikov en Cannes en la shortfilm corner, y con Los Nadie abrió el FICCI–, sí le dejaba una fuerte impresión. “Uno no logra dimensionar este momento tan especial. Será el tiempo el que nos diga qué significa. Verla proyectada acá, verla con subtítulos en italiano. Aún es algo inexplicable”.
Entonces Juan Sebastián me habla un poco del subidón y los pelos de punta: “Al finalizar la proyección oficial, la gente [en la Sala Perla II con capacidad para poco más de 250 asistentes] se puso de pie y aplaudió durante cinco minutos”. Mesa, excitado, revela que fue “muy emocionante. Los actores casi se ponen a llorar. ‘¿Qué hacemos, qué hacemos?’, me preguntaban. Y no sabíamos qué hacer. Uno de los artistas callejeros me dijo ‘Parce, a mí me han aplaudido muchas veces, pero nunca así’. Era absurdo”. Entonces el punkero ve a la cara su contradicción cuando sí le importa más de un culo lo que piensen de su obra. Lo emocionan los aplausos. Lleno de orgullo y con una sonrisa de oreja a oreja, agrega: “Cada vez que uno regresa a este continente, que es lejísimos, es una cosa increíble. Ver Venecia, una de las ciudades icónicas, una de las que siempre uno dice ‘tengo que venir algún día’. Y venir con la película (…) traer a los actores, con toda la gestión que nos tocó hacer. Uno de ellos me decía ‘Marica, es que más que hacer una película, era venir a Europa lo que yo quería. Un día me dije: voy a ir a Europa así me haga matar. Y que la película me haya traído acá es algo muy especial’”. Y acá están ellos sin muertos de por medio. “¡Coronamos!”, pienso yo posando de paisa.
Y acá está Juan Sebastián sentado en el sofá contiguo al de Amir Naderi (premio Jaeger-LeCoultre Glory to the Filmmaker 2016). Nos sentamos a tomar café y agua. Mesa continúa: “La película nos ha llevado a muchos lugares, como ahora que estamos acá apenas unos días antes de que se lance en Colombia. Yo quiero que compren la película, que se exhiba y que la gente la vea. No la hicimos para engavetarla”. El punkero vive la eterna contradicción del arte, que en este crece exponencialmente. Ese querer contar sin importar si la historia gusta o no tiene unas aristas importantes: si no se genera una conexión con los primeros espectadores, serán muy pocos los que la vean. Y el trabajo se echa a perder.
Para rematar, Mesa me confiesa que anda ahora con la idea de explorar la crisis que siente hoy en Medellín con la llegada del turismo. “Hay muchos lugares en los que los precios suben para los que viven allí y a veces llegas a una fiesta y vos sos el único local”. Dos mundos que chocan en Medellín. “No es xenofobia, es raro”. Las páginas se siguen pasando y de la otrora vetada por el Departamento de Estado gringo, la capital de Antioquia es hoy uno de los sitios a los que los viajeros llegan y se asientan. Habrá que ver cómo cuenta Juan Sebastián ese otro viaje.
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