Cotidianidad diseñada a medias
-Septiembre 23, 2019
Ilustración
Caminamos, respiramos, soportamos el trancón, comemos y dormimos rodeados de diseño. Con frecuencia, cuando los objetos funcionan como deberían, nos resulta fácil asumir su existencia como algo casi natural. Cuando no es así, nos caemos, mojamos, pasamos un mal rato y, a veces, nos preguntamos: ¿qué salió mal?
U
no pensaría que un objeto que utilizamos todos los días, que hemos usado por décadas y que soluciona problemas básicos –para algunos, para casi todos– ya debería tener un diseño definitivo. El clip, por ejemplo, fue patentado en Estados Unidos en 1898 por Matthew Schooley y ha permanecido inamovible: sigue siendo un pequeño pedazo de metal doblado con variaciones únicamente estéticas o de producción. Ningún cambio funcional. Y no ha variado porque no es necesario, porque desde su creación el clip funcionó a la perfección. Muchos otros diseños no han corrido con la misma suerte.Nuestra cotidianidad está invadida por objetos que han tenido que habitar el mundo con errores, que desde que fueron ideados y boceteados eran erratas. Quien los pensó pasó demasiadas cosas por alto y ahora ocupan un puesto en el inmenso pabellón de los objetos frustrantes. Las cerraduras que no siempre funcionan y las llaves imposibles de duplicar, los bobby pins para el cabello que se caen con facilidad o los cables que se niegan a permanecer sin romperse. ¿Lo verdaderamente preocupante? parece que ninguna de las variaciones que han sufrido son suficientes o peor aún, muy pocos se ha detenido a pensarlos para afinarlos. A veces el desengaño es tanto que más vale cambiar el objeto de forma definitiva por otros. Cambiar las gafas que se caen y se empañan por lentes de contacto, cambiar las toallas higiénicas por la copa menstrual.
Pero este no es un artículo para dar soluciones, sino quejas. Para que cualquier diseñador o inventor desprevenido se ponga a repensar la cotidianidad y esos objetos que logran estropear el día, muchos días.
Al paraguas hay que reconocerle que su evolución ha sido notoria. Los primeros eran varillas de bambú cubiertas con tela que aparecieron en el siglo XV en China, pero todavía no se había encontrado la forma de repeler el agua que cae. Fue en 1823 cuando el químico escocés Charles Macintosh hizo una especie de sándwich de tela y caucho indio e inventó los impermeables. Así se completó el paraguas con las características a las que ya estamos acostumbrados hoy. Pero parece que la evolución paró. Por más grande que sea el paraguas hay una parte del cuerpo que siempre se moja –o por delante o por detrás– y por más buena que sea la tela impermeable que se utilice el paraguas queda chorreante y es imposible entrar a un espacio interior sin hacer estragos. Ni siquiera la aproximación que hizo la marca Hunter con el Clear bubble umbrella, una sombrilla redondeada que logra más cubrimiento y que apareció en Gossip Girl, logró marcar la diferencia. No se puede decir que el paraguas no funciona, pero opera a medias y ad portas al error.
Pd: No sé si sea aspirar a mucho, pero también sería bueno que encontráramos la forma de mantener los pies secos. Ahí se deja la inquietud.
Olviden esos saleros que machacan sal gruesa del Himalaya, acá estamos hablando del salero convencional, el de centro de mesa de almorzadero callejero que ofrece jugo de guayaba o tomate de árbol y nada más, el de la casa de casi todos que es básicamente un recipiente de vidrio o plástico y una cabeza metálica o plástica con huequitos. El caso de la eventual inutilidad del salero puede ser cuestión del material, ¿qué podemos usar para que la humedad del exterior no entre a la sal y pierda soltura y se rehúse a salir?, ¿qué material será útil para no tener que recurrir al infalible arroz para que la sal no se apelmace. El arroz en el salero es un detalle que ha llegado a volverse corriente, pero el objeto debe funcionar solo. Ingenieros industriales del mundo: ustedes pueden hacerlo mejor, pueden hacer un recipiente que mantenga la única roca comestible seca, corrediza y sin grumos.
El recogedor o pala es este utensilio con el que se recolecta el polvo y la basura que hemos arrastrado con la escoba. Es una bandeja bajita abierta por un lado y con un mango en la parte contraria a la abertura que también puede ser un palo vertical para poder sujetarlo de pie. Los hay en metal pero la mayoría son de plástico y tienen, por donde entra la basura, una barra de caucho que se adhiere al suelo para recoger hasta el polvo más microscópico, solo que no lo hace. Ni un recogedor nuevo logra dejar entrar todo el mugre al recipiente, y con el tiempo el plástico se deforma y el caucho pierde adherencia y todo se complica aún más. La única solución no puede ser una aspiradora, espero que nos coja vivos el día en el que alguien encuentre la forma de ganarle la batalla a esa delgada línea de polvo que queda en el suelo cada vez que barremos.
La última batalla que perdieron quienes se dedican a diseñar audífonos de bolsillo fueron los Airpods de Apple. La única contribución funcional que hicieron fue quitarle el cable, pero muchos estaban perdiéndose entonces algunas marcas decidieron sacar correas para mantenerlos unidos: EPIC STEP BACK. Las batallas anteriores que han perdido incluyen cables partidos en las terminaciones, un auricular que deja siempre de funcionar primero que el otro y su carácter siempre desechable. Acá la culpa puede ser de las empresas de tecnología que quieren que cada tanto compremos audífonos nuevos y que permanezcan siendo objetos al mismo tiempo perecederos y renovables. Aún así es claro que hay un problema, varios. Habría que agregar, también y sobre todo, la imposibilidad de idear una forma para que no se enreden. Siquiera los hemos convertido en una necesidad y pasamos por alto algunos inconvenientes y problemas de diseño, porque sino sería una industria en quiebra.
El cronista antioqueño Luis Tejada escribió un pequeñísimo perfil sobre el escritor estadounidense Washington Irving. Se llama Los cordones y en él cuenta que se sabía que era un hombre equilibrado y alegre porque mantenía esmeradamente atados los zapatos; los hombres nerviosos, dice, van atándose los zapatos por la calle porque se les han zafado y son de esos que no se secan completamente en el baño por salir a prisa. Y tal vez sí, pero también son los cordones y su construcción a partir de materiales deslizantes y sin agarre los culpables de esa esquizofrenia que se desata por su inevitable tendencia a desanudarse o aflojarse y dejarnos caminando con torpeza, sin determinación. La solución no está en atravesar tiras de velcro en todos los zapatos o en esos cordones coloridos de plástico para niños, pues eso arruinaría el diseño de la mayoría de zapatos que vale la pena usar. Que los cordones no sean más los culpables de los raspones en las rodillas y pasos vacilantes, es lo único que se pide aquí.
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