La paciente obturación de Paz Errázuriz
Durante la época más dura de la dictadura de Pinochet, Paz Errázuriz documentó la vida de los marginados. 172 fotos y dos videos hacen parte de la muestra de esta fotógrafa chilena que estará abierta hasta agosto en el Mamu de Bogotá.
az Errázuriz descubrió la fotografía siendo profesora. Comenzó a retratar a los niños a los que les enseñaba en una escuela de Chile y finalmente, cuando fue despedida de ese trabajo por su manera liberal de pensar, decidió nunca más soltar la cámara.
Desde entonces, busca que sus imágenes revelen algo sobre quienes habitan los bordes de la vida humana; tanto en los extremos de la línea de tiempo –la ingenuidad de la infancia y los padecimientos físicos que suelen acompañar a la vejez–, como los marginados por la sociedad. En sus series aparecen prostitutas y travestis, trabajadores de circo y miembros de una comunidad indígena en riesgo de desaparecer, y ancianos abandonados en un hospital psiquiátrico, lugar donde la fotógrafa tuvo que buscar a muchos colegas desaparecidos por la dictadura.
Su método es un ritual: primero hace algunas preguntas, esta conversación puede prolongarse durante días hablando con ellos antes de abordarlos con la cámara. Cuando esta aparece, la conexión establecida entre fotógrafa y personajes atenúa la presencia intrusiva del lente. Sus personajes miran directamente a la cámara dando cuenta de esa confianza previa, pero también hay ocasiones donde Errázuriz se desvanece y se vuelve parte del paisaje.
Después de obturar, las imágenes quedan a la espera de la respuesta más importante: un sí por parte del personaje, pues ella nunca publica una fotografía sin permiso de sus retratados. Muchas veces le dijeron que no a la cámara, y cuando le dijeron que sí tuvo que esperar hasta 10 años para que esas fotografías vieran la luz. Así fue durante la dictadura, cuando retrató a personas que eran estigmatizadas socialmente, la fotógrafa no rompió su palabra y protegió sus imágenes como un tesoro que no podía ser revelado tan pronto.
Profesora censurada en una escuela, buscadora tardía de la fotografía, reportera gráfica, artista, feminista, y amante de los fotolibros, Errázuriz no para de orbitar en torno a sus preguntas esenciales; con el paso del tiempo, la forma en que la historia parece trazar espirales, renueva la vigencia de esos temas de ayer y de siempre, el impacto desigual de la política, los mecanismos duros de la exclusión social y los cambiantes pero siempre presentes rostros de la marginalidad.
La primera fotografía que la impactó en la vida es una que su padre le tomó y le cortó parte de la cabeza ¿por qué?
Es una fotografía que sobre todo me perturbó. Yo era una niña y mi papá, que es el que hace la toma, me corta por la mitad de la cabeza, y siento que me anula. La vi cuando era pequeña y recuerdo el impacto, recuerdo esa magia que vi siendo tan menor. Fue algo muy fuerte. Y creo que tiene tanto poder porque también así se sentía su trato hacia mí, en efecto es una fotografía que refleja lo que pasaba entre nosotros.
Él nunca fue a ninguna de mis exposiciones, bueno, yo empecé a exponer cuando él ya era muy viejo. Pero… ¿me entiendes?, él nunca mostró ningún interés por lo que yo hacía. He querido recuperar esa fotografía, pero es muy difícil.
Sí… es una fotografía que me perturbó.
Antes de ser fotógrafa usted fue profesora en una escuela...
Yo empecé a ser profesora durante la época de la Unidad Popular, y continué cuando llegó la dictadura. Yo en esa época llevaba mi cámara a la escuela y le hacía fotos a los niños, como quien hace una foto familiar y que hoy todos podemos hacer; así comencé en la fotografía. Para esa época había un sindicato y yo era la única profesora, de resto todos eran jardineros, la señora del aseo, el jornalero. Y sabrás… había mucha incomodidad, los padres se molestaron conmigo cuando durante una visita de Fidel Castro a Chile, en tiempos de la Unidad Popular, les hice dibujar a un Fidel, solo eso. Un dibujo fue suficiente, creían que estaba adoctrinando.
Muchos de sus retratados están encerrados, ¿Qué nos dicen estas fotos del momento que vivimos?
Ha sido muy difícil estar encerrada, no poder salir a la calle. Sobre todo en La manzana de Adán y El infarto del alma vemos a las personas en una clandestinidad particular. Yo no mostré esas fotografías durante muchos años, porque no podía hacerse algo así, pero después de este largo encierro nos estamos dando cuenta de lo que eso nos dice sobre nuestro tiempo. Estar encerrados nos hace pensar en la conexión que tenemos con el otro.
¿El encierro la obligó a otro tipo de fotos?
Es una obviedad hacer fotografía de uno cuando es la casa todo lo que hay, y me he hecho fotos aquí en mi casa. Es como una reacción, aunque no sé para qué lo hago, aunque en realidad casi nunca lo sé...
¿Cuál es la importancia de la palabra escrita en el desarrollo de su obra? Hay investigaciones, textos de escritoras y poetas, sus propias palabras...
Para mí es muy importante este proceso. En Nómadas del mar tuve que hacer un viaje larguísimo y prepararme mucho tiempo para retratar al pueblo Kawésqar y en La manzana de Adán pasé primero muchas horas hablando con esos travestis, antes de hacer cualquier foto. Creo que a mi fotografía la catalogan como documental, y por eso existe la intención de escribir, de hacer una investigación o de que alguien que ya haya investigado escriba algo al respecto. Es algo que va con lo que tú quieres hacer, y la fotografía tiene muchas intenciones, porque vivimos en una sobreabundancia que da miedo.
Claudia Donoso escribió los textos de La manzana de Adán cuando pudimos mostrar el libro tantos años después de haber tomado las fotos, y en ese proceso nuestro nadie se recuesta en nadie, nadie ilustra a nadie.
¿Cómo influyó el feminismo en su manera de trabajar en medio de una dictadura?
En ese momento decir que eras feminista era muy diferente a decirlo hoy. Digo que lo pensabas más, sobretodo en un país con una dictadura. Era más difícil ejercer la profesión, y hoy cada mujer entiende mejor que el feminismo es un proceso que se vive diferente en cada una.
Todo este estallido en Latinoamérica, que ocurrió en 2019, me ayudó a darme cuenta de que había algo que me devolvía a pensar en esas marchas en contra de la dictadura. En esa época ya no salía cuando ocurrían las manifestaciones sino que decidí salir al día siguiente cuando todo estaba en calma para retratar con mi celular estos muros que hablan, el estado de la calle… He revisado mis archivos de esa época para un libro de investigación que va a salir sobre la dictadura y quieren usar mis fotos.
He visto cómo le hacía muchas fotografías a mujeres en las marchas, y queda en evidencia que también era yo como fotógrafa protestando al lado de esas mujeres.
¿Cuál es su proceso ético al retratar a personas marginadas?
Soy totalmente sincera, y creo que nunca llegué a mostrar la cámara de una vez. Primero me di la oportunidad de conversar con ellos. Muchos me dijeron que no. En Nómades del mar viajé muchos kilómetros y mucha gente me dijo que las fotografías no. Lo mismo en La Manzana de Adán, ellos preferían contarme todo muchas veces y no que les hiciera fotografías, pero cuando accedían yo luego les mostraba las fotos, y ellos las aprobaban. Es que… a veces siento que la cámara es un escudo, como estas viseras de plástico que la gente se pone para evitar el virus, aunque yo no me pongo detrás de la cámara por un virus, claro que no, pero… es eso, es una protección, la cámara es como una máscara antigás. Y la fotografía conlleva una responsabilidad, yo he acumulado amigos, que más bien son mi familia, por medio de las fotos. A las personas que yo retrato las sigo llamando. Hay que hacerse responsable de las fotos que se toman.
Su cambió de lo análogo a lo digital habla sustancialmente en su fotografía...
Para mi la fotografía análoga era sinónimo de blanco y negro. Y solo probé el color cuando llegó lo digital. Fue un paso que tuve que hacer casi que por obligación y porque también me parece que no vale la pena seguir contaminando con químicos, siempre lo digo. También porque en lo análogo te demorabas todo un día para una copia decente, hoy haces 40 fotografías para hacer o mostrar una sola. Vivimos en una sobreproducción donde todos tienen una cámara. Duré dos años sin hacer fotografías porque, en serio, el cambio de lo análogo a lo digital me había impactado.
En su obra se evidencia una tendencia clara a mostrar las etapas de la vida. ¿Cómo envejece el ojo de Paz Errázuriz?
Sí, creo que la paciencia que se adquiere ayuda a que cuando veas algo lo hagas con mucha calma, lo que ayuda a absorber mejor información. Me gusta abrir un libro y ver que puedo cerrarlo y volver a él cuando yo quiera, y así siento que estoy haciendo con mis fotografías. Con el tiempo, al revisar las hojas de contactos, me di cuenta de que a medida que crecía había fotos que las hacía en una sola toma, que eran únicas.
¿El tiempo mejora las fotografías?
No creo que el tiempo las haga mejores, creo que el tiempo nos hace dar cuenta de cosas que antes no podíamos ver. Y eso es fantástico.
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